Laboratorio 22 de febrero: Personajes históricos descolocados

Comentaremos textos escritos por los participantes y haremos actividades de escritura en el momento, que nos pueden servir como semillas para la sesión siguiente o no.

Cada sábado tendremos una consigna sobre la cual escribir. Los textos se tienen que poner en los comentarios de la entrada pertinente antes del viernes anterior a la sesión. Podemos poner el texto tal cual o un enlace a un sitio donde leerlo. Los textos tienen que tener, como máximo, 900 palabras. Cada participante tiene dos compromisos: a) Escribir un texto y b) Leer los de los compañeros.

El laboratorio tendrá un número limitado de participantes. Para cada sesión podrán asistir quienes cumplan las dos condiciones anteriores, por orden de presentación de textos. Pedimos a todos los participantes honestidad y buen rollo.

La consigna en esta ocasión es escribir un relato en el que un personaje histórico se despierta en 2025 ¿Qué pensará?

Tenéis que escribir vuestros textos y ponerlos en los comentarios de esta entrada, bien pegando directamente el texto, bien poniendo un enlace donde leerlo hasta el jueves anterior a las 12 de la noche. Tenemos hasta la sesión para leer los relatos de los demás.

Cualquier duda la podéis preguntar por el grupo de Whatsapp.

11 comentarios

  1. Óscar Bastante

    FUEGO VIVO

    —¿Estás segura de querer intentarlo?
    Elena me miró fijamente. Sus ojos azules despedían brillos acuosos. Sus labios temblaban.
    —Sí, Germán —dijo—. Comprende que estoy desesperada. Ya no sé qué más hacer. He visitado psicólogos, psiquiatras, coaches… y sigo igual. ¿Qué será lo próximo? ¿Qué me encierren en algún centro psiquiátrico? ¿O que algún día…?
    Su voz se quebró y se llevó las manos al rostro, ocultándolo. Yo miré sus antebrazos y sus muñecas, llenas de quemaduras. Las más recientes presentaban costras de color rojo oscuro, casi marrón. Las más antiguas lucían cicatrices rosadas y brillantes.
    —Tranquila, cariño —le dije pasando un brazo por sus hombros—. Probaremos lo que haga falta. Yo estoy contigo.
    —¿Me acompañarás a la consulta de ese terapeuta?
    —Por supuesto. Miriam dice que es muy bueno, y que a ella le sirvió para recordar alguna de sus vidas pasadas.
    Ella asintió con la cabeza mientras yo miraba la chimenea vacía. Hacía meses que no había un solo trozo de madera en la casa. La última vez que la encendí, fui un momento al baño; cuando regresé al salón, Elena se había quitado los calcetines y puesto los pies encima del fuego. No gritaba, aunque debía de dolerle horriblemente. Solo apretaba los puños y la mandíbula. Yo la aparté, le tiré agua encima y la llevé al hospital.

    Me deshice de todas las velas, escondí los encendedores, tiré la leña… Pero no fue suficiente. A veces la había encontrado con las manos sobre los fogones de la cocina, o se las arreglaba para hacerse con algún mechero; yo me daba cuenta por las ampollas que luego veía en sus dedos o en sus piernas.
    No se producía autolesiones de ninguna otra forma. No se cortaba, ni se golpeaba con ningún objeto, ni se arrancaba los cabellos. Siempre era el fuego.
    Uno de los psicólogos que visitó le dijo que presentaba comportamientos autolesivos impulsivos, y que quienes los padecían sentían un arrebato imposible de resistir, aunque no buscaban huir de nada, ni suicidarse tampoco. También explicó que las personas que hacían esto podían haber vivido una situación traumática en el pasado, pero ni Elena ni yo pudimos identificar ninguna. En todo caso, ella no tenía trastorno bipolar, ni depresión mayor, ni abusaba del alcohol o las drogas. Nadie entendía nada.
    Pero yo veía sus cicatrices, las viejas y las nuevas. Cada día. Las de su cuerpo y las de su alma.

    Miriam, su mejor amiga, le habló un día de Marcelo, un terapeuta especializado en regresiones a vidas pasadas cuya técnica consistía en realizar una larga relajación guiada hasta llevar al paciente a un estado de semiinconsciencia en el cual podía entrar en contacto con recuerdos de otras encarnaciones.
    Cuando fuimos a su consulta, Marcelo, un cincuentón moreno de origen brasileño, nos explicó qué podíamos esperar.
    —Normalmente no podemos recordar nuestras vidas pasadas porque la memoria es mortal, y se diluye cuando morimos. Nuestra siguiente personalidad no recuerda nada, excepto episodios muy intensos que quedan grabados directamente en nuestra alma.
    —¿Y por qué a veces me parece tener recuerdos fugaces de vidas pasadas, o al menos de escenas que no puedo relacionar con mi vida actual? —le preguntó Elena.
    —Pues por eso mismo. Debió ser una situación extrema que sobrevivió a la pérdida de memoria convencional. Algo que tu alma inmortal no puede olvidar.
    Ella asintió sin decir nada. Miraba el suelo y se frotaba las manos, retorciéndolas.
    —¿Qué es lo que ves en esos recuerdos?
    —Fuego. Únicamente fuego.

    Estuvo cerca de dos horas con Marcelo mientras yo esperaba en la antesala de la consulta. Cuando salió, su cara estaba serena. Su expresión era de ensimismamiento, de esforzada concentración.
    Salimos a la calle y anduvimos muy despacio. Yo intenté averiguar qué había ocurrido durante la terapia, si había ido bien, si había recordado o descubierto algo… Pero Elena me frenó con las manos, como diciendo “espera, déjame digerir todo esto”. Yo asentí en silencio.
    Al llegar a casa, se dio un baño mientras yo preparaba la cena. Luego nos sentamos en el salón, bebiendo vino. Al cabo de unos minutos, por fin se decidió a hablar.
    —Germán, ya sé por qué tengo esos recuerdos sobre el fuego.
    —¿Por qué?
    —Como dijo Marcelo, tienen que ver con algo que me pasó en otra vida.
    —¿Y cuándo fue eso?
    —Hace quinientos años más o menos.
    —Bueno, ¿y qué es lo que paso? ¿Un incendio o algo así?
    —No, no fue un incendio. Es algo relacionado con la persona que yo era entonces.
    —¿Y qué quieres decir, que esa persona que fuiste hace quinientos años también se autolesionaba usando el fuego?
    —No. No se autolesionaba. Pero fue víctima del fuego. Murió quemada, y eso debe ser el episodio de gran intensidad al que se refería Marcelo.
    —Bueno, ¿y sabes qué ocurrió, o quién es esa persona que fuiste en el pasado?
    —Sí, lo sé. Y también sé que ahora todo cobra sentido. De hecho, es un personaje histórico, incluso relativamente popular.
    —¿Y me vas a decir de una vez por todas quién era ese personaje o no?
    —Sí, Germán, por supuesto. Era Juana de Arco.
    Y cuando lo dijo, lentas lágrimas trazaron surcos brillantes en sus mejillas. Sus ojos se abrieron como ventanas en la mañana. Casi sonrió, y supe que por fin había comprendido qué le sucedía.
    Me acerqué a ella, brindamos con el vino de nuestras copas y la besé. Hacía frío. Por primera vez en meses, pensé que al día siguiente podría ir a comprar algo de leña.

  2. Josefina

    Waterloo

    El general arruga los papeles del escritorio, maldice en voz baja, mira con odio a los que rodean su mesa y exclama con voz tronante
    ¿Alguien me va a explicar cómo hemos llegado a este desastre?
    Los coroneles miran a los tenientes que miran a los científicos que, con la bata blanca que representa su uniforme, son el chivo expiatorio perfecto.
    Ha sido un resultado inesperado…
    ¡Inesperado! No me toquen mucho los cojones que por mucho menos he formado un consejo de guerra y me están entrando ganas de ponerme a fusilar.
    El científico cerró la boca, asustado. Tenía ganas de explicar que no había sido culpa suya, que el experimento había funcionado perfectamente, solo que… se había desviado un poco.
    En realidad ha sido un éxito, mi general. Hemos conseguido lo imposible…
    ¿Lo imposible? ¿Esa nulidad de ahí es lo imposible?
    Tras un cristal unidireccional, como en las salas de interrogatorios de la policía, se veía a un sujeto de mediana edad, algo corpulento, cabello castaño y alborotado, cabeza grande, que estaba pegado a la pantalla de un móvil, moviendo los dedos arriba y abajo, y riendo como un niño.
    Digamos que el experimento tiene dos fases. La primera, poder traer a alguien del pasado, ha funcionado a la perfección. Ahí tenemos al auténtico Napoleón Bonaparte. No el de nuestra línea temporal, por supuesto…
    ¡No se enrede en explicaciones científicas!
    Perdón, perdón. El problema no ha sido al traerlo, ha sido después. Le proporcionamos un tablet con un programa de entrenamiento militar. La idea era que se fuera acostumbrando a los modos de batallar de nuestra época, y ver si realmente su genio se podía adaptar a los nuevos tiempos, y ahí tuvimos el error.
    ¿Qué coño hicieron mal y a quién tengo que colgar de los cojones?
    El tablet tenía conexión a internet y Napoleón, curioso, entró en otros programas. Youtube, instagram y, lo peor de todo, tiktok. Ahí fue cuando lo perdimos. Se pasa el día haciendo scroll, viendo vídeos de trastazos, chicas bailando y gatitos, y riéndose como un condenado. Tiene fritos a los asistentes, todo el rato diciendo ‘Tienes que ver esto’
    Quiero que me averiguen ya mismo quién dejó ese tablet con internet. Alejen a Napoleón de la pantalla y vuelvan a lo analógico. Mapas, tableros con soldaditos de plomo, lo que sea. Déjenle bien claro que, si no obedece, habrá tortura y muerte.
    Ya lo hemos intentado, pero tenemos un problema… Se ha vuelto pacifista
    ¿Cómo?
    Dice que las redes sociales le han abierto los ojos. Que ahora ve lo bonita que es la vida. Que se ha dado cuenta de lo equivocado que estaba y que las guerras son un cáncer que hay que extirpar. Que nunca más participará en ninguna y que está dispuesto a morir por la causa.
    Así que nos hemos gastado 2000 millones de dólares en traer a un panoli enganchado a tiktok y que está en contra de la guerra. ¡Aquí van a rodar cabezas!
    Podemos intentar traer a otro Napoleón, o a un Alejandro… creo que con Alejandro tendríamos mejores posibilidades y, si tenemos cuidado…
    ¿Y eso cuánto nos costaría?
    Bueno, tenemos ya buena parte del trabajo hecho…
    ¿CUANTO?
    Otros, ejem, 500 millones.
    Me están diciendo que nos gastemos otro pastizal en traer a alguien sin tener la seguridad de que vaya a funcionar ¡Y una mierda! Que pena que ya no se pueda fusilar…
    Se hizo el silencio en la sala. Todos miraban al suelo, sin atreverse a hablar. Tenían miedo de enfrentarse a la mirada furiosa del general. De repente se escuchó una vocecita.
    Creo que lo hemos enfocado mal.
    ¿Perdón?
    A la vista está que nos hemos equivocado trayendo a Napoleón. Pero podemos traer a cualquier persona. Nuestra primera idea fue traer a grandes mentes, como la de Arquímedes o Newton. Pero como el proyecto está financiado por militares…
    Lo que nos faltaba, traer a un puñado de cerebritos…
    No, perdón, no quería decir eso. Traigamos a Mozart.
    No entiendo.
    Mozart murió muy joven ¿Se imagina la cantidad de música que podía haber escrito? ¿Sabe usted cuanto factura Taylor Swift por gira?
    No
    2200 millones. Si nos da unos cuantos números uno en un año lo tenemos amortizado. Con lo que saquemos podemos ir trayendo a las grandes mentes militares de la historia. ¿Se imagina lo que podríamos conseguir? Y sin tener que ir mendigando el dinero al congreso…
    ¿Cómo se llama, soldado?
    Malcom McLaren, señor, pero no soy soldado.
    ¡Me gusta como piensa! El resto, que desaparezca. Usted no, tráigame la botella de whisky de las grandes ocasiones.
    El general palmea con fuerza la espalda de Malcom mientras ríe como una hiena.
    Tú y yo vamos a hacer grandes negocios juntos. Claro que sí. Ahora cuéntame más…

  3. Miriam

    Sus ojos no dejaban de contemplar con asombro todo lo que había a su alrededor. No tenía ni idea de dónde se hallaba. Unos cuantos edificios le recordaban a sus queridas Roma y Florencia, pero poco más.
    El ruido lo desconcertaba. Le gustaba el bullicio, rodearse de gente, pero aquel estruendo era fuera de lo común para él. Los bocinazos, las increpaciones de las persones, y aquella especie de carros enormes que echaban humo le provocaban dolor de cabeza.
    Había intentado dirigirse a varias persones, pero se apartaban de él como si tuviera la peste. Incluso se olió, por si era su cuerpo el que provocaba tal rechazo. Finalmente, tras haber sido empujado por la quinta persona en un tiempo que le pareció poco, decidió apartarse y tratar de ubicarse en una zona un poco menos atestada de vida que aquella en la que se hallaba.
    Iba andando sin rumbo fijo, todavía sin saber si estaba en su época o estaba soñando, cuando se topó con él: ¡el Panteón de Agripa! ¡Seguía en pie, intacto! Se dirigió a uno de los muros y, apoyando la espalda en él, se dejó caer con cuidado. No sabía si le iban a tomar por un mendigo o le echarían de allí, pero como mínimo descansaría.
    No supo cuánto rato había pasado, pero al abrir los ojos era ya de noche y el escándalo parecía haber disminuido un poco. Se levantó y trastabilló. Un joven (o eso le pareció) corrió a socorrerle.
    —Señor, ¿Se encuentra usted bien? — le pregunto, con tono sinceramente preocupado
    —Un poco mareado. Me debo haber levantado muy de prisa. Disculpe mi pregunta, pero, ¿en qué época estamos?
    —En el año 2025, señor Da Vinci.
    —Oh, ¿Me conoce?
    —Y quién no ha oído hablar de usted? ¿Sabe lo importante que ha sido su trabajo para llegar adonde estamos?
    —Joven, usted parece ser bastante cuerdo. O loco, quién sabe. Pero tanga por seguro que, desde que estoy en esta época, es la primera persona que me trata con un mínimo de amabilidad. ¿Sería mucha molestia para usted hablarme de este año… 2025? ¡Qué locura!
    —Descuide, señor Da Vinci. No tengo ningún plan para hoy, vivo solo y… Perdone, no me he presentado. Me llamo Nicolai Santoro.
    Se estrecharon la mano. Da Vinci poseía un apretón firme y cálido a pesar de que tenía ya más de 60 años y le dolía el cuerpo. Echaron a andar de camino al domicilio del joven, que se adaptó al paso del anciano. Le fue contando, del modo más claro posible, cómo era el siglo veintiuno en cuando a modo de vida y demás.
    Nicolai, por su parte, se sentía el hombre más afortunado del planeta. Aquel había sido un día feo para él: llevaba unos meses buscando trabajo de lo que fuese, a la vez su novio de los últimos cuatro años le había abandonado de la peor de las maneras y su padre, a quien estuvo muy unido, había fallecido. La vida se le antojaba todo menos un sitio agradable en el que permanecer, y ese día había decidido callejear sin cesar con una idea en mente: emigrar. Había llamado a su hermana, que vivía en Suecia, para comunicarle su intención de mudarse con ella, pero no le había contestado. Y justo entonces, pasando frente al Templo de Agripa, había creído ver un rostro conocido. Al acercarse confirmo sus sospechas: era ni más ni menos que el genial Leonardo Da Vinci. No se preguntó nada. Le importaba un comino haberse vuelto loco, tenía la gran oportunidad de conversar con un hombre como él y no la iba a desaprovechar. ¿Cómo estaba tan seguro de que era el verdadero Da Vinci y no alguien que se le parecía demasiado? El instinto. Y la cara de confusión del anciano, al que se le notaba desubicado.
    —Pues éste es mi estudio, señor Da Vinci. Yo… —Nicolai dudaba entre hablarle de si mismo o dejarle descansar—. No sé cómo resumirle todo lo que ha sucedido en los cinco siglos que han pasado desde que falleció. Son tantos avances que podríamos pasarnos días enteros hablando, y seguro que le resultará agotadora tanta información. ¿Por dónde le gustaría que comenzáramos?
    —He visto una especie de carros tremendamente escandalosos que expulsan un humo diabólico… ¿Qué son?
    —Coches, autobuses, camiones… Usted había diseñado algunos, pero para su época. Funcionan con gasolina, los más antiguos. Ahora cada vez hay más que van con electricidad. La gasolina es… —Nicola tomo aire para repasar sus conocimientos, y a partir de ahí prosiguió con sus explicaciones.
    Se pasaron horas hablando. Ya de madrugada, en vista de que ninguno de los dos mostraba signos de cansancio, decidieron volver a salir para pasear por la Roma más tranquila, la de las horas nocturnas. Poco a poco, Da Vinci fue poniéndose al día, y, lejos de mostrarse ansioso por volver a su época, se iba maravillando ante la evolución que había experimentado la humanidad.
    La hermana de Nicolai no llamó, pero eso dejó de importarle. Tenía un poderoso motivo para permanecer en Roma. Mientras averiguaba cómo había llegado Da Vinci a 2025 y cómo podría devolverle a su tiempo, se dedicaría a enseñarle cómo era Roma, y quizá viajaría a las ciudades que habían acogido al artista durante su relativamente larga existencia.
    A su vez, el genio tampoco tenía intenciones de buscar el modo de regresar a Francia. Su nuevo amigo le había explicado que le quedaba poco tiempo de vida, y aunque lo aceptaba sin miedo, no quería desperdiciar la ocasión de ver el alcance que habían tenido sus experimentos. Llegó a la conclusión de que había sabido aprovechar de buena manera su portentosa imaginación, y, aunque no se había interesado por todos los avances que existieron en su vida (cosa que nadie le reprochó), aquellos que sí despertaron su curiosidad y su dedicación estuvieron bien empleados.

  4. Vicente

    Noche en el museo

    De madrugada saltan las alarmas del museo y los vigilantes corren hacia la zona donde han aparecido los avisos. Llaman a la policía que en pocos minutos acordona el exterior.
    Paseando por los pasillos están los dos hermanos charlando tranquilamente.
    —De verdad que esto es una locura, ¡ver mis cuadros en este museo! Ni en mis mejores sueños hubiera pensado en algo así.
    —No es solo un museo, ¡es tu museo!
    Observan los cuadros, se detienen pausadamente, uno de ellos pasa una mano por encima de uno de los lienzos.
    —Arlès— dice sonriendo al cuadro.
    Pasa la mano por encima de las sillas y mesas del bar pintadas, se queda un rato en contacto con su pintura, con la textura, como si estuviera recordando cada pincelada.
    En el centro de control los vigilantes se inquietan, dan órdenes a sus colegas para que se apresuren, ven en las cámaras que están tocando un cuadro en la sala cuatro. En los pasillos resuenan las carreras de los guardias y sus voces agitadas que responden por los walkie-talkie a sus colegas del centro de control.
    —Daría lo que fuera por volver a estar allí. No. No es solamente volver a Arlès. Es estar en el momento cuando lo pinté, vivir de nuevo ese instante, sentir el calor de la Provenza, las noches tibias, ver de nuevo esos colores, ¡mira que amarillo! Las peleas con Gauguin, tirándonos todo lo que teníamos a mano. — sonríe divertido— ¿Qué debió ser de él? ¿También le deben haber hecho un museo?
    Su hermano no contesta, simplemente levanta los hombros, y sonríe con tristeza, no le hace mucha gracia recordar ese momento, se mueve y el otro lo sigue.
    En centro de control informa a sus colegas que están en la sala seis, los ven en otros monitores que en unos segundos llegarán.
    —No entiendo cómo es que está aquí, si fue un cuadro fallido, si ni siquiera te lo llegué a enviar—. Intenta descolgarlo, manipula el marco levantándolo por debajo pero no lo consigue y desiste.
    En el centro de control siguen animando a sus colegas para que se apresuren, ¿cómo es que no habéis llegado aún? ¡Están descolgando un cuadro! Gritan histéricos a sus compañeros por los walkie-talkie.
    Entran los vigilantes en la sala seis con las armas desenfundadas. En el centro de control no dan crédito, enfocan con el zoom de las cámaras las esquinas, visionan de nuevo los últimos segundos, revisan todas las salas contiguas, los pasillos. Los vigilantes vuelven sobre sus pasos y rebuscan en las salas de nuevo, en todas las esquinas y recovecos posibles. Se han esfumado.
    Al día siguiente, se hace una inspección minuciosa de las grabaciones, se toman huellas y se busca cualquier indicio, se estudian las obras por las que han pasado las siluetas pero están intactas, únicamente La Iglesia de Saint Remy sigue torcido, pero nadie es capaz de dar con una explicación coherente, se lanzan teorías descabelladas como un golpe de aire, tal vez fue el equipo de limpieza del museo y para las siluetas que aparecen en las grabaciones podría ser la reverberación de la luz o un error informático de imágenes superpuestas. Nadie es capaz de dar una explicación razonable y la dirección decide cerrar el expediente como una falsa alarma, al fin y al cabo no ha pasado nada.

  5. El Guardian de la galaxia

    Queridos compañeros, lamento mucho la extensión…

    “EL FORASTERO”

    —Bienvenidos a “El Forastero”. Vuestra mesa estará lista en un par de minutos. Si os podéis esperar aquí, por favor.

    El guaperas del camarero hizo un gesto vago con la mano, señalando al pequeño espacio de la antesala donde su grupo tenía que esperar a que se les preparasen la mesa. El rinconcito era bastante acogedor, una manta frondosa de lianas cubriendo las paredes y un murmullo del agua de una fuente invisible anunciaban la entrada a la selva disfrazada de un restaurante. O tal vez al revés, ¿quién sabe? Los seis extraños, que habían venido aquí impulsados por un anhelo de alguna aventura del riesgo contenido, lo que se podía esperar de una cena con unos desconocidos, se observaban con curiosidad.

    —¿Ya nos podemos presentar o hay que esperar a que este lista la mesa? —el único hombre en el grupo medía casi dos metros, lucía un cuerpo de algún héroe de los tiempos épicos y una sonrisa encantadora. Dos mujeres —una china de mediana edad y aspecto rudo y una típica española de rasgos angulosos y con aquellos ojos claros que siempre añaden un encanto especial a la gente morena— le miraban como dos gatas a un cuenco enorme lleno de nata. Las demás parecían inmunes a los encantos del macho. Por lo menos por ahora.

    —Las reglas no son estrictas. Son simplemente para ayudarnos a romper el hielo. Podemos hacer lo que nos da la gana. —La mujer de unos sesenta, pelo teñido, de la apariencia de la más normal, sin ninguna peculiaridad que le podría destacar de los demás, se mantenía con un aburrimiento de alguien que estaba pasando por una rutina habitual—. Soy Maria.

    El gigante de dos metros se fijo en la pronunciada como un depredador en su presa, se avanzó hacía ella llenado de inmediato con su cuerpo a todo el cuchitril donde estaban amontonados, y mirándole directamente a los ojos, se inclino, cogió su mano y la llevo hacia su boca. La china y la española se echaron a reír, obviamente deleitándose con el espectáculo. La otras dos, una rubia alta de una belleza fría y estridente —¿una rusa? ¿una polaca? ¿una sueca?— y otra mujer, de pelo castaño, largo y ondulado, y con una cara bastante agradable de líneas suaves que, sin embargo, se perdía al lado de la crueldad de la hermosura nórdica, lo miraban con desprecio.

    —Me llamo Enki —dijo el hombre sin apagar el hechizo de su sonrisa, que, sin embargo, aparentemente no tenía ningún efecto sobre su oponente: la mujer le miraba más bien con la impasibilidad de un científico estudiando al sujeto de su experimento—. ¿Entiendo que ya ha asistido antes a estas cenas?

    —Venga ya, vamos a tutearnos. —Maria se llevaba de la manera tan sencilla como eran sus apariencias, y eso no se concordaba para nada con los rayos X de su mirada.

    El guaperas del camarero, mientras tanto, les invitó a pasar a la mesa.

    —Y sí, he estado en unas cinco o seis. ¿Y vosotros cómo os llamáis?

    La rubia se llamaba Rita y hablaba sin nada de acento, a pesar de que todo el mundo esperaba oír de su boca a aquellos errrrrres prolongados tan típicos de la habla rusa. Marta, la de pelo castaño, tenía una voz tan suave como las líneas de su cuerpo.

    —Montse —les informó la risueña española, que se sentó al lado de Enki y le seguía mirando como una niña a un peluche.

    La china, sorprendentemente, tenía un nombre nada asiático, Olga. “Mis padres eran unos fans de Rusia”, explicó, y todos miraron expectantes a Rita. Su rostro guardaba el aire de superioridad y indiferencia, como si nada de lo que estaba sucediendo le importaba.

    Las rondas de presentaciones se avanzaban mientras miraban la carta y hacían la comanda. ¿Qué es lo que llamó a cada uno a apuntarse a una cena con unos desconocidos? Pasar el rato y conocer a gente, principalmente. Aquella era la respuesta más común.

    —Yo he estado lejos durante mucho tiempo. —La cara de Enki, muy masculina, de rasgos tallados, la mandíbula cuadrada, todo grande —la nariz, los ojos, la frente— se hizo pensativa—. Tengo un encuentro muy importante más tarde y pensé que eso sería una buena manera de introducirme en el mundo de nuevo.

    —¿De dónde eres? —preguntaron a la vez Montse y Olga. Todo en Enki susurraba sobre países lejanos, los desiertos y el sol despiadado. Sus ojos se hicieron vidriosos.

    —El país en que nací ya no existe…

    Los comensales asintieron la cabezas comprensivos: ¿cuántos países han sido destruidos por guerras últimamente?

    —Como el mío… —añadió Rita en voz baja y su rostro por un breve momento reveló una vulnerabilidad insospechada, pero muy rápidamente la fachada de hielo ha recuperado sus posiciones y todos, aliviados, soltaron un suspiro.

    —Damas —los ojos de Enki, grandes, almendrados, oscuros, los ojos de un mujeriego, deslizaban sobre las figuras femeninas que le rodeaban—, ¿y qué tal si hablamos de algo más divertido?

    —Bueno, si queréis, podemos mirar el juego de la app. Son simplemente unas preguntas que ayudan a que la conversación rueda.

    “¡Sí! ¡Sí! Sí! Vamos a probarlo.”

    — A ver, la primera pregunta: “¿Qué hecho curioso puedes contar sobre ti?”.

    Y todos los ojos de nuevo se dirigieron al hombre al final de la mesa. Una sonrisa pícara tocó la cara de este gran niño.

    —Bueno, soy un héroe y he muerto.

    —¡Venga ya! —exclamó Montse que le seguía mirando con fascinación, y las tres, Montse, Maria y Olga, se rompieron en carcajadas. Las dos hermosuras intercambiaron las miradas irritadas del tipo “vaya, macho”. Luego la rubia pensó en algo, una expresión algo malvada hizo subir a la comisura de su labio.

    —Ok. Si jugamos así, entonces soy espía. De FSB.

    —¿Qué es FSB? —preguntó Montse susurrando de repente.

    —Es como KGB pero de ahora —contestó Maria, y la bella rubia de edad indefinida solo lo afirmó con un gesto.

    —Pero… en este caso, ¿no deberías guardarlo en secreto?

    Rita encogió un hombro.

    —He desertado.

    Una pausa silenciosa se produjo sobre la mesa y en un par de segundos los comensales se doblaron riendo.

    —Pues, si vamos en este plan —los ojos de Montse se llenaron de provocación—, soy una cazafantasmas.
    —¡¿Aquí hay fantasmas?!

    Los ojos burlones empezaron a escanear la jungla del restaurante. Les pareció que las luces del lugar se atenuaron de repente. “Uuuuuuuuuhhhhh…”, una voz masculina, baja, aterciopelada, aulló.

    —Es lo que he venido a averiguar. Pero no te preocupes, Enki —la mujer exaltada se inclinó hacía su héroe, haciéndole un guiño—, no permitiré que te hagan daño.

    Un delicado beso sobre el dorso de su mano fue la respuesta.

    —Supongo que es mi turno de revelar mis secretos. —Los ojos achinados chispeaban de travesura—. Escuchadme entonces, oh, los mortales inútiles, pues nunca más tendréis una oportunidad de conocer a alguien como yo. —Olga hizo una pausa, mirando atentamente a los ojos de cada uno. El grupo aguantó la respiración en suspense—. Soy una huli jing.

    “¿Qué? ¿Qué ha dicho? ¿Qué coño es?” Mientras los demás lamentaban su ignorancia, un observador atento hubiera podido leer sorpresa y reconocimiento en la cara de Enki. Pero el hombre-héroe del país inexistente guardaba silencio.

    —Es una mujer-zorra china —explicó Maria, que aparentemente estaba más experimentada que los demás no solamente en cenas con desconocidos.

    —A ver, Maria, Marta, ¿y vosotras con qué nos sorprendéis?

    Marta, el cuerpo fluido como las ondas de su pelo, solo sacudió la cabeza levemente.

    —He venido aquí a desconectar. No me hagáis pensar ahora.

    —¡Oye! —Montse de repente se entusiasmó con una idea—. ¿Te han dicho alguna vez que pareces a una actriz? ¿Cómo se llama…?

    —¡Es verdad! Y yo que te estoy mirando y pienso a quién me recuerdas… —La reina de hielo inesperadamente se animó a entrar en el juego y finalmente alzó un dedo al aire, triunfante—. ¡Marta Torretta!

    Marta soltó una risa viendo cómo sus dos interlocutoras la miraban victoriosas.

    —Sí, sí, alguna vez me lo han dicho.

    —¡Pues, mira! ¡Por esta noche te bautizamos como Marta Torretta! Hay que aprovechar…

    “¡Yeeeeei!”. Alguien aplaudió un par de veces, los demás asintieron las cabezas.

    —Y Maria… —Montse, totalmente cautivada ya por el juego, estudiaba a la figura de la mujer mayor—. A ver, gente, ¿quién podría ser Maria en nuestra pandilla de tarrados?

    Maria levantó las manos en señal de capitulación:

    —Por favor, soy una simple trabajadora de oficina, vuestro rollo de gente extraordinaria me supera. —Pero el grupo ya estaba sumergido en una discusión acalorada sobre un posible personaje que le pegaría bien a la única que se había quedado aún sin un rol asignado.

    Los platos se traían y se llevaban, se llenaban las copas de vino y se pedían más botellas, mientras alrededor de la mesa, entre risas y cachondeo, seguían inventando historias inverosímiles sobre sus alter-egos fantásticos.

    Al final de la velada, aunque todos se habían quedado encantados con el rato divertido que habían pasado juntos, decidieron no intercambiaron teléfonos.

    —Si vamos el plan Vengadores, hay que mantener el anonimato —concluyó Montse, convencidisima, y nadie objetó.

    Y así al despedirse, cada uno, contento, salió del restaurante y siguió su propio camino.

    Montse lo que primero que hizo era sacar el móvil para hacer una llamada.

    —Pep, sí, soy yo. Pues tenías razón. El lugar está plagado de fantasmas. Ves a hablar con el management mañana, y hay que juntar a todo el equipo.

    Yendo por la misma calle en la dirección contraria, Rita también estaba mirando al móvil. “La cigüeña ha salido del nido”, decía el mensaje. La mujer soltó un suspiro. Ha sido divertido pretender por una noche ser una agente fugitiva, pero ha llegado el momento de volver a la realidad. Le esperaba una misión.

    Marta, en cambio, caminaba por las calles nocturnas de Barcelona gozosa, disfrutando de las horas de la vida distendida que le quedaban aún hasta mañana. Mañana volvería a Madrid, al frenesí de los rodajes, discusiones con el director, intrigas de los colegas, reporteros descarados y fanáticos locos. Aún le quedaban unas cuantas horas de la ilusión de que era una mujer normal y corriente, sin maquillaje, sin necesidad de mantener las máscaras y aguantar la presión de su propia fama.

    La mujer china llegó a su piso alquilado, comprobó si tenía mensajes de sus hijos dispersados por el mundo, se quitó la ropa, la dobló cuidadosamente, apagó la luz, y pronto sobre una pequeña cama en el rincón de la habitación, con el hocico reposado sobre la cola, dormía un zorro.

    Enkidu andaba con un paso firme y rápido al lugar de su próxima cita, y su corazón latía agitado por la expectación. Iba a ver a su mejor amigo, de quién había estado separado por los milenios, la infinidad de vidas experimentadas en todos los cuerpos posibles, la muerte y la inmortalidad encontrada en un lugar menos esperado.

    Maria, la simple trabajadora de oficina, iba a casa caminando porque le gustaba observar el intrincado juego de los hilos de la energía de la ciudad por la noche. Aunque contemplarlo durante el día no era el deleite menor tampoco. Reflexionaba sobre la cena insólita a que había asistido, maravillándose de la casualidad que había traído alrededor de la misma mesa a tantos personajes extraordinarios. Desde luego, la vida era, como siempre, sorprendente.

  6. Solrac

    Caso: Marqués Donatien Alphonse François de Sade

    Soy la Historia y me permito cronificar hechos y personas. Con mi sola pluma. Por mis santas narices. ¿Acaso no puedo personificarme, ególatras humanos? Yo, Historia, existo en mí misma. Y aburrida, reabro el caso del Marqués de Sade a efectos de mantenerlo en mi bibliografía.
    ¿Cómo osáis dedicar un solo segundo a tal libertino, un pervertido de cortesanas y rameras, depravado con efebos y jovencitas? Debéis condenarlo al Índice de Libros Prohibidos, al igual que la Iglesia.
    Me aburrís Mme Montreuil, vos, su peor enemiga. Sois el ejemplo de suegra odiadora. Vos que conseguisteis esa «lettre de cachet», puesta en vuestra mano por el propio Rey Luis XV, ese poder de arresto y prisión incondicional sobre el Marqués de Sade. ¿Odio o virtud?
    ¡Virtud, solo virtud!
    No es cierto madre. Odio, mucho odio, por Donatien. No admitías que no se doblegará a vuestra voluntad. Vos, la “presidenta”, la que nos impuso el matrimonio forzado, la mujer sin amor, la perpetuadora del linaje y la obediencia ciega.
    No entiendo, Renné. Vuestro apoyo al Marques, putero de cortesanas y rameras, de orgías y depravaciones. Excéntrico lascivo liberando la caja de pandora a puro látigo y sexo. Le ayudasteis a escapar de su cautiverio, le disteis refugio en vuestro castillo de Lacoste, donde contratasteis núbiles sirvientes y sirvientas, demandasteis a vuestra madre por denunciar falsamente al Marqués, leísteis los esbozos de sus obras con violaciones y prácticas contra natura, incluidas amputaciones y asesinatos lujuriosos, dándole consejo; amén de parirle tres hijos. Pero, os llamaba amiga. ¿Qué me he perdido?
    Por qué preguntáis por la virtud creada para el vulgo, esa «Justine» tonta. Haced lo que os diga, pero no lo que yo haga ¿Acaso, vos, Historia, ¿desconocéis los informes que recibían puntualmente Luis XV y Mme Pompadour sobre los puteríos de la Corte? Cómo se solazaban con morbo y fornicación.
    ¡Apollinaire!, el gran rescatador. Rescatasteis al Marqués del olvido para la Biblioteca Nacional. Asumís lo que alega Mme Montreuil, de que hay una moral atemporal.
    ¡Esto es una burla! No sois nadie para dar entrada a Apollinaire, el surrealismo loco. Acaso no leíais mis artículos, la verdad aplaudida por la sociedad que lo sufría.
    “Los libros del marqués de Sade han asesinado más niños que los que podrían matar veinte mariscales de Retz, los siguen asesinando aún…, Pero, ¿por dónde comenzar, qué aspecto enfocar de este monstruo y quién nos asegurará que en esta contemplación, aunque realizada a distancia, no nos alcanzará alguna salpicadura lívida? Jules Janin, Revue de Paris, 1834”
    ¡Jules Janin! El gran crítico literario, el sumo hipócrita. Os escandalizáis con las obras escritas del Marqués, pero la nobleza y la burguesía era asidua a éstas y peores prácticas, prácticas reales. Superaba mi surrealismo más onírico.
    ¡Necio, Apollinaire! Doy gracias al cielo de que nuestros tiempos fueran distintos. ¿No habéis leído su obra maestra: “Los 120 días de Sodoma”? Sodomía, muerte, amputaciones de efebos y niñas. ¿Cómo compararlo con otras ciertas permisividades de nuestra época?
    Lo cierto es que la gran Simone de Beauvoir, se fue en 1986, era del parecer de Apollinaire, sus prácticas no eran muy distintas de las prácticas sexuales de la aristocracia. Traigo a colación su afirmación de que: las prácticas sexuales de la aristocracia de la época incluían situaciones mucho más comprometedoras que aquellas por las que Sade fue juzgado.
    ¡Qué felonía es ésta! Ni siquiera referir perversos autores de siglos venideros sirven. La inmoralidad execrable del Marqués es atemporal. Yo viví el ultraje de nuestra moral por este demente cabrón. Una moral que acompaña al ser humano.
    Conteneros, Mme de Montreuil. Soy la Historia y hago lo que me da la gana. Pero, podrías aclararme si vuestro interés atendía a la moral imperante, o al profundo miedo que el Marqués relatará las fantasías sexuales con su mujer, vuestra hija, e incluso, con vuestra otra hija, con la que anduvo un tiempo escapado. Lo cierto, es que el Marqués escribió mucho e hizo poco. ¿No habría servido con quemar sus libros? Solo eso. Tanta cárcel para el Marqués, no sé.
    ¡Asquerosa! Mil veces asquerosa. Cómo osáis deciros Historia. Fui el faro de la moral. Olvidáis el escándalo de Arcueil, una pobre mendiga a la que flageló. O el caso de Marsella, una orgía que organizó con rameras y prostitutas a las que les hizo beber una pócima del demonio provocando un aquelarre que ni el mismo Satanás.
    Añadid, gran señora, el caso acontecido en el manicomio de Charenton, cómo sodomizó a una niña, hija de una enfermera, a la cual, convirtió en su ramera. Y ya puestos a mentar prohombres de tiempos venideros, cabe recordar que el gran filosofo Georges Bataille lo calificó de “apólogo del crimen”.
    Gracias, Monsieur Jules. Agradezco vuestro respaldo.
    Oh, Madame Montreuil. Es mi obligación como caballero.
    Como Historia y a guisa de respuesta os diré que tal mendiga era una prostituta, flagelada, cierto. En cuanto al caso de Marsella, se le fue la mano con la cantárida, la mosca española, hubo vómitos e indisposiciones. Lo comprendo, dale que dale, mete que saca, y cantárida y más cantárida. Una lógica consecuencia.
    Cosas menores. Mil veces peores las prácticas sexuales de Luis XV y Pompadour en el Bosque de los Ciervos. Una bonita mansión que dispuso Madame Pompadour a la que conducía niñas de catorce a dieciséis años, vírgenes, dos días a la semana, es decir, cuatro, cuando no más, dadas las invitaciones del ungido a amigos y compañeros de puterío. Más de mil niñas; las perfumaba y pasaba por su mano o rabo.
    ¡Mentira! Sois peor que el Marqués, Apollinaire. La revolución creó esa historia negra. Yo, Mme de Montreuil, cercana al monarca, afirmo su falsedad.
    Pues yo, Simone de Beauvoir, afirmo que vos madame sabíais de estas depravaciones de Luis XV y callabais para conservar vuestros privilegios. El Marqués no hizo más que reflejar la lascivia ilimitada de la decante aristocracia.
    ¡Basta ya!
    Yo, la Historia, reafirmo mi catalogo bibliográfico, incluido el Marqués de Sade como sujeto relevante en mi Corpus Histórico, no sea que el susodicho también se reencarne y más que metérmela como Dios manda, me culee por donde no debe.
    ¡Y se acabó!

  7. Intento:
    Son las 8 de la mañana, todo está oscuro en la escuela. Persianas cerradas en medio de una oscuridad que invita a quedarse en casa. Hoy es el día elegido: llevan tiempo preparando esta semana especial.
    Se han documentado a nivel histórico, han leído las poesías del monje, han introducido a los chavales en un pasado. Hoy Fray Luis y sus monjes vuelven al presente ¡Mi compañero Luis, licenciado en historia adoptará el papel del fraile, el resto seguiremos en nuestras asignaturas!
    Francisco Sánchez de las Brozas, Benito Arias Montano, Diego de Loarte, Felipe Ruiz, Pedro Chacón, …. Nuestras compañeras adoptaran el papel de las monjas del claustro. Durante esta semana solo se desarrollarán aquellas asignaturas que se hubiesen podido mostrar en la época del fraile. Algunos llevaran el papel de inquisidores, revisaran todo aquello que hacemos, mostraran sus normas y deberemos saber cómo actuar para no acabar como muchos profesores hoy en día. Quemados por su trabajo sin reconocimiento.
    El alumnado ha recibido toda la información necesaria. Les hemos hecho leer libros de historia, las poesías del fraile, les hemos mostrado vídeos, hemos incluso utilizado chat gpt .
    Necesitamos un punto de inflexión. Salidas de tono cuando hablamos, dificultad para concentrarse, técnicas de estudio insuficientes para todo lo que se necesita en esta época. Alguno aun está buscando el mínimo común múltiplo. Cuando el profesor de literatura nos propuso este experimento social mas de uno se llevo las manos a la cabeza. Pero poco a poco cedimos. No perdemos nada por viajar en el tiempo. Nuestro “Fray Luis de León” será el primero que inicie el experimento, estamos todo el claustro expectante.
    Empieza la clase. Los 30 alumnos delante del profesor en los pupitres vestidos con madera histórica. El profesor de literatura empieza.
    – Buenos días a todos, como ya sabéis soy Fray Luís de león. El mismo que viste y calza. He viajado desde mi época hasta la vuestra junto con mis amigos para mostraros el placer de la enseñanza. Lo primero que os quiero decir a los que habéis estudiado sobre mí. Si no podéis decir a ciencia cierta que la frase: “como decíamos ayer” es mía dejar de poner en las comisuras de mis labios palabras que no sabéis si salieron de los mismos.

    – También os quiero decir que soy judío, muy orgulloso de ello, deciros que durante esta semana en esta escuela se volverá a estudiar teología. Tengo la autoridad y el conocimiento para poder opinar sobre la biblia y sus escritos. A veces los hombres no necesitan intermediarios para hablar con Dios. Se que los inquisidores rondan por aquí así que procuraré medir mis palabras.
    Las caras de los alumnos rellenan todos los colores del arco iris. Algunos no han hecho ni caso a sus palabras, otros han intentado sacar cierto instrumento tecnológico que no se puede nombrar en una recreación de épocas pretéritas. Ha captado la atención de algunos que tienen miedo a mostrar su interés por miedo a ser arrastrados por la ola de indiferencia que viaja en medio de la clase.

    Coger el pergamino que se os ha entregado. Carlos haz el favor de leer la tercera estrofa del poema” En la ascensión”.

    -Por favor un poco de silencio, recordar no podéis ir a vaciar vuestros esfínteres. Aquí el único que puede hacerlo soy yo, pues motivos no me faltan para ello después de una vida tan azarosa, no os deseo los años sumido en la cárcel que yo pasé, Carlos recita.
    – ¿Qué miraran los ojos
    Que vieron de tu rostro la hermosura,
    ¿Qué no les sea enojos?
    Quien oyó tu dulzura
    ¿qué no tendrá por sordo y desventura?

    A ver Luisa, que te sugiere esta estrofa de mi poema.
    – Luisa 14 años como casi todos los allí presentes excepto los repetidores sienten la mirada de los demás compañeros atravesar su cuerpo. Expectantes estamos todos ante su respuesta.
    Yo creo que habla de una persona muy desdichada, un hombre que no es “Random” y que no seria mi “Bro”. Es ciego y sordo. Seguro que si hace un examen suspende ¡.

    Risas, alboroto, ruidos interminables se despliegan ante la respuesta de Luísa. No empieza muy bien el experimento.
    El monje se levanta con rostro contrariado: Por favor, Luisa, llevamos semanas preparando este proyecto. La utilización de posibles palabras llevadas del futuro a nuestra época actual no tiene cabida. No son menester de mi clase. El poema debe ser observado, no satirizado.
    En esta clase de 30 alumnos uno de ellos levanta la mano. Quizás el será el rayo de esperanza.
    -Profe no entiendo la frase oír tu dulzura. No seria en todo caso “saborear”, además como va a oír la dulzura si como muy bien ha dicho mi compañera es sordo.
    Otra vez risas, alboroto y un fraile que recuerda un principio universal: construir cuesta mucho, destruir solo es un movimiento, aunque para destruir primero hay que construir.
    Un chico se levanta. Pedro introvertido, guardián de su mundo de imaginación sale de su pupitre y les habla al tiempo que sus palabras dirigen su movimiento entre los pasillos del aula.
    – Compañeros, habla de la pena, del hombre que ama y se enamora. Acaso no veis el contraste entre el enojo y la dulzura. Acaso no veis la oposición entre lo que el Fraile quiere y lo que le damos. Yo me he preparado esta semana. Es especial. No viviremos otra igual, debemos aprovecharla Nuestro profesor escribió este poema en la cárcel, solo por eso deberíamos respetarlo más.
    La clase calla, las palabras de José han llegado a todos. Durante el resto del tiempo se dedican a seguir leyendo el poema del Fraile y a escribir todo lo que les sugiere.

    La clase termina, el Fraile se dirige al patio.
    . ¿Qué tal, como ha ido? Le pregunta Pedro Chacón.

    Compañeros va a ser una semana muy larga, donde habrá momentos de calma y de tormenta, pero hoy he visto pequeños rayos de luz en medio de la oscuridad.
    Quizás cuando volvamos a viajar en el tiempo la semana que viene hacia el 2025 recordaremos para siempre esos 7 días y yo os diga .
    – Como decíamos ayer, siempre que yo quiera que la frase salga de mis labios.

  8. No soy Julián

    UNA TARDE CON…

    Hola, soy Hitler, no hace falta que pierda demasiado tiempo con presentaciones, creo que mi fama me precede. Pero no estoy aquí, de hecho no lo estoy, no aún, ahora me encuentro todavía esa fase de formación tan molesta; digo que no estoy aquí para hablar de mí o de mis hechos, sino para quejarme.
    No tengo demasiado claro a quién voy a quejarme, ni si éste va a querer escucharme. Estoy aquí, corporizándome, mientras espero ver que me depara esta vez la suerte. Entre fluidas formas de una geometría que no es de este mundo, luces y espantos, ya comienzo a ver como mi traje de Hugo Boss se va trenzando a mí alrededor, ya veo el brillo del cuero de mis botas. ¡Oh mis botas! Siento mi carne creándose desde el éter. Esta especie de milagro debería ser algo glorioso para mí y para el mundo si no fuera porque ya deben ser dos mil veces que me ha sucedido ya.
    Poco a poco, percibo lo que hay en la habitación donde voy a materializarme. Siempre es lo mismo. Lo primero que veo es a esa vieja albanesa que huele a sudor agrio y cebolla. Madame Kufome. La veo mover los labios poblados de pelos como cerdas pronunciando una ominosa letanía. El empleado de la agencia acaba de entrar en la habitación, le trae un cucurucho de churros. Este es el alimento que consume sin descanso la vieja bruja. Puedo empezar a oler el grasiento hedor de fritanga. Me da arcadas verla comer, pero es como si no tuviera párpados para evitar mirarla.
    Albaneses, nadie sabe nada de ellos, pero hay que reconocerles que no les hicieron falta americanos o rusos para librarse ellos solitos de mis tropas, no como otros mantas. He luchado contra enemigo formidables y mírenme, ahora estoy en manos de una destripaterrones de las montañas de un país que la gente no sitúa en los mapas. Madame Kufome es médium. Una mujer horrible e ignorante, pero con el increíble poder de traer a los muertos de vuelta. Y lo puede hacer una y otra vez. ¡Ay, si le hubiera echado el ojo antes mi Ahnenerbe! Lo que habríamos hecho con ella. Pero no, en este tiempo al que me veo obligado a volver una y otra vez, del que conozco jirones por las conversaciones que he tenido, y en el que parece que yo podría encajar como un guante, en esta época, yo, el führer no es más que una atracción de feria. Algún avispado capitalista, plaga de la que parece que el mundo no se ha de librar nunca, encontró a esta vieja, seguro que mendigando o robando, y la puso a trabajar en un negocio que consiste en pagar para que resuciten al muerto que quieras y pasar unas horas con él.
    El comercial de la empresa ha dejado los churros en la mesita al lado de Madame Kufome y ha vuelto a salir por la puerta, sin duda para hablar con el cliente que ha pedido mi retorno. La bruja sigue mirando la tele, siempre insufribles programas en los que todos hablan a la vez y a gritos. Los mandaría fusilar si pudiera. La ve ignorándome, y lo que más rabia me da es que su desdén es verdadero, no tiene ningún interés por lo que está haciendo. Estoy seguro que no lo hace sólo conmigo, que su apatía también es hacia el resto de personajes que resucita a diario. Porque está claro que yo soy el best y el longseller, el plato fuerte del catálogo de esta odiosa empresa, el que tiene una tarifa más cara, pero no soy el único. Por razones geográficas otro de los grandes solicitados es Franco; tal vez debí engatusarlo para que se uniera a nosotros, pero me pareció que un tipo tan bajito no iba a aportar demasiado al Eje. Hay mucha demanda de personajes españoles, Cervantes o Reyes Católicos, pero también tipos tan despreciables como Stalin o Mao, o yankees que no conocí en mi tiempo, pero que imagino tan estúpidamente infantiles como los de entonces. Otros, por lo que sé, buscan pasar el tiempo con actores y actrices, o con artistas. En general sé que son gentuza, no verdaderos dioses de la creación como mi amado Wagner. Sería inacabable citar toda la lista de personajes que tiene la agencia en su catálogo y yo ya siento como se forman los pelos de mi bigote. Me preocupa mucho más saber quién está al otro lado de la puerta, quién ha pagado por estar unas horas conmigo.
    Habitualmente, tengo dos tipos de clientes. Los pro y los contra. Es común que judíos descontentos paguen para poder disponer de mi persona. Es tal la inquina, que los hay que repiten varias veces. Por decoro no voy a entrar en detalles sobre lo que tengo que oír y sufrir, sólo les diré que la cosa siempre acaba conmigo muerto, lo que en ocasiones deseo fervientemente. Tampoco es mucho mejor la experiencia con los pro. Entiendo que sea tratado con la deferencia que mi persona merece, pero en ocasiones son tan pelotas. No destaco en el hombre la babosería como una virtud. Además, es difícil encontrar alguien con quien mantener una conversación inteligente; algunos no consiguen construir dos frases seguidas con una mínima coherencia. En fin, que las tres, cuatro horas que suele durar mi corporización se me hacen más largas que una partida de monopoly en un refugio antiaéreo. Eso cuando no se les va la cabeza e intentan abusar sexualmente de mí. No recuerdo haber tenido una vida amorosa tan movida nunca, aunque no se trate en todas las ocasiones de sexo consentido.
    El olor a sudor añejo y cebollas entra tan fuerte por mi nariz como el gas mostaza, parece que ya está acabando el proceso, ha llegado el momento de conocer a mi cita.

  9. La última de Filipinas

    Renacer en Barcelona

    Se despertó, entre tubos y cables, en una cama de hospital. Cuando abrió los ojos le sorprendió la imagen borrosa de una cara. El rostro que le hablaba parecía risueño, pero él era incapaz de entender lo que le estaba diciendo.

    En su mente se amontonaban visiones confusas: un carruaje surgiendo de la niebla. El sonido de cascos de caballos golpeando adoquines. El filo de un cuchillo rasgando la oscuridad. Silbatos. Un sol rojo, afilado como una guadaña, flotando en un río de aguas negras. La luna tragándose al sol. Campanas rompiendo el silencio, repiqueteando en su cabeza como ecos estridentes de un pasado que era incapaz de recordar. Un hombre entre sombras. Un estallido y un fogonazo, él cayendo por un vórtice de luz y después nada.
    Le costaba respirar. Una extraña máquina pitaba cerca de su oído derecho. La cara que le hablaba se iba enfocando a medida que se oscurecían todas las imágenes inconexas de su cabeza. El hombre se quiso incorporar. Intentó arrancarse una especie de tubo que tenía en la muñeca.

    “Sis plau no es toqui la via, no es mogui. Ha sofert una commoció”. “Senyor, ¿entén el que li estic dient?”.

    Él podía ver a una mujer vestida de verde pero hablaba en un idioma que no entendía. Aquella mujer le estaba inyectando algo. Empezó a sentir que se relajaba y adormecía con placidez.

    ——–

    No sabía cuánto tiempo llevaba en aquella habitación desconocida. Los días se sucedían entre el sueño y una duermevela apacible similar al estado alterado que produce el inhalar opio o beber absenta. Era como estar en un trance en el que la mente está tranquila y no hay recuerdos. En aquellos momentos dejaba, dócilmente, que las personas que lo tenían retenido le administraran pastillas o le inyectaran líquidos. A veces le limpiaban o le medían las constantes con aparatos que no había visto nunca. El embotamiento que le producían las drogas no le permitía sentirse curioso o ansioso. Era tal el sopor cándido que le embargaba que creía que había vuelto a nacer y era un bebé bobalicón.

    Al cabo de un tiempo impreciso los extraños dejaron de sedarlo y empezó a recibir alimento sólido; a pesar de que se sentía débil, comía con avidez. También comenzó a entender palabras: “català”, “malalt”, “Buenos días”, “dolor”, “menjar o comida”, que parecían significar lo mismo.

    Después de bastantes semanas pudo comprender que estaba en un hospital, que había aparecido tirado en la calle y que había estado a punto de morir. La gente que le cuidaba era distinta a cuánto creía haber conocido en un pasado. Él no reconocía los utensilios que utilizaban. Tampoco le sonaban los aparatos que había en la habitación, todo parecía nuevo e irreal, como si estuviera en otro planeta o en un sueño.

    La pérdida de memoria le atormentaba, sobre todo por las visiones que le venían a la mente cuando cerraba los ojos. Sin el adormecimiento de las drogas aquellas imágenes eran cada vez más nítidas e inquietantes. Veía caras de mujer, blancas y famélicas, espectrales, que se deformaban hasta desvanecerse. Veía ojos exageradamente abiertos; órbitas prominentes atestadas de capilares, en los que la sangre golpeaba como queriendo reventar. A veces había bocas que se descoyuntaban sin emitir sonido. Labios pintarrajeados, un intenso sabor a carmín y a vómito. Otras veces oía risas, estridentes chillidos surgiendo de cavidades putrefactas. Todo ello le traía olor a cerveza, a orines, a sangre.

    La sangre. Ella también empezaba a ser una obsesión. Muchas veces se quedaba mirando, embelesado, cuando se la extraían. Observaba el fluir del líquido a través de los tubos, sus ondulaciones, la danza mortuoria de la sabia del cuerpo, la vida marchitándose gota a gota. Le gustaba imaginar su sabor, su textura. La veía salpicando las paredes. Cayendo espesa desde el techo sobre la cama, cubriéndole como un sudario. Era un anhelo ancestral que nacía en lo profundo de su inconsciente. Aquella ansia de sangre le llevó a imaginar que rasgaba piel humana, que extraía un hígado, un riñón o un corazón. La fuerza incontenible de la sangre borboteando por una arteria carótida seccionada. Fantasear sobre todo ello le producía un placer morboso.

    La presencia de sus cuidadoras era ahora un tormento. Cuando se acercaban a él podía ver el palpitar de sus venas. El sonido de la sangre corriendo como ríos a través de sus arterias. Deseaba aquellos cuerpos. Deseaba escuchar el estertor último de la vida escapando de ellas. Anhelaba ese poder.

    Tras largos meses de martirio por no poder saciar su sed, le dijeron que podía marcharse. Se sentía eufórico, al fin era libre. Con la certeza de que solo una cosa importaba, abandonó el hospital. Después de todo aquel tiempo privado de libertad, se había reconocido. Comprendía la oscuridad que anidaba en su interior, la cual, como un gusano de seda, ahora iba a emerger más cruel y salvaje que nunca. Ahora sabía lo que quería y como conseguirlo, y frente a él se abría una ciudad rebosante de vida dispuesta a proporcionarle lo que tanto ansiaba, la capacidad de ser Dios.

    ——

    La encuentran unos corredores de madrugada, cerca del Hospital de Sant Pau. La mujer tiene el rostro ensangrentado por las heridas producidas por varias cuchilladas. Dos profundos cortes en el cuello; sangre espesa se vierte sobre la acera, medio coagulada. Tiene la tripa abierta, restos de intestinos descansan en los hombros y le falta el corazón y el útero. El Inspector Llopis tiene un Déjà vu de otra vida en otra ciudad frente a un cadáver de una prostituta. Un nombre se le atraganta en el estómago: “Jack el destripador”.

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