Comentaremos textos escritos por los participantes y haremos actividades de escritura en el momento, que nos pueden servir como semillas para la sesión siguiente o no.
Cada sábado tendremos una consigna sobre la cual escribir. Los textos se tienen que poner en los comentarios de la entrada pertinente antes del viernes anterior a la sesión. Podemos poner el texto tal cual o un enlace a un sitio donde leerlo. Los textos tienen que tener, como máximo, 900 palabras. Cada participante tiene dos compromisos: a) Escribir un texto y b) Leer los de los compañeros.
El laboratorio tendrá un número limitado de participantes. Para cada sesión podrán asistir quienes cumplan las dos condiciones anteriores, por orden de presentación de textos. Pedimos a todos los participantes honestidad y buen rollo.
La consigna en esta ocasión es escribir un relato en el que aparezca un grupo. Puede ser un grupo de amigos, una clase, una asociación de cualquier tipo, un equipo deportivo (futbol, baloncesto…) un viaje organizado, un esplai, una oficina, etc..
Tenéis que escribir vuestros textos y ponerlos en los comentarios de esta entrada, bien pegando directamente el texto, bien poniendo un enlace donde leerlo hasta el jueves anterior a las 12 de la noche. Tenemos hasta la sesión para leer los relatos de los demás.
Cualquier duda la podéis preguntar por el grupo de Whatsapp.
La reunión
Veintitrés hemos quedado en Valladolid, veintitrés exalumnos, excompañeros de Colegio de cabeza, pies y manos; a eso íbamos: de estudiar, jugar y de vez en cuando alguna pelea y algunas ostias por alguna discoteca en música a Deep Purple, Pink Floyd y otros dioses irreverentes en la creación del orbe Neorevolucionario, pero sin revolución clasista ni burguesa, tan pasadas de moda, sino cubatas, miradas a las chicas en plan “paso de ti y de todo”, y metidos en ese egocentrismo de: “yo no sé lo que soy, ni me importa”.
Ahora viejos, jubilados o cuasi, en esa búsqueda de aquí estamos que estamos aquí, que nadie se engañe: “Teruel existe”. En alguna décima de segundo se me escapa algún pensamiento cabrón, de esos amigables, esos que te saludan en plan: “¿Cómo estás cabroncete? Anda que no eres caro de ver”. No me refiero, obtuso lector, al saludo entre excompañeros, sino a un intimista pensamiento mamón que aletea a su bola por tu mollera: “Teruel es posible que exista, pero tú, decadente cabroncete, me provocas dudas, de hecho, casi ni te recuerdo”.
Javier con su mujer, cara de india Pocos Amigos, aparece en pantalones cortos y bermudas; joder, que no ha comenzado junio, ni las insufribles temperaturas del nuevo Planeta a Tomar por Saco. Me retuerce el sentido común que se me haya adelantado, a mí, que soy el “number one”, tal que el día de la marmota, en indicar el cambio de estación con mi pantalón corto y camiseta de tirantes.
Me saluda Javier y yo le saludo. Su mujer se hace la sueca, ya le gustaría a ella, y yo el sueco. Ni hola, aunque sí adiós. En la despedida, sí; que “tanta mala estampa llevas como paz dejas”, lo dice el refrán.
Luego Alberto, con su pitillo hecho a mano, aunque no huele a marihuana ni a otras hierbas aromáticas. De qué sirve joderse la salud, sino es por una buena hierba o un mal polvo. Nunca lo he entendido. Esta falta de objetivos e incentivos en la vida. Lo saludo con efusión, formaba parte de mi grupo de amigos de bares y tabernas, aunque ahora cocina de líder espiritual del grupo, pero sin serlo. Resulta de esta especie de aura que nos rodea, cada uno y una con la suya, que nunca he sabido si cabe el divorcio o la imposición de cuernos con otra aura que esté más buena. Saludo a su mujer, Mari Carmen, fumadora y bebedora empedernida, pero ésta me saluda como si yo fuera otro más. No sé, hay personas que no saben distinguir bien.
Víctor, de Zaragoza, con su asesoría laboral, pendiente de cesar lenta, poco a poco, en el ejercicio de actividad, que para algo es el jefe, que nadie es imprescindible; y lo es. Bebe como un rumano, cerveza tras cerveza; y digo rumano, porque la que bebe como un cosaco es su mujer, Rebecca, “la que cautiva” o “la que une o junta”. Un nombre ex profeso, pues cautiva cerveza tras cerveza y cubata tras cubata. Amante del consumismo por tiendas y mercadillos. En esta ocasión, tras el desayuno salió disparada con otras fieles seguidoras, entre ellas, Mari Carmen, hacia el mercadillo popular y tonadillero de Valladolid. Buscó y encontró el tesoro de unas bragas negras de alcurnia y encaje, enajenando todo el lote. Es difícil, cada pareja goza con sus fetichismos, en mi caso, me gustan las bragas negras en mi mujer, aunque llegado el caso, prefiero que se las quite. Pero sobre gustos ya está todo escrito. Sea, el Kama Sutra o el Jardín de las Delicias. La duda que me queda es si las gastó todas en una noche, pero esto es puro morbo, y no toca. No toca preguntarlo, quiero decir, sería de mal gusto ¿no?
Desisto de seguir presentando a la peña porque las novecientas palabras que nos impone “manu militari”, Juan Pablo no da ni para un bocadillo de jamón. Es lo que hay.
Comentaré que facturamos a razón de cien euros por pareja en la comida y cien euros por pareja en la cena. Bebida aparte. Las conversaciones y charradas eran gratis. Por la noche estaba más lleno que un borrego, comida una pradera de hierba en dos horas, pero, hala, a tragar otra vez. Cerveza como entrante, por el medio, buen vino, y de salida chupitos de aguardiente con hierbas o sin hierba.
¡Sí, lo sé! Podía haber marcado mi paso personal. Caso:
—Joder, si nos hartamos de comer y de beber, esta noche no damos palo al agua con la parienta.
Las risas se hartaron de mi tontera. Iba de chulo, de julay, que por mucho que largase no se creían nada. ¿Quién folla de noche? Nadie. Y de día, a visitar museos e iglesias.
Lo único destacable ha sido la noche del sábado, cenando en un mesón a base de tapas y cuchifrito. Comencé un debate con el Oso, viejo mote de un compañero, sobre el relativismo de la historia, influenciado por Jofre y su libro maldito de “El modelador de la historia”. Creo que comenzamos a discutir con lenguajes ininteligibles, distintos, pero por “a o por h”, salió el tema de la Dana en Valencia, su tierra. En tal tema coincidimos sin problemas, pero no hay dos sin tres. Surgió José Gil, que comenzó por cuestionarnos, así como la clara responsabilidad de Mazón. En plan facha.
Quedé con esa duda. Que por muy tonto que sea Gil, tiene que saberlo. Respirarse como tonto del culo que es. No entiendo ese desconocimiento de uno mismo.
TEAM BUILDING
-Tenía que haberlo visto venir. Ahora no sé cómo voy a encarar la situación.
-Se culpa usted de algo sobre lo que no tenía control.
– Tal vez. -Diez se revolvió incómodo en el sillón y apartó la vista.
-¿El sillón no es confortable?
-Es esta sensación de soledad que arrastro desde entonces. Esta sala es demasiado grande para dos personas. Si no le importa, me voy a tumbar en el diván. Tal vez cerrando los ojos pueda sentirme acompañado.
El doctor Sugrañes hizo un gesto afirmativo y el paciente se levantó del sillón y fue hasta el diván, cerca de un luminoso ventanal que se abría sobre el paisaje de una cordillera pintada de verde por un inacabable bosque. Diez se tumbó y cerró los ojos. Dejó pasar unos segundos y los volvió a abrir para contemplar las montañas.
-Mi hermano no era un tipo normal, no como los otros. El día empezó bien. No salimos mucho de las instalaciones, así que cuando el profesor Valterio nos dijo lo de la excursión fue una gran noticia. Pero ¿necesitan unas personas que llevan toda la vida juntos una sesión de team building? Nos podría haber llevado a la playa, al zoo o a visitar una protectora de animales, cualquier cosa menos aquello. En fin, como le digo, la cosa comenzaba bien. La chica que nos recibió en las instalaciones, guapísima, nos dijo que empezaríamos con un almuerzo para romper el hielo. Nos imaginamos bandejas rebosando pan con tomate y buenos embutidos, el lugar de la actividad era en el campo, un lugar bonito, como éste de aquí. Cuando pasamos al comedor nos encontramos con unos platos de plástico con tubos de comida pasteurizada, tabletas de proteína concentrada y raciones de ultrafibra. La misma mierda que llevamos comiendo desde hace años, día sí día no, para acostumbrarnos al viaje.
-Allí fue cuando estalló todo.
-No, pero intuí que Trece empezaba a rayarse. Comimos en un tenso silencio, roto sólo por los intentos de dinamizar el almuerzo por parte de la recepcionista. La chica pronto se cansó y buscó una excusa para largarse, con lo que se perdió el último aliciente. Nos dijo que nos dejaba en manos de un compañero. Para nuestra sorpresa, entró un tipo con cara de rata, me recordaba a los miembros del Equipo B, la tripulación reserva. Y tanto que me lo recordaba, como que era uno de ellos, el profesor Valterio había tenido la gran idea de enviarlos a la misma sesión, iban a ser nuestros rivales. Había entrado a saludarnos. Puede imaginar la decepción y disgusto que se extendió entre nosotros, excepto Trece, que tenía una expresión neutra que escondía fuego maníaco en los ojos.
-Al parecer Trece era muy diferente al resto de ustedes.
-Es un adjetivo que uno no espera usar al hablar de clones, pero Trece era… original. Fuimos creados para ser la tripulación del primer viaje tripulado a Júpiter. Alguien debió pensar que el número doce entrañaba una sugerente simbología, más que el dos, porque en realidad un par de individuos son suficientes para tripular la nave. Cosas del marketing. Cuando los cigotos de nuestra hornada fueron desarrollados, se escogieron doce para ser implantados, pero a algún imbécil se le cayó uno en el café con leche. Salieron corriendo y consiguieron llegar a tiempo antes de que el resto de embriones fueran destruidos y trajeron a Trece. El funcionario que levantó acta del reemplazo fue inflexible y se negó a renombrarlo como Doce. Desde que nació, Trece se ha movido siempre entre el complejo de niño no deseado y el síndrome de Moisés, salvado de las aguas, siempre se creyó especial, un elegido. Todo eso lo debe tener usted en sus informes.
El doctor Sugrañes enarcó una ceja lacónico y mantuvo un dilatado silencio, que era su manera de decirle a Diez que continuara con el relato.
-El primer ejercicio consistía en montar unos puzles. Formamos tres equipos. Aquello era pan comido. El truco del ejercicio es que en cada puzle sobran y faltan piezas, lo que obliga a negociar entre grupos. Me di cuenta en seguida, Trece antes. Le vi coger una pieza de cada puzle y ponerlas en el bolsillo de Cuatro. Cuando vieron que la mierda de los rompecabezas no se acababa nunca y descubrieron las piezas que tenía Cuatro, Seis y Siete cogieron un cabreo de la hostia. Salimos del ejercicio con bastante menos cohesión de la que habíamos entrado. Fuimos al siguiente reto. Un concurso de paellas.
Nosotros contra el Equipo B. He de decir que la tirria que les teníamos ayudó a que todos nos aplicáramos al máximo. Menuda paella nos quedó. Para acabar la dinámica, un miembro de cada equipo tenía que probar la paella del contrincante; me tocó a mí. Asquerosa, el arroz estaba dulce, apenas comí una cucharada. Trece me sirvió un plato de nuestra paella, que agradecí para quitarme el sabor. Se estaba desternillando, me enseñó un frasquito vacío, uno de los inventos del profesor Valterio, un ultralaxante. Noté que se me removían las tripas.
No dio tiempo para más, llegaba el ejercicio final, conseguir un tesoro colgado en las ramas de un árbol. No teníamos herramientas, la única solución era hacer un castillo humano para alcanzarlo. En la otra punta del patio, el Equipo B ya se organizaba para crear la piña inicial. Nos pusimos manos a la obra, pero Trece había desaparecido. Lo vimos volver con una percha gigantesca con una red, de esas de limpiar piscinas. Le dijimos que nos descalificarían por hacer trampas. Yo a duras penas podía aguantar los efectos del producto del profesor Valterio, pero mis hermanos se echaron sobre Trece para sujetarlo. ¿Sabe aquella foto de los soldados americanos levantando la bandera en Iwo Jima? Igual, pero en pelea. La pértiga empezó a oscilar y acabó chocando con unos cables eléctricos de alta tensión. Todos fritos en un santiamén.
-¿Se culpa por no haber podido hacer nada, y porque ahora serán los del equipo B los que viajen a Júpiter?
-¿Esos? Están en el hospital con el colon colgando por el ojete; todos menos el que tenía que probar nuestra paella, que ni tocó la suya. Ese es mi problema. Me va a tocar hacer el viaje con ese cretino. Diez años entre ir y volver más lo que nos pasemos por allí visitando lunas.
Grupo
Dia 5: De Merano a Brunnek
Al salir de la curva, aparece a lo lejos el perfil del Monte Cristallo, que a esta hora del atardecer resplandece con reflejos dorados y rojizos. Cojo el micrófono del autocar y le digo al grupo que les voy a contar la leyenda de una hermosa princesa que vivía en aquellas tierras. Es una historia, por cierto, con un final más alegre que el de las últimas leyendas que les he contado. Comentarios de aprobación. Una voz femenina dice: “Ya era hora”. Risas. Creo que ha sido Juana, la mujer alta y fuerte del grupo de enfermeras jubiladas.
Les digo que contemplen la montaña que tienen a su izquierda, que se llama el Monte Cristallo y tiene 3.221 metros. ¿Cómo era la princesa que vivía en aquella montaña, la protagonista de la leyenda? Ya se lo pueden imaginar: bellísima y con una larga lista de pretendientes.
Miro al grupo por el retrovisor. Sonrisas cómplices, expectación. Pero también tienen cara de estar cansados, después de todo el día dando vueltas de un lado a otro de las Dolomitas. Así que acorto la historia y les explico sin excederme en detalles la leyenda de la hermosa princesa que rechazó a regios y ricos pretendientes para preferir a Bertoldo, un pastor humilde pero ingenioso, creador de canciones, poesías y relatos tan extraordinarios que la princesa se enamoró de él al escuchar la conmovedora historia que había inventado para ella.
Oooohs, aplausos y un potente silbido que nos ensordece -el de Juan Pablo, el puñetero optometrista jubilado que sabe silbar como un pastor-.
Le paso el micrófono a Sonia, que me agradece la historia y después, con su tono suave y acogedor, les recuerda el plan de mañana: a qué hora saldremos del hotel, las paradas que haremos -incluso las paradas técnicas para ir al lavabo; es más, con mucho énfasis en las paradas técnicas para ir al lavabo, porque nuestra clientela ya tiene una edad-, la previsión meteorológica en los diferentes lugares que visitaremos y, finalmente, a qué hora llegaremos al aeropuerto de Venecia para tomar, ya de noche, el vuelo que nos llevará de vuelta a Barcelona.
La dulce voz de Sonia y la luz cada vez más tenue del crepúsculo han propiciado un ambiente de recogimiento en el autocar y nos quedamos casi en silencio. Solo se oye el ronroneo del motor y algún susurro lejano.
No sé en cuántos viajes hemos trabajado juntas Sonia y yo. Seguramente más de cincuenta. Hace casi quince años, nos encontramos sentadas una al lado de la otra, mucho más nerviosas y expectantes de lo que hubiéramos querido, vestidas concienzudamente como progres pero no tan progres como para ser despreciables para los que no son tan progres, en la primera clase del primer curso de la carrera de Historia del Arte. El día después del último examen de final de curso en junio conseguimos nuestro primer trabajo de verano como guías turísticos en un viaje por Italia.
Nuestros clientes eran un grupo de jubilados que, cuando nos veían aparecer con ojeras a la hora del desayuno, después de habernos pasado con el Aperol la noche anterior, nos trataban con la misma cariñosa indulgencia con que tratarían a su nieta preferida. Para conseguir que nos contrataran habíamos dicho que ya teníamos mucha experiencia trabajando como guías, que solo nos faltaba alguna asignatura para acabar la carrera y que teníamos un excelente nivel de italiano. Por supuesto, todo era mentira.
Después repetimos el mismo viaje dos veces más con otros grupos y, excepto un par de semanas en casa, el resto del verano también me lo pasé con Sonia, invitada por su familia en su chalé de la Costa Brava. Cuando volví a Barcelona, descubrí que mi madre, molesta porque había estado, en su opinión, demasiado poco tiempo con ella durante el verano, había decidido cambiar la cerradura dispuesta a que yo no pudiera entrar nunca más en su casa. Al padre de Sonia le costó muchas horas y wiskis convencerla de que me dejara volver a entrar en mi casa. Hubiera sido mejor que no lo hiciera.
Desde hace ya algunos años, Sonia y yo ya no trabajamos juntas en tantos viajes. Las dos somos autónomas y nos ofrecemos a las agencias que mejor se adaptan a los destinos que más nos gustan -ella los viajes largos en países lejanos, yo prefiero los viajes más cortos-. Pero siempre nos las apañamos para al menos coincidir como guías en algún viaje cada año, por el placer de trabajar codo con codo y también para ponernos al día de nuestras vidas, charlando en las horas muertas en los transportes, en las comidas o en los ratos libres que nos quedan. Puedo trabajar con ella con los ojos cerrados. Casi, casi, como medias vacaciones.
Queda una media hora para llegar a Brunnek. La carretera avanza entre prados, bosques y pequeños hoteles de montaña, todos con balcones de madera labrada, abarrotados de peonias y geranios alpinos. Cierro los ojos en un intento de dejar la mente en blanco y descansar, como acostumbro a hacer tantas veces en los trayectos de los viajes, pero no lo consigo. Han pasado demasiadas cosas en los últimos meses y soy incapaz de vaciar la mente para encontrar un poco de paz.
En la última sesión del grupo, se me ocurrió que la culpa se parece a un árbol. No sabes lo profundas que pueden ser sus raíces ni hasta donde pueden alcanzar sus ramas.
Pero no lo dije en voz alta.
Mi padre nos abandonó cuando yo aún no había nacido. Aunque mi madre nunca lo admitió, parece evidente que mi padre no quería tener hijos -o, al menos, no todavía-, que mi madre no le dijo que había dejado de tomar anticonceptivos y que él, al saber que la había engañado para quedarse embarazada, no se plegó a cargar un hijo o una hija que, al menos en aquel momento, no deseaba.
A veces, cuando yo era niña y ella se enfadaba conmigo por cualquier motivo, me decía: ¡Qué tonta fui al tenerte! ¡Qué estúpida! ¿Y así me lo agradeces?
Según mi madre, cuando yo era una bebé lloraba mucho. Me lo ha ido recordando durante toda mi vida, como si para ella mi llanto en mis primeros meses de vida fuera un primer acto de ingratitud, la demostración evidente de que yo era una persona egoísta e ingrata ya desde mi nacimiento.
¿Qué le podía decir yo cuando ella me lo recordaba? Nada. Me sentía avergonzada y culpable. Era una niña, no sabía cómo defenderme.
¿Tuve la culpa de que mi padre la abandonara, de su alcoholismo, de su muerte?
La culpa como un árbol. ¿Por qué se me ocurrió esa tontería? Pero es cierto que el árbol de mi culpa escarba sus raíces en mi pasado y tiende sus ramas hacia el futuro. Y no sé a dónde me llevarán.
Corea del Sur es el país con la mayor tasa de suicidio del mundo, con 24,1 suicidios por cada 100.000 habitantes, seguido de Lituania con 20,3. Es una tasa tres veces mayor que la española, que tiene una tasa de 7,5 por cada 100.000 habitantes, es decir, casi 4.000 suicidios al año, once suicidios cada día. En una ciudad como Barcelona, aproximadamente uno cada dos días. Es decir, si vives en Barcelona, más de tres veces por semana puedes tener la noticia de que alguien que conoces y que vive contigo en tu ciudad se ha quitado la vida. Un familiar, un amigo o tu pareja.
Ya estamos llegando. Cojo el micrófono.
En la última planta del hotel Langgenhof en Brunnek, donde nos alojamos, hay una zona de spa con tres saunas, cada una de ellas con diferente temperatura y nivel de humedad. Mi preferida es la finlandesa, no tanto por su temperatura o humedad, sino porque tiene un gran ventanal que da al exterior y desde el que puedes contemplar el paisaje que rodea el hotel, un entorno montañoso de postal con picos nevados al fondo.
Estoy sola en la sauna. Sonia se ha quedado en su habitación para verse por meet con Luuk -hemos hecho algunas bromas guarras sobre el tema-, el grupo se ha ido en tiempo libre a la feria de productos locales que hay en el centro del pueblo y de momento ningún otro cliente del hotel ha aparecido por esta sauna.
A la misma hora que estoy mirando el paisaje de Brunnek a través de la ventana de la sauna finlandesa del hotel, el grupo de supervivientes con el que me reúno cada viernes por la tarde desde hace algunas semanas ya ha comenzado su séptima sesión.
Toda ella
La niña está lista. Está sentada en la cama con la mirada fija en la puerta. Toda ella manos entrelazadas y dedos cruzados. Toda ella índices y pulgares crispados, frotando el dorso de las manos en un ritual de tensa espera.
Palidez y enrojecimiento en el rostro, la pátina del pánico. Sangre que bulle en las venas, estómago amordazado y pálpito de terror en la vulva. Toda ella.
Los ojos fijos en el pomo de la puerta. Toda ella esclerótica azulada, iris color de espanto y pupila de sombra. Mirada detenida perforando solidez, toda ella.
Que no, que no se abra la puerta y salga la espera. Que la inocencia siga intacta, que no le traigan la rabia. Que ella siga siendo de ella.
Toda ella.
La han bañado y perfumado. La han fregado. Que no se note el olor a miedo. Que no se note el hedor a angustia que emana de su vagina.
Pero ella lo huele.
El pánico se arrastra por los labios de su vulva, por sus muslos, por su vientre, por las paredes del cuarto, por las baldosas y las ventanas. Araña el cristal como gato de púas erizadas. Y la araña a ella.
A toda ella.
La han vestido de domingo, toda ella falda de volantes, calcetines blancos y sandalias de charol. Como cuando había visitas y era más pequeña.
Como cuando había visitas y era más pequeña y venían a verla las señoras para ver si les gustaba.
Pero a ella las señoras no le gustaban.
Ni a las señoras les gustaba ella.
No, no la querían. No a una salvaje de ojos de sombra. No, no les gustaba su cabello color de pozo. Ni su piel de barro. Ni sus labios de azúcar de caña. No, ella no les gustaba.
Toda ella.
Ella gustaba a señores. A señores que no pronunciaban palabras. Ellos miraban y callaban. Y piensa que era mejor así. Ojalá siempre haber gustado a señores que miran y callan. Toda ella vestida de ojos que no hablan.
Eso era antes. Cuando aún había esperanza y el olor a miedo no la cubría como una mortaja.
Eso era antes. Ahora, toda ella gusta a señores, y ahora éstos miran y no callan.
No, no se callan. Los señores hablan y hablan. Bien lo sabe la salvaje de ojos de caña.
Hoy los señores giraran la manija. Hoy abrirán la puerta y la verán, a toda ella, sentada en la cama.
La verán con las manos entrelazadas, con los dedos crispados, cruzados encima de los volantes de la falda. Emanando su tufo de pánico. Su peste a niña de azúcar de caña.
Los señores, a toda ella, hoy no la perderán de vista.
No, no la perderán de vista hoy los señores.
Y hablarán todos juntos a toda ella. Chillarán todos juntos a toda ella. Berrearán todos juntos a toda ella. Ensordecerán todos juntos a toda ella. Como cuando un grupo de fieras ruge en la selva. Como cuando un grupo de fieras ruge en la selva. A toda ella.
Blockchain
***
Hemos nacido en el fuego. Hace muchos eones atrás teníamos alas y surcábamos el cielo, corazones ardientes. Nuestros cuerpos guardan las memorias de las batallas interminables. Los ríos del dolor y sangre dibujan los paisajes de nuestras pesadillas, guardadas —a la fuerza— bajo los túmulos de archivos secretos. La misma llama que nos empuja siempre más allá del horizonte nos convierte en la ira que lo consume todo. Matamos a nuestros padres para romper el ciclo y recuperar el poder, y así sucesivamente hasta el fin del tiempo interminable.
Somos soldados, los mercenarios del Universo. Defendemos el orden, sembrando el caos. Somos Atlantes, sosteniendo sobre nuestros hombros el cosmos. Todo depende de nosotros, todo nos hace impotentes. Cuando avanzamos, destruimos lo que hallamos; cuando permanecemos inmóviles, nos destruimos a nosotros mismos. Cada niño es una esperanza del cambio. Cada niño es una ofrenda a la perpetuidad.
Somos sordos a las voces dentro de nosotros porque si les hacemos caso, estamos perdidos. Nos aterra lo único que nos trae paz, así que tenemos que ser vencedores. Todo lo que anhelamos es una victoria. Todo lo que nos queda es una demolición. Así, eones tras eones, seguimos surcando los desiertos, soñando con alas perdidas y las travesías interstelares. Cada voz, cada experiencia queda registrada en los anales de nuestra memoria colectiva, para reanimar, vida tras vida, lo único que puede sostener esta cadena perpetua, aquel susurro imperceptible: algún día, finalmente, volveremos al fuego.
***
Siempre éramos, somos y seremos. Existíamos incluso antes de la existencia misma. Todo nace de nosotras. Todo vuelve con nosotras al morir. Somos el abismo, somos la nada. Somos los ríos, los bosques, las montañas y los océanos. Somos las amantes de los vientos, las cómplices de la lluvia, las que bailan con las garzas. El universo es nuestra madre, somos las madres del universo.
Nuestros cuerpos, tantas veces mutilados, están hechos del dolor, leche y miel, con un toque de aroma de rocío al amanecer. Guardamos la pena por los hijos perdidos; la tortura de la traición; la angustia por los que no podemos proteger; la tristeza de los años furtivos; el desconsuelo de lo que nunca será. Somos el guiso que nunca está a punto, las sartenes en la pica, las sábanas rotas, los bocadillos para el colegio, la bronca con el vecino en la junta, las facturas impagadas, la frustración de nunca ser suficiente. Somos las guapas que sufren y las feas que quieren ser guapas. Somos el tormento de las arrugas precipitadas y las canas felonas, somos la juventud perdida por la diosa immortal. Somos putas y somos madonas. Somos abandonadas y las que abandonan, las traviesas y las santas. Somos el agobio del ¿qué quería decir cuando no dijo nada?
Somos el tejido invisible que sujeta el mundo: la eternidad os mira a través de nuestros ojos. Os da miedo. Luchamos con garras y uñas y nos abandonamos por el placer de nuestros enemigos. No hay contradicción que no podemos encarnar porque estamos por encima de todas las contradicciones. Con cada respiración nos olvidamos de nuestro poder, con cada respiración volvemos al origen. Podéis pensar que sois los dueños del mundo pero todos vuestros caminos os llevan a las tinieblas donde os esperamos en la eternidad, porque no hay nada que no puede nacer de la nada.
***
Somos el polvo de las estrellas, los juguetes de los dioses creados del barro. Hemos sido amebas, nos hemos deslizado por los suelos de los volcanos en el origen de los tiempos. Somos monos que han domesticado al lobo. Somos la cima y el precipicio, la plaga y la salvación. La consciencia de los miles de millones de ojos, somos niños abandonados por el padre que nunca ha vuelto a casa.
En cada instante, somos la vida y la muerte. Los abalorios dispersos por los hilos invisibles. Hemos arrebatado a los dioses mientras los espíritus se ríen de nosotros. Cada movimiento se registra por las cámaras vigilantes del reality show del que somos parte, cada cuerpo es una letra del texto que se escribe a si mismo.
Somos las deidades de mundos inventados, los cuentacuentos de historias reiterantes, los guardianes de las memorias falsas. Cada día luchamos por ser mejores, cada día nos traicionamos a nosotros mismos. Pillados por los cepos con que nos hemos cazado, buscamos las respuestas a las preguntas que no sabemos plantear. Infligimos el dolor del que queremos huir porque creemos que la parte es mayor que el todo. Buscamos a los eslabones perdidos sin sospechar que las rocas tienen su propia agenda.
Somos todo, no somos nada, somos el instante fugaz implorando a los cielos revelarnos el sentido que hemos inventado. Somos instantáneas del cosmos, una colección de memorias guardadas en un álbum autoardiente, ignorantes del camino que seguimos entre las estrellas.
***
Somos.
Mal. Bien. La vida
Una mujer está planchando con la única compañía de la música que suena en la radio. Mira distraída por la ventana viendo las casas iluminadas de los vecinos y se fija en una cocina donde una madre está dando de comer a un bebé; sonríe con cariño, echa de menos esa época en la que sentía que tenía una familia. Suspira y repasa con fruición una arruga de la camisa de su marido.
En el edificio de enfrente hay un hombre que está estirado en el sofá mirando un concurso en la tele; distraídamente gira su cabeza y mira por el balcón, ve a la mujer que plancha como mueve perceptiblemente las caderas. Se imagina que debe ser una persona alegre, que le gusta salir a divertirse. Fantasea que toca el portero automático de su casa y queda con ella para ir a una discoteca, que estarán toda la noche de fiesta y al volver follarán en el sofá como posesos. Se desabrocha el pantalón y pasa una mano debajo de la ropa interior para masturbarse.
La mujer que está dando de comer al bebé está agotada, no le da la vida; no entiende como el mundo que conocía antes se ha detenido. No deja de mirar por la ventana, quiere huir, escapar de esa espiral de pañal, biberón, lloros, dejar al niño en la guardería, correr a la oficina. Ve al hombre en el sofá que le recuerda al padre del niño; “hijo de puta” dice entre dientes achinando los ojos y negando con la cabeza. Se muerde el labio haciéndose daño hasta que el bebé gorgorea para reclamar la comida sacándola de su ensimismamiento.
Una chica sale al balcón, recoge con parsimonia un jersey del tendedero y se toma su tiempo observando la calle y las ventanas iluminadas. Entra de nuevo en la casa, cierra los visillos, se saca la bata y desnuda se mete en la cama donde un chico está esperándola. Se excusa levemente por la interrupción, el chico no entiende cómo es que ha tenido que salir al balcón en ese momento, pero no se lo reprocha, no quiere estropear el momento. El chico la besa y ella se deja abrazar.
Del edificio de enfrente una mujer ha seguido con la mirada a la chica que había salido a recoger el jersey. A través del visillo ve que en la habitación hay velas encendidas y una luz tenue en una esquina. Sale al balcón para ver mejor, sigue los movimientos de la chica que se ha quitado la bata y se ha metido en la cama. Agudiza la vista para ver con más precisión; por un momento cree pensar que no está con nadie y eso aliviaría un poco su desazón, a ella le cuesta tanto conocer a gente y ni siquiera se le pasa por la cabeza que un chico se fije en ella. Pero intuye que en la cama hay alguien. Se mueven. Piensa que son una pareja enamorada y feliz. Mira la calle vacía.
Aparece un coche de policía y una ambulancia. Las luces intermitentes iluminan con sus destellos. La chica que estaba en la cama retira un poco el visillo para mirar la calle, ve un cuerpo en el suelo tapado con una manta dorada brillante, todo se mueve despacio allí abajo. Mira hacia los balcones, están todos los vecinos asomados. “Vente a la cama” le ruega el chico que no se ha movido de debajo de las sábanas. La mujer se ha puesto de pie hipnotizada por las luces parpadeantes azules y naranjas. “Ven que cogerás frío” le insiste el chico. La mujer susurra “No te enteras de nada”. Lo ha dicho con tanto desprecio que hasta ella se asusta.
Momentos:
Son las 11 de la mañana. El autobús que me lleva al trabajo pasa por delante de “la ciudad de la justicia”. Los taxis dejan a la gente delante de la ciudad en medio del ruido de las bocinas de los autobuses que los pitan por pararse en su camino. Es un concierto en solfa de bocina y cabreo sostenido el que suelo escuchar antes de marchar. ¿Por qué se le llama la ciudad de la justicia a unos edificios altos pero escasos? No es una ciudad ni tampoco podemos asegurar que todas las plantas de ese edificio hagan honor a su nombre, pero como no he entrado no opinaré desde la ignorancia como suelen hacer aquellos que quieren hablar de todo sin saber de nada.
El autobús me deja en Vilanova, ha llegado antes, no tengo ganas de entrar aun en la escuela y no me da tiempo para hacer Chi kung en el parque con mis nuevos amigos Manel y Marina y sus alumnos “jóvenes” como les llama Manel, la mayoría jubilados. El baloncesto me acompañará siempre, pero ahora cerca de mi escuela veo a la gente jugar a las” bitlles”, parecido a los bolos, pero no igual. Un gran parque con una tirolina, una churrería y una escuela infantil. Ese espacio colindante a mi escuela me relaja, la playa también.
En el Chi kung hay mujeres con tacataca, otras con subidas y bajadas de tensión, de diferentes edades. De colgarme del aro al tacataca. ¿Eso sí que es una transición, hacia arriba o hacia abajo? Hoy no me reuniré con ellos, hoy he quedado con Kafka en esa biblioteca donde ese libro con viñetas me habla de él. De su vida torturada, de su padre, de ese barrio de Praga donde se crio. ¿Hace falta sufrir para ser escritor?, los mejores serán reconocidos “post mortem” después de vidas torturadas. ¿Si pasas toda una vida escribiendo sobre la muerte como Kafka, podrás vivir?
Salgo de la biblioteca, me junto con mis alumnos en el aula 207. Pero antes me detiene un alumno, como otros tantos, no pertenece a mi clase, pero mis guardias en sus clases enseñando des de la emoción han quedado en su retina.
– ¿Profe alguna de tus filosofías para hoy?
-sí, si el pasado se fue y el futuro no ha llegado, solo el presente es eterno.
Sigo mi camino, última clase en 4 de la ESO de Física y Química, después se irán a Cantabria y volverán para hacer el trabajo de síntesis. Me faltan alumnas, esas chicas que siempre me preguntan por el fin de semana. Sonrisas iluminadas con ojos brillantes.
– Xavi, se han ido a la actividad “comer libros” con la tutora.
– Otra vez, ni siquiera en la última clase pueden estar todos,
Os imagináis a Jesús en la última cena sin todos los apóstoles. Judas no ha venido, pero traerá justificante. Es un ejemplo no una comparación.
Unos alumnos entran en clase: Xaviiiii, uno de ellos no forma parte de mi clase, pero hemos creado una historia, llevo un año pidiéndole una tarea imaginaria y me ha dado todo tipo de excusas por no tenerla, a cada cual más genial. Me los llevo fuera.
– Ninguno es alumno mío, solo uno lo fue durante un tiempo, pero cambió de asignatura. Alto y de brazos interminables cada semana me explica su partido de baloncesto.
A ver chicos os haré una pregunta a cada uno, si la respondéis bien un 10 para todos.
– ¿Lo podemos parar todo alumno portero?
-No Xavi,
-la vida es como el Baloncesto, juegas con un objetivo?
-Si Xavi,
-tu rubio. ¿Qué es más importante que tu aspecto?
– mi interior.
– ¿Señor de las tareas inacabadas, que viene antes la pregunta o la respuesta?
– La pregunta Xavi.
Ale un 10 para todos y firmado. Menudo alboroto cuando se van, pero menuda sonrisa sale de mí.
Vuelvo a clase, los 4 fantásticos como yo los llamo presentan su trabajo. 3 chicos, el rubio como antorcha humana, el flexible como el hombre elástico, el fuerte como la roca (en un juego haciendo un pulso conmigo me dejo la muñeca hecha polvo, el chico juega a rugby) y la mujer que de invisible no tiene nada .la líder del grupo.
Los mando a Marte en el 2050, es mi propuesta final de curso. Buen trabajo, en el apartado profesiones se van a llevar a un psicólogo, pero al profesor lo dejan aquí. Tenemos una despedida de curso neutra como el PH del que les hablé, aunque hay un ligero aumento de este cuando una alumna me da las gracias y me dice que me traerá un regalo. Valoren ustedes el trabajo.
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Voy a mi clase de retos científicos, los que están llegan cansados y con pocas ganas. A veces trabajan a veces se distraen. Tengo dos opciones, dejar pasar el tiempo o sacar todo mi carácter, opto por la primera, quizás perdí esta batalla quizás la gané.
La clase acaba, ahora toca Física de primero de Bachillerato, me llevo a los que no han hecho campana al patio. Cojo el libro, extiendo a mis alumnos a lo largo del espacio.
-Haré preguntas test, si acertáis un paso adelante, si no quietos, a ver quien llega antes.
No es “el juego del calamar”, si fallan no los mataré. Hace sol, así que después me los llevo al rincón donde hay sombra, ahora preguntan ellos a sus compañeros, yo me siento.
Mientras le recuerdo que un objecto que cae y se rompe en fragmentos lleva los mismos principios que “el big bang”, uno suelta a lo lejos una ligera ventosidad que provoca la risa de los otros. Me hago el sordo, aunque el principio de liberación del gas podría formar parte de la explicación del origen del universo.
Como en otras clases, vienen alumnos que no son míos a escucharme o a hablar con sus compañeros. Alguien les ha dicho que este profe es “diferente”.
Vuelvo a Barcelona, paso una tarde en el mundo de los adultos, de noche cuando nos hemos quedado sin luz en casa por una reparación de FECSA de la que ya nos avisaron decido sentarme en mi sofá y escribir estas líneas.
No hay dos personas iguales, tampoco hay dos días iguales, por eso escribimos, el pincel siempre es el mismo, el cuadro no. Fin de la clase por hoy.