Algo en la sangre: La biografía secreta de Bram Stoker
Hablar de Abraham Stoker, Bram para todo el mundo, es hablar de Drácula. Y hablar de Drácula es hablar de vampirismo, de la sangre, de un personaje distorsionado, en absoluto fiel a la persona llamada en vida Drácula —Vlad Tepes El Empalador— que hasta el momento era desconocido para el público en general y que nuestro biografiado sacó a la luz. No, Stoker no tenía ningún conocimiento de su existencia. Cómo se ha asociado el personaje a la figura histórica ha sido fruto de la casualidad, el cine, y, sobre todo, Coppola con su película mal llamada Drácula de Bram Stoker. Película que, por otro lado, recomiendo encarecidamente.
Debo comenzar avisando que de Bram Stoker no se sabe tanto como se cree. Era una persona hasta cierto punto anodina, corriente. Un hombre con una capacidad de trabajo asombrosa, dedicado en cuerpo y alma al teatro y al actor que lo dignificó, Sir Henry Irving. Esta biografía de Skal, por lo tanto, no está dedicada en exclusiva a nuestro escritor irlandés. Es un retrato de su época, la victoriana, con sus luces y sus sombras; un buceo en el mundo teatral, en la vida de Sir Henry Irving, pero también un vistazo a la vida de Oscar Wilde, pues fueron contemporáneos, pero no plenamente amigos y ambos tuvieron una relación con Florence Balcombe, posteriormente Florence Stoker.
A pesar de que este párrafo introductorio pueda desanimar a quien vea en Stoker algo misterioso, intrigante o enigmático, debo decir que posee bastantes elementos oscuros por desentrañar. Sus primeros siete años de vida estuvieron marcados por una enfermedad desconocida que lo tuvo paralizado y encamado. No tenemos manera de saber si fue algo físico, psicológico o una combinación de ambos factores. Si bien es cierto que nació en un período turbulento para Irlanda (esos siete años coincidieron de forma casi exacta con los peores años de una hambruna mortífera que vino acompañada del cólera), Bram no contrajo esa enfermedad ni ninguna otra que pudiera explicar su parálisis. Una teoría moderna apunta a que pudo padecer terrores nocturnos, ya que sus síntomas coincidirían en parte. Pero no es tan sencillo; nada en la vida de nuestro hombre lo resulta ser. A Bram le interesaron fenómenos como el hipnotismo y el mesmerismo, bastante en boga en su época. Se sabe que la autohipnosis puede

provocar la parálisis del cuerpo, pero hemos de descartar que tuviera conocimientos de ella; nadie en su familia los tenía. Otra teoría apunta a un posible caso de abuso sexual o incesto, pero tampoco es algo de lo que nos podamos fiar, ya que no existen pruebas que lo apoyen. Y una última propuesta tampoco demostrada, pero no por ello descabellada: intoxicación por opio. En su época se usaba el láudano (mezcla de alcohol y opio) como remedio y preventivo para muchas enfermedades. Esto, a día de hoy, nos suena a barbaridad, pero en la época de Stoker no era algo tan irracional.
Primer acicate para la creatividad sobrenatural de Bram Stoker: su madre, quien le leía cuentos de fantasmas y de misterio, que influyeron sin duda en la imaginación del pequeño Bram, dejándole algún poso que usaría años después para sus creaciones. Stoker y su familia eran irlandeses, tierra en la que abundaban personajes fantásticos como diablos, ogros, gigantes, brujas, y los más locales banshees (un hada femenina que anuncia muerte de seres queridos con sus gritos y llantos), leprechauns (duendes) y pookas (animales poseídos). Ese cúmulo de relatos fueron, sin duda, un caldo de cultivo inigualable para la mente de una persona que tuvo un pie en la vida y otro en la muerte.

Avancemos unos años, hasta la adolescencia de Abraham. Recuperado de su inexplicable enfermedad, retomó los estudios, destacando su capacidad para asimilar y organizar la información y los conocimientos que iba adquiriendo. Pero ello no hizo de él un estudiante brillante, sino que fue transitando por la etapa académica con resultados dispares, a veces buenos y otras mediocres. Pero si en algo acabó sobresaliendo fue en su apariencia. Se comenta varias veces en el libro que llamaba la atención, pero veamos cómo se veía a sí mismo: «Mido metro ochenta y ocho, peso setenta y seis kilos desnudo y solía medir metro con dos o metro con cuatro de pecho. Soy feo pero fuerte y decidido, y tengo un gran bulto sobre las cejas. Tengo una mandíbula poderosa, la boca grande y los labios gruesos; narinas sensibles; una nariz chata y el pelo liso» (página 113). Personalmente, no estoy nada de acuerdo con el adjetivo feo. En los pocos retratos que existen de él, se le ve serio y de mirada entre inquisitiva y reflexiva, pero me arriesgo a opinar que se le calificaría de atractivo. Y esta descripción que he transcrito literalmente me sirve para entrar, sin aviso, en uno de los grandes tabús de su época, que Stoker abordó de forma sutil en su obra cumbre. Hablo de la homosexualidad, ni más ni menos.
Sin entrar en sensacionalismos, en varios de sus escritos personales se destaca el trato cariñoso hacia otros hombres de su vida. Es sabido que sentía una gran admiración por Walt Whitman —a quien dirigió una carta en la que incluía la descripción que he transcrito— y que le llegó a conocer en persona. Fue también amigo de Hall Caine, escritor de la Isla de Man muy reconocido en su época y a quien dedicó su novela más conocida.
Y del servilismo y admiración inquebrantables que sintió por Sir Henry Irving no hay la más mínima duda. Se habían conocido en una fecha tan temprana como 1876, cuando Stoker era funcionario en el Castillo de Dublín y trabajaba, a la vez, como crítico de teatro para el Dublin Evening Mail. En ningún momento se había planteado dedicar su vida al teatro, pero las halagadoras críticas que hizo de varias obras de Irving llamaron la atención de este que, si en algo destacaba, era en su capacidad para manipular a las personas. De hecho, en algún pasaje de la obra se describe la relación Irving-Stoker como la de amo y siervo, papel que nuestro biografiado pareció aceptar de buena gana. Fue tal el deseo subconsciente —o no— de Stoker de ser abducido por el actor, que abandonó la estabilidad laboral que le ofrecía su empleo para embarcarse en el proyecto de ser secretario personal del actor, aparte de dirigir el teatro en sí. Debido a esta relación sumisa entre el escritor y el actor, se ha sacado la conclusión de que el primero transformó al segundo en vampiro, como para exorcizar sus demonios. Otra lectura bien puede ser la ambivalencia sexual del mismo Abraham Stoker. He comentado unas líneas más arriba que podría haber sido homosexual, y, justamente, a su amigo Oscar Wilde lo encarcelaron por ser descubierto. Se trata este tema ampliamente en un capítulo de esta biografía y tiene mucho que ver con Stoker, si lo pensamos bien. ¿Quiero decir con ello que el escritor estaba secretamente enamorado de Sir Henry Irving y que lo plasmó en Drácula como si fuese un alter ego demoníaco? No se sabrá nunca, pero es una hipótesis interesante.

Esta es, a grandes rasgos, la persona que se esconde tras el nombre de Abraham Stoker; ahora bien, la gran pregunta. ¿De dónde sacó la documentación, la influencia y el tiempo necesario para abordar una novela como Drácula? ¿En quién se inspiró, de dónde sacó fuentes para construir a su personaje cumbre?
Para comenzar, hay algunos pasajes que son calcos de hechos reales de su vida. Todo lo relacionado con la goleta Deméter sucedió de verdad. Stoker cambió el nombre original (tampoco mucho, la embarcación naufragada se llamaba Dmitri). El escenario es idéntico, personaje y hechos suceden en Whitby. En esta localidad se topó con el nombre de Drácula, gracias a un autor llamado William Wilkinson. Pero este erró en la traducción del nombre Drácula. Veamos: Wilkinson comentó que Drácula, en valaco, significaba diablo, y que cualquier persona destacable por su coraje, crueldad o astucia era apodada así. El padre de Vlad Tepes, a quien no se menciona en ningún documento consultado por Stoker, fue conocido con el apodo Dracul, Dragón. Para aclarar este lío: el sufijo -a significaba hijo de, al igual que el sufijo -ez, en castellano, también significa hijo de cuando hablamos de apellidos. Drácula significa, pues, hijo de Dragón. Si el padre era apodado Dracul, Dragón, el hijo heredó Drácula, hijo de Dragón.
Ya tenemos localizaciones y nombre definitivo para el personaje. Originalmente iba a llamarse conde Wampyr, demasiado evidente; Drácula sonaba mucho más rotundo, más sonoro si se me permite la redundancia. Ahora el lugar de nacimiento del personaje: Transilvania. No queda del todo claro, pero es muy posible que Stoker leyera a la folclorista Emily Gerard, que hace una descripción del lugar que pudo haberle marcado profundamente. Tampoco hemos de descartar el hecho de que Stoker había leído a la muy conocida Carmilla de Joseph Sheridan Le Fanu, y aunque este personaje provenga de Estiria (un estado federado de Austria) como Drácula en sus inicios, algo desconocido le hizo cambiar de opinión. No se sabe por qué, pero fue un acierto.
Para poner punto y final a la reseña, a Stoker se le ha conocido principalmente por esta novela, pero escribió otras que, si bien no alcanzaron la misma fama, sí fueron aceptables. Un pequeño apunte: Stoker dudaba de la perdurabilidad de su Drácula, a pesar del cariño que le dedicó nunca tuvo clara ni su calidad ni, desde luego, se imaginaba la enorme trascendencia que tendría. De todo esto y del pobre concepto que tenía de sí mismo se deduce que tenía una autoestima pobre. Los capítulos 10 y 11 de este libro, de hecho, están dedicados a la influencia posterior de Stoker y Drácula, y de cómo han marcado a las generaciones que le sucedieron. Si Stoker resucitara hoy en día, desde luego que se quedaría atónito al comprobar que su trabajo, del que tanto dudaba, ha marcado a tantísimas personas. Y, a título personal, creo que le gustaría algunas de las películas que se han hecho de su libro. Era un hombre de teatro, con una gran capacidad para fijarse en escenografías, en detalles, y apostaría a que se quedaría asombrado con la escenografía de Coppola, con el intrigante Max Schreck (de quien no descarto buscar datos para una futura reseña, si se tercia) y con lo mucho que se le conoce hoy en día. Descanse en paz, señor Stoker. Se le quiere… Y se le lleva en la sangre.