Laboratorio 13 de julio: Fingimientos y máscaras

Comentaremos textos escritos por los participantes y haremos actividades de escritura en el momento, que nos pueden servir como semillas para la sesión siguiente o no.

Cada sábado tendremos una consigna sobre la cual escribir. Los textos se tienen que poner en los comentarios de la entrada pertinente antes del viernes anterior a la sesión. Podemos poner el texto tal cual o un enlace a un sitio donde leerlo. Los textos tienen que tener, como máximo, 900 palabras. Cada participante tiene dos compromisos: a) Escribir un texto y b) Leer los de los compañeros.

El laboratorio tendrá un número limitado de participantes. Para cada sesión podrán asistir quienes cumplan las dos condiciones anteriores, por orden de presentación de textos. Pedimos a todos los participantes honestidad y buen rollo.

La consigna en esta ocasión es escribir un relato en el que se hable del fingimiento, se usen máscaras, los protagonistas se escondan de lo que son. Como consigna adicional no pongamos nuestro nombre real en los comentarios, también fingimos.

Tenéis que escribir vuestros textos y ponerlos en los comentarios de esta entrada, bien pegando directamente el texto, bien poniendo un enlace donde leerlo hasta el jueves anterior a las 12 de la noche. Tenemos hasta la sesión para leer los relatos de los demás.

Cualquier duda la podéis preguntar por el grupo de Whatsapp.

12 comentarios

  1. Palomo Cojo

    Paloma varada.
    El cliente llegará pronto. Deja la compra en la cocina, tomates para ensalada y un poco de merluza.
    Cambia las sábanas. La luz del sol entra por la ventana. Los chiquillos en la calle juegan con una paloma herida que no puede volar. Uno de ellos le da una patada. Chasquido de huesos que se quiebran. Dolor de espalda al doblar la sábana.
    El cliente llegará pronto. Se enjabona lentamente. Los años han dejado huella en su cuerpo. Comezón en la herida horizontal del vientre. Pesa la cuna vacía en el alma. Moretones en los muslos. El runrún en la cabeza, como una avispa adormecida. Pelos en el desagüe. Espuma entre los dedos y el maldito dolor de espalda, que no cesa.
    El cliente llegará pronto. Se sienta frente al espejo. El tocador de su madre cuarteado por el paso del tiempo, al igual que el cabezal de la cama, descolorido y desencajado. Restos de pintura reseca en las uñas. Dedos largos, huesudos, embadurnan de carmín los labios. Sombra ceniza en los párpados y resignación en la mirada. El cliente llegará pronto.
    Se viste con un picardías rojo con lazos negros en las mangas. Gasa transparente, pechos caídos. Colgajos en los brazos, la vejez hecha jirones, tan amarga. Medias de satén y el liguero que tanto le gusta al cliente. La imagen en el espejo se burla. Se ríe de ella a carcajadas. “Otra vez vas disfrazada”, dice. “Ponte la máscara. Sonríe, ábrete de piernas y calla”.
    El cliente llama al timbre.
    —Hola, ¿cómo está hoy señor Nadie?
    —Bien querida, el día ha sido duro, la soledad árida. Gracias que te tengo a ti para mimarme, mi dulce Paloma, amiga amada.
    —Claro que sí cariño. Tu Paloma te hará feliz, aunque sea unas horas, sabes que aquí siempre eres bien recibido.
    —Son tantos años que vengo a verte…
    —Venga, vayamos a la cama.
    El septuagenario huele a moho, a polvos de talco y betún. El pene arrugado y flácido se pone firme entre las manos nervudas y ajadas de la mujer. Lo introduce dentro de ella entre jadeos y quejidos. Dos sacudidas y el chirrido de la cama que cesa. El anciano ya descansa, aliviado.
    Él se queda dormido y ella se quita la máscara. Sale a fumar al balcón tapada con una bata gastada. Fuma lentamente. El humo se eleva, lo sigue con la mirada. Esa mirada que pone cuando imagina otra vida, otra casa, otra cama. En la mente sonido blanco. La paloma sigue en la acera, derrumbada y sin alas.
    Los chiquillos en la calle, aburridos, gritan: ¡La puta paloma ya está muerta, oé, oé! Y ella en el balcón asiente y calla. Paloma, la puta, hace años que murió. Hace amargos años que vaga, cual fantasma. Años que le arrebataron lo único que le importaba. Ahora la herida en el vientre es lo único que a veces aún supura alguna lágrima.

  2. Tinderio

    Sé tú mismo

    – Pues sí, trabajo en una consultora, a ver, no es el trabajo de mis sueños pero no me puedo quejar
    Tengo que mantener la mirada en los ojos. Imitar su lenguaje corporal para establecer una conexión subliminal. Esto es muy difícil. No tienes que fingir, solo tienes que ser la mejor versión de ti mismo. Qué fácil de decir y qué difícil de hacer. Empatizar, eso siempre funciona.
    – Si, tienes razón, yo también pienso lo mismo.
    Venga, que la cosa no va tan mal. Punto uno, no hablar demasiado de mí mismo, ni de tu ex, ni de lo solo y desesperado que estás. Poner cara de que todo va bien, de que eres el dueño de tu destino. Me tiembla la mano. Un chiste para relajar el ambiente.
    – Ja, ja, ja, eso ha tenido mucha gracia.
    Si se reía era que tenía interés ¿verdad? No me acuerdo de todas las reglas ¿las miro en el móvil? No, eso estaba prohibidísimo ¿le digo que voy al baño y aprovecho para mirar? Hostias, una pregunta directa, aquí había que ser sincero, que si no luego te pillan y es peor.
    – Te entiendo. Lo siento mucho.
    ¿Esto era bueno o era malo? Yo creo que bueno. Entonces todo bien. La verdad es que la chica es un encanto. Nada de las historias de terror que me han contado mis amigos. Me gusta mucho su sonrisa ¿otro chiste? Mejor no abusar. ¡Un halago! Eso, no me acordaba.
    – Gracias. Eres muy simpático.
    ¡Que ojazos! Se me está yendo el santo al cielo.. ¿qué paso iba ahora? Por lo menos la cosa está fluyendo, hay que fluir, dejarse llevar. Yo no puedo. Necesito tener las cosas apuntadas. Tranquilo, no pasa nada. Respira. Relájate. Escucha.
    – ¿Te parece si pedimos otra ronda?
    ¡Sí! ¡Si, sí, sí! ¡SÍ! Mejor me pido algo sin alcohol, no vaya a cagarla. O algo con, para seguir relajado pero voy bebiendo muy poco a poco. Lo que pida ella, así empatizo. Creo que me estoy enamorando. Pero ni se te ocurra decirlo. Pero algo habrá que decir ¿no?
    – Yo también prefiero el vino blanco, es más suave.
    Si la cosa va bien tendré que tomar vino blanco toda la vida. A la mierda el tinto. Bueno, eso si va bien la cosa, que ya nos estamos flipando, como siempre. Luego la decepción y a llorar por los rincones. Hay que centrarse en el aquí y ahora ¡vamos, equipo!
    – ¿Estás leyendo alguna cosa?
    Esta me la sé, ya me dio Juan la lista de libros que ni eran muy vulgares, ni demasiado intelectuales, conocidos pero no tanto, escritos por mujeres. Emocionales pero no sentimentales. La verdad es que me costó acabarlo pero ahora le voy a sacar partido.
    – ¡Esa escritora me encanta! Tenemos tantas cosas en común…
    ¡Bien! Casi no puedo creerme que no la haya cagado todavía. Confía en ti mismo, como me decía David. Pues al final ha funcionado. Y eso que venía hecho un manojo de nervios. Aterrorizado. Tanto tiempo fuera del mercado, es normal. ¡Pero qué chica tan maja!
    – Sí, ese fragmento yo lo tengo subrayado. Te llega directo al corazón ¿verdad?
    Tú sí que me estás llegando al corazón. Me encantaría darle un beso. Seguro que sabe a tiramisú, dulce y embriagadora. No soy capaz de dar el paso. Me voy a quedar en la friendzone, un chico majo para conversar y nada más. ¡Atrévete, cobarde!.
    – Nos pasamos la vida buscando el amor sin darnos cuenta de lo cerca que puede estar..
    Me están sudando las manos. Las manos, es verdad, para el acercamiento físico. ¿Qué era lo que tenía que hacer? ¡Ah, sí, lo de las líneas! Con la excusa de leer la palma de la mano ya la has cogido de las manos y es más fácil conectar.
    – La verdad es que yo no creo en esas tonterías, ni en el horóscopo.
    No pasa nada, algo tenía que salir mal. Respira. Plan B. Hay que buscar la cercanía. Pero estamos muy lejos. Esta mesa es muy grande. No puedo apoyar los brazos porque están los platillos de las tapas. A lo mejor si aparto las patatas bravas…
    – Me lo estoy pasando genial contigo, pero mañana tengo que trabajar.
    Se va a ir. Te agarraría de la cintura como en las películas en blanco y negro y te besaría con la desesperación del ahogado. Pero nos daremos dos besos castos y ya está. Se acabó. ¿Y si busco la comisura? Feo, pero estoy desesperado. No. Sí. No. ¡Va!
    – Perdona ¿Te he hecho daño? Estás sangrando de la nariz
    – No te preocupes, estoy bien.
    – Me sabe mal, es que hemos girado la cabeza al mismo tiempo.
    – Soy un poco torpe, ja, ja
    – Yo también… Bueno, lo menos que puedo hacer para compensarte es quedar otra vez e invitarte a una ronda.
    – Eso sería maravilloso.
    – ¿Te parece bien el viernes que viene?
    Me parece muy bien. Me parece que alguien allá arriba cuida de mí. Me va a dar tiempo a repasar bien la lista. La próxima vez, todo saldrá perfecto.

  3. Pedro Picapiedra

    Suite, Las Ramblas

    El platanero que torpe inunda Las Ramblas de cotorras chismosas y umbrías de métete y refresca la solana. «¿Por qué no callan la boca?, ¡más que cotorras!», el ejecutivo cuarentón en traje con chaqueta, pega la sudada oreja al móvil para que hable audible mientras que la marabunta de catorce y quince años, ya sin clase gritan, «no me tires del pelo, Gustavo», bromas y risas. «Ayer me das un beso y ahora vas de infantil», vocea la guapita de catorce al chulito de quince, ese de pelo largo, negro. «Odio los autos, moriré chafado, los hígados fuera», se pausa en la acera, atraviesa el carril al mar de Rambla Santa Mónica, la bandeja a timón borracho, blanca camisa y pajarita al cuello, hacia el transatlántico de en medio; origen, el restaurante Amaya; destino: las mesas de tinto y verano.

    Pacifica paloma, cagona y lela, una gaviota baladrona y blanca, se planta a su par, alza su hacha de guerra y la hunde en los sesos del palomo, y en paz. De entre el río de sandalias, zapatos y bambas, solo se detiene un jubilado con chanclas: «Una gaviota caníbal, el mundo es sálvese quien pueda, lo vengo advirtiendo, ¡a la mierda la humanidad! pero a los viejos, que nos den; por lo menos ha sido rápido, le desparrama los sesos y a comer.». «Mamá, mamá, qué hace esa gaviota», un niño con sus seis años, y el jubilado se adelanta a la mamá, «De un picotazo en la cabeza le ha sacado los sesos, aprende niño, no te fíes ni aunque vista de blanca y pura», «Qué tiene seis años, por el amor de dios, con su edad, no le da vergüenza», su mamá luce pelo corto y unos cuarenta años que te cagas.

    Y un gran cabrón con pies-garras y alas aguileñas, bestia lasciva, aposentado en un lateral del paseo, disfrazado, gimotea a sus tripas: «Mucho guiri sin vergüenza, tanto mirar y ni una foto legal, deberían pagar por trileros, el sol me derrite el seso». Una joven de contoneo, rubia maíz, tira decidida, «Qué gran cabrón, Marcus ni se le parece, qué garras, podrían…», el gran cabrón extiende sus ocres alas, la pose, la foto, y la engulle con ellas, y por dos euros goza la bella del suyo cabrón. Las Ramblas mendiga dinero al metro y este juega al siete y medio.

    Las Ramblas, Las Ramblas, Las Ramblas, la pu… de Las Ramblas, yo tenía una…, que se llamaba Asunción. El Teatre Principal, un clásico cerrado para darse el lote, farolas de cinco cabezas «Dame más, no pares, no pares, oh, sí, más… Se la pela el carrer Nou de la Rambla, con prisas. Ojea el revistero: «No compro la revista Hola, la pirateo”, y ojea la revista, la señora de cincuenta sombras de Grey y años: «Lo vivido por lo servido, y yo con minifalda…». «Quién compra revistas en papel, ¡nadie!, pondré zumos y chocolates con churros», el revistero, cansino, ordena las revistas. El jubilado con chanclas le taladra «Qué Julio, ¿se venden o no se venden?, te lo dije, pon zumos para los guiris», «Porque no te pegas un barrigazo», «Si no fueras viejo salías caliente».

    De paisano un par de mossos, los collejator de Las Ramblas. Vislumbran la triada de carteristas, dos chicos y una chica, ésta chillona, les benefician con una colleja en el cap, «Qué haces, que no estamos haciendo nada», «Fora, pitando de Las Ramblas», «Tenemos derecho…», otra colleja, «Acá lo tienes…». Desparecen por el carrer Ferrán, los mossos se esconden tras una parada de flores. «Una altre vegada, ni puñetero caso», «Déjalos y vamos a almorzar, es más de lo mismo». Enfilan a la Boquería, a un chiringuito conocido, presto se les acerca el jubilado con chanclas, se aperciben «Por el amor de deu, ¡no!», «Agentes, agentes, acabo de ver a los tres carteristas, estaban troleando a un par de viejas», «No te preocupes, Prudencio, cuando volvamos estarán aquí» «¿No vais a hacer nada?», «Almorzar».

    La Boquería muestra un barullo de extranjeros, fotografían la bonita entrada que ejerce de efecto llamada para cualquier guiri deseoso de mostrar lo intenso de sus experiencias vitales. Dentro, fresca la sombra, hay tenderetes con licuados multicolores, aromas y fritanga preparada, frutas derretidas al chocolate remendón, nueces y pasas viejas, y un etc. «Para el guiri y la guiri». Solitaria, una paradeta añeja, repleta de picantes secos, chiles, habaneros, el trinidad moruga, el naga viper, etc. La caseta de la bruja en Hansel y Gretel, con su tendera mayor, mayor de setenta, que muestra la espalda a cualquier móvil que pretenda fotografiarla, aunque no va a más tras el acuerdo con el director, «A ver, Pancracia, colabora, el turismo es dinero», «Dinero, para quién» «Esta bien, si mantienes tu puesto tal cómo está te subvencionamos con quinientos euros mes», «Mil o no hay burro».

    «Sumo de maracuya, sorry», la mujer con su marido al lado vocaliza como puede, muy germánicos. Y el jubilata con chanclas, «No, aquí no, que los zumos están aguados», «No entender…», «O te largas o te inflo a leches, chocho de las pelotas» «Sorry, sorry», el matrimonio aprieta con fuerza su bolso y riñonera, y desaparecen. This is Las Ramblas.

  4. Punto de sal
    Comienzo picando la cebolla. Mi madre me enseñó cinco maneras diferentes para que no te lloren los ojos. No utilizo ninguna. Dejó que se vayan irritando las mucosas. El llanto sale lento y sosegado. Es la sazón que empleo en el sofrito. Tomad y comed todos de él, porque este es mi cuerpo que será entregado por vosotros. Me gustan los guisos porque dejan un olor agradable que se pega a las paredes y dura un par de días. Aunque lleve más tiempo que freír unos filetes o descongelar una pizza.

    Comemos fuera de casa. Los niños en la escuela, mi marido en un bar cerca del trabajo, yo me llevo un tupper con las sobras del día anterior. Pero siempre cenamos todos juntos. No ponemos la televisión, ni usamos los móviles. Hablamos poco. Los niños responden con monosílabos a nuestras preguntas sobre la escuela. Mi marido comenta cosas del trabajo. Yo nunca digo nada. Escucho. Me preocupo por si dejan algo en el plato. Sobre todo cuando hay guiso. Nunca nadie se ha quejado por el punto de sal.

    Mi marido mete a los niños en la cama mientras yo recojo la mesa. Es mi momento preferido del día. A la izquierda, los platos y los vasos sucios. Amontonados, desordenados. A la derecha voy dejando lo enjabonado. Cada cosa en su lugar preciso. Una arquitectura efímera geométrica y compacta. El aclarado. Cada elemento de la vajilla emerge diáfano de la cascada de agua. La suciedad desaparece, se escurre por el fregadero. Al acabar el orden ha sido restaurado, la entropía vencida. Un día más.

    Le oigo canturrear mientras se lava los dientes. Sé lo que significa. Después de veinte años de matrimonio todo funciona como un mecanismo inapelable. Cada gesto tiene un significado que provoca una reacción. Todo está escrito en un manual invisible en el que están contempladas todas las posibilidades. Mi cuerpo responde a mi pesar. Me seco las manos con mucho cuidado, las huelo, me las paso frescas por la cara. Abandono la cocina. En mi cabeza una voz de soprano canta un do sobreagudo.

    Entro en la cama solo con las bragas puestas. Sé lo que se espera de mí. Nos besamos. Me acaricia los pezones. Los chupa. Se coloca encima de mí. Su pene ya está erecto. Yo estoy mojada. Comenzamos el antiguo rito una vez más. Él tiene los ojos cerrados. Siempre ha sido así. Los míos están abiertos. Si mirara detrás de mis pupilas me vería desnuda, tal como soy. Sin máscaras.Siempre me ha dado miedo estar tan expuesta. Pero no hay peligro. Nunca lo ha hecho. Nunca lo hará.

    Se queda dormido en segundos. Siempre me ha dado envidia esa facilidad para el sueño. A mí me cuesta demasiado. Utilizo varias estrategias, pero hoy no funciona ninguna. Me resigno. Salgo con cuidado de la cama. Meto los pies en las zapatillas. Me pongo la bata. Voy a la habitación de los niños. Están bien tapados. Les doy un beso con cuidado. No quiero que se despierten. Todavía tienen el dulce olor de la infancia ¿Qué haré cuando se transformen en unos adolescentes permanentemente enfadados?

    Abro la puerta de la ventana y salgo al balcón. Las luces de las farolas no consiguen vencer a la oscuridad de la noche. El cielo está negro y sin estrellas. El termómetro marca diez grados. Echo de menos fumar. Aspiro el aire con bocanadas profundas y desesperadas. El frío me va llenando por dentro, se desborda por mis ojos. Deja cicatrices de hielo en mis mejillas. No aguanto más y, de las dos direcciones, elijo la más cobarde. Hoy no, todavía no. Cierro con cuidado la puerta, como si la pudiera cerrar para siempre.

    Mi marido está roncando suavemente. Me meto con suavidad en la cama. Se da la vuelta en sueños y me echa un brazo por encima. Me dejo abrazar. Debajo del edredón hace mucho calor. Mi aliento está frío, dibuja nubes blancas en el aire de la habitación. Me imagino una canción de hielo y fuego en cada célula de mi cuerpo. Incendios en los bosques de la tundra siberiana. Desiertos golpeados por tormentas de granizo. Glaciares heridos por torrentes de lava. Con esos pensamientos, poco a poco, me quedo dormida.

  5. Temis

    Ley y orden
    – ¿Quién eres? – me pregunta.
    – Tu hijo – respondo.
    Mientras lo degüello intenta decir algo, pero la sangre le sale a borbotones por el corte del cuello y solo consigue emitir algunos sonidos guturales que no entiendo. Algo así como gugggagggg.
    Nota mental: al próximo… ¿Sería mejor dejarle hablar un poco antes de cortarle el cuello?
    Segunda nota mental: ¿Por qué he pensado que habrá un próximo?
    Basta de notas mentales. No es el momento.
    Mi madre, pobrecita, solía decirme cuando yo era pequeña: no es más limpio quien más limpia más sino quien menos ensucia.
    Cuánta razón tenía mi querida madre. Y qué buena era.
    Siempre fui una niña limpia y ordenada. Ni un pelo en el lavabo, ni una miga de pan en la mesa del comedor, ni una prenda de ropa sucia o mal ordenada en mi dormitorio. Mi madre siempre me lo agradecía. Me daba un beso en la frente y citaba ese refrán tan sabio: no es más limpio quien más limpia sino quien menos ensucia. Todavía me emociono cuando lo recuerdo.
    Por eso, siguiendo su consejo, lo acabo de degollar con la cabeza metida en un barreño, para que su sangre no manche el suelo.
    Perdón. Soy una persona ordenada y limpia -ahora mismo ya he limpiado la sangre del cuchillo y lo he guardando en su sitio- pero estoy contando todo esto de una forma muy desordenada. Eso no es propio de mí.
    Empiezo por el principio. Es decir, explicando por qué maté al primero.
    Maté al asesino de mi madre porque no podía dejar de hacerlo. Es así. Pensad lo que queráis, pero seguramente vosotros también lo habríais hecho.
    Me armé de convicción, de valor, de un buen cuchillo y lo hice.
    Tuve dos sorpresas: fui capaz de hacerlo tal como lo había planeado y -la mayor sorpresa- no me pillaron.
    Después de hacerlo, pensé: fue un acto de justicia, he cumplido con mi obligación y estoy en paz.
    También pensé: me he quitado un peso de encima. A partir de ahora, a vivir.
    El asesino de mi madre, supongo que ya lo habéis imaginado, era mi padre.
    El significado de la palabra “padre” no es el mismo para vosotros que para mí. Supongo. También os pido que lo entendáis. Para mí “padre” solo significa el cabrón que mató a mi madre.
    Y mi madre no solo era la persona más importante de mi vida, sino también la persona más buena que he conocido nunca.
    ¿Qué pasó conmigo después de que mi padre matara a mi madre?
    Oh, sí, salí de todo aquello, es verdad. Pero no fue fácil. Yo era una niña de trece años, mi madre había sido asesinada y el cobarde de mi padre había desaparecido después de matarla. ¿Quién se ocuparía de mí? Mi madre era hija única, no tenía hermanos. Mi abuelo materno había muerto, la abuela tenía demencia y vivía en una residencia, y por esa rama solo quedaban dos primos lejanos y solterones, ya demasiado mayores para ocuparse de mí. Del lado de mi padre, todos se escabulleron sin ninguna compasión. Nadie me quería, como si yo hubiera hecho algo malo.
    Demasiado joven para trabajar y vivir independiente, demasiado mayor para que nadie me quisiera adoptar. Resultado: centros de tutela de menores, abusos, maltratos. Crecí estoicamente rodeada de delincuentes.
    Pero el odio mueve montañas y salí fortalecida de todo eso. Los educadores decían: qué voluntad tiene esa niña, qué buena estudiante que es. Luego todo el mundo me elogiaba: va a la universidad con becas, acaba la carrera de derecho con matrículas, mientras trabaja como abogada continúa estudiando y aprobando oposiciones, una detrás de otra, incluso las más difíciles.
    Cuando aprobé las oposiciones a jueza, me di cuenta de que mi nuevo trabajo me daba acceso a mucha información privilegiada. Mucha más, si no tienes muchos escrúpulos. Y mucha, muchísima más, si para obtenerla eres capaz de chantajear y extorsionar abusando de tu cargo.
    Se me ocurrió buscar a mi padre, todavía en paradero desconocido.
    Lo hice. Busqué la información necesaria, moví los hilos que hizo falta, descubrí donde estaba, lo fui a buscar y le rebané el cuello.
    Qué descanso. El mundo tenía un color diferente sabiendo que él ya no existía.
    Después… ¿pasaron unos seis, ocho años? Algo así. Os aseguro que ya me había olvidado de mi faceta de asesina de un solo asesinato, como si nunca hubiera matado una mosca. Era una jueza respetable, con una capacidad de trabajo y un cinismo que auguraban un puesto en las altas esferas de la judicatura.
    Pero en una comida con unos compañeros de juzgado, alguien comentó el caso de Facundo Rodríguez.
    Apenas pude comer. Como si me hablaran de mi padre. El mismo tipo de cabrón cobarde. No había ninguna duda de que había matado a su mujer, dejando huérfano a su hijo. Después, huyó como una rata.
    Al menos hay algunos que guardan un poco de dignidad para suicidarse después de matar a su mujer. No como la carroña de mi padre o Facundo Rodríguez.
    Encontré una foto del pobre huérfano. Nueve añitos.
    La opción de buscar a Facundo Rodríguez y entregarlo a la justicia no valía la pena. Soy jueza, sé de lo que hablo. Puede haber un fallo en la instrucción, un error con los plazos, que no se admitan las pruebas más evidentes, que el tipo tenga un buen abogado de aquellos que saben retorcerlo todo. En el mejor de los casos, pueden condenarlo a veinte o treinta años de cárcel, que se pasará consumiendo recursos públicos que son más necesarios en los hospitales. O en los centros de tutela de menores.
    ¿Sería yo capaz de encontrar y matar a ese asesino?
    Sí, me dije.
    No soy buena resistiéndome a los retos que la vida me pone por delante.
    Por eso, cuando Facundo Rodriguez me ha preguntado quien era yo antes de degollarlo, le he respondido que era su hijo. Porque lo he matado en nombre de su hijo.
    Pero estoy divagando y no me he dado cuenta de que el barreño se ha llenado y se está derramando la sangre.
    Hay que limpiar y ordenar. Este cadáver no tiene que estar aquí, hay que llevarlo a otro lugar.
    Como decía mi madre: cada cosa en su sitio, y un sitio para cada cosa.

  6. Un día gris:
    Un día más en su vida, un día mas en ese camino sin final, largo como una carretera de Castilla, sin ninguna curva que le desvié de los trazos marcados. Por su manera de ser, la dama decidió desviarse, buscar entre las curvas de la vida los alicientes que no encontraba en casa.

    Cada día la morena elegante prepara la comida para sus dos hijos. Antonio y María de 10 y 11 años, dos niños pequeños que rebosan ilusión. Les prepara el almuerzo, plancha su ropa, lava las manchas que los mequetrefes se hacen mientras comen, les cuenta un cuento cuando van a dormir. Al llegar la noche se pregunta. ¿En qué momento todo cambió?, me gustaba la vida solitaria, mi libertad y mírame ahora ahogada entre mocos, peleas, deberes escolares y junto a esas madres que solo saben mirar quien se ha separado. En vez de criticar a tu compañera, mira lo que tienes en casa, quizás debas agacharte al salir de casa y hacer como mis amigas; Se juntan entre ellas, ya ni quieren lo mejor del cerdo, se han vuelto veganas a fuerza de disgustos ¡
    Allí está mi marido con su maletín. Siempre bien peinado, siempre atento, siempre diciendo buenos días. Se conserva bien a sus 50 el moreno de ojos azules y posaderas donde me perdía. Siempre hace lo mismo, cada día es la marmota, mas tedioso que una conversación en el ascensor cuando se estropea y te pilla el viejo al que le han abandonado la mujer y el desodorante. ¿A ver quién vuelve primero?

    Así que mientras los niños estudian y su marido trabaja ella no renuncia. Va al hotel de 4 estrellas, a esa habitación convertida en una sala medieval y da rienda suelta a su imaginación. La ESCORT escoge bien a sus clientes. A veces hombres, a veces mujeres, uno, dos… Ella escoge sus clientes. Por esas curvas solo pasan los elegidos y el peaje es caro.

    Los hombres se pierden en sus mundos, los lleva a la locura, se pierden en su intimidad. Cuando estas en sus montañas no pides ayuda. Te lleva a la locura. ¿Dices que no gritas? Con ella gritarás. Cuando estés en la ducha con ella, empezarán a caer las gotas del agua, sus palabras caerán con la misma velocidad que el agua, acompañadas de esa música que os protege del mundo asqueroso con el que habéis formado un pacto de ahogamiento. A esa mujer no le des la espalda, tiene más clase que tú. A veces te cierra los ojos, en ese momento síguela con el olfato, sigue su colonia, ella ira depositando las pequeñas gotas de ese perfume en su cuerpo, sigue su aroma y piérdete donde la imaginación te lleve. Sus senos son parada obligada, solo los elegidos se perderán en medio de las cumbres. Solo ellos fusionaran su cuerpo con ella, solo ellos entraran en un estado de éxtasis que no volverán a vivir nunca más. Hombre, mujer, uno, dos, qué más da, no volveréis a vivir nada igual, sois hormigas contemplando a una Diosa, cerrar los ojos ante su presencia, sentiros afortunados plebeyos sin destino.
    Hace unos días que ese hombre la intriga. Ella siempre chatea con sus clientes antes de dar un paso, pero este es diferente. La seduce a través de la palabra. Dice que es poeta, que vive de la palabra, la conquista sin pasar por sus tierras, la seduce sin tenerla cerca.
    -Diosa del olimpo, amazona de la verdad de los cuerpos desnudos, ¿dices que haces gritar a hombres y mujeres?, cuando este yo cerca la que gritarás serás tú, el deseo se evaporará por toda la habitación.
    Tiene ganas de abrazar al caballero que se enconde detrás de las palabras. De noche vuelve a casa, esconde como cada día el secreto de su vida oculta, pero ahora se retuerce entre las sabanas de la cama pensando en él. Procura apaciguar su voz retorciendo la sabana entre sus labios de miel. Aquiles ha encontrado su talón, dama del placer ya no mandas tu. La reina de las noches infinitas se ha enamorado de un hombre al que no conoce. Ha encontrado su kryptonita, no le importará deshacerse en medio de esta, si hace falta pagará ella. Sus palabras le llevan al recuerdo de sus primeros años de matrimonio, cuando la princesa creía en los cuentos de hadas, la pasión se perdió entre las sábanas tiradas delante de la lavadora. la Diosa decidió no renunciar.
    Poco a poco el destino se acerca a la puerta. El hombre que la cautiva con la palabra se hace llamar a si mismo Don Quijote. Hoy es el gran día, hoy viene el caballero a conquistar nuevas tierras. Todo esta preparado para el gran momento, será a oscuras, solo quiere verle cuando el clímax llame a la puerta, solo quiere escuchar su voz cuando el jadeo se vaya de la habitación.
    El día ha llegado, Don Quijote esta delante de su Dulcinea.
    No quiero tus palabras, quiero tus caricias le dice ella.
    El caballero de causas perdidas mueve su mano por su cuerpo, la mano guía el camino al resto de su cuerpo, siente y descubre tierras desconocida para ella. Se siente protegida en medio de los besos que visten a la mujer desnuda. Don Quijote se acerca a sus molinos, ataca con su lanza una y otra vez, no hay palabras para describir el momento, solo una cuando ella abre la luz:
    -Qué haces tu aquí? La madre que te trajo, tu no deberías estar trabajando….
    – Y tú no deberías estar con tus amigas o planchando las camisas de nuestros hijos, mala…
    Los dos discuten, pero cuando ya se han cansado de gritarse, hablan. La conversación se hace eterna. Acaban llorando, abrazados, preguntándose cuando se perdieron.
    En casa se miran de nuevo,
    -Eres una gata mentirosa
    – y tu un hipócrita….
    Los dos se van a la cama, cerremos la puerta, la pasión ha vuelto.

  7. Edurne Pasaban

    ESTE TAMPOCO

    Será idiota, tanto gimnasio y tanto músculo pero no aguanta nada, sigo sin entender porque en el perfil de Tinder dijo que le gustaba ir a la montaña. Es que soy tonta, debería haber indagado en su Instagram o haberle preguntado algo más concreto, seguro que lo hubiera pillado, o tal vez yo soy la rara, decirle de subir al Pedraforca el primer día que quedamos. La gente queda en un bar o en un restaurante para la primera cita, se conocen y se tantean. Si Mamá tiene razón, siempre he sido un bicho raro, Mamá me animaba a salir con los amigos y seguro que hubiera estado más contenta si hubiera llegado borracha alguna noche como cualquier adolescente en lugar de ir todos los findes a la montaña. Y seguramente este tío ha pensado lo mismo, que tía tan rara, sin parar durante horas cuesta arriba, subiendo detrás mío sacando la lengua, que lo oía jadear, seguro que estaba mirándome el culo y era lo único que lo motivaba a seguir adelante. Es que es tonto, se habrá gastado al menos doscientos euros en equipamiento y ¿para que? ¿Para hacerme creer que era un montañista? Solo ha hecho el ridículo, me he dado cuenta en cuanto me ha recogido y no sabía dónde estaba el paso del pastor para subir al Pedraforca. Se estará arrepintiendo de haber sacado las etiquetas de su equipamiento porque no creo que vuelva a la montaña. No podrá moverse en una semana. Si ayer ni siquiera fue capaz de echar un quiqui, ganas tenía, eso sin duda, y es muy majo, es verdad, tan moreno y tan fuertote, seguro que levanta pesas todos los días y se mira al espejo cómo se le contornean los músculos. Fue gracioso ver como intentaba fingir que podía, pero el pobre estaba muerto de cansancio. Y ahora el tío se ha dormido y se está perdiendo esta noche maravillosa. Debería irme y dejarlo aquí tirado y mañana le digo por Instagram ¿no eras el que sabía moverse por la montaña con los ojos cerrados? ¿El que decía que era hijo del Pedraforca? ¿Mañana que hago? No podemos seguir, las ampollas de sus pies dan miedo Qué lástima, tenía ganas de que hubiera funcionado, el tío me gusta, tiene unos ojos preciosos y una sonrisa que derrite, pero si no le va a gustar la montaña no me veo con él. Me hubiera gustado que ahora estuviera aquí conmigo, abrazándome, viendo esta inmensidad, que me protegiera de los ruidos del bosque que me dan miedo, que conociera las estrellas y me las señalara aunque me dijera nombres inventados. Pero joder, debe haber sido la primera vez que va al campo, si ni siquiera había visto nunca una cabra, cuando le ha dicho al pastor ¡pero cuantas cabras tiene! Y lo he mirado pensando que le hacía una broma ¡pero no! Tampoco entiendo como el pastor le ha respondido en lugar de mandarlo a tomar por culo. Pero mira que el tío es simpático porque nos hemos reído un montón, imitando al pastor “cabras ni una” hasta que ha perdido el resuello. Que pena, necesito alguien que me quiera como soy, que me proteja, que suba delante de mí y me abra el camino. Es una pena, pero no, este tío no me vale. Mañana bajamos.

  8. Sandriiii

    Noche de San Juan
    Aquella fue mi primera vez. Todo el grupo habíamos ido a celebrar la verbena de San Juan en la playa de la Concha en Arrecife, donde nos alojábamos. Como hacía gran calor y la noche prometía ser larga, llevábamos trajes de baño y bikinis por si nos apetecía darnos un chapuzón. Yo, que era una despistada redomada, me lo había olvidado en el hotel. Así que decidí pedirle a Marta que me acompañara a buscarlo.
    Nuestros respectivos padres nos habían regalado un viaje a Lanzarote después de finalizar el bachillerato, “premio al esfuerzo para niños pijos” como lo llamaba mi padre, así pues nos juntamos en la isla un buen número de jóvenes en pleno apogeo hormonal. Ahora muchos invadíamos la playa como gaviotas excitadas ante un suculento banquete de peces muertos.
    Marta, que estaba liada con Jorge, cuando le pedí que me acompañara al hotel me dijo que aquella noche era “la noche”, ¡en mayúsculas y subrayada!, así dijo, y me largó de ahí a manotazos chillándome que me buscara a otra, que ella tenía “planes”. Así que se lo pedí a Virginia, la empollona del grupo. “Ella seguro que no tenía “planes””, pensé.
    Cuando se lo supliqué a Virginia me miró sonriendo de oreja a oreja. Todos llevábamos ya unas cuantas copas encima y a ella le brillaban los ojos y alargaba la ese al hablar.
    —¡Claro que te acompaño Sssssandri! Pero no corrassssss que voy un poco pedo. Ji, ji, ji. No sse lo digasss a nadie. Ssssshhh, esss nuessstro ssssecreto.
    Nos alejamos un poco del grupo, pero ella iba lenta y arrastraba los pies por la arena con cachaza. De pronto pegó un traspiés y se cayó de bruces. Al levantarse, sonreía. Con gesto picarón se bajó un poco la parte de arriba del bikini y se limpió la arena de entre los pechos. Cuando acabó de adecentarse, me fijé que los pezones se le marcaban a través del bikini. Me quedé embelesada mirándola. La chica más fea del instituto estaba esa noche distinta, estaba salvajemente atractiva. Mechones de pelo negro le caían por los hombros y relucían con el rojo vivo de las hogueras.
    No sé si fue el alcohol, la playa, las hormonas o la magia de la noche de San Juan, pero deseé a Virginia. Un calor intenso nació en lo profundo de mi sexo y se expandió por todo mi ser, obnubilando mi mente y suplicándome que lo aplacara como fuera.
    —Virginia, ¿Qué te parece si nos bañamos desnudas? En esta zona no hay casi gente y nadie nos verá.
    —¡Ssssíiii! ¡Hagámossslo! Shhh, ssserá nuestro ssecreto —murmuró Virginia guiñándome un ojo. Mientras comenzaba a bajarse la parte de abajo del bikini, dejando entrever el vello púbico de su monte de venus que brillaba iluminado por el fuego de San Juan.
    Me acerqué a ella.
    —Desabróchame el sujetador, que con el alcohol estoy torpe y no puedo.
    Las manos pequeñas de Virginia hurgaron en mi espalda. Me hacían cosquillas y me estremecí sintiendo como se me erizaban los pezones. El sujetador se soltó tras unos segundos que se hicieron eternos y, girándolo en el aire, lo lancé sobre la arena. Virginia hizo lo mismo con la parte de arriba de su bikini. Sus pechos eran dos melocotones jugosos. Tragué saliva. En el claroscuro de la noche pude entrever unas areolas sonrosadas, delicadas y unos pezones tiernos, bien formados. Mi cuerpo estaba en llamas.
    Ella me tomó de la mano.
    —Tienes unos pechoss muy bonitosss. ¡Ssson másss grandesss que loss míosss!
    —A mí los tuyos me gustan. —Dije con indiferencia, intentando disimular el deseo que me estaba volviendo loca.
    —Puedes tocarlos si quieres.
    Miré fijamente a Virginia. Sonreía maliciosa, como si supiera lo que estaba pensando; como si notara mi calor, mis ganas.
    Acerqué mi mano a su pecho izquierdo. Acaricié con la yema del dedo aquél hermoso pezón que me había enloquecido desde que me había fijado en él.
    Virginia seguía sonriendo. Yo la miraba embobada.
    —Ahora me toca a mí.
    Se acercó y acaricio uno de mis pezones.
    —Oh, sse essstá poniendo muy durito, ji,ji,ji.
    Luego me besó. Un beso húmedo, dulce, con sabor a ron Malibú y a piña. Aquel beso duró solo unos segundos, unos ínfimos segundos de labios contra labios, sin lengua. Un beso inocente. Pero aquel beso lo cambió todo.
    Aquella noche saboreamos la sal en nuestros cuerpos. Nos inflamamos con caricias, revocándonos sin pudor, movidas por un insaciable frenesí. Llenamos de saliva nuestra piel y nuestros sexos. Su delicioso clítoris palpitaba de placer con cada roce de mis labios, mientras yo me vaciaba al contacto de sus manos. Nos disfrutamos mutuamente. Entrelazándonos, humedeciendo la arena con pasión y anhelo. La noche se llenó de jadeos, de suspiros y gemidos, mientras del cielo caían cascadas de fuegos artificiales que no oíamos.
    Cuando acabamos, nos quedamos dormidas, agotadas.
    Al despertar ella ya no estaba. En el hotel nos miramos un momento. Ella me dijo al oído: “Shhh, será nuestro secreto”. Ya no volvimos a hablar nunca más.
    Después he buscado su tacto en muchas mujeres y algunos hombres. He tenido encuentros extremadamente placenteros, pero nunca igual que con ella. Pero hoy, al encontrarme contigo he vuelto a sentir ese deseo punzante, las llamas parecen reavivarse y necesito abrasarme en ti. ¿Querrías ser mi pareja esta noche y bailar conmigo sobre la arena?

  9. Fogata Oscura

    TREGUA

    Noche. Las lenguas de la luz del fuego están lamiendo la oscuridad derramada alrededor. El bosque escondido en la sombra está respirando con gemidos, aullidos, y otro susurros capaces de cortar el transito en las venas de cualquiera. Cualquiera que tiene venas, claro. Y sangre para transitar por ellas.

    —Sal, vieja. Tenemos que hablar.

    El que pronuncia las palabras esconde su cara dentro de una capucha que salva sus rasgos de la claridad engañosa desprendida por la hoguera. Está sentado dentro del círculo, o esto parece, como si dando de entender su buena voluntad a negociar. ¿Pero qué realmente se ve iluminado por los destellos rojizos? Una silueta encubierta por una capa gris (¿tal vez?) desvaneciéndose a medias en la tiniebla viva del bosque nocturno.

    —Mira quien habla.

    La voz que resuena en la penumbra no corresponde para nada al apelativo por el cual ha sido llamada aquella a quien esta voz pertenece. La mujer que entra en el círculo iluminado por la fogata puede describirse con muchas palabras, pero “vieja” no está entre ellas. De estatura majestuosa, abrigada con pieles de los monstruos del maldito bosque embrujado, su cuerpo evocando poder y grandeza. Sin embargo, ¿qué puede decir uno de su edad? Nada. Sus manos refugiadas entre las mangas, y otra cara ocultada entre las las tinieblas vivas dentro de una capucha. Podría ser una muchacha. Pero las muchachas no sobreviven en estos lares.

    —No eres bienvenido aquí.

    Las manos cruzadas sobe el pecho, unas ligeras notas del enojo en las palabras, el arte que se le da tan bien a las mujeres: entrenzar los hilos secretos del enfado para que no este al descubierto pero que vibre en el aire. Y un suspiro-gruñido del bosque…

    Al otro lado del circulo de la hoguera la sombra sonríe.

    —No intentes asustarme con tus lobos, tengo míos propios…

    Dos siluetas lobunos se esbozan dentro de la oscuridad al lado del hombre, para diluirse otra vez en la negrura al instante.

    —He pensado que tal vez podríamos enterrar la hacha.
    —Las hachas son tu problema. Yo no tengo ninguna.
    —No me tergiverses…
    —Claro, esto es tu privilegio, el maestro del engaño.
    —Nunca te he engañado.
    —Claro que no. Simplemente has robado lo mio, y has engañado a todos los demás haciéndoles creer que lo has ganado en una batalla justa.

    Parece que se hace más pequeño el círculo, oprimido, presionado por el tornillo del bosque disgustado.

    —Las runas…
    —No estoy hablando de las runas. Las runas te las perdono.

    El silencio. El aire se hace denso, y el fuego adormece como si tuviera miedo de que se su chispa podría estallar algo que devoraría y al bosque, y al circulo de la hoguera, y a los dos sentados en los lados opuestos.

    —¡Estabas casada con mi hermano!
    —Tú tampoco estabas libre. Y todo esto no tiene ninguna importancia ahora. Los hilos ya están hilados. Tu tienes a tus lobos, e yo a los míos. No tenemos nada que repartir.

    El hombre se levanta, dos siluetas erguidas, separadas por el fuego.
    —Entonces… ¿paz?
    —No somos enemigos.
    —No somos amigos tampoco.
    —No lo necesitamos. Tú…
    —Sí, me acuerdo lo de los lobos…

    Dos sombras se miran a través de la llama, los rasgos escondidos por lo que no deja ver.

    —Bueno, adios, vieja.
    —Tú también que tengas una larga vida, el padre de los que caen en la batalla.

    Y los dos hacen unos pasos atrás, disolviéndose en la oscuridad.

    Su cuerpo echaba las raíces, los brazos—ramas, la savia por las venas. No era la madre del bosque, era el bosque mismo, sus pulmones – las hojas de los robles del acero. Los lobos—los hijos de los miedos y de las pesadillas aullaban en la noche, mientras los vientos de la tiniebla ululaban dentro del hueco en su pecho dónde hacía muchas vidas atrás estaba su corazón. Un corazón robado.

    La manada estaba lista para la caza. Los perros de guerra, los lobos de ira, la furia encarnada de la muerte y gloria, todos estaban esperando a que él les diera la señal al ataque. Su caballo colosal, el compañero fiel en la batalla y en la aventura —¡cuántos mundos han cruzado con él juntos!— pateaba impaciente. Todos estaban preparados. Cómo de costumbre, cómo lo hacia siempre antes de dar el ultimo paso antes de lanzarse hacia el destino, buscó con una mano a su amuleto de suerte, el que le traía las victorias en todas sus contiendas, escondido en su pecho, por debajo de su atuendo del guerrero. Allí estaba, colgado sobre una cadena irrompible hecha por los zwergos, su propio generador de la fortuna. Un corazón latiendo.

  10. Estirpe del eclipse

    EL CÍRCULO

    ¿Hay algo más lejos de tener sentido que la vida? la repetición hasta el infinito dentro de un desorden infranqueable, la estupidez detrás de una sonrisa, el temblor de los labios ante la sangre, la sangre, la sangre fluye, frío, puedo verla como humea, el balcón, abierto de par en par, febrero entra sin invitación, un aire helado que lanza pequeñas agujas de lluvia, me pinchan la espalda, me excitan, siento la sangre en mi ropa, su calidez contrasta con los alfileres de aguanieve, la olfateo, dulzona, mi vista se nubla, las piernas me fallan, no llegan al suelo y pierdo los sentidos, todos menos uno, menos el hambre, la sangre me invade, rellena mi cuerpo, desde mi garganta parece viajar por todo mi ser, llena mis miembros, mi entrepierna, la cabeza, la cabeza se me va, y luego, como una revelación, llega el placer, paso la lengua por la herida del cuello y muerdo de nuevo, desgarro la carne para dejar la arteria a la vista, ella pierde su humanidad, ahora parece ridícula, siento la vida de la mujer, mi mujer, siento que la abandona para entrar en mi cuerpo, disfruto con devoción de este paréntesis en mi existencia desprovista de emoción, donde sólo hay instinto y maldad, un horror que me nutre más que el agua y el pan, pero que es un alimento insuficiente, siempre quiero más, sólo cierro el círculo y con él otra vida, el cuerpo resbala entre mis brazos, mis músculos se desmayan también y dejan que caiga al suelo, me apoyo atontado en la pared y la miro, ya no es ella, ya no es bella, la he convertido en otra cosa, un objeto inanimado, casi cadáver, se convulsiona, y su temblor le hace bombear sangre por la garganta, una fuente que me invita, me agacho, a cuatro patas lamo el charco, succiono la herida y saboreo los coágulos que ya se empiezan a formar, muerdo con ansia, busco las partes blandas, le arrebato los pantalones y las bragas, nunca tengo suficiente, no hay fondo que tocar, bajo, bajo, me rebajo, soy un gusano, siento algo parecido a la felicidad, si la felicidad es algo sucio que no te puedes limpiar, y luego, luego, como una maldición, vuelve el vacío, la circunferencia se ha cerrado y he de empezar otra, la geometría no sabe descansar, me arranco la ropa, me lavo, me vuelvo a vestir, llamaré a nuestros trabajos, dejaré las luces encendidas, apagaré su teléfono, ganaré un poco de tiempo, por delante unos días en que yo seré la presa, hasta que la sangre se enfríe, hasta que conozca a alguien, alguien débil, alguien tan desesperado como yo, y haré que la línea avance, que se mueva hasta dibujar otro círculo, sin emociones, frío, vacío.

  11. Dammer

    Presas

    Lo saben. Seguro que lo saben. Por eso han sacado el tema. Quieren desenmascararlos. No, no lo saben. Lo hemos hablado muchas veces. El mundo no gira a nuestro alrededor, son simplemente coincidencias. Te equivocas, seguro que lo saben. ¿No viste como nos miraban? Soltaban las frases pero nos miraban de reojo, espiando nuestras reacciones, saben lo que somos, lo que pensamos, lo que soñamos. Que cada noche, antes de dormir, andamos por la calle con una pistola disparando a la gente a la cabeza. Hemos encontrado pistas en sus relatos. Nos están cercando, poco a poco. Quieren cazarnos. No, no lo saben. No imaginan ni nuestros pensamientos ni nuestros sueños. No conocen el color de la sangre. Sentada en el cuarto de baño, se miraba en el espejo. Cepillamos sus dientes con una ternura exquisita. Susurramos en su oído historias de nuestra niñez. Giramos su cara con delicadeza con cada movimiento. Hasta que de pronto estrellamos su cabeza contra el lavabo, y con el cepillo desgarramos sus mejillas, hasta que su cara se convierte en un amasijo de carne. Dicen que los sueños son en blanco y negro, pero todavía recuerdo el contraste del rojo sobre la blancura del lavabo. No, ellos no conocen el color de la sangre.
    Nunca has de tener miedo, mientras sigas mis consejos. Los seguimos, de verdad, nunca nos hemos descuidado. Mi mujer incluso se queja de que soy muy delicado en la cama. ¿Por qué no me agarras a veces con pasión, por qué no me follas salvajemente contra la pared? Siempre tan tierno, tan amoroso… si supiera. Si pudiera vernos, las cosas que le haríamos, los golpes, las vejaciones. ¿Podríamos hacerlo? ¿Sólo una vez? Estamos en otra época, no está mal visto, podríamos encontrar alguien a quien le guste. Como aquella vez, con S. Nos pidió que le pegáramos, nos moríamos de ganas, pero no nos dejaste ¿Qué mal había? Lo estaba pidiendo, hubiéramos aflojado la tensión… Tengo mis razones. No se puede permitir ni una fisura en la presa. ¿Te hubieras conformado con unos golpes? Sabemos que no.Hubieras empezado por unas bofetadas, después seguirían los puños, los cortes… Conoces el olor de la sangre, y hubieras acabado apretando su cuello hasta que dejara de moverse. ¿Y qué? Nadie sabía que estábamos allí, era un ligue de una noche, nunca nos hubieran pillado. Mojigato de mierda, crees que siempre vas a poder controlar la presa pero algún día se romperá si no dejas que fluya el agua, aunque sólo sea un poco…¡Calla cretino, qué sabrás tú de la presa! ¡Solo sé que nos asfixiamos! ¡Que no aguantamos más!
    No gritéis, por favor, por favor, por favor. Me pongo muy nervioso. Me cuesta controlarme. Estaba en la cocina, pelando patatas. Los niños gritaban en el salón. Se habían peleado. Lloraban y gritaban. Sali, a ver que pasaba. Les reñí, grité yo también, y no callaban. Y tenía el cuchillo en la mano. Los gritos. Las imágenes que no me podía quitar de la cabeza, porque sería tan fácil con el cuchillo, cuestión de minutos, y el corazón me latía y no podía aguantarlo más y la presa retumbaba. Bum. Hectolitros de sangre densa y oscura empujando las paredes. La cabeza a punto de explotar. Bum. Me hiciste dar la vuelta al cuchillo, y cogerlo por el filo, y apretarlo contra la mano, llegando hasta la carne y el dolor me hizo volver a la cocina. Soltar el cuchillo. Contemplar la sangre corriendo por mi mano y deslizar mi lengua por el corte. Sentir en mi lengua el sabor metálico de la sangre, ese sabor que conocemos tan bien y del que nunca podemos saciarnos. Siempre te hemos hecho caso y quizás tienes razón y no nos miraban a nosotros pero no podemos compartir este escrito y lo tenemos que romper o lo sabrán de verdad y ya no habrá trucos que contengan al agua detrás de la presa.
    ¡Silencio! La presa aguantará firme, sus paredes altas resistiendo el embate del agua y la sangre. Publicaremos esto, porque nos ocultamos detrás de la máscara del personaje. Porque ellos no conocen ni el color, ni el olor ni el sabor de la sangre, ni la adrenalina de la caza y apenas imaginan su condición de presas. Aunque lean esto dormirán tranquilos con la seguridad de que todo lo que está escrito aquí es ficción.
    Sólo ficción.

  12. Nemesio

    Un mal día lo tiene cualquiera

    Le repito que yo no he sido. No por falta de ganas, oiga. Aquí en el pueblo todos lo saben. Por eso estoy aquí ¿verdad? Por eso y por los antecedentes. Decían que con la democracia se iba a pasar página ¡Quiá! Tan mentirosos unos como los otros.
    No, ya se lo dije al juez. Yo no fui preso político. Yo no me escondo, voy con la verdad por delante. El abogado que me callara, que saldría antes. Pues no, un hombre, si es hombre, asume las consecuencias de sus actos.
    Eso es de la prehistoria. Si todavía estaba la República, fíjese lo que le digo. En las fiestas del pueblo. Borracho perdido, un gilipollas que no tenía ni media hostia. Pero como era el hijo del terrateniente todos le reían las gracias. Así salió. Idiota y malcriado. Le tocó el culo a la Merche. La Merche era mi novia. Luego con lo de la cárcel dejó de serlo. Pero no se lo echo en cara ¿Qué iba a hacer la pobre? Tener un novio rojo te marcaba de por vida.
    Yo no era rojo. No entiendo de política. Pero por muy señorito que sea si le tocas el culo a mi novia una hostia te vas a llevar. Y no te llevas más por que me das pena. Que yo seré pobre, pero también muy hombre. Calentito se fue pa su casa.
    Luego me denunció, cuando la guerra. Cobarde e hijo de puta. Que yo era el jefe del sindicato de no se qué. No se lo creía nadie, claro, pero me metieron en el camión y pal convento. Yo pensé ‘Nemesio, hasta aquí hemos llegado. Mañana nos dan el paseo’. Pedí por el cura, para confesarme. Pecador no lo soy mucho, pero por si acaso. Resulta que el cura era un primo mío. Lejano, pero se acordaba de mí. Algo movió y me llevaron a una cárcel de verdad. Dios aprieta pero no ahoga, sabe usté.
    Claro que tengo escopeta. Como todos en el pueblo. Pues una semana llevo sin disparar, no hace falta ni que le hagan los análisis esos de las películas, con pegarle una olida ya se ve que está fría. Claro, no te jode, si quisiera pegarle un tiro no voy a ser tan tonto como para hacerlo con la mía. Aunque no se crea, que hay cada uno en el pueblo…
    Pa mí que fue la mujer. La pegaba. Lo sabíamos todo el pueblo. Pero como era el señorito. Si le hubieran pegado más guantás como la que le pegué yo ese día igual lo hubieran enderezado. Pero mira, donde las dan las toman. Por chulo.
    No se fie de las mosquitas muertas. Sacan fuerzas de donde no hay. Mire a la Tomasa. Cuando se escapó la vaquilla y embistió a su hijo la agarró del cuello y no se soltó. Esos bichos te lanzan al cielo de un cabezazo. La Tomasa se quedó enganchada y no aflojó los brazos hasta que sacaron al niño. El Paco siempre le toma el pelo ‘Vete a un rodeo de esos de América, que les ganas a todos esos vaqueros’. Ella se ríe.
    Esto es como el mueble de mi abuela. De madera buena. Ha ido pasando de generación en generación. Para la vajilla de los domingos. Parecía una roca. Pero había entrado la carcoma, que se lo había ido comiendo poco a poco. Un día mi mujer puso un plato y se derrumbó así, de golpe, sin previo aviso. Como un castillo de arena. De no creer, oiga.
    Una bofetada más fuerte que la otra. O algo que vio en una película. Por fuera seguía siendo una dulce esposa pero por dentro ya se había roto. ¿Quién sabe? Un mal día lo tiene cualquiera. Sobre todo el señorito, que en paz descanse. Pero no me hagan caso, yo soy solo un campesino inculto.
    Pero se lo repito, yo no le he pegado los tiros. Si lo hubiera matado yo a los cinco minutos habría venido a entregarme. Porque un hombre, si es hombre, va siempre con la verdad por delante.

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