Laboratorio 14 de diciembre: I Ching

Comentaremos textos escritos por los participantes y haremos actividades de escritura en el momento, que nos pueden servir como semillas para la sesión siguiente o no.

Cada sábado tendremos una consigna sobre la cual escribir. Los textos se tienen que poner en los comentarios de la entrada pertinente antes del viernes anterior a la sesión. Podemos poner el texto tal cual o un enlace a un sitio donde leerlo. Los textos tienen que tener, como máximo, 900 palabras. Cada participante tiene dos compromisos: a) Escribir un texto y b) Leer los de los compañeros.

El laboratorio tendrá un número limitado de participantes. Para cada sesión podrán asistir quienes cumplan las dos condiciones anteriores, por orden de presentación de textos. Pedimos a todos los participantes honestidad y buen rollo.

La consigna en esta ocasión es usar una tirada del I Ching para estructurar el relato. Podéis usar este enlace: Tirada I Ching o este I Ching. Cada tirada nos da un hexagrama que tiene un contenido para nuestra pregunta. Podemos usar la tirada como inspiración para el relato, podemos plantear un conflicto y que la resolución nos la de la tirada, o podemos usar frases de la interpretación dentro del texto, incluso podemos usarlo como protagonista.

Tenéis que escribir vuestros textos y ponerlos en los comentarios de esta entrada, bien pegando directamente el texto, bien poniendo un enlace donde leerlo hasta el jueves anterior a las 12 de la noche. Tenemos hasta la sesión para leer los relatos de los demás.

Cualquier duda la podéis preguntar por el grupo de Whatsapp.

11 comentarios

  1. Lidia Perez

    Lo Abismal

    No le pregunté al oráculo qué es la muerte sino cómo escapar a ella. Su respuesta sin embargo me

    aboca al borde del abismo.

    Noche, melancolía del tiempo no vivido, miedo…Lo Abismal, se me asemeja a un gran pájaro negro

    de inmensas alas que todo lo mira con su penetrante ojo. Como el Águila, símbolo de lo

    desconocido, de la Gran Conciencia que nos mide al morir y nos concede su don sólo si hemos

    muerto en vida.

    ¿Cómo seria vivir si no hubiera muerte?

    Un deambular constante, para qué encender la mecha de cualquier pasión, para qué buscar,

    preguntar. Sin un límite, sin un apremio todo está dicho.

    ¿Dónde quedaría el Misterio si no hubiera muerte?

    Si mis ojos pasan de largo sobre el verde, si no miro porque cada día veo estos montes, si el color

    encendido del atardecer ya no me arrebata sabiendo que un día no existiré para gozarlo, ¿qué seria

    de la belleza si no hubiera muerte?.

    Y sin embargo, aún sabiendo esto, le pregunté al oráculo: ¿Cómo evadir la muerte?. No me

    respondió cómo hacerlo, me dijo “toda agua que fluye ininterrumpidamente, llega a su meta.

    Aunque el camino sea ancho y plano, nos fascinan los precipicios”.

    A veces, tengo la osadía de asomarme al precipicio, al abismo. Siento vértigo, todo el sistema se

    activa, me hace retroceder de golpe como si no fuera mi natural destino abocarme a él.

    Mi pequeña mente, no comprende a mi corazón, le digo: mira la belleza efímera del vivir, mira

    como la lluvia derrite el mandala de mil colores que la vida tejió, mira cómo cambia el cielo, de azul

    a negro, de sereno al rojo iracundo de los atardeceres tormentosos.

    Mi mente cuenta, calcula: ya te queda menos por vivir que el tiempo que viviste, no pierdas el

    tiempo observando las nubes, haz algo de provecho, bebe, baila, viaja, compra, vende, pelea,

    mézclate con el bullicio, busca agotarte, agotarme, embótame, muéstrale al mundo la grandeza de

    mi complejidad, haz algo que me ensalce, que me haga sentir alguien, no te recrees en la gota que

    recorre el cristal tras la lluvia, en los remolinos del río, en los ojos de Bruno.

    Si me asusta situarme ante el abismo del tiempo que acaba, me asusta también situarme ante un

    tiempo sin fin. Le digo a mi mente: vale, juguemos a que no moriremos, ¿te has situado alguna vez

    ante un para siempre?, un tiempo sin fin.

    ¿Podrías con todo el conocimiento del mundo, con mil vidas, con mil oficios, con miles de libros, de

    actos?, ¿Con cientos de hijos que se desprenderían de ti, con cientos de amores que se perderían en

    cualquier parte?.

    La última sentencia del oráculo: Domina tus sentimientos y aprende a sobresalir, debes dar ejemplo

    a los demás.¿Qué significa?

  2. Carlos Julián

    Ching versus Nostradamus

    Los acontecimientos, a veces, semejan mofarse de nosotros. Nos ofrecen a la buena Fortuna como diosa propiciatoria, se satisfacen con darnos lo que necesitamos sin exigir ningún sacrificio o limosna a cambio. Simple demostración de que somos marionetas en sus manos.
    Marga me lo refrotó por las narices. El cambio del mobiliario del comedor no era un capricho, sino el deseo de los hados, el destino reclamaba tal tributo. Un comedor de cuarenta metros cuadrados con sus muebles clásicos tasados en diez mil euros, a tocateja. El nuevo comedor pretendido ascendía a treinta mil euros del ala, incluido el proyecto de una decoradora de “art decó” que lo transformaría en la antesala de Edén. El cielo personalizado.
    Sí, por las narices. Un papel repleto de rayas. Que si trigramas y hexagramas. Ingenuo, le contesté: «no estoy dispuesto ni aprender inglés ni mates». Se ríe, y me aclara, que lea la conclusión. Lo hago sin interés:
    “El cambio es comida que altera el cielo y la tierra,
    de lunes a viernes que sea distinta.
    Y distintos platos y mesas de lunes a viernes.
    La peor muerte, el nacer y morir sin mover un dedo, mesa y plato”.
    No reconozco la canción. «Sabes que la música no es lo mío. No te voy a acompañar a ningún concierto de locos».
    Me odia al instante. Se ha gastado mil euros en una pregunta realizada al supremo maestro de I-Ching, Pepe Haoyu: padre de Lepe y madre china, la Juani, trabaja en el Cielo Divino, todo a cien. Amiga de Marga. Te cagas. La odio al instante. «¡Mil euros tirados a la basura! Y por una payasada de Haoyu». Un Pepe nini, ni trabaja ni estudia, un trolero que grita estar imbuido por el espíritu de I-Ching.
    Nos enzarzamos en la reiteración de una discusión sin posibilidad de punto de encuentro, irreconciliables. «Sí, cambiaré el comedor». «Ni lo pienses».
    Marga se enroca. Ya no se trata de nosotros, de nuestro peor o mejor criterio. El destino se ha pronunciado. Desobedecer conducirá a la tragedia. Los ojos de Marga, dos hogueras aterrorizadas, concitan mi duda, titubeo. La discusión doméstica ha entrado en otra fase, la fase de los oráculos, esos intermediarios que nos notifican las decisiones divinas.
    “Vade retro, Satanás” Ni se te ocurra desobedecer a los dioses.
    Solicito una suspensión de la contienda. Quedo comprometido a leer con detenimiento el vaticinio de Pepe Haoyu, padre de Lepe y madre china, cavilar y estar abierto a cualquier posibilidad de mejorar nuestras deterioradas relaciones. Marga sonríe algo ida, convencida del milagreo. Me besa con denuedo. Podría proponerle algún carnal deseo y aceptaría sin rechistar, pero no. Semejaría la consumación de mi rendición. O el peor engaño, y no soy tan cabrón.
    También, yo, conozco un Pepe, el de Lepe, padre de Pepe, casado con una china. Un tahúr, amigo de cañas, cubatas y partidas del guiñote, más desvergonzado que el rey emérito, y no es fácil. En el bar La Republica nos abrazamos espirituosos, y solidarios hasta que la parca venga, vomitona, a sentarse con nosotros.
    En la cena del sábado se lo he soltado, todo lo nervioso y estresado que me ha sido posible sacar fuera de mí: que llevo tres días sin dar palo al agua en el trabajo, y sin poder dormir, por mucho que ronque. Tal ha sigo mi angustia que he acudido a un oráculo, el más grande oráculo de Nostradamus, Pepe el de Lepe.
    Mi pregunta ha sido la siguiente: “Si la carnal felicidad con mi mujer depende del cambio de muebles del comedor”. Y por mil quinientos euros me ha contestado:
    “De oca a oca y tiro porque me toca, y de treinta mil a treinta mil, un moblé nuevo si a cambio un Lamborghini que te cagas. Desobedecer es calavera, y quién sabe”.
    ¿Cómo sabía lo del coche? No lo sé. Son los hados, algo que nos supera, sobrepasa lo humano. Desobedecer es calavera, una tragedia. Los hados han sentenciado. «¿Habemus comedor y habemus coche?». ¿Sí…, cariño?
    «¿Estamos locos o qué? Ni de coña nos gastamos sesenta mil euros», enrabiada ha saltado mi Marga sin dar tiempo a que su razón la moderase.
    «Pero es el destino, cariño», suave, he contestado. «Ni destino ni leches fritas».
    Resuelto.
    Ja, Ja. El problema es otro.
    Marga ha conseguido mil euros del ala. No sé en qué se lo gastará, no es fácil que yo trague con su nuevo abrigo de piel de marta o similar, tendré que mirar para otro lado más que un ciego sin braille. Pero, le ha sentado como una coz de caballo que yo me haya agenciado de mil quinientos. ¡Qué desvergüenza! ¿Y para qué?
    Una noche loca con los amigotes, lo percibe con esa claridad tan propia del sexto sentido que se encorajina.
    En la misma cena, antes de la sopa y el pescado, ha tirado los mil euros sobre la mesa. Que dado que su I-Ching no le informó de los efectos colaterales de su predicción, del efecto rebote, le ha obligado a desembolsar hasta el último euro. Y que antes de comenzar a cenar los mil quinientos euros deben lucir en la mesa, «se lo pides a tu oráculo por Instagram o con un cubata en la mano, pero los quiero ya».
    ¡Ay, destino! Ay, cruel destino. Los mil quinientos euros a tomar por culo.

  3. En medio:
    La compañera se debate en medio de la nada. Asume la injusticia como parte del proceso diario. Va por las calles viendo como los hombres son atrapados por un vil metal que les deja sin aliento. Uno tras otro van cayendo, no saben quienes eran ni tampoco quienes les vieron nacer.
    Sabe que tiene que hacer algo, la ciudad esta sitiada por un virus tóxico. El virus volvio a escaparse de un laboratorio o quizás fue accidental. Los seres humanos no aprenden. Siente que en la ciudad de los rascacielos los corazones se han marchitado ,no encuentra sentido a su existencia.

    Ha quedado en ese local con el apuesto joven. Carlos ojos azules, 25 años, universitario, de buena familia. Solo le faltaría ser rubio para completar el cuento, pero es hombre de pocas palabras y pocos cabellos. Tapa su alopecia con un peluquín que no engaña, su mirada tampoco. Se conocieron en esa página de citas, donde todo el mundo se busca hoy en dia. Donde estan los tiempos en que ellla se acercaba a las personas y les daba un abrazo. Esa epoca ya pasó.
    Han quedado en ese bar al lado de la universidad, dos adultos que no quieren serlo. Las noticias son preocupantes. El virus se transmite por el contacto piel con piel. Las personas no pueden darse la mano, no pueden besarse, acariciarse, nada. Solo palabras y miradas con los ojos. Cierto que los humanos cada vez se comunicaban menos pero esto ya es excesivo. La reproducción de la especie se produce en los laboratorios. Se fabrica ese esperma artificial que se introduce en la vagina de las mujeres. Desde que el virus se escapó de ese laboratorio los niños nacen sin alma. Son educados por los robots. Cuando los padres quieren cogerlos deben ponerse esos trajes especiales.

    Los gobiernos no quieren asumir ningun riesgo. Los besos estan prohibidos, nadie quiere asumir el desafio de desafiar al virus. No sabemos si el sistema inmunológico resistirá. Los laboratorios trabajan para encontrar una vacuna.5 años sin ningún resultado.
    Ellos toman la copa en ese bar, ajenos al mundo que les rodea. Se miran con mirada lasciva. Quieren desafiar las normas. La atracción entre ellos dos es muy fuerte. No saben cuando paoo pero pasó. Fue ver las caras el uno del otro y match al momento.
    El no pasa por su mejor época. Los exámenes no fueron bien, el trabajo en el supermercado no es la solución. Cobra poco, a duras penas llega a fin de mes. No quiere pedir mas dinero a sus padres. Hasta que la conoció a ella no veia ninguna luz al final del tunel, ahora hay un pequeño destello en su mundo.

    Estan cansados de las injustícies que les han llevado a este punto de no retorno. El cambio climático ha puesto la guinda al pastel. La Ciudad se consume en medio de las tempestades diarias, de los truenos que se han engullido los cielos despejados que antaño les vieron nacer.

    El exito está en los dedos de el. Muerde una y otra vez ese boligrafo con el que escribe las verdades que nadie quiere escuchar.

    -Cariño, demostraremos al mundo que ellos, los poderosos inventaron el virus. Fueron ellos los que nos robaron el corazón y el alma. El año que viene nos daran una vacuna, quedaran como unos heroes, se haran mas ricos de lo que ya son y nos engañarán otra vez.
    – Tienes pruebas de lo que dices?. Mi profesión cambió por completo cuando el virus ATC salto de los laboratorios. Atravesó las ventanas de los edificios para destrozar mi vida o lo poco que me queda de ella.
    – Tengo los documentos secretos , el coordinador del laboratorio me los dió. En ellos está todo explicado, como crearon el virus, los objetivos que se fijaron. Lo llevaremos a la justícia y caeran por su propio peso. Seremos recordaros como heroes.
    – Eres muy optimista, o sea que segun tu carino, volverá el amor, el sexo, los hijos, los abrazos..
    . Si no solo eso, la gente dejará la tecnologia , se acabaron los puñeteros mensajes, los whataspps, el instagram. Volverán a ser personas y tu y yo seremos recordados para siempre.
    El camarero les trae los cafès. Lleva unos guantes especiales. Los cafès son extraidos del recinto protector. Ese cacharro de vidrio que esteriliza todo aquello que las persones se deben llevar a la boca.
    – Menuda vida, de verdad vale la pena vivir así?

    Se acaban el cafè pagan y se van. En medio de los truenos el suelta el paraguas. Los rayos cubren su rostro cansado. Le entrega los documentos y le dice : ya sabes lo que hay que hacer.
    Ella lo besa con fuerza , un beso eterno que los conduce al camino sin fin. El cae desplomado en sus brazos mientras ella lo recoge.
    Hace tiempo que “Catrina” señora de la muerte ha perdido su poder entre los hombres. Ella siempre estuvo allí, però ella no forzaba caminos, no se metia en medio de la vida de los seres humanos. Respetaba su libre albedrio y les venia a buscar cuando era el momento.
    Ahora ellos lo han roto todo, ya no hay un cicló natural. No sabe que hacer, no sabe si hablar con los Ángeles de la luz o con los Ángeles de la oscuridad. Maldita sea el dia que el virus se coló en el mundo de Catrina.
    Cuando Carlos descubrió a Catrina le suplico una muerte digna a la altura de su vida. Pobre ella que antes se cruzaba en medio de los hombres sin hacer ruido ahora en el tinder para conocer gente. Es lo que tiene el quedarse sin trabajo, te lleva a mundos desconocidos.

    Catrina lleva los papeles que Carlos le entregóo a los estudiós de televisión. Quiere que vuelva la normalidad, quiere volver a ser ella la que llame a la puerta de los hombres cuando las vidas sean vidas, no hojas muertas.
    Catrina llama a los estudiós: tengo algo que les puede interessar. Cambiará su vida para siempre.
    Qué quién soy yo? Tengo muchos nombres però ahora eso es lo de menos,, empieze a escucharme si valora su vida, querido periodista.

  4. El hijo del caos

    La consigna: el hexagrama 53, El Desarrollo. En el Diseño Humano el hexagrama 53 se llama «Comienzos. Transición y cambios.» y invita a esperar al momento correcto para empezar cualquier cosa para que luego el progreso sea constante y sostenible.

    QUÉ DIFICIL ES SER DIOS

    Lo importante es empezar, lo importante es empezar… A ver, ¿qué es lo que dice el terapeuta este? Celebrar los pequeños pasos… Entonces será más fácil seguir avanzando… Me parece que no entiende nada el tío, si cree que se puede calmar a mi rabia con estas estupideces. Si este fuego arrasó a los universos infinitos, si es incontrolable, si esta furia es devoradora si no la contengo, y él me saca del quicio con sus consejuitos. “Respira, respira, sácalo todo fuera, el poder creativo es sanador…” ¡Ja! Si aquí a cada respiración se emana un mundo, si aparecen como palomitas, y hacen lo que quieren, y brotan, y surgen, se pegan, se transmutan, pero luego nadie está contento de nada y el culpable siempre soy yo. Siempre hay alguien enojado por la mano que le ha tocado: si esto es injusto, si aquello es el mal de los males. Si yo mismo ya estoy harto de este batido, entonces ¿qué tengo que hacer? ¿Dejar de respirar? Ya lo hago a lo mínimo, y luego me hablan sobre la ira reprimida y la psicosomática. “No hagas caso a las voces críticas en tu cabeza”, que listillo… Pero ¡¿dónde van a estar?! ¡Si fuera de mi cabeza no existe nada! ¡Y no callan! El universo del vecino siempre tiene más estrellas. Los de arriba quieren estar abajo, los de abajo arriba. Unos reclaman el libre albedrío, otros a cada paso suplican por la voluntad divina. Y el terapeuta: “Los fracasos no existen. Todo es solo aprendizaje”. ¡Ja! Que lo diga a los aprendizajes estos, que me salen como churros. ¿Y quién es el culpable? ¡Claro! El demiurgo es el malo de la película. El demiurgo los utiliza, el demiurgo los separa de la fuente. No lo he inventado yo, son las condiciones del experimento. Yo también soy una víctima de las circunstancias. Todos quieren unirse con el Absoluto. ¡Yo también! Yo también quiero saber dónde está el tío listo este. Se ha ido de vacaciones. “¿Me cuidas el pisito? Solo son un par de plantitas, cuatro gatos y una batidora, no requieren mucho cuidado”. ¡Qué jeta! Claro, ahora lo entiendo. Con este zoo de la creación, yo también quiero irme de vacaciones. ¿Pido al terapeuta a “regar las plantitas”? A ver qué dice después de un par de eones sobre autoregulación y los sistemas nerviosos. Calma, calma, vamos a tranquilizarnos. ¿Qué es lo que él decía? Inhalar… Exhalar… Cuidado, cuidado… ¡Oh, no! ¡Me cago en el batido este! ¡Otro mundo! Ya empezamos…

  5. Nemesio

    A la carga

    Tenía una mente brillante para la estrategia. Sabía lo que pensaban sus adversarios antes incluso que ellos mismos. Iba diez pasos por delante de todos nosotros. Si le hubiera gustado el ajedrez, habría sido imbatible. Pero solo pensaba en los negocios. «Tú te lo mereces más» me dijeron en la oficina cuando le dieron el puesto de CEO. Pero no era verdad. Era un puto genio. Sabía que con él al mando la compañía se haría con el monopolio de nuestro sector en apenas dos años.
    Solo tenía un defecto. Todo Aquiles tiene su talón. Estaba acostumbrado a ganar siempre. Era incapaz de retirarse cuando las situaciones le eran desfavorables. «El soldado que huye sirve para otra guerra» le decía. «Una retirada a tiempo es una victoria» No me hacía ni caso. Y lo entiendo. ´Tiene que ser difícil vivir rodeado de imbéciles. Que es lo que debíamos parecer todos a sus ojos. Esa fue la causa de su desastre.
    Napoleón fue, quizás, el mejor estratega que ha visto la historia. Pero en cuestiones de amor era tan tonto -o quizás más- que cualquier soldado raso. Él también se enamoró. O eso pensaba. La chica no demostró, al inicio, mucho interés por sus avances. Pero hizo tal campaña, se enteró de sus gustos, la asedió tanto y tan bien que, al final, imagino que hasta llego a creerse que se había enamorado también. Se casaron por todo lo alto. Tenían el mundo a sus pies.
    Dicen que el amor dura 15 meses. Yo no lo sé, llevo felizmente casado veinte años. En su caso aparecieron los problemas. Ella tuvo varios amantes. Me consta que de puertas para adentro todo eran gritos y amenazas. «Divorciate» le decía yo una y otra vez cuando me contaba sus penas en club, bebiendo el whisky más caro que tenían. «Es lo mejor para los dos, el mar está lleno de peces» Ni caso. El nunca daba un paso atrás. ¿Pero como puedes avanzar si tienes una pared delante?
    Su abogado presentó todos los atenuantes posibles, y salió bien librado, pese a todo. De asesinato pasó a homicidio involuntario, pero no pudo evitar cinco años de prisión. «Tan listo para unas cosas y tan torpe para otras», pensé con un punto de maldad. Le prometí que iría a visitarlo. El tiempo pasa rápido.
    El caso nunca se esclareció del todo. Hablaron de un chantaje que salió mal, o de una pelea entre bandas que le pilló en medio. Todo fueron secretos y rumores. Yo tampoco se lo que pasó, pero me lo imagino. Se metió en un atolladero del que no supo escapar. Tiró adelante con la gente equivocada. Como no sabía huir ya no valió para otra guerra. En la compañía lo echamos de menos. Yo no soy tan bueno como él, pero sé cuándo dar un paso atrás y esperar un mejor momento. Por eso estoy aquí, y él a dos metros bajo tierra.

  6. Confusio

    La ley del destino

    Sofía Wu fue mi primera compañera de habitación en la residencia de estudiantes. No sé con qué criterio nos asignaron la misma habitación, pero acertaron. Y si no hubo ningún criterio, sino que fue solamente el azar, entonces el azar acertó. Era amable, de convivencia fácil y profundamente generosa.

    Sofía había nacido en una ciudad del norte de China llamada Changchun, pero sus padres emigraron a España cuando ella tenía pocos meses de vida y se establecieron en Tarragona, donde tenían algunos parientes. Trabajaban en un restaurante llamado Shangai 2.

    Por mi parte, nací y me crie en un pequeño pueblo del Pirineo, en el que no abundaban las personas venidas de otros lugares y mucho menos las de origen oriental. Mi pueblo es apacible y tranquilo, pero tengo que reconocer hay poca variedad.

    El día antes del inicio del curso, mis padres tuvieron el detalle de llevarme en coche hasta la residencia donde iba a vivir. Esperaron pacientemente mientras hice los trámites de ingreso, subieron conmigo a la habitación que me habían asignado, le echaron un vistazo, dijeron que, aunque la habitación parecía más pequeña que en las fotos, estaba muy bien, me pidieron que estudiara mucho, me dijeron que no se podían quedar más tiempo conmigo porque tenían mucho que hacer, me dieron un beso y se fueron. Era domingo.

    La habitación era para dos personas, sencilla, cuadrada y completamente simétrica. Dos camas, una en cada esquina, con una mesita de noche a un lado de cada cama y un armario ropero al otro lado. En las otras dos esquinas, dos mesas, ambas con una lámpara, una silla y un par de estantes para libros encima. Los servicios y las duchas estaban fuera, al fondo del pasillo, y eran comunitarios. Las habitaciones individuales sí que tenían el servicio dentro, pero eran más caras y ni se me habría pasado por la cabeza pedir una.
    Mis padres me habían permitido ir a la Universidad con la condición de que estudiara la carrera de Farmacia. El farmacéutico del pueblo era soltero, sin hijos, sin ninguna familia y le llamábamos tío Antón, aunque no fuera familiar nuestro, porque era el mejor amigo de mi padre y venía a comer a casa todos los domingos. Nos traía pasteles -y botellas de coñac para bebérselas con mi padre- y por nuestro cumpleaños nos hacía regalos mucho más caros que los que se podían permitir nuestra família. Por Navidades hacíamos dos listas, la sencilla, que era lo que le pedíamos a nuestros padres -básicamente ropa- y la lista premium, como le llamábamos, con los regalos que le pedíamos al tío Antón, que siempre cumplía y nos regalaba lo que le pedíamos.

    Como tío Antón no tenía família y le había propuesto a mi padre financiar los estudios a cualquiera de sus hijos que quisiera estudiar Farmacia y que se comprometiera a trabajar con él en su negocio cuando acabara la carrera. Mis padres pensaron que yo era la única de sus cinco hijos e hijas capacitada para afrontar unos estudios universitarios y me trasladaron su propuesta. Acepté, por supuesto. Yo era de letras, no tenía ningún interés en estudiar farmacia, pero tampoco tenía ninguna perspectiva mejor si me quedaba en el pueblo. Era una adolescente todavía muy infantil a esa edad, pero aun así entendí que sería de locos no aprovechar la oportunidad de salir del pueblo, aunque fuera solamente por unos años. Mis padres estaban orgullosos, su hija iba a ser la primera universitaria de la familia.

    Aquel domingo de finales de septiembre, cuando me quedé sola en la habitación con tantas horas vacías por delante, lo que más me apetecía era prepararme el nido: deshacer tranquilamente la maleta escuchando música, colocar mi ropa en el armario, los libros en los estantes y dejar la cama preparada con las sábanas que nos habían dejado encima de los colchones y que olían a suavizante. Pero decidí que era mejor esperar a la chica con la que iba a compartir la habitación, porque lo correcto era decidir con ella quien de las dos se quedaba con la parte derecha de la habitación y quien con la izquierda.

    Durante todo el día esperé a mi futura compañera, pero las horas pasaban lentamente y no llegaba. Leí una novela erótica estirada sobre uno de los colchones de las camas sin hacer, comí en el comedor comunitario una ensalada y una tortilla de patatas que había preparado el día anterior, volví a la habitación, intenté dormir una siesta para que pasara el tiempo pero no lo conseguí, salí de la residencia y di un paseo por el campus, volví a la habitación, llamé a un par de amigas del pueblo, leí la misma novela erótica estirada sobre uno de los colchones de las camas sin hacer, cené en el comedor comunitario otra ensalada y dos pechugas de pollo rebozadas que había preparado el día anterior, fui al lavabo comunitario para cepillarme los dientes y etcétera, fui al salón comunitario y vi un programa de televisión con otras estudiantes de la residencia, volví de nuevo a la habitación y acabé la novela erótica.

    Llevaba todo el verano pensando en cómo sería ella. Mientras ayudaba en casa quitando matojos, limpiando el cobertizo o dando de comer a las gallinas, no podía dejar de darle vueltas a cómo sería la chica con la que viviría durante todo un curso. Aquel último día de espera se me había hecho eterno, pero eran casi las doce de la noche y ya no me aguantaba de sueño, así que decidí hacer las dos camas, ponerme el pijama y echarme a dormir en cualquiera de ellas.

    Cuando ya estaba a punto de acostarme, llamaron a la puerta. Fui a abrir.

    – Buenas noches, Soy Sofia Wu, tu compañera de habitación –dijo una joven con una maleta en la mano.

    Nadie me había dicho el nombre de mi compañera de habitación y me sorprendió que fuera una chica oriental. Me aparté para dejarle paso y ella entró, se giró para situarse frente a mí e inclinó la cabeza en un gesto que me pareció un elegante y digno saludo casi reverencial. Se disculpó por llegar a esas horas, había acabado muy tarde de trabajar y no había podido coger el tren que tenía planeado. No importa, le dije. No se iba a repetir, me aseguró, se iba a esforzar en ser una buena compañera de habitación. Me pidió que si en el futuro ella hacía cualquier cosa que me molestara, se lo dijera en seguida para corregirla. Hablaba un español perfecto.

    – Gracias, igualmente. Yo me llamo Carmen –me presenté-. Disculpa, ya tendremos tiempo de conocernos, pero ahora dime por favor en qué cama prefieres dormir tú porque estoy que me caigo de sueño y necesito ir a dormirme ya.

    – ¿Tengo que elegir en qué cama voy a dormir? –me preguntó con apuro, como si le hubiera planteado una decisión complicadísima.

    – Exactamente. Por favor –contesté, juntando las palmas de mis manos delante de mi pecho para darle más énfasis a mi petición y parecer tan dignamente solemne como ella, aunque ya no podía reprimir unos profundos bostezos de perro viejo al lado de la chimenea.

    – Perdón, necesito un momento para contestar.

    Sofia Wu abrió su maleta, sacó un libro, una cartulina y buscó desesperadamente algo que debía de estar muy oculto entre pantalones, jerséis, bragas, camisetas, calcetines y sujetadores. Por fin, suspiró con satisfacción y sacó de las profundidades de su ropa una pequeña bolsa de un tejido resplandeciente que parecía terciopelo.

    Sacó unas monedas de la bolsa, las lanzó al aire y dejó que cayeran en el suelo. Las recogió rápidamente y, con un cuidado reverencial, las colocó sobre la palma de su mano. Miró las monedas con detenimiento. Yo también lo hice y me fijé que tenían un agujero cuadrado en el centro. Las volvió a guardar en la bolsa y cogió la cartulina que había sacado antes de la maleta. La miró con la misma atención que a las monedas. Yo también lo hice, tenía dibujadas unas hileras de signos de forma cuadrangular con un número encima. Señaló uno de esos signos, murmuró un número, abrió el libro grueso y negro que había sacado de la maleta, pasó unas páginas hasta encontrar lo que fuera que estuviera buscando y leyó unas frases en voz baja, de las que solo entendí palabras sueltas como “Suí”, “El trueno y el lago”, “movimiento beneficioso con honestidad” y “firmeza”. Inspiró profundamente, frunció el ceño, se quedó pensando unos segundos, cerró los ojos y susurró: “alegría relacionada con el movimiento”. Se quedó un momento con una gran sonrisa en los labios, como disfrutando del momento, y por fin dijo:

    – I Ching dice que vas a ser muy, muy buena compañera de habitación y que puedes escoger la cama que prefieras.

    – Perfecto, dale las gracias al Ching ese. La de la izquierda – le dije, por pura inercia ideológica-

    Le di las buenas noches y caí plana sobre la cama.

  7. Julián

    Están enamorados

    La pareja está en la cama, llevan toda la tarde haciendo el amor y no tienen planes para levantarse. Es domingo y no tienen obligaciones. Ambos están desnudos, aunque ella tiene las bragas puestas. “Dime cómo era tu ex” le pregunta ella, quiere saberlo todo de él, beber de su pasado, se conocen desde hace unas pocas semanas. “Pues…estaba muy buena” le dice él jugando a ponerla celosa. Ella se ríe, él está un poquito más enamorado aún cuando a ella se le ilumina la cara. Ella está de lado y pone una pierna sobre la de él poniendo su pubis sobre su muslo, él nota su calor y la besa en la boca, con la mano recorre su costado subiendo por la cadera y bajando por la cintura hasta su pecho. “Estaba pirada con el oráculo chino”. Ella se aparta para mirarle a la cara, para cerciorarse que no está bromeando. Abre la boca con una mueca de incredulidad. “¿Adivinaba el futuro?”. “No. Realmente me hacía hacer preguntas que respondía tirando unas monedas”. Ella lo mira y frunce el ceño con recelo, sigue sin tener claro si le toma el pelo. Él se distrae jugando con sus dedos con su pezón y al cabo de un instante sigue hablando. “Una vez, que no sé lo que pregunté, me dijo que tenía que tomar más riesgos en mi vida y a mi me dio por robar”. ¿Robar?”, “Bueno, técnicamente no eran robos, eran cositas que cogía”. Ella se incorpora ligeramente, apoya su espalda en el cabecero, lo mira con interés para que siga hablando, pero él la besa en la barriga y pone una pierna sobre las suyas y su mano juega con el elástico de sus bragas. Ella le pasa sus dedos por el pelo, él pasa sus dedos por los rizos de su pubis. Ella se aparta ligeramente y lo mira inquisitivamente, quiere que siga con la explicación. Él se mueve hasta ponerse a su lado, apoyado a su lado en el cabecero. “¿Robabas en tiendas?” , ”A veces en tiendas o cogía cosas de la gente”, “¿de la gente que conocías?”, “solo de los que me caían mal”, ella se ríe, él la mira embelesado, sus pechos se mueven al compás de su risa, él los besa y busca su pezón con los labios, ella se deja hacer. Él toma su tiempo jugando con su lengua y cuando se da cuenta que ella no responde vuelve a incorporarse “pero solo lo hacía por el riesgo, el peligro del momento, nada más”. “¿Aún lo haces?”. “¿Has perdido el Satisfyer?”. Ella ríe por la broma, no tiene ese aparato, él sonríe pero está serio. “No. Ya no. Una vez la lié”. Ella lo mira con los ojos abiertos, inquisitivos. Explica, no te dejes nada, quiere decir esa mirada. Él saca aire de la nariz con fuerza en un amago de risa quitando importancia a este comentario que ha sonado tan serio y sonríe, ella lo mira, disfruta viendo su boca perfecta, las arrugas que se forman a los lados de la boca, los ojos achinados, le acaricia el pecho y le besa en el cuello, en el lóbulo de la oreja, acerca su cuerpo, sus pechos se posan entre su antebrazo y su cuerpo y enreda sus piernas en las de él, apoya su cabeza en su hombro y lo mira mientras le va acariciando el pecho animándole a seguir. “Una noche unos amigos suyos nos invitaron a cenar, todo muy bien, muy fluido, y yo estaba sentado con la estantería delante de mí distraído de la conversación intentando leer los lomos de los libros con la intención de llevarme uno”. Ella no ha dejado de mirarlo, su mano acaricia su pecho muy suavemente. Él la mira, sus ojos vivos muestran su deseo, la besa, ella lo besa y sus piernas se enredan de nuevo, ella se separa y vuelve a apoyar su cabeza en su hombro y lo mira de nuevo. “En cuanto llegamos a casa saqué el libro del bolsillo y lo puse sobre la cama. Ella me lo reprochó, ojeó el libro y se dio cuenta que estaba dedicado al padre de su amigo”. Ella deja de acariciarlo, toda su atención está en la historia, su mano se ha detenido y se mantiene posada sobre su pecho. “¿Qué libro cogistes?” susurra ella. “El Aleph, de Borges. Lo malo es que su amigo nos había contado que cuando murió su padre, él se había llevado toda su biblioteca y que se había cabreado con sus hermanos y ya no se hablaban entre ellos”, “¿y que hiciste?”, “pues me lo leí”. Ella suelta una carcajada, él se contagia y los dos ríen. El pasa el dorso de su mano por su cuerpo siguiendo sus curvas, su mano amasa sus pechos, la besa en la boca, en el cuello. Ella responde a su beso ligeramente y se separa para susurrarle “¿qué más pasó?” El se aparta, deja de acariciarla y mira un punto en el infinito a los pies de la cama. “Se cabreó un montón, me dijo que él I-Ching nunca había dicho que tenía que robar, que era un imbécil, que nunca me había tomado su habilidad en serio, que era un muermo y tenía que espabilar, que el libro debía ser muy importante para su amigo, que de hecho debía ser el libro más importante de su biblioteca, que si me creía muy gracioso, que iba a perder su amistad por mi culpa, que su amigo era más importante que yo”. Ella lo besa en la boca, le apena que sufra, se mueve haciendo que él se ponga encima suyo, sus cuerpos se unen, sus sexos se acoplan, su polla está erecta de nuevo, ella separa sus piernas, acaricia con fuerza su culo, él baja sus manos para quitarle las bragas, se desenredan y dan vueltas en la cama riendo, gimiendo y cuando ella consigue desprenderse de sus bragas está encima de él, separa sus piernas y apoya sus pechos en su cuerpo. Lo mira a la cara, “¿aún tienes ese libro?” Él se impacienta, quiere estar dentro de ella, pero ella mantiene su cuerpo justo en la distancia que le es imposible penetrarla. El suelta un bufido “que hijaputa”. Los dos ríen, él le amasa el culo, pasa sus manos por su espalda clavando la yema de los dedos, vuelve a las nalgas, gime, se miran a los ojos. “No. Pasaron como dos o tres meses y nuestra relación se iba a pique. Organizó otra cena con sus amigos para que devolviera el libro y así lo hice y cuando salimos a la calle cada uno fue por su lado”. Se besan comiéndose la boca, ansiosos, como si no hubiera un mañana, ella retrocede su cuerpo para tenerlo dentro suyo y gimen los dos al unísono, se sonríen mientras se besan, sus cuerpos se funden y se hace uno solo, seguirán haciendo el amor lo que queda de domingo, esa cama es su mundo, no les hace falta nada más, se tienen el uno al otro, la vida es perfecta. Están enamorados.

  8. El que llega tarde

    Confuso

    No soy uno de esos incrédulos que piensan que no somos más que un trozo de carne y que cuando palmamos, pues se acabó, y cada átomo se va por su lado. Me parece soberbio negar lo que no sabes, pero esto… La culpa es mía por hacerle caso a mi amigo Severiano.
    Lo conozco de toda la vida, tal vez por eso no me parecen tan raras sus ideas. Seve es un magufo de manual; se traga todo lo que le echen. Ovnis, que ahora se llaman UAP, según me ha dicho él, licántropos, fantasmas, chupacabras, vampiros de los de sangre y de los psíquicos, telépatas, intraterrestres, la chica de la curva y los niños verdes. Todo.
    Para calmar mi inquietud, había ido a su casa. Estábamos en su sala de estar, un espacio recargado que tenía un característico olor a incienso y pachuli. Intentaba tomarme una cerveza sin tirar al suelo los doscientos cristales de cuarzo que Seve tiene por todas partes y le confesaba el motivo de mi preocupación, más mundana que las suyas sobre los chips de las vacunas.
    Mi preocupación se llamaba Vanessa y trabajaba de cajera en el supermercado de al lado de casa. Cada vez que bajaba a comprar algo, pegaba la hebra con la chica. Se trataba de un ejercicio más deportivo que seductor, pero, no sé cómo, ayer le di mi número de teléfono. Es raro, porque siempre he sido un pardillo, pero, mientras hablábamos de yogures caducados y le iba pidiendo artículos de la vitrina cerrada con llave para que saliera del cubículo y así poder admirar su culo, me vine arriba. Siempre he tenido una especie de fijación, de fantasía, con las chicas working class, mujeres sensiblemente inferiores a mí en la escala salarial que me despiertan sentimientos entre paternos y feudales. Es una fantasía de telenovela, una reedición cutre de Pigmalión. Cuando veo una chica guapa limpiando en la oficina, una cuidadora de abuelitos o una cajera de super, como Vanessa, me cuelgo de ella. Este fenómeno no ocurre con ninguna otra mujer. Las señoras más espectaculares del mundo pueden pasar ante mí que yo sigo impasible, pero si me sonríe una dependienta…
    Estos cuelgues míos no van a ninguna parte. Nunca pasa nada, porque nunca hago nada. Disfruto de mi fantasía como paladeando una copa de buen licor sentado en un cómodo sillón, pero esta vez he roto mis normas. ¿Por qué demonios he tenido que darle mi número? ¿Qué hago si me llama? Porque si lo hace, presiento que mi fantasía me va a arrastrar, todo mi sistema de contención se vendrá abajo y la liaré. Y yo soy un hombre casado, felizmente casado con un señor muy guapo que era el mejor amigo de mi ex mujer. No se trata de la culpabilidad del engaño, eso lo podría manejar, es la puerta que abriría a la regresión, un dilema moral y de identidad sexual. Tengo ya cincuenta y lo último que me apetece es volver a zozobrar en ese mar. No sé si resistiría una segunda salida del armario a la inversa. Necesitaba consejo y lo busqué en la seguridad del pasado. Mi amigo Seve me dijo “consúltalo con el I ching”.
    Se levantó de su sillón y fue a la biblioteca a buscar un libro. Volvió con un mamotreto que tenía las páginas arrugadas por el uso. Le agradecí el esfuerzo y apuré mi cerveza, ni loco me iba a leer ese tocho para que me tirase las cartas. Si adivinar mi futuro había de significar una noche en vela leyendo, pues iba a seguir siendo una incógnita. Seve es insistente, no acepta un no por respuesta. Después de tratarme de zafio e ignorante, me instaló una aplicación en el móvil para que consultara aquel oráculo chino. Y aquí estoy, perplejo con el teléfono en la mano, esperando que acabe la publicidad incrustada en la app.
    Se trata de pensar la cuestión que quieres consultar y tirar unas monedas para ver el resultado. Con la aplicación era realmente fácil. Acabó la publicidad de un juego de apuestas y las moneditas se pusieron a girar. Cuando por fin pararon, dieron su respuesta:
    El árbol crece hacia lo alto de la montaña… [y tal y tal] …una etapa acaba de finalizar, pero toda evolución supone un retroceso…
    Joder, yo le he preguntado si debería seguirle el rollo a la Vane si me llama y me suelta esta mierda. ¿Cómo es posible que les haya aguantado esto durante miles de años? Si parece un diálogo de Kung Fu entre el Maestro y el Pequeño saltamontes. La vida no puede ser tan difícil. No hay consuelo en lo esotérico. ¿No podía haber dicho simplemente sí o no?
    Todo esto me reafirmaba en mis convicciones racionalistas, más cuando leí la siguiente parte; porque la primera parrafada es la respuesta, pero hay que complementarla con algo así como la actitud que debes tomar en el futuro. Y aquí es cuando la matan:
    Abajo junto a la montaña está el trueno [pues muy bien]. El hexagrama dibuja una boca, por donde entran los alimentos y salen las palabras [¿cómo?] Es el momento de cuidarse. Atención a lo que dices y a quién se lo dices. Vigila tu alimentación.
    Tal vez era una referencia a que comprara menos mierdas en el super y fuera al mercado, que es más sano, pero no lo veía muy pertinente con el asunto que me incumbía. Me quedé igual.
    Iba a darle otra vez al botón de la tirada, aunque me tuviera que tragar un par de anuncios más, cuando ocurrió algo.
    A veces pienso que la vida sería más fácil si alguien decidiera por nosotros, no mejor, pero sí más fácil, como ahora mismo está ocurriendo. Ha sonado el teléfono y mi marido lo ha cogido, y está hablando con la cajera del súper, que resulta que es una chica bastante locuaz y poco discreta una vez que toma la iniciativa, al menos es lo que deduzco por las caras y las expresiones entrecortadas de mi marido. Y es que soy un imbécil, un imbécil vintage y anticuado que da el número del fijo en vez del móvil.

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