Laboratorio 24 de febrero: Segunda persona.

Comentaremos textos escritos por los participantes y haremos actividades de escritura en el momento, que nos pueden servir como semillas para la sesión siguiente o no.

Cada sábado tendremos una consigna sobre la cual escribir. Los textos se tienen que poner en los comentarios de la entrada pertinente antes del viernes anterior a la sesión. Podemos poner el texto tal cual o un enlace a un sitio donde leerlo. Los textos tienen que tener, como máximo, 900 palabras. Cada participante tiene dos compromisos: a) Escribir un texto y b) Leer los de los compañeros.

El laboratorio tendrá un número limitado de participantes. Para cada sesión podrán asistir quienes cumplan las dos condiciones anteriores, por orden de presentación de textos. Pedimos a todos los participantes honestidad y buen rollo.

La consigna en esta ocasión es escribir un relato en segunda persona. Nada más y nada menos, así que no hay limitaciones de tema ni otras consideraciones. ¡Ánimo!

Tenéis que escribir vuestros textos y ponerlos en los comentarios de esta entrada, bien pegando directamente el texto, bien poniendo un enlace donde leerlo hasta el día 23 de febrero a las 12 de la noche. Tenemos hasta la sesión para leer los relatos de los demás.

Cualquier duda la podéis preguntar por el grupo de Whatsapp.

7 comentarios

  1. Luis

    Tú y tú

    —No me gusta el metro. Y lo sabes.
    —Ya estás con tus fobias. Me agobias.
    «Entras a Paseig de Gracia, una auténtica madriguera encajonada en cemento, repleta de sudores y prisas metidas en cuerpos asfixiados por la estrechez y luces tan falsarias como deprimentes. Te lo he repetido y lo sabes, una y otra vez. Si hay algo que odio en este mundo es el metro. Y Passeig de Gracia se lleva la palma. Te lo repetiría, pero ni caso me haces. Tan insensible. Me lo callo».
    —Deja de murmurar. No te oigo, no quiero oírte.
    —No bajes tan deprisa, me mareo. Hay muchas escaleras, semeja el infierno.
    —¿Sí? Pues ahora de dos en dos. ¿Y no se te ocurra echar las papas?
    —Y este pasillo insufrible.
    «Para de una puta vez. Te lo gritaría una y otra vez, pero para lo que sirve. Mira, te diría: ¡mira esa chavala por el pasillo, qué rubia de pelo cortito, qué culillo tan bien puesto, y cómo taconea en plan buenísima! Pero, ¿de qué serviría? Si te lo digo me rayas con tus sesudas cursiladas. Te escondo hasta el aliento. Nenaza, me pones de los nervios. Te hago mutis»
    —Ese pelo cortito me enamora, y tan rubita. Una cena a la luz de las velas, una buena conversación. Y cómo taconea, me enamora. Pero vas a hacer el burro, seguro.
    —Estás que te cagas rubia. ¿Quedamos aquí o fuera?
    —Tierra trágame. Qué vergüenza: “estás que te cagas”. Eres un lerdo.
    —¿Quieres ser mi perro?
    —¡Bien! Eres una gata con uñas.
    —¡Para, para! Qué vergüenza. Que te trague la tierra…
    «¿De qué coño vas? Estás bien, eres guapito, pero no mereces nada, y no voy a decirte nada, boludo. Pero no te vas a callar, lo veo. Y estás bueno, sí, pero no trago tus marranadas, y menos así, a pelo y en público, y sin conocernos. Quieres que me calle y te ría lo buena que estoy, pues no, no me callo»
    —Tú, cerdito, piérdete.
    —¿Sí? Pues este cerdo…
    —No sigas, por favor, la gente nos mira. Deja, deja que hable yo, porfa.
    —Cállate bobalicón. Me estás rayando a tope la olla.
    «Menos mal. Ya ves. Toma el pasillo de Zona Universitaria. Tu jai es una modosita de familia bien. Te habías percatado, pero te lo callas. Lo intuías, no tiene nada que ver con el mundo de la Trinitat Nova. Ni de coña. Es una nena pija. Asumes ese rol de Rambo y no reparas en los detalles, pero claro, es mejor no chitar. Te rayas. Aquí lo dejo, si quieres vienes y te enteras».
    «Mucha mandanga. Que te den. Tú eres un baldragas, igual que tú, niña pija. Nosotros ni nos hablamos porque es una chorrada. Nos han emparejado como si fuéramos lo mismo. Dónde están tus piernas y brazos, dónde esa bocaza. Cero patatero, julay. ¿Tú vas a mandar en mí? Puto descerebrado. Nunca. Joder, ya estamos llegando al arcén del metro, ahora te callas, ni mu. Ahora sí que callas. Joder, qué puta negra boca, acojona, por delante y por detrás, no hay escapatoria. Es tan fácil tirarte. Anda ya, ¿por qué no lloras ahora? Te oigo, lobo sangrante estás rodando hacía mí, me buscas. Y tú, que nunca te despegas: ¿ahora qué? ¡Estás esperando que te suplique! Ni de coña».
    —¿Por qué sudas? Estamos bien, sí, estamos bien. De verdad. ¿Te has tomado tus pastillas? Saca la caja blanca del bolsillo de la cazadora. Y adiós sudores y miedos.
    «Toma esta caja blanca. Te ayudará a centrarte. Palabra de Freud, pero te la pasas por el forro. «No parece que estés convencido», eso recalcó tu Freud. Y tú callado y enconado. Suaviza la expresión, y suelta: «¿y tú?, dile que sea tú por un momento». Vamos, saca las pastillas, apóyate aquí junto a la pared»
    —¿Por qué te acercas a esta papelera guarra? Odio las papeleras, te agobian. Sé que te encanta patearlas. Son basura, solo basura. Vamos, conmigo, patéale las tripas.
    —Eh, chaval, qué haces. ¿Qué te ha hecho esa papelera? Tendrás que pagarla.
    —Oh, no, un par de guardas jurados, ¿lo ves? Tranquilo. Porfa, porfa…
    —¿Preferís que lo haga con vosotros? Tú y tú me la peláis a dos manos.
    —La estás liando. Joder, cállate.
    —Oh, no. Míralo, se nos echa encima con sus ojos metálicos enormes. Nos devorará. Bestia, ¡aquí estamos!»
    «Tu falta de juicio. Estás ido, el miedo te come a mordiscos. ¡Es la máquina! Pero tú no escuchas. ¡Es el fin! Pero, ¿esta señora mayor que se nos acerca, de ojos azules y larga melena? Señora, extiendes tu mano. ¿A qué viene esto?».
    —Por favor, te cojo la mano. A ti te sobra confianza y energía. Yo tengo esta alma interior que me habla de tú, a la que contesto de tú; y nosotras dos estamos a punto de huir despavoridas. Por favor, a tu mano y a tu sentido común, os necesito. Por favor.
    «Tú, mujer de ojos azules. Tu mirada apacible. Si tú fueras de mi edad. Y tu sonrisa, qué sonrisa, como si este lugar fuese nuestro bar de encuentro, y nosotros, cada uno, con una cerveza y unos manís, ya en tu boca, ya en la mía. Tú y yo. Qué bonito sería. ¿Quién tiene miedo?»
    —Nosotras no.
    —Nosotros tampoco.

  2. ALICIA SALGADO

    AL OTRO LADO DE LA CASA

    – ¡Mamá, mamá! Papá ya está en la ducha.
    Te despertaste como si los muelles del colchón hubieran saltado de forma definitiva. Sentiste los latidos disonantes de tu corazón. Tu habitación estaba en penumbra pues la noche anterior habías bajado las persianas. Pero estaba claro que no lo habías hecho del todo bien, pues el sol se filtraba a través de las intersecciones y rasgaba la oscuridad con haces de luz humeante.
    Viste entonces a tu hija. Imaginaste que debía estar de puntillas para conseguir superar aquel enorme colchón y asomar su cabecita.
    Todo era confuso en tu memoria. Ella, desde tu lado de la cama, seguía estirándote del brazo para que te despertaras, seguía urgiéndote a que te levantaras, a que acudieras a aquella cita que te repetía.
    -¡Vamos al lago mamá, venga!
    Te estremeciste al escucharlo. Sin mirar, extendiste tu brazo hacia el otro lado de la cama y tu mano rastreo el lugar. Esperabas encontrarlo a él, pero allí no había nadie. Miraste a la niña.
    – ¿Mamá?
    Te preguntaste cómo podía ser que tu hija estuviese ahí, tan cerca y tan real. Cerraste los ojos y los volviste a abrir buscando la certeza de que no era tu imaginación jugándote una mala pasada. Aunque de inmediato pensaste que en ninguna forma hubiera sido una mala pasada, todo lo contrario.
    En verdad, tardaste en abrir los ojos. La esperanza de otra realidad cercenaba la oscuridad de tu mente. El dolor que te oprimía y te retorcía por dentro se tomaba una pausa, atento al resultado. Así que abriste los ojos después de aquel breve lapso.
    -Mamá, no te duermas, vístete que nos vamos. ¡Corre!
    No cabía duda, era tu niña. Era su voz, eran sus ojos. Sentiste la calidez de su mano tocando tu brazo en una ligera presión. Sus frágiles dedos se hundían en tu piel, apretaban suavemente, y aquello era una certeza que no podías ignorar. Él debía estar en el baño al otro lado de la casa, pues no se oía nada.
    Acabaste de sentarte en la cama y miraste a tu lado. Ni tan siquiera descubriste su huella en aquellas sábanas.
    -Tu padre… -balbuceaste sin acabar la frase.
    La niña te miró extrañada.
    -Mamá, ya te he dicho que está en la ducha.
    Sentiste su impaciencia en la presión de sus pequeños dedos. Era cierto, indudable. Percibiste el olor a aquella colonia con la que se regaba cada mañana. Estuviste a punto de recordarle, como siempre, que la colonia no era para ducharse, pero no llegaste a decir nada.
    Cuando ella te vio apartar las sábanas para salir de tu cama empezó a saltar y aplaudir en un arrebato de locura infantil. Fue entonces cuando te fijaste en la mariposa gigante que adornaba su pecho. Reparaste que llevaba puesto su jersey preferido. Siempre elegía la misma ropa si tú no lo remediabas o no se la dejabas preparada el día anterior. Incluso podía llegar a sacar aquel dichoso jersey del cesto de la ropa sucia.
    Esta vez optaste no decir nada. Ni reproches ni correcciones. Ahora te resultaba ridículo reprenderla por aquellos tics eternos. Eso no era lo importante, lo era el saber que ella estaba a tu lado, que la sentías y la olías con la certeza que da la irrefutable realidad.
    Aguzaste el oído, rastreando el otro lado de la casa. No se oía nada y pensaste que tal vez él ya había acabado de ducharse y te lo imaginaste secándose, poniendo todo el baño perdido. Sonreíste al imaginártelo saliendo del agua totalmente mojado; siempre hacia lo mismo por más que lo regañaras y que le recordarás que no estaba en la piscina, que aquello era un cuarto de baño. Tú le decías que parecía un perro peludo sacudiéndose y esparciendo el agua a su alrededor. Él reía, sabías que aún recordaba aquel video que le hiciste a escondidas, allí estaba vuestro perro y él saliendo del lago, sacudiéndose el agua ambos de la misma forma. Te confesó que lo había hecho adrede, para que te rieras y te quitarás el mohín de madre enfurruñada.
    Nunca te has querido bañar en el lago. Te da miedo y tampoco te gusta que ninguno de ellos se meta en aquellas aguas fangosas y amenazantes. Al final, te habías resignado, pero siempre los esperabas con el corazón en un puño.
    Decidiste salir de una vez de la cama y vestirte corriendo. Tu hija daba saltos de alegría cuando tú pusiste tus pies descalzos sobre el mosaico. Las baldosas estaban tan frías como siempre, heladas para ser exactos. Percibiste el sobresalto y hasta un mazazo en tu cuerpo que pareció convulsionarse ante el frio en las plantas de tus pies. Caíste hacía atrás.

    ¡Ringggggg! Te incorporaste de nuevo en la cama. Sonaba el despertador. La oscuridad era absoluta, sin rastro de sol. Te preguntaste cómo te habías vuelto a dormir.
    Miraste a tu alrededor. No había nadie y por más que aguzaste el oído el silencio era total.
    De nuevo sonó la alarma. Entonces recordaste que te la habías puesto para llegar a tiempo a la cita con el hombre de la funeraria. En ese momento otra realidad vino a tu recuerdo.
    Fue entonces cuando te preguntaste cuál era el sueño o la realidad, si ellos estaban en el fondo del lago o al otro lado de la casa.

  3. RELATO SINCRÓNICO

    Basado en lo que viviste esa noche
    En la oscuridad de la noche un sueño se te rebela. Qué hace esa mujer dándote un beso en esa sala. ¿Ahora qué haremos?
    ¿Tú tienes respuesta?

    Al día siguiente te acercas a esos amigos que ves de vez en cuando. En medio de la noche el compañero te pregunta.
    – ¿Quieres venir con nosotros a Sant Sadurní?

    Es un hombre con ilusión, con sus problemas como todos, con una visión del mundo que no siempre coincide con el resto de los que se hacen llamar “normales”. En todo caso su sonrisa le oculta la verdad entristecida y le muestra la fantasía sonriente.
    Su plan: vamos a Sant Sadurní, te presentaré a las regidoras. Ahora que acabas de publicar un libro a lo mejor te interesa hablar con ellas.

    ¿Así que piensas por qué no? No es tu intención que se cumpla tu sueño y que el beso sea premonitorio. Tanto poder no tienes. No te imagino diciendo a la pareja: Voy a Sant Sadurní para hablar del libro y por si cae un beso y te dicen: ¿ahora qué?
    Vas con el amigo y otro compañero que se parece a Anthony Perkins en medio de la noche de psicosis. No trae a la madre disecada. Quizás te espera en Sant Sadurní.
    Llegas recordando el numero de la servilleta que estaba en la mesa del “Nexus”. Así se llama ese bar de Igualada. Cuando llegas la realidad despierta una vez mas al sueño: no hay discoteca, es una carpa en medio de una plaza con un DJ, hace un frio que te hiela las ideas, estas rodeado de chavales de la edad de tus sobrinos. Las regidoras no están en la carpa. ¿Dónde está tu madre disecada compañero?, lo digo para poder rodearme de gente un poco mayor. ¿Es el día de los disfraces, de que te has disfrazado tu? De iluso.

    Hay unas chicas con un stand sobre la educación sexual y la violencia machista. Cuando llegas casi se va el stand por el viento. Profesor hablas con ellas y acaba con una cinta y un condón. ¿Te imaginas llegando a casa con el condón? ¿Qué haces tu con un condón en el bolsillo? Como la compañera no está en Igualada evitaremos ese malentendido.
    – ¿Qué dirías si estuviese?
    Es por un sueño, me lo dieron en una campaña contra la violencia machista o dirías soy de esos que lleva un condón en el bolsillo durante 20 años para que después lo expongan en una feria del coleccionista con una frase: otra vez será, yo no tengo Tinder.

    Ahora que estas en época de cambio que quieres que el destino te acerque a una escuela cerca del mar ves en la plaza escrita una frase en el suelo: El camino del mar empieza aquí. Pasa el tiempo, el frio, la vida y de vez en cuando muevo mi cuerpo que no va al ritmo de la mente. Después de unas horas largas acabamos en el ayuntamiento para poder cambiar el aceite. Todo un lujo poder utilizar el lavabo del ayuntamiento. ¿Dónde están las regidoras? ¿Dónde está la chica del sueño?, para que quieres un condón? No, la madre disecada no por favor.

    Cuando por fin parece que os vais, te dicen que quieren estar un poco mas en la carpa. Eres tu madre, no la de Anthony no, ella está más delgada. Prefieres ir a casa, pero aguantas. No dirás el nombre del compañero, pero recuérdale que la princesa ya no le necesita. La viste pidiendo fuego al dragón.
    Por fin os vais y cuando lo hacéis el hombre con nombre de príncipe te recuerda su edad. Umm. Quería ir a Gélida. Tu sí que estas gélido.

    Te dice a ti y a Anthony Perkins que en ciertos lugares como ese hay mujeres más próximas a su edad y él puede tener más éxito. Qué bien en un mismo día te has quedado sin plan, con un condón, pasando frio y ahora te llaman abuelo. Además, no será la primera vez. Aunque mañana verás un escrito para tu amigo en las calles de tu ciudad de Josep Foix. Busqué la juventud, pero me quedé con la sabiduría del otro hombre. Así dice más o menos esa frase cerca de la casa de mis tíos.
    Ves la hora del reloj que te dice, reten esa hora, porque en unos momentos verás un cartel con la distancia entre Igualada y Manresa que te recordará a la hora. Tu trabajaste en Manresa y viviste de todo profesor.
    Llegas a tu casa, pensando en el sueño que no fue. Días más tarde piensas en ese número. Al girar ves un coche con ese número. Al lado de la escuela donde iniciaste el voluntariado y junto al centro de yoga.
    La servilleta del Nexus tenia un número: el 33, el príncipe amigo dijo su edad: 33, cuando eran las 3 y 33, segundos más tarde vi la distancia en ese cartel: 33 km para Manresa. El coche tiene una matrícula: 3312.
    Al llegar a tu casa cierras los ojos y dices: Gracias Alicia, di 33 y busca la verdad dentro de ti. En medio de esa noche la realidad y el sueño se fusionaron en el mundo del 33. Así es mi realidad, así es la tuya. El camino del mar empieza aquí.

  4. admin

    Salir de la zona de confort

    Te despiertas como cada mañana de los últimos veinte años con el sonido desagradable de la alarma. Sigues la rutina de todos los días, arrastrarte hasta la ducha, tomar un café recalentado y un cruasán de bolsa. Te miras en el espejo y no te reconoces. Te imaginas veinte años más haciendo lo mismo y parece que el suelo tiembla, te entra una angustia que no habías sentido nunca y bajas en el ascensor como quien va al cadalso. Como siempre irás a la entrada del metro por el mismo camino, llegar al Mercadona y girar a la derecha y mientras vas caminando como quien se dirige al cadalso te parece escuchar unas voces con acentos extraños que te susurran ‘Sal de tu zona de confort’ ‘Atrévete a ser diferente’ ‘Locura es hacer siempre lo mismo y esperar resultados diferentes’ ‘Toma el control de tu vida’.

    Por eso, cuando llegas al Mercadona, en vez de girar a la derecha, giras a la izquierda. El universo ha conspirado a tu favor porque te encuentras con la sonrisa más bonita que jamás has visto y unos ojos verdes, enormes, que te miran directamente y se acercan hacia ti. Te tiemblan las piernas, no puedes creer que haya sido tan fácil. Te pregunta ‘Hola, que tal’ y balbuceas un ‘Bien, gracias’ porque no puedes decir nada más por los nervios y el millón de mariposas que se atascan en tu garganta. ‘Quería hablarte de un problema enorme, mundial ¿Tú sabes cuántos niños mueren en África por enfermedades que tienen cura?’ Tú no lo sabes y lo preguntas ‘Miles, millones, y muchos se podrían salvar con medicinas que apenas cuestan un euro. Por 10 euros al mes, si te asocias a nuestra ONG podrás salvar a 10 niños ¿Maravilloso, no?’ Asientes con la cabeza y dices que sí, que claro, que hay que salvar a esos niños, pero que con 10 euros no son suficientes, que te acompañe al banco porque no vas a salvar a solo 10, vas a salvar a todos los que puedas con tus ahorros, porque has tomado el control de tu vida y le has pegado una patada a la rutina para siempre.

    Y esos ojos verdes te acompañan porque por primera vez no le han dicho no gracias de malos modos, y vais de la mano hasta la sucursal bancaria, que a esa hora acaban de abrir. El cajero os mira con cara de malos amigos y piensas que tampoco tienes tantos ahorros, y que aunque salves a mil o dos mil niños serán muy pocos. Te viene un pensamiento a la cabeza, una locura, pero se lo susurras a ojos verdes a la oreja y ves que se emociona, que te sonríe con más fuerza, te agarra de las dos manos y dice ‘Sí, sí, estoy de acuerdo, vamos’ Mientras tú te subes a una mesa y gritas ‘Esto es un atraco’ ojos verdes amenaza al cajero con una navaja que no sabes de dónde ha sacado. Empezáis a recoger billetes y más billetes que metéis en una bolsa promocional de la entidad bancaria. Os miráis con entusiasmo ¡Vais a salvar a muchísimos niños!

    Pero al salir por la puerta véis como se acerca la policía, el cajero ha debido pulsar algún botón de alarma. Pegas un empujón a un chaval con la gorra para atrás que va encima de un patinete eléctrico. Siempre has tenido ganas de hacer esto y ahora es tu oportunidad. Os montáis en el patinete y empezáis a huir. No va muy rápido, pero más que la policía a la que empezáis a dejar atrás. Suena un disparo. Era de advertencia pero el próximo puede ser real. Miras a ojos verdes y le dices ‘Sálvate tú. Salva a los niños’. Te bajas de un salto con las manos en alto y aunque los policías te tiran al suelo y te ponen las esposas puedes ver, de reojo, como el patinete se aleja, fuera del alcance de los perseguidores. Lo has conseguido.
    (continuará…)

  5. Carlos Gallego

    CÓMO PASAR UN DÍA MÁS EN EL PLANETA: MANUAL DE INSTRUCCIONES

    Básicamente, usted tiene que conseguir matar el tiempo, evitar a toda costa ser consciente de la realidad; su supervivencia depende de ello.

    Levántese a la hora habitual. Dado que todas las operaciones matutinas son terriblemente aburridas y solitarias, conecte la radio y déjese envolver por esa mezcla de frivolidad y dramatismo catastrófico que destilan los noticiarios. No se asuste, el mundo filtrado adquiere un carácter de entretenimiento que lo hace apropiado al no pensamiento.

    Le felicito, ha superado la primera fase.

    Váyase al metro.

    Intente andar ofuscado con la cabeza gacha. En la estación, con suerte, bajará al andén en el momento justo en que entra el tren, sino es así, ha llegado el momento de sacar el móvil. Es fundamental que lo haya cargado durante la noche, pues ésta no va a ser la única ocasión en que lo va a necesitar; tirará de él más veces. Consulte cualquier cosa. Revise los mensajes. Con seguridad no hay nada que importe lo más mínimo; raro sería. Da igual, su metro ya ha llegado. Entre. Continúe con el móvil. Si son demasiadas paradas, los mensajes no serán suficiente, va a tener que recurrir a las redes sociales.

    Ha llegado usted a su centro de trabajo. Siéntese con parsimonia, encienda el ordenador con gravedad y consulte su correo corporativo. Dudamos que haya algo realmente urgente, pero le ocupará un buen tiempo. Si ese día se encuentra usted imbuido de un espíritu laborioso, aproveche ahora para hacer aquello “tan importante”. Con todo esto, habrá alcanzado la hora del almuerzo.

    Recomendamos hacer este ritual en grupo, ayuda a silenciar todo raciocinio. ¡Imagínese solo delante de un café y un mini de chorizo! El riesgo de introspección es elevado.

    De vuelta en su silla. Es probable que durante el paréntesis alimenticio haya surgido un tema de conversación que no ha quedado cerrado. Aprovéchelo. Ya sea con un único uso o empleándolo de manera intermitente, le permitirá transitar hasta la hora de comer. Si usted es de los que gustan de los deportes, enhorabuena, podemos afirmar que la estrategia ha tenido éxito.

    Durante la comida (si no es de esos privilegiados que acaba a las tres), evite de nuevo quedarse solo. Le podría asaltar la idea de dedicar ese espacio de tiempo a leer. ¡Cuidado! No lo recomendamos, como hemos dicho, es una práctica aislacionista y que incentiva la reflexión. En caso de verse abocado a la soledad, refúgiese en el móvil. ¡Qué gran invento! Una serie, un juego o las redes sociales vendrán al pelo. De cualquier forma, le recomendamos que no sea un ermitaño. Únase a algún grupo, mientras mayor mejor. Si los temas no fluyen, pidan vino con gaseosa, surte efecto en el noventa por ciento de los casos. El otro diez necesita de más aditivos.

    Regrese de nuevo al trabajo. El jefe se ha ido o tiene alguna importantísima reunión, así que es un buen momento para que explore internet o juegue un poco en el teléfono.

    Ya lo tienes. Podemos tutearnos, ¿no? Otra dosis de metro y estás en casa.

    En este punto puedes aplicar el método tradicional, avalado por años y años de desarrollo. Haz una parada en el bar. Siempre hay alguno de los habituales sino tienes al camarero, ese no puede escapar. Si sabes jugar tus cartas, desde aquí llegas al último capítulo del día: cenado y mamado. Por supuesto, hay otras opciones. Puede que hayas sido tentado por la vigorexia. Pues a qué esperas, para el gimnasio a levantar hasta acabar derrengado. Luego, a casita, proteína y a sobar. Es la mejor opción en caso de querer seguir con una vida activa lejos del alcoholismo. Las otras alternativas, cursillos, hobbies y voluntariado, entrañan ciertos peligros. Por otro lado, puede que pertenezcas al grupo de los antisociales. Si es así, encerrado en casa, dispones de la tele, la tablet y el ordenador (y el teléfono, claro). Te lo repetimos, nada de libros.

    La hora de cenar (si eres vigoréxico o borracho ya estás en el sobre). La comida congelada o pedir por teléfono son las opciones más acertadas. El glutamato y el exceso de sal te petarán el cerebro, eso sí, riégalos con un par de birras (o más) para cortocircuitar cualquier conato de resistencia. Si no lo has hecho aún, corre, enciende la tele. Trágate series hasta quedar roque. Después, arrástrate hasta la cama o duerme en el sofá hecho un guiñapo.
    Si esto no ha sido suficiente, dale al podcast. Aquí sí, cuanto más profundo sea el contenido, mejor. A estas alturas no hay peligro, no conseguirás acompañar ningún razonamiento o idea.
    Duérmete.

    Esperamos que este manual te haya sido de ayuda, puedes complementarlo con otros materiales como “Superando el lunes”: “No, no soy positivo” o “Glosario de excusas para conocidos, amigos y parientes”.

  6. Julián

    LA CHARLA

    Solo necesito tres minutos pero necesito que no me interrumpas, que me escuches atentamente y después podrás hacer las preguntas que quieras o te levantas y te vas, pero quiero que atiendas y te comportes como una adulta. Ahora que te estás haciendo mayor es importante que tengas claras algunas cosas, estoy seguro que con las amigas habréis hablado y que algo sabrás, probablemente te crees que lo sabes todo y que no hace falta hablar de esto, pero quiero explicártelo yo directamente para que tengas la información y no te equivoques, o al menos que te equivoques lo menos posible.
    Ya me imagino que sabes lo que es esto. Mira, coge la caja y cuando quieras la abres y miras como son. Yo no te preguntaré nunca dónde está esta caja, si ya la has abierto o incluso si ya has usado alguno. Esto es cosa tuya y es parte de tu intimidad, así que no tienes que sentirte obligada a dar explicaciones a nadie, ni siquiera a mí ni a tu madre.
    Lo que quiero que estés familiarizada con ellos porque llegará el día que puede que lo hayas previsto o puede que llegue sin haberlo esperado y te sentirás bien con un chico, tendrás ganas de estar con él y la idea es que los tengas a mano, que siempre lleves uno o dos en el bolso y que en el momento dado, antes de hacer nada, se lo pongas al chico o le pidas que se lo ponga. Esto es muy importante porque el problema realmente no es que te quedes embarazada, que hoy en día tiene solución, el problema más grave son las enfermedades que puedes llegar a coger y para algunas no tienen remedio o para otras puede que sean difíciles de erradicar.
    Tienes que saber que en el momento que estéis excitados os va a costar mucho parar, tu tendrás ganas de hacerlo y el chico con la excitación seguramente te va a insistir, te asegurará que no pasa nada y tú querrás confiar en él, pero si no lleva protección es necesario que pares y no sigas adelante. La responsabilidad es tuya, solo tuya.
    Oirías muchas veces que el chico es el que debe llevarlos, pero eso no es verdad. Si lleváis los dos, mejor que no los lleve ninguno. Y llevarlos en el bolso no te convierte en nada más que en una chica precavida, de hecho no hace falta que se lo digas a nadie, ni a las amigas si no quieres, no te sientas obligada a decirlo porque puede que ellas estén equivocadas y te den un mal consejo, pero intenta llevarlos en el bolso porque el día llegará y no sería bueno que te coja desprevenida.
    Y ahora, si tienes preguntas me dices y si quieres me voy que te has puesto roja como un tomate y te veo incómoda, pero puedes estar segura que está siendo más difícil para mí que para ti.
    –Papá… no sé qué decirte… te agradezco los condones que siempre me da corte comprarlos…

  7. Irina

    Los enigmas de la memoria

    No, cariño mío, no te acordarás de mí. De todos aquellos momentos que repaso en mi memoria una y otra vez como aquella ecuación matemática que no tiene solución, pero obsesivamente sigo buscando agujeros en la lógica de números y símbolos con el anhelo de encontrar aquello que no existe. ¿Tal vez simplemente no lo he mirado bien? Incompletudes de la vida, teoremas indemostrables.

    De cómo nos reíamos la noche que nos conocimos. ¿De qué? Ya no me acuerdo. De tonterías. Los detalles que desvanecieron en la bruma de las anécdotas sin importancia. Andábamos por las calles nocturnas de Barcelona en decadencia, la ciudad vestida del azul marino con lunares, las farolas que aún sostenían el presupuesto, y no nos importaban ni la invasión de ratas, ni los precios de parking, ni conspiraciones de los gobernantes o falta de aquellos que gobernarían de verdad.

    De cómo no te atrevías a besarme, pero seguías repitiendo lo guapa que estaba, y me sentía guapa bajo tu mirada admiradora, en mis faldas voladoras de colores desorbitados. Yo me fijaba en tus manos y tu pies, pensando que eran demasiado pequeños, meditando sobre las leyendas urbanas que extrapolaban los tamaños como medidas de la masculinidad. No tenía ni idea.

    De los barcos meciéndose en el horizonte, los heraldos de la libertad a que ansiábamos juntos y cada uno por separado, las velas propulsándonos en las direcciones opuestas. De las historias con pistolas y cócteles, islas lejanas y conquistas gloriosas; las reminiscencias oníricas de la vida como una película, que sigue siendo una vida. Las historías las contabas tú, yo escuchaba, esperando a que llagase el momento para impresionarte con mis propios relatos. Solo te hacía falta preguntar. Me tenías en tus manos…

    Te gustaba tanto, y luego te deje de gustar. O, más bien, te dejó de gustar que te gustaba tanto. Me abrazaste aquel día hibernal, al frente del horizonte lleno de velas —el olor a las crónicas del mar, las leyendas de acracia—, y me sentí en casa. Pero tenías frío y retiraste tus brazos, y me encontré huérfana. Nunca te lo dije, porque los buscadores de la libertad no podían permitirse tales sentimientos. Eramos prisioneros de nuestros propios barcos.

    De cómo paró tu corazón cuando puse mis manos sobre tu espalda, un cuerpo hecho de acero. Célula a célula de la desnudez inesperada. Finalmente hallaste la paz que perseguías tanto. Eras como un bebe en mis manos y, honestamente, no tenía ni idea de qué hacer con tal responsabilidad. Tú estabas seguro de que la paz estaba en alguna otra parte. El corazón corriendo…

    De cómo me burlaba de tus pestañas. ¿Para qué necesita un hombre un artilugio así? Pero todo dentro de mí se encogía de ternura cuando movías los párpados con exageración, bromeando. Mirabas con fascinación cada vez que me hacía la trenza. Te pregunté si debería cortarme el pelo. Dijiste que estaría guapa de cualquier manera. “Una respuesta correcta” reí, en lugar de admitir que quería que me dijeses que no, que te gustaba cogerme por el pelo para estirar mi cabeza por atrás para hacerme sentir que era tuya.

    ¿Era tuya? ¿Más allá de nuestras fantasías no compartidas? ¿Son capaces de pertenecer uno al otro aquellos que ponen en el pedestal los ideales inalcanzables? Los momentos de la soledad insostenible, las ilusiones inarreglables, las prioridades que nunca se ponían de acuerdo en el vacío de los mensajes digitales. No nos separaban kilómetros sino las palabras nunca pronunciadas. Las corazas que nos poníamos…

    De cómo me dijiste “Quiero tener hijos contigo”. Lo repetías una y otra vez, susurrando las palabras en el auge de la pasión y con la cabeza fría que aún así negaba calcular las consecuencias. La mía mientras tanto se rompía contra la pared de la incompatibilidad con los sueños libertarios. ¿Los tuyos o los míos? ¿Qué significaba aquel “contigo” en nuestro caso irremediable? Y me partía entre la sed insospechada de un milagro y los presagios aterradores que provocaba en mí la necesidad de cruzar la frontera sin paso atrás, una línea detrás de la cual solo podía haber un precipicio vertiginoso.

    Contando días. Contando rayas, lilas y rosas, malditos dispositivos engañosos. Un presentimiento del milagro que por un momento sí pareció ser viable. Contando las palabras que no querían salir fuera. Contando pulsaciones. Enfados y reconciliaciones seguidos por más enfados sin una posibilidad del entendimiento. Y la sangre que lo limpió todo. Un punto final de color rojo.

    La sangre no es infinita. Un cuerpo solo puede contener lo que una puede sostener. Un cuerpo retorcido. El dolor evaporándose gota a gota, demasiado lento para los siglos demasiado rápidos. Los mitos sobre el tiempo que lo cura todo. O eso dicen.

    No, cariño mio, no te acordarás de mí. Porque yo también te voy a olvidar. Algún día una sensación borrosa de un recuerdo incompleto, un medio recuerdo ni siquiera, se me emergerá en mi memoria ilusiva, y me quedaré sorprendida por este testimonio inesperado del pasado guardado en los archivos clasificados con la etiqueta “No volver a abrir nunca”, y me diré a mi misma después de unos minutos de reconciliación entre realidades:

    “Ah, era aquel…”.

    Y no me acordaré de tí nunca más.

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