Entrevista a Javier Morales
Por Montse González de Diego
Fotografía por Nati Leal
Javier Morales es escritor, periodista y profesor de escritura. Su último libro, Caminar con Gary Snyder y otros poetas (ed. Tundra), es un viaje a Cercedilla y por la sierra de Guadarrama, donde pensamiento y naturaleza se encuentran. Durante el paseo, reflexiona sobre la vida y la muerte y propone una mirada compasiva hacia el planeta. Habla el lenguaje de los senderos que llevan al interior del ser y los que nos unen a otras especies. Su voz poética se acompasa al ritmo del lector y le enseña a caminar de nuevo, a recorrer el bosque con la mirada atenta en lo que a menudo pasa inadvertido.
¿Cómo te han guiado las palabras de Mary Oliver, Thoreau o Gary Snyder, entre otros, en tus paseos por el bosque?
Creo que leer a estos autores, que han sido y son fundamentales en mi vida, es como caminar por el monte. Uno siempre encuentra nuevos destellos y revelaciones en sus palabras, nuevas interpretaciones, como cuando sales de una ruta trazada en el bosque y te adentras por otros senderos. Incluso aunque estén transitados, la época del año, la luz, la vida en ese instante es siempre distinta. Oliver, Thoreau y Snyder nos reconectan además con nuestro lado más salvaje, en el sentido que debería tener esta palabra. Por sintetizarlo mucho, a mí me han enseñado que no somos un cuerpo que pasea por el bosque sino que somos ese bosque. Leer y caminar se convierten en una especie de autodescubrimiento.
En tu libro dices que la sierra de Guadarrama te da seguridad y despierta tu recuerdo del Valle del Jerte o de Monfragüe, al que llamas tu paisaje extremeño en Las Letras del bosque. Has escrito extensamente sobre las montañas, ríos o valles de Cáceres. ¿Qué tiene esa tierra que arraiga tanto en quien la vive?
Supongo que podría recurrir a esa afirmación, bella y manida a la vez, de Rilke cuando decía que nuestra verdadera patria son los paisajes de la infancia. No podría estar más de acuerdo, al menos en mi caso. Plasencia, la pequeña ciudad en la que nací y me crie está enclavada en un espacio natural hermosísimo, muy variado. Está Monfragüe, que ha sido fundamental en mi educación sentimental. Pero también confluyen el valle del Jerte, la Vera, el valle del Ambroz…Un paisaje mediterráneo que ha moldeado mi mirada y que, en parte, sigue siendo la de ese niño y adolescente que caminaba por sus trochas.

En una época dominada por el relativismo y la desinformación, ¿es posible alcanzar un consenso sobre ciertas verdades fundamentales que nos ayuden a orientarnos en el mundo?
Buena pregunta, Montse. Antes parecía que sí, que una mesa es una mesa. Pero ahora parece que hay que redefinir la realidad, es lo que buscan estos filósofos que cito en el libro. Si la gente no cree en la ciencia y piensa que la Tierra es plana, que el covid se cura con lejía o que el cambio climático no tiene nada que ver con la acción de los humanos, ¿cómo dialogar con ellos? El propio lenguaje se basa en un consenso que, en gran parte, se ha roto. Habrá que dar la batalla por el lenguaje y la cultura.
En plena era tecnológica, ¿en qué debería consistir el verdadero progreso humano?
El verdadero progreso, por utilizar esta palabra, debería tener en cuenta los límites planetarios y el derecho de los seres vivos, de las otras personas, a habitarlo. Deberíamos abandonar nuestro antropocentrismo, dar el lugar que les pertenece a esas otras personas. Este progreso debe incluir inevitablemente la justicia social y ecológica, debe desbancarnos de la pirámide y pensar que los humanos no poseemos la Tierra, que somos sus inquilinos, más bien que pertenecemos a ella, como el resto de compañeros de viaje.
En escribir la tierra, hablas de «resalvajizar» el mundo rural, pero también la ciudad. ¿Cómo sería tu ciudad ideal?
Pues desde luego muy diferente a Madrid, je, je, la ciudad en la que vivo desde hace décadas y que me gusta por otras razones. Una ciudad sin coches, o solo los imprescindibles, una ciudad pensada para el bienestar de sus habitantes, humanos y no humanos, donde uno pueda caminar, moverse en bicicleta a cualquier lugar. Una ciudad sin asfalto, renaturalizada, con huertos colectivos y con las plantas como vecinas de escalera, sin que haya buenas o malas hierbas, con árboles que nos cobijen, con plazas que sean de tierra y no de asfalto…Una ciudad sin contaminación, ese veneno que respiramos todos los días. Una ciudad justa con todos los ciudadanos, con servicios públicos y donde la gente pudiera participar de las principales decisiones.
Ahora que muchas de las celebraciones y tradiciones se mercantilizan o han perdido su sentido más profundo, ¿qué lugar ocupan los rituales en tu manera de habitar el mundo?
En el Norte Global, como dices, gran parte de las tradiciones y celebraciones, muchas de ellas ligadas a la religión, se han mercantilizado. El hecho de que tuvieran ese componente religioso ha hecho que muchos sectores progresistas las rechazasen, más ahora que ni siquiera mantienen su sentido. Cito un ejemplo, muy anecdótico pero que nos da una idea de lo que hablamos: uno ya se encuentra polvorones en septiembre. Si se pueden comer en cualquier época del año, ¿cómo van a estar ligados a la Navidad? Por supuesto luego hay tradiciones que hay que erradicar, como la tauromaquia. Pero a mí me parece muy importante mantener ciertos rituales, los que nos ponen en contacto con nuestros antepasados, con la vida, con lo que nos rodea, en función de las creencias de cada uno. En mi caso están ligados a la conexión con la naturaleza, pensar que somos parte de ella y como individuos solo somos un instante en el ciclo de la vida. Lo cuento en Caminar con Gary Snyder, uno de los rituales de los potawatomi que me llamaron la atención cuando leí Reserva de Musgo, es que esparcían en la tierra un poco de tabaco al nacer el día, como una ofrenda. Como yo he trabajado en el cultivo del tabaco eso me ha dado una mirada hacia mi pasado.
¿Tu relación con la naturaleza sería la misma sin la estación del tabaco?
Eso enlaza con lo que te comentaba. Mi experiencia con el cultivo del tabaco cuando era adolescente no fue amable, por decirlo de algún modo. Siempre tuve la sensación de estar perdiendo el tiempo. Cuando estaba en el campo recuerdo que pensaba que si al menos cultiváramos frutales o un huerto lo habría visto de otro modo, pero tabaco…Mi padre ni siquiera fumaba. Creo que ahora lo veo de otra manera, me he reconciliado con ese pasado y sin duda la anécdota potawatomi me ha dado otra perspectiva.
A la luz de los datos que aportas en La hamburguesa que devoró el mundo y en Caminar con Gary Snyder y otros poetas, y tras un verano de incendios, ¿qué dejamos a menudo fuera del discurso cuando hablamos del cambio climático?
Muchas cosas. Nunca o casi nunca pensamos en los animales que viven en los bosques. Algunos, como las aves, tienen un pequeño margen para huir, pero otros no, y mueren abrasados. Además, desaparece el medio en el que vivían. Es como si les quemaran su casa, su medio de vida. Desaparecen muchas vidas tras un incendio como los que ha habido este verano. Y no solo humanas. Desparece una parte de lo que somos. Además, uno de los motivos por los que se han incrementado de nuevo las emisiones el año pasado a nivel mundial se debe precisamente a los incendios. Los árboles son sumideros de carbono y cuando arden lo devuelven a la atmósfera, es terrible.
¿En qué punto se dan la mano ecologismo y antiespecismo?
Para mí no hay ninguna contradicción, aunque ciertamente la hay cuando bajamos al terreno y hablas con personas de ambos ámbitos. Creo que es imposible ser antiespecista sin ser ecologista, y viceversa. Todas las personas, humanas y no humanas, necesitamos un espacio para vivir, un hábitat que se autorregule naturalmente. Por conseguirlo ha luchado el ecologismo. Pero para salvaguardar esos espacios no se puede sacrificar la vida de los individuos que allí habitan si se considera que se rompe el equilibrio. Creo que el ecologismo debería hacer un esfuerzo por acercarse a las posiciones antiespecistas puesto que, además, el consumo de animales es responsable de alrededor del veinte por ciento de las emisiones. Ese sería un punto de encuentro. Pero hay otros, como la oposición a la caza, la tauromaquia…

¿Qué callamos cuando comemos animales?
Pues diría más bien qué no miramos, aunque evidentemente también callamos. Y lo que no miramos es que delante tenemos un ser vivo, que siente, que puede llegar a tener emociones complejas, equiparables a las de los humanos, que ama a sus crías, cuando no son las crías las que han llegado al plato (como el lechón). Que ese ser vivo ha tenido probablemente una vida miserable en una macrogranja. Que incluso si ha sido mejor, en una granja digamos tradicional, también ha sido sometido a la explotación. A las vacas, por ejemplo, se las preña consecutivamente para que den leche. Y les robamos los terneros, que luego van a nuestro plato. Creo que lo que callamos, o no miramos, es que nos estamos comiendo una parte de nosotros mismos, sin necesidad. Que tenía sentido en otras épocas y en otros contextos, pero no ahora. Al menos deberíamos pedir perdón antes de comérnoslo, por arrebatar una vida que no nos pertenece.
Algunas empresas de catering, especialmente en hospitales o escuelas, están reduciendo la oferta de carne y ofreciendo más opciones vegetarianas por razones económicas. ¿Crees que este tipo de decisiones puede favorecer la transformación a dietas más vegetales?
Sí, por supuesto. Todos los pasos en esa dirección son bienvenidos. El tránsito a las dietas vegetales no solo la demandan los veganos y antiespecistas, también lo ha hecho recientemente Rebelión Científica y decenas de organismos. Es la única manera de dirigirnos a un planeta más justo. En el mundo sanitario es llamativa la escasa formación que hay en torno a quienes son veganos, por ejemplo.
En Trabajar cansa, hablas de empresas que sacrifican a sus trabajadores en plena crisis, de congelaciones salariales, bajas incentivadas o de trabajar más por menos salario. ¿Cómo deberíamos pensar la lucha de clases en el siglo XXI?
Aunque con un rostro distinto, como el fascismo, que ha llegado vestido con corbata o con ropa deportiva, como la de Musk, la lucha de clases sigue en pie y más vigente que nunca. Ahora es mucho más global que en el siglo XIX, que ya lo era. Y en esa lucha de clases entre el Norte y el Sur Global, entendiendo esto no en términos solo geográficos pues dentro de cada país también existe esta división, deberíamos incorporar a las otras personas, los otros seres vivos, como reclamaba Gary Snyder.
¿Qué debería considerar la izquierda cuando reclama derechos para las clases trabajadoras, como ocurrió con el acceso a la sierra de Guadarrama o en otros contextos de urbanismo depredador que denuncias en algunos de tus libros?
Pues en parte lo que propone, por ejemplo, Emilio Santiago Muiño en Vida de Ricos. Una mayor colectivización de la vida, de los servicios públicos, ecosistemas y ciudades saludables, más tiempo para desarrollar nuestra creatividad, nuestros afectos. Pensar también que nuestros derechos van unidos a una biosfera sana que cobije a todas las especies.
La muerte está presente en tu obra, muy especialmente en Monfragüe, también hablas de ella en otros libros como en Caminar con Gary Snyder y otros poetas. ¿Por qué solemos obviarla del diálogo que mantenemos con otros o con nosotros mismos?
Vivimos en un tiempo de aceleración permanente por el capitalismo brutal. Ante la extenuación de la gente, en el Norte Global ha ido penetrando la práctica del yoga, la meditación, el mindfulness, para paliar esa insatisfacción. Pero lo cierto es que se nos olvidan las enseñanzas de Buda sobre la empatía hacia todos los seres vivos o el ciclo de la existencia. Aparte de meditar, estaría bien que las empresas mejoraran las condiciones de vida de la gente, que las ciudades fueran habitables. Pero como vivimos en ese hiperconsumismo que ya denunció Pasolini hace sesenta años, no podemos pararnos a pensar. Más que vivir, consumimos la vida y en ese proceso no se contempla que somos seres mortales. No nos gusta ver nuestra fragilidad como humanos, pero lo cierto es que lo somos, por mucho que Musk y compañía estén empeñados en ese proyecto posthumano y fascistoide. Somos vulnerables por naturaleza, y eso nos debería aportar cierta serenidad y humildad. Pero preferimos no ver ese lado y vivir con ansiedad permanente.
La literatura aparece de forma recurrente en cada uno de tus libros. Hablas de la importancia del detalle en las historias que contamos. ¿Esa búsqueda de lo minucioso es similar a la paz que tratas de encontrar en tus paseos por el bosque?
Sí, suelo citar a Nabokov cuando, en alusión al Dios del Antiguo Testamento, decía que la literatura está en los detalles. Creo que es ahí, en esa mirada que tiene un escritor hacia lo pequeño, donde se muestra su originalidad. Porque como sabemos en lo pequeño está la inmensidad, lo global. Y eso se traslada a caminar, claro. Carl Sagan dijo en su famosa serie Cosmos algo así como que podemos ver el universo en el interior de nosotros mismos. Somos parte de ese universo, algo que vienen contando las tradiciones orientales.
En caminar con Gary Snyder, dices que «La escritura es una búsqueda de lo oculto». También un «oficio de tinieblas» como mencionas en La moneda de Carver.
Lo creo. Escribimos para saber qué queremos escribir, para iluminar las zonas de sombra que no sabíamos que existían. Para hacer visible lo invisible, por utilizar las palabras de John Berger. En realidad, es la pulsión que mueve todo arte, el desvelamiento. Y en ese sentido sería muy parecido a rezar una oración.
¿Se puede ser escritor sin haber leído a Kafka?
Je, je, reconozco que es una exageración. Pero sí creo que Kafka crea un mundo tan singular, una mirada tan original y que nos habla de nuestra condición humana como pocos autores. Hay grandes escritores que no han leído a Kafka o El Quijote, por ejemplo, u otras obras fundamentales. No es ningún requisito, por supuesto. Pero en cierta forma puede que los hayan leído a través de otros autores. Si alguien no ha leído a Faulkner directamente puede haberlo hecho a través de Conversación en la catedral, de Vargas Llosa, por ejemplo. La literatura es un diálogo entre los vivos y los muertos, como apunto también en Caminar con Gary Snyder.
¿Puede la escritura resolver o aliviar el silencio que cargamos de nuestros antepasados?
Sí, enlaza con lo que te comentaba antes. En ese diálogo retomamos las grandes preguntas de siempre, las de nuestros antepasados, que son más o menos las mismas: ¿quiénes somos?, ¿qué sentido tiene la vida?, ¿dónde vamos?
En tu escritura has explorado diferentes territorios. Pequeñas biografías por encargo, por ejemplo, es un libro que no es una biografía, sino una novela que, además, es bastante autobiográfica y que podría leerse como un conjunto de relatos. ¿Algo que decir sobre las fronteras entre géneros?
Exactamente, he intentado moverme un poco entre los géneros. Creo que la literatura es híbrida. Uno puede encontrar un gran poema en una canción o en una novela. Y viceversa. Como no me gustan las fronteras geográficas, tampoco las literarias. Me gusta la permeabilidad entre los géneros, que un librero no sepa dónde colocar tu libro, si en la parte de ensayo o de novela o de diario.
Se dice que Carver no sería el mismo sin su editor. Como profesor de escritura, ¿la escritura es realmente un trabajo solitario?
Absolutamente, como escritora lo sabes muy bien. Pero creo que un taller de escritura aporta la mirada del otro, nos reúne en torno a cómo contar una historia de la mejor manera posible. Nos sitúa alrededor de la hoguera, escuchando historias que, quizás sin saberlo, tienen el eco de nuestros antepasados y eso nos abriga un poco y hace que escribir sea menos solitario.