Laboratorio de escritura 13 de enero. Cuento de navidad.

Comentaremos textos escritos por los participantes y haremos actividades de escritura en el momento, que nos pueden servir como semillas para la sesión siguiente o no.

Cada sábado tendremos una consigna sobre la cual escribir. Los textos se tienen que poner en los comentarios de la entrada pertinente antes del viernes anterior a la sesión. Podemos poner el texto tal cual o un enlace a un sitio donde leerlo. Los textos tienen que tener, como máximo, 900 palabras. Cada participante tiene dos compromisos: a) Escribir un texto y b) Leer los de los compañeros.

El laboratorio tendrá un número limitado de participantes. Para cada sesión podrán asistir quienes cumplan las dos condiciones anteriores, por orden de presentación de textos. Pedimos a todos los participantes honestidad y buen rollo.

Para esta sesión la consigna es escribir un cuento de navidad, una tradición anglosajona que vamos a honrar con historias que trancurran aquí. Estas fechas están llenas de momentos en los que pueden surgir conflictos, tales como:

– Las cenas de empresa
– Las compras de navidad
– Las cenas de familia
– Los pesebres
– Los reyes magos y las cabalgatas
– Los papas noeles de los centros comerciales
– La nochevieja y sus fiestas, el concepto de cotillón
– La extraña comida de estas fechas: turrón, polvorones, mantecados, almendras con caramelo…
– No nos olvidemos del cumpleaños de Jesús y de otros eventos religiososo como la misa del gallo
– La iluminación de navidad que empieza en septiembre y acaba en marzo

Y un sinfín de tropos de los que podemos echar mano para construir nuestro relato.

Tenéis que escribir vuestros textos y ponerlos en los comentarios de esta entrada, bien pegando directamente el texto, bien poniendo un enlace donde leerlo hasta el día 11 de enero a las 12 de la noche. Tenemos hasta la sesión para leer los relatos de los demás.

Cualquier duda la podéis preguntar por el grupo de Whatsapp.

7 comentarios

  1. Julián Mut

    Cuento de Navidad

    La casa se había impregnado del olor a escudella y Mercedes había puesto la mesa para tres como llevaba haciendo los últimos 55 años, con el mantel bordado que había heredado de su madre y la vajilla regalo de bodas con el ribete dorado que solo utilizaba el día de Navidad.
    Probó el caldo que llevaba preparando desde el día anterior y echó los galets. Se sentía agotada por tanto trajín, pero la rutina le daba seguridad.
    –La escudella estará en 5 minutos.
    Su marido obedeció mansamente y como si fuera una coreografía ensayada miles de veces, Emilio sacó la botella de agua de la nevera y cortó 4 rebanadas de pan como era habitual, uno para cada uno de ellos y dos para Nuria.
    Mercedes había servido la escudella y en cuanto Emilio se sentó miró al plato de su hija e inconscientemente contó los galets en un juego que llevaba haciendo todas las navidades para ver a quien le habían tocado más y lloró quedamente mirando sin poder fijar la vista la silla vacía de Nuria que ya no estaría con ellos ni esta Navidad ni ninguna otra.
    Mercedes se controló y no le dijo nada dándole su espacio, hasta que dijo:
    –Venga, a comer que se va a enfriar.
    Emilio tomó su cuchara y empezó a comer la sopa aunque no llegaba a notar el delicioso sabor por el nudo en la garganta que se le había formado. A Mercedes se le contagiaron las lágrimas de su marido y acercándose la cuchara a la boca murmuró:
    –Que pena que no pueda probar esta escudella.
    Mercedes se levantó de la mesa y fue al salón donde tenían una foto en la que Núria estaba especialmente sonriente y radiante y la puso delante del plato de Núria.
    –¿Te acuerdas que no le gustaba la col?
    Emilio sonrió amargamente.
    –Y tampoco los garbanzos.
    La sonrisa inicialmente tímida se convirtió en risa y la risa se convirtió en carcajadas que se contagiaron mutuamente y empezaron a salir las emociones contenidas durante tanto tiempo y a desatar todo lo que habían guardado. Cuando uno reducía la intensidad se miraban y estallaban de nuevo en una risa que no podían contener. Mercedes miró a Emilio y vió de nuevo al joven y alegre, bromista y cariñoso compañero de su vida. Y Emilio vio a la decidida, inteligente y atractiva Mercedes. Se cogieron con cariño la mano y se dieron cuenta que era el gesto más íntimo que habían hecho desde que diagnosticaron el cáncer a Núria hacía solo año y medio. Cesaron las carcajadas y se miraron con ternura.
    –Yo creo que un día como hoy se habría puesto la blusa granate.
    Emilio la miró aún con los ojos rojos y dijo con cara de pícaro.
    –¿Te acuerdas del día que Nuria te regaló esos guantes tan horribles?
    Emilio se llevó una cucharada de la escudella en la boca y notó el buen sabor sintiéndose mejor y reconfortado.
    –¿Y ese chico tan horrible que le metía esas ideas en la cabeza? ¿Cómo se llamaba?
    Comieron a gusto y se sirvieron varias veces sin dejar de recordar anécdotas de Nuria, se había instalado una sonrisa triste en su cara, pero era un gran cambio después de tantos meses de una tristeza absoluta.
    Cuando terminaron de comer, Mercedes se levantó de la mesa para recoger los platos, pasó junto al pesebre y deteniéndose unos instantes clavando la vista en el niño Jesús le dijo entre dientes.
    –Gracias por todos los años que nos permitiste estar con ella.

  2. Alicia Martínez

    Durante una noche de diciembre
    Me gusta vagar de madrugada por la ciudad dormida porque es como vivir dentro de un sueño, es como no estar en ningún sitio. Nadie me ve. Nadie me mira. Nadie me conoce. Solo ven mi disfraz. El que me sirve para conseguir lo que quiero desde hace muchas décadas. Rastreo el hedor que sale de las cloacas y que me mantiene en alerta para no ser apartado por otro depredador más despiadado que yo mismo. Ya es la hora del cierre de los locales nocturnos y paso por delante poco a poco, exhibiéndome, esperando que alguna víctima emocionada y confundida grite: ¡Papa Noel!
    Es, entonces, cuando puedo acercarme a esos pobres ilusos oculto tras mi barba blanca y esponjosa sin que desconfíen, sin que me teman, sin que sospechen de mi inmortalidad y así, en un instante de magia navideña, arrebatarles la vida de un sabroso mordisco en la yugular.

  3. Natàlia Jaurrieta

    Conte de Nadal

    L’ arbre de Nadal feia goig amb l’estrella platejada coronant-lo.
    La taula estava parada com cada nit de Nadal, amb les millors estovalles, les heretades de l’àvia Ramona, que havia mort ja feia cinc anys. La Mercè, atrafegada, sortia i entrava de la cuina amb els plats que havia passat la tarda cuinant, mentre el Joan «l’ajudava», amb el mínim esforç, com era habitual.

    Tothom va felicitar-la per les gambes al cava i el rostit d’ànec i ella va pensar un any més, que perquè complicar-se la vida amb receptes noves si el menú de sempre ja resultava prou eficaç.

    A la taula, dotze comensals. La Pilar, la filla petita del matrimoni, que havia portat la seva parella, la Mònica, que no parlava gaire, però menjava a dues galtes. Potser aquest cop la cosa duraria una mica més, si el fet de no parlar implicava que tampoc era discutidora i que la Pilar podia fer-la anar per on volia. Tothom ja tenia ganes de veure com alguna parella repetia un Nadal a Cal Garcia.

    El Pere, el fill gran, amb la seva dona, la Laura, que estaven molt distrets amb les dues criatures, el Roger i l’Ona, de quatre i dos anyets, que anaven amunt i avall del pis amb les noves joguines que els hi havia cagat el tió.
    La Laura explicava com la seva nova dieta d’aprimament li estava donant uns resultats fantàstics, deu quilos en dos mesos, i s’aixecava contínuament de la cadira per mostrar la seva nova i esvelta silueta, malgrat que el Pere no se la mirava gaire i, en canvi, s’entretenia amb la conversa de la Teresa, la cosina petita que sempre havia estat la nineta dels seus ulls, i rememorava vells temps de quan eren petits i jugaven a metges i infermeres tots dos.

    L’Empar, la mare de la Teresa i germana de la Mercè, que no parava de ventar-se malgrat que la calefacció no estava alta, perquè es trobava en la meravellosa època femenina dels fogots, i el seu home, l’Antonio, que ja estava parlant de la política nacional, defensant el PP com era habitual, engrescant-se en una disputa vehement amb el Joan, que era un socialista recalcitrant de tota la vida.

    I l’avi Paco, el pare de la Mercè i l’Empar, el cap dels García, que des que faltava la Ramona, no hi tocava gaire, no se sabia si per l’edat — 92 anys —, o pel xoc que li va suposar la mort de la seva dona.

    La Teresa explicava com havia engegat una nova empresa emergent amb un soci excompany de la gestoria, una mena de coach motivacional per a emprenedors, com ella, i al Pere li queia la bava mentre la Laura intentava infructuosament cridar la seva atenció.

    La Mercè va obrir una altra ampolla de cava perquè l’Empar tenia molta calor i això l’ajudava a suportar millor els fogots, i el Roger brandava el bastó de fer cagar el Tió corrents darrere de l’Ona mentre els pares, entretinguts en altres qüestions, els deixaven fer.

    Ningú no es va adonar fins passada mitja hora, en què el Roger va anar al butaca de l’avi Paco a ensenyar-li un cotxe que li havia cagat el tio i va cridar amb la seva veueta aguda que l’avi dormia i que estava molt fred.

    Va ser l’Antonio qui va trucar al 112 i el metge no va trigar gaire a personar-se tenint en compte que era la nit de Nadal.

    Quan el metge va certificar la mort, tothom va quedar en silenci, només el Roger i l’Ona continuaven jugant, aliens a allò que esdevenia, com si l’avi adormit formés part d’un decorat que l’endemà hauria canviat, dins d’aquela nit màgica i especial on els troncs cagaven joguines i tot era possible.

    Només quan va caure l’estrella de l’arbre, sobre el cap de l’Ona, el silenci es va esquerdar amb el plor de la nena, que semblava del tot inconsolable.

  4. Toni Duque

    LA OSCURA REALIDAD DEL CAGANERGATE

    Olvídense de San Nicolás y la Cola Cola, olvídense del complot francés para descristianizar al personaje . La cosa fue así, según el Apócrifo Solsticial : Entró un viejo gordo vestido de rojo en el portal de Belén en el momento en que los Reyes acababan de ofrecer sus regalos al Niño, y apartándolos brutalmente se encaró con el recién nacido, le miró a los ojos, y señalando a san José , que dormitaba en un rincón, ajeno a la Adoración ( como figura en las más antiguas representaciones de ésta ) preguntó a la criatura :

    » ¿ Papá ? »

    A lo que Jesús, milagrosamente, respondió ¨ ¡ No ! «, y alzando los ojos indicó un rayo de luz que descendía del Cielo a través del techo debidamente agujereado, y dejó constancia de su origen divino a la voz de » Él «.

    Seguidamente, el gordo, una vez soltada la bomba y sin esperar a sus consecuencias conyugales y teológicas, se quitó su traje de lana rojo, nada adecuado al clima palestino, pero no así su gorro, y se fue a un rincón de Belén a defecar .

    Desde entonces , y ya llevamos dos milenios, ha habido un complot para encubrir el verdadero origen de nuestra tradición escatológica ,en el doble sentido de la palabra. A ver si por favor hacemos de 2022 el último año de ruido mediático navideño sobre la materia, y para diciembre tenemos ya la Fira de Santa Llucía adaptada a la verdad histórica.

    De ser así, prometo revelarles la historia de cómo el Caga Tió vino como trineo desde el Polo Norte.

  5. Sergio Alonso

    CUENTO DE NAVIDAD

    Hacía frío, pero no quería estar en casa. Caminaba por la calle, notando a cada paso el crepitar de la nieve endurecida por la ausencia de sol en la noche temprana. En la calle se respiraba ausencia. Todas las familias estaban reunidas, cenando y celebrando lo especial de aquella noche invernal.
    Un coche acercándose rompió el silencio que le daba a esa calle un cariz más lúgubre del habitual. Los copos iluminados por los faros dibujaban sombras largas en caída libre. El vehículo frenó a su lado y bajó la ventanilla.
    —Ho, ho, ho, chico. ¿Qué haces aquí solo?
    «Huele igual que papá cuando mamá se enfada», pensó él. Por algún motivo, ese olor le acercó al Papá Noel que conducía un coche de morro largo y color oscuro. El tubo de escape seguía rugiendo mientras emanaba de él una cortina de denso humo blanco. Santa Claus tenía la mirada algo perdida, la cabeza ladeada y ligeramente pivotante. Su aspecto era desaliñado. Su barba era negra y corta, de apenas dos semanas; nada que ver con la barba blanca que el chico recordaba. Debajo de su chaqueta, que estaba desabrochada, llevaba una camiseta blanca con varias manchas oscuras. El amplio abdomen estiraba la tela y hacía explícita la protuberancia de una hernia umbilical en su centro.
    El hombre seguía mirándole, con uno de sus párpados más cerrado que el otro, hasta que el chico se encogió de hombros para responder a su pregunta. Entonces Papá Noel sacó la cabeza por la ventanilla y oteó ambos lados de la calle con prolijidad. Apagó el motor y el sonido se hizo absoluto y pesado. Entonces volvió a mirar al chico, frunció los labios y emitió un chasquido.
    —¿Has sido bueno?
    El niño respondió asintiendo, con cierta efusividad y algunas dudas. Pensaba sinceramente que había sido bueno, pero no quería mentir a Santa Claus, no quería decepcionarle y perder esa oportunidad única. Pensó en sus padres, en contárselo al llegar a casa. Después pensó en los gritos.
    —¿Cómo te llamas? Creo que tengo un regalo para ti.
    El niño juntó las manos frías, en las que ahora sentía un hormigueo de puro entusiasmo. No pudo evitar morderse el labio inferior mientras intentaba disimular su incipiente sonrisa.
    —¿Dónde? —respondió él, prácticamente susurrando.
    —¿Cómo? —dijo Papá Noel, sacando la cabeza por la ventanilla y acercando la oreja a su boca.
    —El regalo. ¿Está ahí? —dijo, señalando al coche con la mano derecha mientras se tapaba parcialmente la boca con la izquierda.
    Por un momento estuvo completamente convencido de que su bici estaría allí, en los asientos traseros de aquel vehículo que ahora yacía en calma sobre el asfalto frío. Apretó las manos y pudo notar el tacto del manillar, escuchó el sonido del timbre y visualizó la sensación de libertad de los pedaleos que ya no podía dar, que estaba a punto de volver a dar.
    —No lo tengo aquí… —dijo Santa Claus, arqueando una de las comisuras de su boca en una mueca de decepción. El chico bajó la cabeza y sintió el impulso de llorar—. Pero está cerca, puedo llevarte —continuó diciendo antes de volver a mirar a los lados después de arrancar el coche.
    El motor rugía como una bestia enjaulada eufórica por volver a moverse. Eso asustó al chico, que oyó cómo bajaban los pestillos de las puertas entre el quejido de la gasolina combustionando. Siguió de pie, evitando la mirada del otro, mordisqueando las puntas de sus pulgares, nervioso y dubitativo.
    —¿No quieres tu regalo?
    —¿Por qué no lo llevas a casa? —respondió el chico, alejando las manos de la boca sin separarlas, apoyando la barbilla sobre los nudillos.
    —Ya he dejado todos los regalos en las casas —respondió Papá Noel después de un tiempo de duda—, pero no he podido entrar en la tuya… Creía que iba a tener que dejar tu regalo abandonado, pero ya que estás aquí puedes venir a cogerlo.
    —¿Y si voy a casa y te abro yo?
    Santa Claus cambió su gesto. Volvió a mirar a los lados de la calle y preguntó, en un tono más seco y áspero.
    —¿Quieres tu regalo o no? No quiero tirarlo, pero yo no me lo voy a quedar.
    Entonces el chico bajó la mirada y dudó. Se mordía el labio con fuerza y sentía un calor que recorría su cuerpo: el calor de la culpa, de la ansiedad de hacer algo indebido.
    Papá Noel, que no llevaba cinturón de seguridad, tiró su cuerpo hacia delante, giró sobre sí mismo y alargó el brazo hasta abrir la puerta trasera y empujarla.
    —Sube, vamos a por tu regalo. Hace frío, ¿no tienes frío?
    —¿Es la bici? —preguntó el chico.
    Papá Noel le hizo un gesto con el dedo para que se acercara. El chico le hizo caso, pero paró a unos pasos de distancia. El adulto hizo el mismo gesto, ahora con toda la mano en lugar de con un dedo. El niño se acercó más aún. El hombre respiró hondo y siguió con el gesto. El crío caminó hasta estar a unos centímetros de la boca del hombre hasta que éste le susurró al oído: «No debería decírtelo, pero sí. Es la bici».
    Al chico le recorrió la espalda un escalofrío tibio, agarró el mango de la puerta, tiró de él y, cuando estaba metiendo un pie en el coche, observó inmóvil la calle silente.

  6. Cuento de navidad

    Lo mejor para la resaca es seguir bebiendo. Todas las botellas están vacías pero en el congelador, bajo un dedo de escarcha y unos canelones congelados desde hace siglos, encuentro una botella de orujo blanco. Le pego un trago que me calienta de golpe el estómago y me preparo un café doble al que le añado un chorro generoso de alcohol. Reuno fuerzas suficientes para meterme en la ducha y salir a la calle. Las 12, la hora perfecta para tomar el vermut.
    En el bar de la esquina tienen puesto villancicos a todo trapo y el dueño -vestido de rojo con un gorro del mismo color- me recibe con una sonrisa amplia, un feliz navidad estruendoso y una lamentable imitación de papa noel. No estoy preparado, tiemblo y casi me doy media vuelta. Pero le gruño que me ponga un vermut rojo y me escondo en la mesa más alejada de todo. Me parece obscena tanta felicidad y pienso, por primera vez, en lo difícil que tienen que ser estas fechas para muchas personas. Como tanta avalancha de buenos deseos es un escupitajo en la cara de quien ha perdido a un ser querido, acaba de sufrir una ruptura o tiene una espada de damocles encima de su cabeza, con el enemigo dentro. El asco que deben sentir los que se tengan que sentar en la mesa con quien los maltrató de pequeños. Me quito el sabor de la bilis con tres vermuts casi consecutivos que me dejan anestesiado y salgo con prisas para la comida familiar, llego a tiempo, mamá, no te preocupes.
    Lentejas y huevos fritos, como manda la tradición que nos hemos inventado, un menú de obreros antes de la gran comilona de la cena, solo mis padres y mi hermano. Yo no tengo aquí esqueletos en el armario, solo un amor incondicional y mirando sus caras dejo por primera vez en toda la semana de sentir pena por mí y lo siento por ellos, todavía no les he dicho nada. Me preocupa ponerme a llorar pero ni siquiera se me enrojecen los ojos, debo tener el depósito de las lágrimas agotado. Después al sofá y ver como se quedan dormidos mientras la tele vomita gritos vociferantes de personas que no conozco ni quiero conocer. Más tarde la cocina, picando cebollas mamá pregunta porque tienen un sexto sentido y yo le digo que no me pasa nada, porque como decirle que estoy muerto de miedo sin arrastrarla también a un pozo sin fondo y le sonrío con los ojos limpios a pesar de la cebolla y le doy un abrazo que dura un poco más de lo habitual y ella me da un beso y parece tranquila.
    Luego la gran reunión, el caos, la mesa llena de comida, el vino de la bodega de mi tío, que me ayuda a tener una niebla perenne en la cabeza, me sorprendo riéndome más de una vez, por momentos se me olvida que tengo el corazón aprisionado por una garra, y no me molestan los gritos de los niños, ni me meto en discusiones de política porque todo el ruido es como una manta que me protege de la angustia y me dejo mecer entre trago y trago de vino y para bajar tanta comida, chupitos de pacharán.
    La casa se va quedando poco a poco vacía mis padres se van a la cama, no hay árbol ni regalos porque nosotros somos de los reyes magos, no creemos en ese papa noel con pinta de viejo borracho pederasta, pero yo no puedo dormir y les digo que salgo, que he quedado con la antigua cuadrilla. No sé si habrá algún bar abierto en esta pequeña ciudad de provincias pero encuentro alguno, con escasa clientela ¿Quién quiere salir a tomar algo en nochebuena? Gente como yo, que necesitan respirar un poco, huir de la soledad o del miedo, huir de algo. Nos tomamos copas nos invitamos a rondas hablando de nada con la voz pastosa de los borrachos. Cuando cierran salgo del bar con una botella de pacharán bajo el brazo y no recuerdo si la he pagado, me la han dado para conseguir sacarme del bar, o la he robado.
    Todavía falta una hora para que amanezca y me voy a la orilla del Ebro, la noche es fría pero no tanto como debiera, y me siento en la hierba pegando de vez en cuando un trago al pacharán y mirando las aguas para centrar la mirada y no vomitar. Intento no pensar en nada pero no lo consigo y creo que van a volver los temblores pero el cielo está empezando a iluminarse y justo en esos momentos recibo un mensaje en el móvil y me preocupo porque ¿Quién va a enviarme algo a estas horas? Me cuesta abrirlo porque estoy torpe y casi no enfoco la mirada pero lo leo ‘Perdona el momento, pero creo que te gustará saber el resultado. Feliz navidad.’ Un pdf adjunto en el que me fijo solo en una palabra que brilla como las luces de las calles y que me demuestra que al final sí que existe papa noel y dejo caer la botella de pacharán y me acerco a la orilla y vomito la cena, y la bilis, llorando como un niño y la mezcla de mejillones a medio digerir con mis lágrimas y mi miedo y mi angustia se va alejando río abajo hasta llegar al mar y hundirse en el fondo.

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