Laboratorio 22 de febrero: Personajes históricos descolocados

Comentaremos textos escritos por los participantes y haremos actividades de escritura en el momento, que nos pueden servir como semillas para la sesión siguiente o no.

Cada sábado tendremos una consigna sobre la cual escribir. Los textos se tienen que poner en los comentarios de la entrada pertinente antes del viernes anterior a la sesión. Podemos poner el texto tal cual o un enlace a un sitio donde leerlo. Los textos tienen que tener, como máximo, 900 palabras. Cada participante tiene dos compromisos: a) Escribir un texto y b) Leer los de los compañeros.

El laboratorio tendrá un número limitado de participantes. Para cada sesión podrán asistir quienes cumplan las dos condiciones anteriores, por orden de presentación de textos. Pedimos a todos los participantes honestidad y buen rollo.

La consigna en esta ocasión es escribir un relato en el que un personaje histórico se despierta en 2025 ¿Qué pensará?

Tenéis que escribir vuestros textos y ponerlos en los comentarios de esta entrada, bien pegando directamente el texto, bien poniendo un enlace donde leerlo hasta el jueves anterior a las 12 de la noche. Tenemos hasta la sesión para leer los relatos de los demás.

Cualquier duda la podéis preguntar por el grupo de Whatsapp.

3 comentarios

  1. Óscar Bastante

    FUEGO VIVO

    —¿Estás segura de querer intentarlo?
    Elena me miró fijamente. Sus ojos azules despedían brillos acuosos. Sus labios temblaban.
    —Sí, Germán —dijo—. Comprende que estoy desesperada. Ya no sé qué más hacer. He visitado psicólogos, psiquiatras, coaches… y sigo igual. ¿Qué será lo próximo? ¿Qué me encierren en algún centro psiquiátrico? ¿O que algún día…?
    Su voz se quebró y se llevó las manos al rostro, ocultándolo. Yo miré sus antebrazos y sus muñecas, llenas de quemaduras. Las más recientes presentaban costras de color rojo oscuro, casi marrón. Las más antiguas lucían cicatrices rosadas y brillantes.
    —Tranquila, cariño —le dije pasando un brazo por sus hombros—. Probaremos lo que haga falta. Yo estoy contigo.
    —¿Me acompañarás a la consulta de ese terapeuta?
    —Por supuesto. Miriam dice que es muy bueno, y que a ella le sirvió para recordar alguna de sus vidas pasadas.
    Ella asintió con la cabeza mientras yo miraba la chimenea vacía. Hacía meses que no había un solo trozo de madera en la casa. La última vez que la encendí, fui un momento al baño; cuando regresé al salón, Elena se había quitado los calcetines y puesto los pies encima del fuego. No gritaba, aunque debía de dolerle horriblemente. Solo apretaba los puños y la mandíbula. Yo la aparté, le tiré agua encima y la llevé al hospital.

    Me deshice de todas las velas, escondí los encendedores, tiré la leña… Pero no fue suficiente. A veces la había encontrado con las manos sobre los fogones de la cocina, o se las arreglaba para hacerse con algún mechero; yo me daba cuenta por las ampollas que luego veía en sus dedos o en sus piernas.
    No se producía autolesiones de ninguna otra forma. No se cortaba, ni se golpeaba con ningún objeto, ni se arrancaba los cabellos. Siempre era el fuego.
    Uno de los psicólogos que visitó le dijo que presentaba comportamientos autolesivos impulsivos, y que quienes los padecían sentían un arrebato imposible de resistir, aunque no buscaban huir de nada, ni suicidarse tampoco. También explicó que las personas que hacían esto podían haber vivido una situación traumática en el pasado, pero ni Elena ni yo pudimos identificar ninguna. En todo caso, ella no tenía trastorno bipolar, ni depresión mayor, ni abusaba del alcohol o las drogas. Nadie entendía nada.
    Pero yo veía sus cicatrices, las viejas y las nuevas. Cada día. Las de su cuerpo y las de su alma.

    Miriam, su mejor amiga, le habló un día de Marcelo, un terapeuta especializado en regresiones a vidas pasadas cuya técnica consistía en realizar una larga relajación guiada hasta llevar al paciente a un estado de semiinconsciencia en el cual podía entrar en contacto con recuerdos de otras encarnaciones.
    Cuando fuimos a su consulta, Marcelo, un cincuentón moreno de origen brasileño, nos explicó qué podíamos esperar.
    —Normalmente no podemos recordar nuestras vidas pasadas porque la memoria es mortal, y se diluye cuando morimos. Nuestra siguiente personalidad no recuerda nada, excepto episodios muy intensos que quedan grabados directamente en nuestra alma.
    —¿Y por qué a veces me parece tener recuerdos fugaces de vidas pasadas, o al menos de escenas que no puedo relacionar con mi vida actual? —le preguntó Elena.
    —Pues por eso mismo. Debió ser una situación extrema que sobrevivió a la pérdida de memoria convencional. Algo que tu alma inmortal no puede olvidar.
    Ella asintió sin decir nada. Miraba el suelo y se frotaba las manos, retorciéndolas.
    —¿Qué es lo que ves en esos recuerdos?
    —Fuego. Únicamente fuego.

    Estuvo cerca de dos horas con Marcelo mientras yo esperaba en la antesala de la consulta. Cuando salió, su cara estaba serena. Su expresión era de ensimismamiento, de esforzada concentración.
    Salimos a la calle y anduvimos muy despacio. Yo intenté averiguar qué había ocurrido durante la terapia, si había ido bien, si había recordado o descubierto algo… Pero Elena me frenó con las manos, como diciendo “espera, déjame digerir todo esto”. Yo asentí en silencio.
    Al llegar a casa, se dio un baño mientras yo preparaba la cena. Luego nos sentamos en el salón, bebiendo vino. Al cabo de unos minutos, por fin se decidió a hablar.
    —Germán, ya sé por qué tengo esos recuerdos sobre el fuego.
    —¿Por qué?
    —Como dijo Marcelo, tienen que ver con algo que me pasó en otra vida.
    —¿Y cuándo fue eso?
    —Hace quinientos años más o menos.
    —Bueno, ¿y qué es lo que paso? ¿Un incendio o algo así?
    —No, no fue un incendio. Es algo relacionado con la persona que yo era entonces.
    —¿Y qué quieres decir, que esa persona que fuiste hace quinientos años también se autolesionaba usando el fuego?
    —No. No se autolesionaba. Pero fue víctima del fuego. Murió quemada, y eso debe ser el episodio de gran intensidad al que se refería Marcelo.
    —Bueno, ¿y sabes qué ocurrió, o quién es esa persona que fuiste en el pasado?
    —Sí, lo sé. Y también sé que ahora todo cobra sentido. De hecho, es un personaje histórico, incluso relativamente popular.
    —¿Y me vas a decir de una vez por todas quién era ese personaje o no?
    —Sí, Germán, por supuesto. Era Juana de Arco.
    Y cuando lo dijo, lentas lágrimas trazaron surcos brillantes en sus mejillas. Sus ojos se abrieron como ventanas en la mañana. Casi sonrió, y supe que por fin había comprendido qué le sucedía.
    Me acerqué a ella, brindamos con el vino de nuestras copas y la besé. Hacía frío. Por primera vez en meses, pensé que al día siguiente podría ir a comprar algo de leña.

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