Crónica: Festival Liternatura
Es una mañana alegre de octubre. El suelo se desplaza ante nosotros y la tierra, que cubre a la artista estirada boca abajo, cae de la manta por sus movimientos de caracol desprendiendo un olor húmedo. Me pregunto si la hierba es real o de plástico. Tal vez sea trigo. Conjeturo. Su color es intenso. Verde trigo. Una Oda a la Collita, a la cosecha que Natalia Carminati arrastra a su espalda reptando por el camino, hundiendo los ojos en un público que contempla. Pienso en la tierra cansada que apenas conoce el barbecho, en sus tiempos y ciclos que, a menudo, se pasan por alto. Pienso en su labor de madre nutricia. En lo necesario de este tipo de performances y de un género literario que desplaza al humano del centro y cede a la naturaleza, a otras formas de vida, un papel prominente. Y pienso en escritores como Gabi Martínez que escribe libros necesarios como Un cambio de verdad o Delta (ambos de Seix Barral) —que incluyen a los humanos como actores responsables o incapaces de afrontar el cambio del paisaje del que formamos parte— y que organiza un festival donde fusiona literatura y naturaleza, ciencias y letras. El Festival Liternatura. Porque la escritura de naturaleza o Liternatura o Nature Writing, ante todo, es literatura. Y de la buena. ¿Qué más se puede pedir?
Señalamos en el calendario la tercera edición del festival, promovido por Bibliotecas de Barcelona. El 28 de septiembre no puedo asistir. Imposible, después de esperar todo el año. Siento el impulso de compensar la pérdida y me decido a ello. El 5 de octubre salimos de Tarragona y nos dirigimos a la montaña de Collserola, a la biblioteca Josep Miracle, finalista del Premio IFLA Biblioteca Verde 2022, otorgado a la mejor biblioteca verde del mundo por su compromiso con el medioambiente y por su trabajo de sensibilización.
10:30 de la mañana. El viaje ha ido más lento de lo esperado, llegamos con el tiempo justo. Me encantan las vistas. El sosiego de las montañas, de la vegetación que rodea la biblioteca, invita al estudio, a leer entre sus cuatro paredes o más allá. A leer los árboles, las flores, los vientos, los jabalíes que habitan el monte. Hace fresco. La carpa y las sillas están vacías y es hora de comenzar. ¿Dónde están todos? Entramos en la cafetería. S. espera en la cola a que le atienda el camarero y yo trato de averiguar en qué sala se celebra la primera charla y si los ponentes han subido al estrado. Pasan de las 10:30. ¿Dónde están todos? Núria Flò, la directora, aparece y percibe nuestra inquietud.
—Tranquils, encara no ha començat.*
*Tranquilos, todavía no ha empezado.
Y yo contenta de que no haya empezado. Estoy decidida a pasarlo realmente bien, a disfrutar de la charla, a compensar el sábado pasado, el sábado perdido. Núria me dice que hay problemas de sonido, lo cual agradezco, aunque intuyo a los participantes secuestrados por los nervios. Informo a S., que aún no sabe si pedir los cafés o salir de la cola y bajar la escalera corriendo.
—Dos cafés con leche para llevar. Sí, molt calents.
El festival acoge a autores nacionales e internacionales. Durante el primer año, tuvimos la suerte de escuchar a escritores como Jesús Carrasco conversando con la periodista Pilar Sampietro sobre Intemperie (Seix Barral). Al año siguiente, Italo Calvino fue protagonista conmemorando los cien años de su nacimiento. Como caminante de la ciudad que fue, la naturaleza urbana extendió sus ramas a lo largo y ancho del festival, cobijó a los presentes y dio el fruto esperado. Escritores como el filósofo Santiago Beruete, autor de Jardinosofía, se acercaron a la montaña más literaria de Barcelona para dialogar con Sampietro. Este año, el agua, el mar, el Mediterráneo empaparon las exposiciones de los ponentes. El agua tan necesaria y, sin embargo, náufraga de la literatura.
Entramos en la sala. Al fondo, la ranita meridional o reineta blava saluda, un año más, con sus tonos azulados, desde el cartel. El comisario del evento presenta la primera intervención de la mañana. Escoltar l’aigua (Escuchar el agua). La pared de la derecha es de cristal. Muestra la vegetación de afuera en toda su plenitud y llama a un recogimiento mayor que otras bibliotecas. Sobre las barras de metal, soporte de los paneles de vidrio, descansan los pájaros que vuelan en las fotografías.
Gabi Martínez acaba la presentación y baja del estrado. Miro el programa para ubicarme, busco el nombre de la primera ponente, al tiempo que oigo la voz de la bióloga Eloïsa Matheu. Habla de su recorrido por los campos, por las montañas, por las riberas de los ríos. Y habla de los sonidos que grababa, allá en los años 80, en plena naturaleza. El sonido de los pájaros, la información que el canto aviar proporciona al biólogo, horas y horas de grabación testifican la presencia o ausencia de distintas especies, las que habitan un territorio o las que no se espera encontrar. Sonidos elocuentes que informan sobre el decrecimiento de las aves, las disputas territoriales, la atracción sexual entre individuos. Un registro auditivo que deja a cualquier documento visual como una cartilla de párvulo.
Eloïsa Matheu lo llama Paisaje sonoro. Biofonías, sonidos naturales, propios de los humanos, como las voces, estornudos, chasquidos con la lengua. Antropofonias, derivadas de la actividad humana, como el sonido de la carretera, del aire acondicionado cuando ruge, del tren de mercancías y su ruido de hierro. Tecnofonías provocadas por los móviles o altavoces de música. Sin embargo, no siempre es fácil detectar un sonido, añade. La contaminación acústica dificulta el trabajo cuando sale con su equipo de grabación, más aún en un mundo en el que cuesta rastrear lo salvaje, en el que la presencia humana, insistente en todas partes y en múltiples formas, asusta a los pájaros.
Llega el momento esperado. Matheu presiona el botón y los ritmos del primer audio fluyen en la sala. Palencia. Murmullos del agua. Paisajes sonoros donde el agua cautiva y narra sus propios relatos. Oímos el canto del río y del petirrojo, ave de invierno procedente del norte de Europa que vuela a climas cálidos. Ahora, el mirlo. Los imagino revoloteando en la ribera o en una piedra bañada por agua fresca. Comen gusanos, insectos, vegetales. Cantan y cantan y en absoluto me afecta que su repertorio sea más austero ahora que en primavera.
Muniellos, reserva natural. Los mosquiteros y mirlos se unen y forman coro en la robleda. Ha llegado la primavera. El petirrojo aviva sus ritmos con variedad de cantos. De fondo, en el valle, el río. ¿Cómo logran entenderse? La bióloga habla del respeto por el espacio acústico del otro. Los pájaros son extraordinarios. Escuchan a los demás y emiten en distintas frecuencias y a diferentes ritmos, según la especie, para comprenderse. La fisonomía del bosque desempeña un papel relevante. Si es cerrado o abierto, si usan frecuencias graves, más eficaces a cierta altura. Porque los pájaros lo saben. El canario sabe que transmitir con un canto agudo, en un bosque cerrado, no es conveniente, al contrario de lo que ocurre en las pinedas, más abiertas, y pobladas por habitantes que también lo saben.
Eloïsa Matheu estudió biología en los años 70. Su pasión era conocer diferentes formas de vida, más allá de la humana. Conocerlas de verdad, sumergirse en la profundidad de lo diminuto, en el laboratorio, o viajando a distintos países para recoger voces silvestres. Su oído acostumbrado es capaz de identificar señales que indican la procedencia de un sonido.
Brazo del Guadiana (Badajoz). Pájaros, anfibios, ríos, seres silenciosos. El agua del río serpentea. Es ancho y en la rivera habitan numerosas especies. Al ruiseñor no le gusta el frío y, por ello, visita Europa en primavera. Su canto, menos armonioso que durante la conquista de la hembra, revela que defiende el territorio. Ella capta el mensaje, pero mostrará interés si le convence su canto, el territorio que protege y la alimentación de la zona.
Y, ¿cómo lo hacía, Eloïsa Matheu, antes de la revolución digital? Micrófonos y enormes magnetófonos de 16kg, nada menos, permitían grabar tan sólo 15 minutos. Imagino el peso sobre la espalda, los casetes y CD’s, más tarde, que debió cargar su mochila. Imagino la paciencia de llegar a casa y escuchar lo grabado. La dificultad de distinguir unas especies de otras y separar los sonidos relevantes de las barcas turísticas, de los motores, del bullicio, de lo humano.
Las ranas croan y el sapo partero común y la ranita meridional. Oímos el agua, la acústica de la profundidad, grabada con hidrófonos. Un verdadero paisaje sonoro, explica Matheu, que los investigadores empiezan a descubrir. Buceamos en el asombro de una vegetación que, cuando respira, expulsa elementos químicos que provocan sonidos. Escarabajos sumergidos que emiten uno de los tonos más potentes articulados por la naturaleza. Audibles, incluso, en la superficie. Pájaros acuáticos en zonas húmedas e indispensables para las aves migratorias como el delta del Ebro, el del Llobregat o la costa valenciana.
Levanto la mano. Turno de preguntas. Me encantan los pinos y las diferentes especies. La sequía, en diferentes puntos de la península, acecha a las coníferas, las debilita y las deja a disposición de plagas exterminadoras. La zona en la que vivo se caracteriza por las pinedas y quiero saber más de ellas. Pregunto qué clase de aves habitan las de la costa y descubro que, además de la urraca, la torcaz, la tórtola, la abubilla y el gorrión que encuentro a mi paso, vive el carbonero, el verdecillo, el carpintero verde. En el sotobosque, la curruca cabecinegra. La lechuza no pasa su mejor momento, debido a las torres eléctricas, al uso de raticidas que merma el alimento de las rapaces, además de la escasez de espacios de nidificación como las masías, buhardillas o campanarios.
El conocimiento de la bióloga, acumulado durante décadas, y el de su compañero de vida, Francesc Llimona, queda registrado para beneficio de todos. En 1992 crean el sello discográfico Alosa: sonidos de la naturaleza (www.sonidosdelanaturaleza.com), donde publican las primeras guías sonoras del país. Un espacio que los presentes anotamos. En adelante, los ríos, los bosques y montañas formarán parte del repertorio musical que escucharemos. Más aún cuando llega el final de la exposición y se apagan los audios. Pero sólo hasta pronto.
11:30. Caminamos al exterior de la biblioteca. Natalia Carminati avanza en su periplo, el de la tierra madre y creadora. Su proyecto explora la confluencia entre agricultura, gastronomía, relato, tanto oral como escrito, y arte contemporáneo. La semilla como elemento central del relato y los rituales de diferentes culturas. La artista colabora con la Biblioteca de Collserola, que cuenta con el primer banco de semillas de préstamo: bibliollavors, e investiga sobre ellas. Durante el espacio que recorre y en el esfuerzo de llevar la cosecha a cuestas, evocamos el tiempo de la siembra, el esfuerzo de producir fruto.
Y hacia allí se dirige, al final de un camino flanqueado por cestos de mimbre, tomates, verduras, frutas, panes, jarras de aceite. Se levanta del suelo e invita al público a participar inmersivamente. Coge la tijera, corta un pedazo de hierba y se lo lleva a la boca. Un espectáculo gastronómico. Más que eso. Mucho más. Núria Flò confirma que es trigo. Ha tardado diez días en crecer de la manta, aclara Carminati. Cede la tijera por turnos. No lo dudo un segundo, quiero descubrir el sabor del trigo cuando está verde. Corto unas hojas, siento una explosión de sabores y emociones, es realmente fresco. Recuerda a la menta, al agua fresca en verano, al pueblo de mi madre, a los campos amarillos. Verde, delicioso, saludable, nunca lo hubiera sospechado. Masticamos y nos unimos a la oda conjuntamente. Y comemos los tomates, verduras, frutas, panes, aceite y la obra adquiere nuevas perspectivas, la hemos seguido y, ahora, caminamos a la vez, nos integra en ella. Es una experiencia hermosa.
12:00 del mediodía. La carpa se va llenando para recibir Els angles de l’aigua (Los ángulos del agua). La escritora y antropóloga María Belmonte, autora de Los senderos del mar y El murmullo del agua (Acantilado), conversa con Eloísa Matheu. Marc Caelles, artista y escritor, modera la mesa y pregunta a Belmonte, nada menos, ¿qué es el agua? El elemento más misterioso del planeta, responde. Recomienda H2O: Una biografía del agua (Turner Publicaciones), de Philip Boll. No existe un consenso en cuanto a cómo llegó a nuestro planeta, pero su origen, comenta Belmonte, es poético.
Hace millones de años, cuando el planeta se enfrió y aparecieron las nubes llovió, llovió, llovió, durante años y años y años. O bien, llegó a nuestro planeta en meteoritos, gota a gota, quién podría precisarlo. Es un misterio, un bonito misterio, repite la bióloga poéticamente. Y evoca El mundo silencioso, de Jacques Cousteau y la facultad de biología, cuando teorizaban sobre la sordera y el mutismo de los peces, teorías que actualmente se derrumban. El mar en absoluto es silencioso, aclara. Sonoro y ruidoso, en gran medida, debido a la acción humana y a las vibraciones de quienes lo habitan. El tono que produce la ballena, los invertebrados, el cangrejo y las percusiones que emite con las pinzas. Incluso las plantas producen sonidos, tal vez interpretados por la fauna marina. Descubrimientos sorprendentes como el hecho de que dos personas escuchan el fluir y las corrientes de un mismo río de forma distinta, aunque estén juntas.
A Belmonte le interesa la profundidad del océano, sus lugares misteriosos, las pozas de agua caliente o simas.
— ¿Hay grabaciones de esos lugares?
La bióloga lo desconoce. La temperatura es elevada y las aguas sulfurosas. Sería necesario crear un micrófono especial que resistiera el calor. Concuerdan en lo idóneo de que existan lugares inescrutables. Quién sabe. Acabarían por convertirse en balnearios.
Los senderos del mar: un viaje a pie fue inspirado por un olor que percibió en la ciudad de Biarritz. La antropóloga emprendió el viaje en Baiona hasta la costa francesa, desde la perspectiva renovada de seguir el camino a pie. Quince días de estímulos y contacto con la naturaleza, de preguntarse por ella, por el mar, el origen de las olas, las autopistas que cruzan los océanos, tan estrechamente relacionadas con el clima atmosférico. Me pregunto qué obstáculos encontró, si acaso los hubo.
Quienes frecuentamos la montaña o los bosque agradecemos sinceramente las señales que encontramos a nuestro paso. Una piensa en la generosidad ajena. Que la costumbre de nuestros antepasados, de atravesar los montes y acortar distancias sumidos en la vegetación más frondosa, deja un testimonio significativo, la narrativa del camino. Alguno dejó marcas porque pensó en el otro. Y, sin embargo, explica, Belmonte, existen seres que disfrutan cambiando los signos, los montoncitos de piedras superpuestas, la pintada en la roca, los troncos ubicados estratégicamente que asisten al caminante. También que los ángeles del camino protegen.
El moderador de la mesa lee el Poema del cuarto elemento, de Borges, La súplica que hace al agua «No faltes a mis labios en el postrer momento».
—¿Cómo escribes tus libros? —pregunta a Belmonte.
Se zambulle en documentos científicos y temas artísticos. Se informa cuanto puede. Su anhelo de saber, sobre cuestiones relacionadas con la ciencia, es evidente por las preguntas que plantea a la bióloga. Y, eso, se agradece.
—¿Es verdad que cuando caminas por un río de espaldas, no se oye igual?
Porque no escuchamos lo mismo de lado que caminando de espalda, explica Matheu. El cerebro procesa de forma distinta cualquier diferencia mínima de tiempo. Por eso, es posible distinguir si un animal viene por la derecha, por atrás, por arriba. Y, por eso, alzamos la cabeza o nos giramos para detectar señales acústicas. El grillo emite sonidos frontales y traseros, pero no laterales. Las aves mueven la cabeza constantemente para ser escuchadas. Quién no ha visto a un pájaro girarse hasta dar con el pico en la espalda.
Al moderador le interesa la parte que trata de Roma. La cantidad de agua potable que recorría la ciudad le valió el título de Regina Aquarium, la reina de las aguas. Incluso los emperadores se preocupaban de proveer agua a sus ciudadanos, hasta el punto de que Roma dio más litros de agua en la antigüedad que nueva York en 1985. Y, no menos importante, la limpieza. Exigencia que permitía preservar los manantiales en estado saludable.
El diálogo no tarda en volver los ojos a la actualidad. Marc Caelles recuerda a Séneca, el hecho de que criticara a la aristocracia de su tiempo por sus piscinas privadas y recomendara las aguas cristalinas y frías de los ríos. Durante el año pasado, la sequía impidió que se llenaran las piscinas y el rechazo del propietario medio fue rotundo. Una piscina en nuestro mundo, comenta, es absurdo.
—Claro, aunque en Roma no les faltaba agua y eran menos comparativamente —añade Belmonte.
La antropóloga menciona las virtudes del agua para relajarnos, la alegría de un baño. La inclinación natural a quitarnos la ropa y lanzarnos al mar cuando los pies desnudos pisan la playa. Una ducha, por sí sola, es terapéutica. Y el agua que sale del grifo, en nuestra casa, merece una reverencia, pues su acceso no está al alcance de todos los habitantes del planeta por igual, concluye.
Llega el turno de preguntas. Una mujer del público levanta la mano. Roma fue la primera política que se apoderó de la naturaleza, comenta.
María Belmonte denuncia los abusos que se dan en la actualidad. Eloísa Matheu añade que los primeros campos de cultivo tenían canalizaciones para transportar el agua.
La preocupación por el momento que vivimos es palpable. S. pregunta la opinión de las contertulias sobre el agua embotellada y su mercantilización. Y ambas están de acuerdo: el agua del grifo es la única aceptable, más aún si pensamos en los microplásticos que circulan en la botella.
—Es preferible un buen filtro y consumir los recursos que ya están expuestos —comenta la bióloga llegando al final de la charla.
Al final de una mañana que interpela a los cinco sentidos. La vista se enamora del paisaje y el ambiente que observa, de la oda a la cosecha que ofrece Carminati. El oído queda seducido por el canto de los pájaros, del agua, de las ranas, de las charlas. El gusto de los tomates, del trigo, del verde. El olor de la tierra húmeda y primitiva. Pero busco el modo de convocar al tacto. El tacto predilecto de todo lector, el tacto del papel, de la hoja, del libro. Me dirijo a la caseta y compro Delta. Conocí a Gabi Martínez en un taller que imparte Javier Morales sobre liternatura, de modo que trato de localizarlo. Lo encuentro en un lado de la carpa de pie, siempre en pie, dispuesto a llevar el Festival Liternatura (premio UNESCO) a otro lugares del mundo como Latinoamérica para difundir un género que cada vez cuenta con más lectores. Le extiendo el libro y me llevo su simpatía, su libro, su firma. Una mañana inolvidable. Necesaria. ¿Qué más se puede pedir?