Mal. Bien. La vida
por Julián Mut.
Una mujer está planchando con la única compañía de la música que suena en la radio. Mira distraída por la ventana las casas iluminadas de los vecinos y se fija en una cocina donde una madre está dando de comer a un bebé; sonríe con cariño, echa de menos esa época en la que sentía que tenía una familia, su marido aun tardará en venir, se suele distraer con sus amigos en el bar. Suspira y repasa con fruición una arruga de la camisa.
En el edificio de enfrente hay un hombre que está estirado en el sofá mirando un concurso en la tele; distraídamente gira su cabeza y mira por el balcón, ve a la mujer que plancha como mueve perceptiblemente las caderas. Se imagina que debe ser una persona alegre, que le gusta salir a divertirse. Fantasea que toca el portero automático de su casa y queda con ella para ir a una discoteca, que estarán toda la noche de fiesta y al volver follarán en el sofá como posesos. Se desabrocha el pantalón y pasa una mano debajo de la ropa interior para masturbarse.
La mujer que está dando de comer al bebé está agotada, no le da la vida; no entiende como el mundo que conocía antes se ha detenido. No deja de mirar por la ventana, quiere huir, escapar de esa espiral de pañal, biberón, lloros, dejar al niño en la guardería, correr a la oficina. Ve al hombre en el sofá que le recuerda al padre del niño; “hijo de puta” dice entre dientes achinando los ojos y negando con la cabeza. Se muerde el labio haciéndose daño hasta que el bebé gorgorea para reclamar la comida sacándola de su ensimismamiento.
Una chica sale al balcón, recoge con parsimonia un jersey del tendedero y se toma su tiempo observando la calle y las ventanas iluminadas. Entra de nuevo en la casa, cierra los visillos, se saca la bata y desnuda se mete en la cama donde un chico está esperándola. Se excusa levemente por la interrupción, el chico no entiende cómo es que ha tenido que salir al balcón en ese momento, pero no se lo reprocha, no quiere estropear el momento. El chico la besa y ella se deja abrazar.
Del edificio de enfrente una mujer ha seguido con la mirada a la chica que había salido a recoger el jersey. A través del visillo ve que en la habitación hay velas encendidas y una luz tenue en una esquina. Sale al balcón para ver mejor, sigue los movimientos de la chica que se ha quitado la bata y se ha metido en la cama. Agudiza la vista para ver con más precisión; por un momento cree pensar que no está con nadie y eso aliviaría un poco su desazón, a ella le cuesta tanto conocer a gente y ni siquiera se le pasa por la cabeza que un chico se fije en ella. Pero intuye que en la cama hay alguien. Se mueven. Piensa que son una pareja enamorada y feliz. Mira la calle vacía.
Aparece un coche de policía y una ambulancia. Las luces intermitentes iluminan con sus destellos. La chica que estaba en la cama retira un poco el visillo para mirar la calle, ve un cuerpo en el suelo tapado con una manta dorada brillante, todo se mueve despacio allí abajo. Mira hacia los balcones, están todos los vecinos asomados. “Vente a la cama” le ruega el chico que no se ha movido de debajo de las sábanas. La mujer se ha puesto de pie hipnotizada por las luces parpadeantes azules y naranjas. “Ven que cogerás frío” le insiste el chico. La mujer susurra “No te enteras de nada”. Lo ha dicho con tanto desprecio que hasta ella se asusta.