Reto Bradbury para el 2021

Para encarar el 2021, con ganas de superar el mal año que ha sido el 2020 desde Letraheridos proponemos un reto muy especial. Se trata del Reto Bradbury y está inspirado en su obra Zen en el arte de escribir, compuesta por once maravillosos ensayos sobre el arte y el oficio de escribir en los que el escritor nos dio las claves para entender que escribir es una celebración, no una tarea. El autor aseguraba que solía escribir un cuento a la semana, y lo hacía desde la convicción de que, si se escribe un cuento a la semana durante un año, es imposible escribir 52 cuentos malos. Por lo tanto, entre todos esos cuentos seguro que podemos encontrar una joya.

Cada lunes lanzaremos una consigna que incluirá un poquito de azar. Tendremos una semana para escribir nuestros textos y los podremos compartir en los comentarios, en el grupo de meetup, por internet o guardarlos en secreto para ese estupendo libro de relatos que puede surgir.

Os animamos a apuntaros a este reto que nos hará, sin duda, mejores escritores.

3 comentarios

  1. Por fin

    Por fin la Naturaléza logró exterminár al mayór vírus del Univérso.

    No fué taréa fácil. Péro había sído su cúlpa al dárle la inteligéncia a ése bícho, y se sentía culpáble.

    Contráriamente a ótros vírus, los Hómbres no sólo acabámos con nuéstros depredadóres, cósa normál y aceptáble, síno con tóda cósa viviénte o inanimáda que se nos pónga por delánte.

    La Naturaléza, al ver el treméndo errór que había cometído, decidió acabár con nuéstra espécie. Pára éllo nos envió: guérras, enfermedádes, péstes y cámbios climáticos. Si bién núnca lo logró totálmente. Éra ya demasiádo tárde. Habíamos progresádo tánto, que éstas amenázas siémpre fuéron derrotádas.

    Por fin, úna de éstas tántas plágas hízo mélla en la humanidád y redújo bastánte su población.

    El Hómbre, al ver que ésta disminución de los habitántes nos traía múchos benefícios: ménos polución, más recúrsos por persóna, eliminación del cámbio climático, mejór economía, decidímos acelerár ésa despoblación ahóra sí, por nuéstra própia cuénta. Sin embárgo nos pasámos bastánte en el procéso.

    ¡Naturaléza! Te felicíto y bríndo por ti. Soy el último de los humános. Has lográdo por fin, acabár con nosótros. El Univérso ahóra sí, puéde respirár tranquílo y continuár su recorrído, sin la preséncia innecesária de ésta alimáña.
    * * *
    FIN

    Nóta sóbre el tildádo:
    Éste escríto está tildádo, o séa: las palábras llévan la tílde (´) en el sítio donde está el acénto.

    Después de míles de lectúras de óbras así escrítas y leídas podémos asegurár que su lectúra es la normál, al leér así, no hay ningúna diferéncia de sentído o pronunciación a la habituál.

  2. María José Yeste Oriola

    EL JUEGO DE LA OCA
    Te escribo desde la casilla de la cárcel esperando que me vuelva a tocar el turno para jugar y escapar de ti.
    Desde el principio jugaste con el color de la ficha que te dio la gana, sin darme ni una sola oportunidad para elegir. Siempre tan seguro de ti mismo, con las ideas bien claras. Yo, al contrario, me dejo llevar por los caprichos del azar. La duda habita en mí, ya lo sabes, y en ese precioso tiempo que yo utilizo para pensar por qué camino seguir, tú tomas la delantera y sin la más mínima empatía sigues tu instinto.
    Los dados resuenan dentro del cubilete y en cada movimiento, mi cabeza se queja y esa voz interior me dice que esto no puede seguir así, no puedo volver a perder. Tú como conocedor de las reglas del juego tienes muy claro el objetivo final y yo siempre me he dejado llevar por tus sabias palabras, puede que por tus perfectas y falsas normas. Qué importante es conocer las reglas del juego, ahora lo sé.
    Al principio siempre jugábamos los dos y las cosas eran más fáciles, con ese encanto del juego rápido y emocionante. Después, cuando en nuestras partidas se introdujo un tercer jugador la cosa cambió. Los dados repiqueteaban nerviosos, las partidas eran largas y concienzudas. Parecía que incluso dominabas el resultado de los dados con tu mirada. Más rabia me dio aun cuando decidiste que jugáramos con dos dados. Me daba la sensación que era más difícil caer en una oca, veía como se alejaban mis posibilidades de escapar hacia la salida.
    En cada partida de nuestro extraño trío de jugadores, yo caía varias veces en el puente y me dejaba llevar. Dejaba de importarme perder el turno.
    Así, día tras día, caía en el pozo. Oscuridad, silencio, olvido, impotencia… Es curioso que no eras tú quien me rescataba al pasar por mi lado, sino nuestro tercero en discordia.
    Y siempre igual, envuelta de nuevo en el laberinto, mis pensamientos solo me enseñaban mis miserias y me veía obligada a retroceder. Mis zapatos, convertidos en una ficha improvisada, taconeaban con prisa al pasar ante la calavera que me amenazaba con la solución fácil de la muerte. ¿Quién de los tres caería en esa casilla?
    Solo deseaba entrar en el jardín de la oca con los puntos justos y perderte de vista.
    Ahora en esta partida final, me alegro de que no cayeras en la muerte por mi culpa. Ya he perdido el miedo. Sé que cuando salga de la cárcel, terminaré el juego, siguiendo mis normas y no volveré a jugar contigo.

  3. Miriela Maria Cardenas Morejón

    El Invento del Diablo
    Un pie tras otro se desanduvo la vida, así como pasa lo espontáneo. De la misma forma que se toman las malas decisiones y se nos cae una palabra hosca del bolsillo.
    Puerto de Miami un día de domingo, viajeros, coches y policías agolpados esperando controlar el orden. Un orden que por desordenado sabe a rutina. Un viajero no acostumbrado a esta visión dantesca podría pensar que la demora del abordaje rozaba lo pedante. Para quien poco veía el sol aquel día de domingo era un regalo, aun ante tanta histeria hueca.
    Natalia paseaba por el hangar donde habían construido la sala de espera. Miraba la fila de turistas cuya prematura sonrisa anticipaba la alegría de un corto viaje a Cozumel. Familias ataviadas con coloridas hawaianas, sombreros, gafas de sol, sandalias y cabellos sueltos oliendo a trópico.
    Maletas y marineros colmaban el espacioso perímetro, unos en espera de su autobús hacia el hotel, otros con la expectativa de subir y comenzar la travesía lúdica.
    Por fin se escuchó el anuncio, avisando a todos que podían iniciar el abordaje, la noticia fue apagada por los vítores de los viajeros dispuestos a dejar atrás lo conocido y entregarse sin miedo a la aventura.
    Natalia también siguió al enjambre de personas, y anestesiada por la multitud no supo si subía por sus propios pies o si era arrastrada por una ola de alegría náutica que la fue llevando poco a poco hasta tropezar con la sonrisa congelada de la señorita de la recepción. Todo pasó muy rápido.
    Escuchó su voz, dándole las buenas tardes, luego pedirle sus documentos y su número de reserva. Bajó la vista y vio el gafete que llevaba con su nombre: Kate. Subió la mirada y vio la misma sonrisa blanquísima y una mano extendida frente a ella que le entregaba la tarjeta magnética para acceder a su cabina y le indicaba el camino hacia seguridad acompañado de un que tenga un feliz viaje. Todo parecía en cámara lenta o más bien una experiencia totalmente ajena a ella, pero sin cuestionarse nada, como siempre, siguió la corriente de cuerpos y las claras señales que le indicaban el camino.
    En unos minutos tras revisiones de seguridad y más sonrisas, llegó a su camarote. Por fin, en paz, se dejó caer sobre el colchón, cerró los ojos y respiró pesadamente. Poco a poco le llegó calor al cuerpo y los deseos de moverse. Se sentó en la cama y decidió que un poco de agua fría en el rostro podría hacerle mucho bien. Entre el pensar y el hacer se sucedieron una milésima de segundos.
    Parada frente al lavamanos abrió la llave, dejó correr el agua fría y metió sus manos. Con destreza se echó abundante agua en la cara hasta que sintió que recobraba la vida. Así con los ojos cerrados, tanteando, encontró la toalla más suave que jamás tocara su cara y su roce le robó su primera sonrisa.
    Fue entonces cuando vio las flores, los chocolates, el champán y la tarjeta que descansaban sobre el escritorio de la habitación, caminó con pasos deleznables, era como si el suelo se pegara como goma de mascar a sus pies, evitando apresurar un solo movimiento. Frente a las flores sacó la tarjeta y con afligida ceremonia la abrió. Allí con letras grandes, corazones y palomitas se leía: “Sra. y Sr. Ortiga: Felicidades en su matrimonio, que la armonía y el amor genuino sean siempre pilares de su unión.”
    -Vaya jugarreta del destino, se dijo para sus adentros a la vez que extendía su mano para abrir el Champán. El ruido al descorchar la botella la devolvió al momento presente. Se sirvió una copa y la levantó a modo de brindis.
    -A ti por tu invento macabro. A ti por arruinar mi fe en el amor. ¡Salud!
    De un golpe vació el contenido de su copa, decidida a salir del camarote, resuelta a vivir la más absurda luna de miel del 2021.

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