Laboratorio 27 de julio: Ejecuciones

Comentaremos textos escritos por los participantes y haremos actividades de escritura en el momento, que nos pueden servir como semillas para la sesión siguiente o no.

Cada sábado tendremos una consigna sobre la cual escribir. Los textos se tienen que poner en los comentarios de la entrada pertinente antes del viernes anterior a la sesión. Podemos poner el texto tal cual o un enlace a un sitio donde leerlo. Los textos tienen que tener, como máximo, 900 palabras. Cada participante tiene dos compromisos: a) Escribir un texto y b) Leer los de los compañeros.

El laboratorio tendrá un número limitado de participantes. Para cada sesión podrán asistir quienes cumplan las dos condiciones anteriores, por orden de presentación de textos. Pedimos a todos los participantes honestidad y buen rollo.

La consigna en esta ocasión es escribir un relato basado en una ejecución. Puede ser en sentido literal, como un condenado a muerte esperando la silla eléctrica o un ajusticiado o metafórico, como una ejecución hipotecaria o alguien muerto a los ojos de otra persona.

Tenéis que escribir vuestros textos y ponerlos en los comentarios de esta entrada, bien pegando directamente el texto, bien poniendo un enlace donde leerlo hasta el jueves anterior a las 12 de la noche. Tenemos hasta la sesión para leer los relatos de los demás.

Cualquier duda la podéis preguntar por el grupo de Whatsapp.

8 comentarios

  1. Cauauhtémoc

    Ejecución ritual

    Apenas podía seguir el ritmo del hombre que tiraba de la cuerda atada a su cuello y que corría hacia la cima de la pirámide sin descanso, estaba exhausto, sin fuerzas después de varios días sin comer, con los músculos agarrotados al haber estado atado. Una vez en la cima apenas pudo reaccionar cuando varios hombres lo desnudaron y le ataron cuerdas en las muñecas y los tobillos con movimientos rápidos y precisos. Lo movieron de forma brusca tirando de las cuerdas hasta situarlo encima de un altar boca arriba.
    Cuando las personas que lo habían atado se alejaron tuvo un primer momento de lucidez y se dio cuenta que únicamente podía mover la cabeza que levantó para mirar a su alrededor. Había mucha gente en la cumbre de la pirámide que observaba en silencio al chamán que lucía un taparrabos y un gran collar dorado y en la cabeza gran cantidad de plumas.
    El sol se estaba poniendo y aún así calentaba, estaba sediento y tiró de las cuerdas para zafarse de sus ataduras pero solamente consiguió lacerarse la piel. El chamán se puso a hablar en voz alta a la muchedumbre que escuchaba en silencio a los pies de la pirámide y de vez en cuando daba órdenes en voz baja a las personas que lo rodeaban para que cumplieran sus órdenes.
    En un momento determinado todas las personas que estaban encima de la pirámide se acercaron al hombre atado. El chamán con una mano sobre su pecho recitaba una letanía mientras el sol iba descendiendo y el hombre atado jadeaba intuyendo que eran sus últimos minutos de vida. El chamán alzó un cuchillo sin dejar de recitar y los acólitos iban repitiendo en voz baja hasta que el cuchillo bajó al tórax del hombre atado e hizo un primer corte superficial entre las costillas de la parte izquierda del tórax. Las personas que lo rodeaban pusieron sus manos sobre su cuerpo para impedirle cualquier movimiento mientras el chamán pasaba varias veces el cuchillo por la herida hasta penetrarlo varios centímetros.
    El chamán puso cara de sorpresa y se separó del hombre atado, dando órdenes nerviosas, los acólitos se separaron del hombre atado correteando y moviéndose ansiosos hablando por lo bajo hasta que apareció la sacerdotisa con movimientos solemnes con una muchacha desnuda de la mano. Se dirigieron todos a la muchedumbre mientras el hombre atado intentaba de nuevo zafarse de las cuerdas sabiendo que era tal vez su última oportunidad para escapar, pero únicamente consiguió sentir más escozor en las heridas que se había hecho. Miró su herida abierta en el pecho de un rojo brillante del que apenas salía una gota de sangre y se extrañó al ver su propia erección.
    El chamán volvió con todo su séquito junto al hombre atado que los miró expectantes. El chamán volvió a poner las manos sobre el cuerpo del hombre y cerrando los ojos para centrarse en lo que estaba haciendo dijo unas palabras con solemnidad. Los ayudantes se separaron y ayudaron a subir a la muchacha al altar donde se quedó de pie. El hombre atado la miró sin entender qué estaba pasando, veía desde su posición su sexo y sus pechos jóvenes, el chamán siguió diciendo letanías que los acólitos repetían y a una orden del chamán la muchacha se acuclilló y se penetró el miembro erecto del hombre atado.
    La muchacha lanzó un grito animal apoyando sus manos en el pecho del hombre atado que sintió el calor de la muchacha en su miembro y miró al hombre atado con expresión decidida y nerviosa. El hombre atado pensó por un momento que su suplicio había acabado, que sería perdonado, sonrió a la muchacha y movió su cadera con ansias para penetrarla intuyendo que era su nueva misión, al que la muchacha respondió con una mueca de dolor.
    Al cabo de unos instantes, el chamán dio una orden y dos de los ayudantes que se encontraban a ambos lados del hombre clavaron sus dedos en la herida abierta y cada uno tirando con fuerza por su lado separaron las costillas provocando un crujido desgarrador. El hombre gritó de dolor y movió la cabeza como si estuviera loco y ahora fue la muchacha la que empezó a mover su cadera con desesperación. El hombre se convulsionó del dolor y las manos de los acólitos que lo rodeaban volvieron a presionar sobre su cuerpo para impedir que se moviera. La muchacha estaba sudando, moviendo su cadera frenéticamente haciendo que sus pechos se movieran al unísono, mirando fijamente al hombre atado con una expresión de urgencia y saliendo de su garganta pequeños gemidos de cansancio. El hombre atado excitado por la visión de la muchacha y estimulado su miembro por el movimiento de la cadera de la muchacha tiró de las cuerdas con intención de abrazarla, de atraerla hacia él, de sentir su piel en contacto con la suya, de sobar sus pechos jóvenes olvidando por un instante el dolor intenso del pecho y tensó todos sus músculos y gimió cuando eyaculó. La muchacha se quedó inmóvil, respirando agitadamente y sonrió al hombre atado, una sonrisa cálida y sincera de agradecimiento que le iluminó la cara y el hombre atado sintió por un momento que volaba libre y que ascendía con esa muchacha como si fuera un ángel al cielo ocre del atardecer.
    Ese instante duró apenas una fracción de segundo ya que el chamán introdujo con fuerza la mano en su herida y hurgó rompiendo venas y arterias, el pecho del hombre se cubrió de sangre, gritó de nuevo y se convulsionó hasta que el chamán logró agarrar el corazón y lo arrancó de su pecho. Lo levantó y lo enseñó a los presentes que lanzaron gritos de júbilo y el hombre atado vio su corazón latiendo en la mano del chamán. Acercó el corazón a la boca de la muchacha que le dio varios mordiscos obscenos y agresivos como un animal rabioso y la sangre cubrió su boca y su pecho.
    La muchacha bajó del altar con la ayuda de la sacerdotisa y junto al chamán se dirigió a la multitud que estaba a los pies de la pirámide. El chamán levantó el brazo de la muchacha que seguía desnuda con la sangre del pecho que se mezclaba con la sangre que caía de su entrepierna. El chamán dio un mordisco al corazón del que brotó sangre que manchó a su vez su pecho y el collar dorado. Entonces el corazón pasó de mano en mano por las personas que se encontraban sobre la pirámide mientras la muchedumbre aullaba.
    Los dioses habían bendecido el sacrificio de ese guerrero de la tribu enemiga y a su pueblo les daría guerreros más fuertes y valerosos para poder seguir ganando batallas.

  2. Popeye

    OVEJAS

    Todo buen relator sitúa el nudo gordiano en hora y lugar. Una majada en una sierra protege a un grupo contestatario de ovejas y un par de cabrones. El pastor se ha largado al pueblo, dos horas de camino pedregoso. Cuarenta ovejas y dos cabrones encerrados.
    -Vas de lista y más tonta no te sale por la boca. ¿Cómo va a ser lo mismo?
    – No faltes al respeto. Te lo pido por favor. También se matan, sino repasa la hemeroteca, los campos de concentración de los nazis. A lo bestia.
    -¿Qué dices? Matar por matar, no es lo mismo. Nos matan para comernos. Hay un razón. Ellos se matan y luego ¿qué? Cementerios putrefactos, carne para nada. A nosotras nos necesitan.
    -Para una buena comida. A puro canibalismo. Y encima les pondrás el emoticono de “me gusta”.
    -Tú, cabrón, calla, solo sirves para jodernos. Machista, ¿por qué no os comen a vosotros?
    -¡Quiero vivir! ¡Soy joven! ¿Y si me declaro trans? Me hago pasar por un cabrón. ¡No quiero morir!
    -La que faltaba, la niñata. Y de dónde vas a sacar los huevos. ¿De tus células madre?
    -No es una niñata. Es Dalila, y yo soy su Sansón. Yo la entiendo, es joven y está como un tren. Que maten a las de mal ver. Exijo una política coherente.
    -El cabrón que faltaba. Como te descuides se la comen virgen.
    -No lo permitiré. Qué toscos son. Un poco de lógica, por favor.
    -Estamos perdiendo el oremus, imaginad que os toca una restaurante de cinco tenedores. Una suertuda. El gordo de Navidad.
    -Palabra de la vieja. Calla, no te quieren ni para butifarras.
    -¡Envidia! Estoy de buen comer. Y de buen ver. ¡Anda que estos dos “cabrones” no me buscan!
    -Si, para que nos hagas sombra. Se te ha pasado el arroz. Quizá este cabrón, pero yo tengo una reputación.
    -Si me necesitan me sacrificaré al máximo, solo exijo que me coman en el mejor restaurante. Y así taparé muchas envidias venenosas.
    -¿Estamos locas o qué? ¿Cómo aceptar acabar en la boca de un mandinga? Que me haga un cunnilingus. ¡Revolución! Huelga. ¡Huelga de hambre! Que se enteren esos cabrones.
    -¿Nosotros?
    – Vosotros los peores, huevones. Aquí no come ni el chichi de la vieja. Ninguno de los coños esta para farolillos, así que el hambre os lo metéis por donde os quepa.
    -¿Huelga de hambre? Es tontería, encima les saldremos gratis. Quiero mi comida, y de la buena.
    -¡Pero si comemos hierba!
    -También nos dan forraje y algo de grano. Además, de vez en cuando, nos acarician. Les gustamos.
    -Claro, y el sábado te llevan al catre. Sábado, sabadete… Y te ordeñan las tetas, ¡no te digo!
    -Pensáis sin dos dedos de frente. Yo propongo hartarnos de comer. A tope con las grasas trans, a ver si les da un infarto y revientan. Si fuera un pastor alemán les mordía los huevos, ¡cabrones!
    -¿A nosotros?
    -¿Vosotros? ¡Huevones! No os enfrentáis ni a un ratón capado.
    -Reproches, siempre reproches. Pues mira, os diré qué hacer. Corneamos los cuatro palos de la verja y nos largamos.
    Un silencio se agita temblón. La luna roja, el aire arrecia tal que bisturí afilado. Ojos sanguinolentos a cien, a doscientos metros oscuros. ¿Serán lobos? ¿Lechuzas? ¿El dragón de Sant Jordi? ¿El pastor con el cuchillo preparado?
    —No sé. ¿Y si os estropeáis los cuernos?
    —Es cierto, sí. No nos sobran los cuernos.
    —Calla, marica. Cualquier día se te caen los huevos al suelo.
    -No, si mala idea, como mala idea, no es. ¿Pero tiene que ser esta noche?
    -Sí, para mañana. A lo mejor la carne de oveja cae en picado en el mercado y solo nos cortan la lana. La economía mundial tiene estos vaivenes. Es como la luz, cada día está a un precio.
    -¡No! ¡Ahora! Mañana me cortan la yugular. ¡Lo sé! Lo he soñado y meado en las bragas. Que os degüellen a vosotras, julandronas. ¡No, no quiero morir! ¡Quiero vivir! Sansón sácame de aquí ahora, ¡ahora!, y te entrego diez veces mi virginidad.
    – Sí y no. Sentido común mi querida Dalila. Los lobos son asesinos en serie, capaces de matarnos a todos por placer. Un par de lobos y nos sacan las tripas en un pis pas. Mirad allí, esos ojos rojos, los huelo. Imagínate, mis huevos por los suelos. ¡Aquí, nos largamos todos o ninguno!
    -Ni de coña. Lo que faltaba, que me mordieran mis bonitos testículos.
    -El otro huevón. Pero tiene razón Sansón. Y además, ¡que te coma un lobo! Un lobo es peor que un proletario, le das carne de rata y no distingue. Si tenemos que morir que sea con estilo, buena carne de carnicería, esa categoría. Los humanos son la élite, eso no se discute. Y nuestra carne, de primera, eso tampoco se discute.
    -Salió la beata católica romana. ¿En qué nos diferenciamos? En nada. No tienen derecho, ningún derecho a ponernos en el menú; además, de segundo plato. Mandemos una legación a la ONU, stop a las ejecuciones. !Huelga General! ¡Stop al canibalismo!
    -No puedo dormir, ¡jaula de locas! Si hay que hacer huelga general que sea mañana. Y si hay que salir por patas que sea mañana cuando venga el Eladio a abrirnos la verja.
    -No es mala idea.
    -Excelente idea, resume muy bien las posiciones de las partes. Y luego le decimos “la tonta”
    -Vale, chicas, a dormir.
    —Si ya lo decía yo…

  3. Enheduanna

    TORTURA CHINA

    “Ningún amor sobrevivirá aquí”.

    Efectivamente. Ninguno.

    El cantante lanza sus hechizos al público, nos enmaraña con sus hilos invisibles de seducción, mientras los bailarines acentúan el embrujo, dibujando los símbolos secretos con sus cuerpos. Los cubos blancos, la rebelión del camino, la contextura de significados. Todos somos una ofrenda, sacrificados bajo la luz de luna llena, las cuerdas tensadas, corazones-clavijas.

    Te giras hacia mi, preguntándome con tu mirada si estoy disfrutando del espectáculo. Cómo no, soy una maestra del arte sagrado del masochismo. Las montañas y las tórtolas son mis testigos, esta noche me concedo a ser una mártir, porque así lo predijo el oráculo. Tú has perdido las palabras, pues intento ser buena, y comprender tu punto de vista, y ejercer la empatía. Abro mi corazón, y siento, y siento, y siento. Las entrañas revueltas, tu desesperación. Las auras fundidas, no tenemos ninguna esperanza.

    Que cante el brujo del país lejano, echando el tósigo sobre mi amor torturado. Gota a gota, que siga clavándome como una mariposa en el punto efímero entre lo que ha sido y lo que será. Eres mi prisión en la cual yo misma me he encerrado. No tengo escapatoria. Cuando a ti se dispara el pulso, soy yo la que se retuerce del dolor. Algunos se salvan del tormento en los laberintos de la mente, otros se emponzoñan viviendo lo no sentido. Esto es el yin y el yang.

    Cuenta los latidos de la música, ya que has dejado tu corazón muerto en una pocilga olvidada. Cógeme la mano, vamos a pretender que nada tiene consecuencia. Nuestro barco nunca llegará a su puerto porque de hecho no tenemos ninguno. Ni barcos, ni puertos. Nuestras velas acarician los horizontes utópicos. Tu navegas, e yo espiándote detrás de las olas, el torrente en mi pecho, esperando a un buen momento para clavarte la navaja. No necesito devolver nada: soy el mar. Tu velero se reposará en el fondo, como es debido. No te salvaré.

    Me harás el amor por la mañana, y te irás tachándome con una cruz en tu lista de quehaceres. Yo me quedaré disolviéndome en el zumbido de la cuerda que se rompe finalmente de tanta tensión. Todo material tiene su límite de resistencia. Me rindo. En nuestro juego de la soga, has ganado. En vano invocaré a las diosas iracundas, suplicando la venganza por lo que podría haber sido pero nunca será. Gota a gota dejo que me transforme el veneno de la aceptación. Todo se empieza y se acaba en el silencio.

    Ningún amor sobrevivirá aquí.

  4. Luces en la oscuridad:

    La habitación es oscura, los rayos de luz alumbran esa cama perdida en medio del espacio y del tiempo. Los amantes se miran fijamente a los ojos. La luz que entra por la ventana se pierde en medio de las ropas que esconden sus secretos. Blusas de terciopelo, bragas que esconden bosques salvajes, zapatos atrapados por las imperfecciones de los pies, escotes que claman a gritos ser liberados. En la sala los espejos voyeur humedecen pensando en las escenas de las que serán testimonio, el agua quiere salir del lavabo igual que lo puede hacer cualquier fluido cuando la pasión salta los barrotes de la monotonía.
    El amante le susurra: Querida aquí están mis textos y aquí los tuyos, recuerda el juego, cada texto es una prenda que se libera. No hay amor sin odio, no hay bondad sin maldad, no hay liberación sin ejecución.

    Ella responde: adelante, libera y ejecuta, la indecisión fuera de esta sala querido soñador de mirada perdida.
    El: Cuando los hombres te miran con complicidad, con la saliva de su peloteo se teje una alfombra por donde pasa mi ego, sus sonrisas son falsas como los besos de Judas, a todos ellos: ejecución.

    Ella: A los hombres que cada día trabajan en busca de un destino al que jamás llegarán, a los que enferman sin saber el motivo, a los que esperaron un descanso a su trabajo, pero no esperaron que fuera eterno: liberación.

    El hombre se quita la gorra, lentamente desabrocha los botones de su camisa. Se mueve hacia ella, le desabrocha el corse, habilidoso con las palabras, torpe con las manos. El corsé explota y cae lentamente en las manos del torpón. Los espejos se nublan, gotas de agua resbalan entre la piel de los espejos, el agua sonríe sabiéndose voyeur no invitada.

    Ella: A los que te hacen regalos pensando que la amistad se consigue con sus joyas, esas joyas que engrandecen mi cuerpo empequeñecen vuestro corazón. Hipócritas de media tarde, lame traseros a jornada completa, arrastrados en una vida sin tiempo ni distancia para vosotros: ejecución.

    El: Para aquellos que salen de la fuente de la vida, nos sonríen y nos recuerdan que las nubes no siempre están en los cielos, sus mocos colgando son estalactitas en medio de la cueva de nuestras vidas. Para ellos: liberación.

    Encima de la cama se miran fijamente, la mujer se acerca, le quita los pantalones con exasperante lentitud, otras veces fue más rápida, se tira hacia atrás. Ahora el se pierde entre los pliegues de su blusa, empieza a hablarle en otras lenguas, ahora no es el momento de otras lenguas, ahora es el momento de los lengüetazos. Se acabaron las cartas, se acabaron los amantes de el y los amantes de ella, los únicos gritos que escucharan los espejos hoy son los de placer.
    El: A los ingenuos que se creen que por nacer en un paraíso es eterno, se creen ellos por encima del bien y del mal, se creen gatos que siempre van a caer de pie, creen que sus vidas son infinitas, miran a los demás por encima del hombro, pensando que hay un Dios para ellos y otro para el resto de los mortales. Para vosotros; ejecución.

    Ella: Para esos mayores que lo han dado todo, para los que sabían que las mayores joyas y salen del vientre de la madre. Para los que aprendieron a base de golpes, de ingenuidad. Les toco el sitio y el momento equivocado, no supieron cómo actuar cuando les llamaron, pero lo hicieron. Les prometieron la luna y tardaron en darse cuenta de que solo podían ver la luna desde el pozo donde les metieron, para ellos; liberación.

    El: A los que se autonombran intermediarios de los dos mundos. Aquellos que prometen el cielo si les cedes su voluntad. Los que te hablan de pecado, mientras cometen los más abominables. Se sumergen en la lujuria mientras hablan de castidad. Se camuflan entre los hombres buenos, camaleones escondidos entre las multitudes. Para todos ellos: ejecución.
    El hombre se acerca a la mujer, saca las últimas barreras que protegen el castillo. Allí está frente a él, una niña sin secretos le mira con inocencia. Igualmente, el castillo del hombre es derribado por la mujer, ya no hay secretos entre ellos dos. No hay mentiras, lacayos que lleven mensajes erróneos, pelotas de verbo infinito, guardianes de su destino que les marcan un camino falso como ellos. No, hoy solo la verdad. Cuanta verdad muestra el hombre torpe a la mujer.
    Se funden en un placer infinito, ¿Cuánto tiempo hace de la última vez?, siete días, siete noches, siete minutos, siete años?, qué más da ¡Se funden en uno solo mientras el agua del lavabo se excita y sale disparada, los espejos se derriten y los gritos se van con los rayos de luz! No hay descanso, exhaustos se duermen, exhaustos se despiertan cuando escuchan esa voz.

    La puerta de la prisión se abre. El último deseo se ha cumplido. EL carcelero les pide que se vistan. Los dos amantes, antes poderosos, ahora hormigas entre la multitud son llevados a su destino final. El pueblo les insulta. Todo en su vida llegó demasiado pronto ¡Llegaron demasiado pronto a la corte, llegaron demasiado pronto al final de sus días, las joyas no llegaron a su destino, ya no habrá cuello para las joyas que se diluyeron en medio de farsantes y embaucadores! La mujer tropieza con su verdugo al llegar a su destino. Educada ella le pide perdón.

    El juez habla: A los que se creen por encima del bien y del mal, que hicieron oídos sordos al pueblo, a los que se creen en posesión de la verdad y deciden quien merece liberación y quien merece ejecución, se os declara culpables, tenéis algo que decir.
    Los dos se miran, miran a sus amantes entre la multitud, se sonríen y dicen al unísono: liberación.

    Los verdugos ejecutan la orden: ejecución.

  5. Pasionaria

    La guerra, tan cerca
    A veces, cuando cierro los ojos para dormir, se me aparecen imágenes de la guerra. Cadáveres, ruinas, columnas de civiles huyendo del horror. En las primeras noches, hace ya semanas, me angustiaban. Me revolvía en la cama, intentaba eliminarlas de mi mente y, como no lo conseguía, acababa abriendo los ojos para huir de ellas. Me levantaba, bebía un vaso de agua y me sentaba en el sofá entristecida, mirando la nada y esperando el sueño.
    Pero, con el tiempo, he llegado a la conclusión de que es mejor no luchar contra ellas. Es mejor abandonarse, reconocer las imágenes a medida que van apareciendo, acogerlas, sentirlas y, cuando por fin se quieran ir, despedirlas con afecto: adiós, buen viaje, que vaya bien, quizá nos volvemos a ver mañana por la noche o cualquier otra noche, ojalá encuentres descanso, ojalá todos encontremos descanso.
    No me preocupa. Es normal que las fotografías que por el día busco para mi trabajo, que a veces me quedo mirando intensamente durante largo tiempo, se me aparezcan por las noches cuando cierro los ojos para dormir. Muchas de ellas acabaran en la publicación definitiva, algunas incluso acabaran en la portada de algún tomo. Columnas de camiones abarrotados de milicianos, ciudades en ruinas, desfiles, políticos hablando a las masas, militares de uniforme delante de un mapa, una larga columna de exiliados hambrientos huyendo bajo la lluvia. Algunas imágenes se me aparecen con frecuencia. La fotografía del niño al que le falta una pierna y cruza los Pirineos ayudándose de una muleta, cogido de la mano de un hombre que seguramente es su padre. O la imagen de una miliciana con su hijo en brazos, un bebé contento que ríe. Ella también ríe, tan alegre. ¿Estaba contenta de ir a la guerra? No. Estaba contenta de tener a su hijo en brazos, un bebé que quizá no la volvería a ver nunca más.
    Esta tarde he estado repasando la información sobre las víctimas civiles, para un apartado que tengo pensado en el último tomo. Quiero tener las ideas claras antes de encargarlo a los redactores. ¿Cuántas fotografías de masacres y fusilamientos he visto hoy? Ni sé. ¿Por qué miro tantas imágenes? Tampoco lo sé. Quizá sea simplemente una costumbre que arrastro de mi primer trabajo, o quizá busco en las fotografías comprender algo que va más allá de la información escrita. La masacre de la carretera de Málaga a Almería, la de Badajoz, los bombardeos de Guernica, Durango, Granollers, Lleida, el asesinato de García Lorca. Y ahora, cuando cierro los ojos para intentar dormir, es como si todas quisieran salir a la vez de las tinieblas. Cuerpos amontonados en una cuneta o delante de un muro agujereado. Un hombre que levanta el puño ante el pelotón de fusilamiento.
    Pero hoy ha pasado algo nuevo. Mientras intentaba dormir, entre las fotografías de la guerra ha aparecido en la oscuridad también una imagen de ella, de la otra. Estaba cabizbaja, triste, vencida. Se me ha ocurrido que, de alguna forma, ella también está pasando una guerra. Y también que, de alguna forma, una parte de ella, la parte que tiene en común con Juan, va camino de ser ejecutada. Aunque ella no lo sepa. Daños colaterales, tanto en el amor como en la guerra. Bullshit.
    En la primera reunión, después de presentarme como directora del proyecto ante el grupo de historiadores que me miraba con escepticismo, les dije en broma que aquella era mi tercera guerra. Las dos guerras mundiales, por orden, y, ahora, la Guerra Civil Española. No les conté que en la primera solo era la becaria recién llegada de España, a la que encargaron trabajar en la parte gráfica porque no se fiaban demasiado de su inglés -con razón-. Fotografías de trincheras, alambradas, hombres disparando detrás de muros de sacos, los primeros tanques avanzando ante el pánico de los soldados enemigos. Al final, incluso me dejaron encargarme de algún apartado. Recuadro: la invención del tanque durante la Primera Guerra Mundial, por Marta Roca. Al acabar la beca, me ofrecieron un trabajo en la editorial. Es una de las editoriales más importantes del mundo, les dije a mis padres, no lo puedo rechazar.
    Pasé casi quince años en la sede central en Londres. Chica para todo: novelas, enciclopedias, libros de autoayuda o de arte y, por supuesto, la historia de la Segunda Guerra Mundial en diez volúmenes. Me esforcé y, de premio, me ofrecieron volver a la delegación en España con una buena promoción, y ya de entrada para dirigir un proyecto irrechazable: la historia de la Guerra Civil Española. Editada en España, pero con un buen presupuesto para traducirla después y convertirla en una obra de referencia. Miles de páginas en varios volúmenes.
    ¿Por qué elegí a Juan Vélez para la coordinación técnica del proyecto? Quizá no tenía mucho donde elegir. Cualquier otro historiador era más pedante, aburrido y anticuado que él. Y más viejo, claro. Lo elegí, eso sí, cuando ya tenía su número de teléfono y había visto la foto de su perfil, abrazado a una morena sonriente. No tenemos hijos, fue de las primeras cosas que me dijo mientras tomábamos nuestro primer café. El calendario apretaba, a veces nos reuníamos en mi casa por la noche, sábados, domingos. Mientras hacíamos un descanso para tomar un café o comer algo, empezó a quejarse de su novia, a tantearme. Se lanzó antes de acabar el segundo capítulo del primer tomo. Persistió. Cedí a la tercera.
    Y así lo he tenido, desde hace unos ocho meses. Acostándose conmigo y después mintiendo, conspirando, manipulando a la otra en una guerra sucia, fría, cruel, de baja o media intensidad, pero de alto cinismo. Cuando me explica los enfados con su novia se le transparenta una satisfacción perversa. Se nota que ella está ya desquiciada, y él se cree que va ganando las discusiones como quien gana batallas. Es falso, egoísta y cobarde, por eso no se da cuenta de que está jugando con ella solo para volverla loca, para que la ingenua acabe creyendo que es ella la que tiene la culpa de todo. No la dejaré hasta que no acabemos la Historia de la Guerra Civil, me dijo una noche, no quiero que la separación me distraiga del trabajo. A veces quedamos para trabajar en casa de Juan y la veo de pasada cuando nos trae café o me abre la puerta. Ya está vencida. Pálida, ojerosa, nerviosa, triste, pero él prefiere tenerla así a darle de una vez el tiro de gracia.
    Por eso, ahora que ya me he levantado de la cama y he bebido mi vaso de agua, y mientras miro la inocente sonrisa de la otra en el perfil del número de Juan, mejilla con mejilla los dos, pienso que quizá no es casualidad que su cara se haya colado esta noche en mis imágenes nocturnas de guerra. Quizá la guerra esté en todas partes. A veces lejana, en países remotos, en ciudades bombardeadas y en ruinas, como vemos en la televisión. Y a veces mucho más cerca, entre todos nosotros, traicionera, escondida en un beso, una lágrima, una caricia falsa.

  6. Fouché

    Ejecuciónes

    – He conseguido un trozo de conejo asado
    – Yo dos trozos de pan
    Hoy irían a dormir con el estómago satisfecho. No sabían si estaban en el mejor o en el peor de los tiempos, pero sí que la comida hacía mucho tiempo que había dejado de ser una rutina de horarios fijos para convertirse en una escuela de lucha callejera.
    – ¿Has visto a mamá?
    – No, no estaba en casa, ni en el puesto
    Devoran la comida caminando por la calle, vigilando de reojo porque no se sabe lo que puede pasar en cada esquina. La casa está, como siempre, vacía, y se meten en la cama grande, se tapan y se abrazan por un miedo que no quieren reconocer.
    – ¿Y si mamá ha dejado de querernos?
    – Mamá nos quiere mucho. Por eso está haciendo la revolución. Porque quiere un futuro mejor para nosotros. Arriesga su vida por amor.
    – ¿Seguro?
    – Palabrita del niño Jesús.
    Tardan poco en dormirse y se levantan cuando el hambre les pellizca el estómago. No hay obligaciones en este tiempo suspendido en la historia, nadie se acuerda de dos niñas pequeñas que son invisibles a los ojos de la historia.
    – ¿Vamos a ver las ejecuciones?
    – Vamos
    Van cogidas de la mano, alegres porque les encanta cuando cae la cuchilla con un sonido silbante y un clac sonoro. La cabeza sale disparada, limpiamente, y cae en el cesto. La multitud grita y ellas también. Casi siempre alguien se apiada de su cara de pena y les dan algo de comer, a veces, si hay suerte, unas monedas.
    – ¿Estará mamá entre el público?
    – No lo creo, estará en el comité
    Pero ella, secretamente, también espera encontrarsela algún día y mira entre las caras de la gente. Pero nunca hay suerte. Entonces se limita a chillar sin saber que la fuerza de su grito está impregnada de odio y amargura, de decepción y de soledad.
    – Quiero que las cosas sean como antes
    – Ya nada va a ser como antes. Será mejor.
    – Yo no quiero que sea mejor.
    Asoma el llanto a sus ojos y su hermana le explica que no tiene que tener miedo, que falta muy poco, que han capturado a los reyes y que cuando acaben con ellos se acabará la desigualdad en el mundo, habrá pan para todos y nunca más pasarán necesidades.
    – Y mamá estará siempre con nosotras
    – Siempre, y se reirá porque es la jefa de la revolución y todo el mundo nos hará reverencias
    – Quiero que maten ya a los reyes
    – Pronto
    Pasean al lado del Sena, juegan a tirarse pedradas con los chicos de la casa de al lado, se esconden cuando escuchan ruidos de multitudes, han aprendido a ser prudentes, no te puedes fiar de nadie, saben mendigar, robar, saltar, correr e incluso hacerse las muertas.
    – Lo he oído, será mañana
    Ese día se levantan pronto, están nerviosas, asisten en primera fila. Traen a Luis y Maria Antonieta, son ellos de verdad, parecen muy poca cosa, tienen miedo, como todos, no tienen porte real, parecen actores pero son ellos, seguro, la cara es la de las monedas, la multitud ruge como nunca. Busca entre todo el público, hoy seguro que no falta, pero no la ve, el ruido, la multitud de gente y el silbido del metal bajando, el clac y la cabeza rodando, por fin lo han conseguido, la revolución ha triunfado. No importa que no la vea, esa noche estará en casa.
    – Me has engañado
    – No
    – Mamá no ha vuelto
    – Todavía hay mucho que hacer
    – Me lo prometiste
    – Vendrá pronto
    – Ni siquiera tenían la sangre azul, era roja como la de todo el mundo
    – Eres tonta
    – Tú eres la tonta
    Esta vez la deja llorar, ella tiene ganas de llorar también. Sí, es tonta porque también lo había creído y creyó que esta noche no dormirían solas, pero ahora ve las cosas con claridad, se ha hecho adulta sin saberlo, abraza a su hermana y le dice tonta, tonta, tontina, todo va a salir bien, te lo prometo, ya lo verás, shhh, será mañana o pasado como muy tarde. No te preocupes ¿Quieres un trozo de pan?

  7. Mr. Nobody

    Melodía divergente.

    Miré a través del telón. La sala estaba abarrotada. Toda la élite había acudido al concierto. El más alto linaje del país reunido para escucharme. No parecía faltar ni un alma. Todos con sus mejores trajes. Las mujeres enfundadas en vestidos de encaje y brillantes. Los hombres con uniformes de gala y cabello engominado.

    La decoración me pareció espectacular. El teatro estaba lleno de esplendorosos ramos y guirnaldas de flores, todas de papel; también las banderas de los vencedores, que ondeaban triunfantes agitadas por la muchedumbre. En el suelo alfombras fastuosas y en las paredes magníficos tapices en donde se veían escenas militares. Estaba claro que aquella era una gran celebración. La gran pantomima para festejar el fin de una guerra que había dejado miles de muertos. Pero no ellos. Ellos eran la élite y se vanagloriaban y se homenajeaban como si fueran dioses. ¡Diós! Como los odiaba.

    “Calma”, me dije. Suspiré. Aquella era mi última actuación antes de… Pero, no, no quería pensar en lo que iba a suceder. No era el momento, debía concentrarme en la ejecución musical pero, a pesar de los esfuerzos por relajarme, el nudo en la garganta seguía bien atado. Mis dedos temblaban como si fuera un aprendiz. Notaba las manos torpes, pesadas. Me las froté para desentumecerlas.

    No era el momento de flaquear. Lo haría por ellos. Tenía que hacerlo sin titubear por todos ellos.

    El director de la sala me hizo una señal. Había llegado la hora. Me senté frente al piano. Un majestuoso Bösendorfer de líneas clásicas y límpidas, en cuya caja de resonancia, de negro impoluto, las luces tremolaban como la luna en un mar nocturno.

    Posé las manos sobre el piano. El tacto de las teclas me pareció distinto, extraño. Por primera vez las noté frías y sólidas, tan duras que hacían daño. La bilis se acumuló en la boca de mi estómago y la amargura se dibujó en la comisura de mis labios. Faltaba poco.

    El telón comenzó a ascender. Se hizo el silencio en la sala; un silencio pétreo y sonoro, tan tangible que encogía el corazón. Comencé a tocar. Las notas se sucedían ligeras a pesar de la rigidez de mis manos. Aquella pieza era bellísima: sonata número 25 en g mayor, opus 79 de Beethoven, una de las favoritas del General Supremo. La música me elevó. Me transporté al hogar, el vacío de sus paredes enarboló mi odio. Pensé en mi mujer que había muerto ejecutada en un campo de concentración. Recordé a todos los amigos que había perdido. El dolor y la rabia, acumuladas durante años, hicieron su presencia. La melodía se hizo más fúnebre. Quise que todos aquellos militares sintieran el peso de sus pecados. Quería que les costase respirar, que la música les oprimiera el corazón hasta que les explotase dentro del pecho. Sonreí. “Qué ironía”, pensé.

    Cuando llegué al tercer movimiento miré hacia el público. Buscaba un pretexto para dejar de tocar porque estaba a punto de reventar de nervios. Comencé a toser. La música cesó. Oí un pitido en mis oídos, cada vez más intenso. Estaba muy alterado. El corazón galopaba, a punto de salir despedido de mi pecho. Notaba la sangre bullendo en las sienes. De pronto las puertas del fondo se abrieron de par en par y entraron ellos.

    Íbamos a hacerlo. Había llegado el momento. íbamos a ejecutarlos a todos aunque aquello supusiera nuestra muerte. La dinamita estaba lista. Unas cargas en el piano, otras debajo del palco, otras tantas bajo los asientos y en el foso de la orquesta. Solo quedaba dar la señal.

    Toqué las notas indicadas: el acorde disonante. El intervalo del tritono, que sonó estridente. Y todo estalló. El fuego se elevó rápido por toda la sala, excitado por el papel de las flores y banderas, por las alfombras y tapices. Me desplomé sobre el teclado. Lo último que pude ver antes de morir fue a la élite cruzando las puertas llameantes del infierno y me sentí en paz.

  8. El guindilla

    Paquetería

    La sala es un cuarto minúsculo, apenas más ancho que el escritorio detrás del que está sentado un cabo de los mossos d’esquadra. Estamos en silencio. El policía teclea con torpeza. Se equivoca constantemente y le veo apretar con furia la tecla de retroceso. Lo miro y pienso en mis cosas; pienso que me gustaría estar en cualquier otro sitio, podría hacer una lista kilométrica de lugares mejores que un cuarto de interrogatorios en el sótano de una comisaría.
    Traen al detenido. Al abrirse la puerta se ha colado el olor a calabozo. Querría ser bueno describiendo, pero los olores son difíciles. Si no has tenido el gusto de visitar las tripas de una comisaría, no creo que consiga transmitírtelo. Es un hedor a persona sucia, a persona que lleva demasiado tiempo sin ir al baño para hacer cualquiera de sus necesidades. Los detenidos pasan horas sin saber muy bien como va a ir el tema y se aguantan las tripas todo el tiempo. Unos calabozos recuerdan un día de invierno en un colegio, con todo cerrado, con los niños sudados de correr por los pasillos chutando cualquier cosa, y uno de ellos sentado en un rincón porque se le ha escapado la mierda y apesta. Los calabozos huelen a colegio pobre con un generoso toque de maldad.
    El detenido es veterano. En su momento debe haber pedido con mucha educación que le dejen ir al lavabo. Tampoco huele a rosas, desprende el olor rancio a sudado que encuentras en un autobús. El abogado no ha llegado. Los mossos quieren que declare y acabar lo antes posible. Mis conocimientos penales me alcanzan para saber que sólo vale lo que declare ante el juez, pero a mí me la trae floja. Le digo al detenido que puede hacer lo que le plazca, pero que quieren que lo hagamos ya. Yo también necesito facturar rápido.
    El detenido me mira. Una mezcla de orgullo y agresividad sin gota de culpa en los ojos. Es un tipo que ha pasado muchas veces este trago, que ha debido visitar con asiduidad el hotel. No es un pringado, no es el típico imbécil al que suelo interpretar. Éste es malo de verdad. Precisamente por eso me han enviado.
    El mosso que ha traído al detenido se ha ido. Mejor, porque en el cuchitril en el que estamos no cabe. Tres personas, tres sillas y una mesa, encajamos como un tetris. Me inquieta tener al tipo pegado. Empezamos.
    El mosso lee un informe referido a la detención en la que se mezclan datos identificativos con una descripción de los hechos, todo en ese lenguaje tan curioso que utiliza la policía cuando hay formalidades: un asunto rutinario de violencia de género. El mosso va haciendo pausas que yo aprovecho para traducir el discurso al detenido. Me mira, en sus ojos asoma la burla. Encuentra divertida la situación. No le hace puta falta mis servicios; no los de traducción. ¿En que momento me convertí en mensajero?
    Cien metros antes de llegar a la comisaría, el paquete que llevo en el bolsillo ha cobrado vida y no para de llamar la atención. A mí me parece que todos se dan cuenta del bulto en mi pantalón. En otro ocasión me reiría, haría un chiste. Por supuesto, no he pasado ningún control. Soy un mindundi, un tipo que se gana la vida traduciendo a criminales, no asusto a los policías, me paseo por las comisarías como Pedro por su casa.
    El mosso ha acabado la lectura y pregunta al presunto delincuente cuál es su versión de los hechos. Se lo traduzco. El detenido responde y yo comienzo con la traducción inversa. El mosso se concentra en el teclado para no equivocarse más de lo normal; no nos mira.
    Yo también evito mirar al detenido a los ojos, le miro las manos. Son duras. Deben haber repartido muchas hostias. Estoy nervioso, siento como si el paquete se hubiera hecho gigante dentro de mi pantalón. Meto la mano en el bolsillo, parece que tenga una erección inoportuna y me la esté colocando. Miro al mosso. Su atención se reparte entre la pantalla y el teclado. Sigo hablando, no sé si traduzco o me lo invento. Saco el paquete y se lo ofrezco por debajo de la mesa. Nos favorece que la sala sea tan pequeña, estamos tan pegados a la mesa que es imposible que el policía vea nuestras manos. Lo coge muy tranquilo. No he mirado lo que es, pero mi imaginación no es tan obtusa como para no hacerme una idea de la finalidad de ese objeto alargado, como para no poder aventurar lo que pasará cuando acabe el interrogatorio y se mezcle con los otros detenidos. Lo único que quiero es que llegue el puto abogado y diga que no declara, y que nos vayamos todos. Que el abogado haga otro servicio, que el mosso pueda irse a merendar y yo a beber algo.
    Aparece el letrado. Es un habitual de las guardias. Nos conocemos de pasada, nos saludamos. También conoce al mosso, se estrechan la mano con cordialidad por encima de la mesa, apretándose contra nosotros. El mosso le dice que va a pedir una silla, pero el abogado le dice que no hace falta, que acabamos en un segundo. Me sorprende que hayan llamado a este pardillo y no a uno de los suyos. Les debe parecer que así todo es más discreto. Todo el mundo ama la discreción.
    Le dice que no declare. Traduzco de nuevo innecesariamente mientras valoro si el abogado sabe algo. El detenido sigue perfecto en su papel. Cuando sea el momento, la víctima retirará la denuncia y él saldrá libre. Otro episodio de amor tóxico solucionado por la policía. Podría ser incluso que la presunta agredida sea su pareja de verdad, tal vez hasta ha aprovechado para sacar la mano a pasear y hacer más creíble la historia. Tiene cara de ser un actor del método. El mosso escribe algo. Parece que hemos acabado por fin. Regresa su compañero y se lleva al detenido. El mosso le sella el papel del servicio al abogado y éste se larga, camino de otro gran caso. Conmigo no es tan fácil, el imbécil del cabo quiere ponerme el horario exacto, es la segunda vez esta semana, igual que con la interpretación que hice ayer con un tipo de la misma nacionalidad que el detenido. No sé porqué no pueden hacer como los civiles o la policía y firmármelo en blanco. Voy a ganar una mierda.
    Salgo maldiciendo y jurando no volver a coger un servicio con esa gente. Hasta me lo creo, como si no lo hiciera por el extra de la paquetería.

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