Comentaremos textos escritos por los participantes y haremos actividades de escritura en el momento, que nos pueden servir como semillas para la sesión siguiente o no.
Cada sábado tendremos una consigna sobre la cual escribir. Los textos se tienen que poner en los comentarios de la entrada pertinente antes del viernes anterior a la sesión. Podemos poner el texto tal cual o un enlace a un sitio donde leerlo. Los textos tienen que tener, como máximo, 900 palabras. Cada participante tiene dos compromisos: a) Escribir un texto y b) Leer los de los compañeros.
El laboratorio tendrá un número limitado de participantes. Para cada sesión podrán asistir quienes cumplan las dos condiciones anteriores, por orden de presentación de textos. Pedimos a todos los participantes honestidad y buen rollo.
La consigna en esta ocasión es escribir una historia basada en los discursos, las palabras de agradecimiento que se suelen decir en un funeral.
Tenéis que escribir vuestros textos y ponerlos en los comentarios de esta entrada, bien pegando directamente el texto, bien poniendo un enlace donde leerlo hasta el jueves anterior a las 12 de la noche. Tenemos hasta la sesión para leer los relatos de los demás.
Cualquier duda la podéis preguntar por el grupo de Whatsapp.
Del cielo y el infierno
y la verdad es que anoche, aunque yo no soy religioso, por un momento pensé que quizá estaría bien que existiera el cielo. Bueno, estaría bien siempre y cuando los únicos que tuvieran cabida en el cielo fueran las personas realmente buenas, al margen de sus creencias religiosas. Y lo pensé porque estoy seguro de que, si realmente existiera un cielo justo y verdadero para las personas buenas de verdad, ahora mismo nuestro amigo Pablo estaría allí.
Sí, Pablo era bueno de verdad, era intrínsecamente bueno, no había en él nada calculado ni interesado, y por eso era tan querido por tanta gente. Era tan bueno que no entendía la maldad. A veces, cuando hablaba con él sobre lo que pasaba en nuestro entorno, qué había hecho tal o cual persona, lo notaba invadido por un sentimiento de impotencia, de tristeza ante tanta maldad y egoísmo que nos rodea. Ser su amigo, y poder compartir con él ese sentimiento, ha sido muchas veces todo un consuelo para mí.
Ya voy acabando. Pablo vivió muchos años y siempre mantuvo un gran su sentido del humor, como bien sabemos los que compartimos tantas memorables conversaciones con él. Y hoy, creo que, para todos, no es solo un día para estar triste, sino también un día para estar agradecidos por haberlo conocido.
Tenía previsto acabar mi despedida aquí, pero ahora creo que voy a añadir algo más. Antes os he contado cómo ayer, por un momento, deseé que existiera el cielo para que Pablo estuviera ahora allí. Pues ahora os voy a explicar lo que acabo de desear, justo al ver a algunas personas sentadas en este auditorio. Ahora mismo estoy deseando que también exista el infierno. Que exista el infierno y sobre todo que exista una verdadera justicia divina, una justicia que juzgue quien va al cielo o al infierno por su auténtica bondad o maldad, para que vayan al infierno todas las personas que han tenido una vida egoísta y mezquina, incluyendo algunas personas miserables que están aquí mismo en esta sala, que a pesar de todo el daño, el inmenso y cruel daño que le hicieron a mi amigo Pablo, y que están ahora mismo mirándome hipócritamente como si nada, como si todo lo que estoy diciendo no fuera con ellos.
Lamento plañidero
En la cama hospitalaria y más desahuciado que un crisantemo marchito, así me lo encontré. El viejo amigo. Amistad vieja retorcida por agravios y desagravios. Joder, me debía, todavía, cien euros. No es por la cantidad, ¡no, joder! Es por dignidad.
Me acerqué y olía a cadáver. A un pelín de achicarme, pero la dignidad luego se cabrea.
Le susurré a la oreja.
—Adán que de ésta no sales, ¿y los cien euros para cuándo?
¡Cabrón! Le brotó una sonrisa maligna, un estertor medio cachondo y se acabó, mi hizo el «simpa» instantáneo, tieso como mojama. Otra vez, qué cabreo. Me acerco a Eva, su mujer.
—¡Adán ha muerto!, ¡mi mejor amigo! —tuerzo el gesto mientras la abrazo.
—Oh, Caín, ha expirado en tus brazos. Agradezco a la divina providencia por reunir en el lecho de muerte a su mejor amigo.
¿Extraño os parece? El, Adán, y yo Caín. Con cuatro años, en la guardería de La Creación Divina, le hizo gracia mi nombre y me señaló como amigo.
Torno a abrazar a Eva, desparramo palabras de congoja y pena.
Cuchichea con su hija, Esther. Ésta, duda, pero cede.
—Caín, a Esther y a mí nos gustaría que le dirigieras unas palabras póstumas a Adán. Del mejor amigo al mejor amigo —Eva, me toma la mano suplicante.
¡No me lo creo!
Peor que un complot judío masónico; joder, Adán, te estás cachondeando que te cagas, cabrón. ¿Seguro que lo veías venir? Algo le dirías a Eva. No cobro y encima tengo que sollozarte unas palabras de loa.
Domingo, once de octubre, las doce en punto, Iglesia del Perdón y Buenaventura.
A dos pies de Adán, él encajonado de muerto y yo de vivo en el atril dispuesto al panegírico. El cura detrás, la familia delante, y gente de toda condición, amor, odio, indiferencia, vestidos cromáticos y vaqueros de tocarse los huevos. Esa diversidad emocional tan inclusiva.
Con mi traje gualdo suave, capa roja con alzacuello, bambas rosas y calcetines negros. ¡Alegría, alegría al muerto! Que nadie me malinterprete.
El atril se configura tal que columna griega acabada en un capitel para los papeles y libros de salmos, tan bonita como molesta, el giro de columna roza mis partes.
Nervioso, me disparo sin preámbulos.
«Oh, Adán. De niño me hizo su amigo sin contraprestación, tan sorprendido quedé que nada pude oponer. A los cuatro años y ya quedamos a símil de prometidos sine die, y sin divorcio regulado. Ni siquiera concebí tan larga amistad por lo que no hice capitulaciones matrimoniales. Esa fue nuestra amistad, de pedir y de dar, él daba amistad y yo algo más material»
Interludio.
Amigos de pronto, y de sopetón el me reclamaba la mitad de mis chucherías. Obligado a llorar y patalear a mi madre para que comprase más cantidad, pues su amistad me obligaba a partir por dos. Su madre se enorgullecía de que su niñito no paladeaba chuches. Qué guasa. Encima, Adán, tenía una moto eléctrica «top ten», infantil, claro, pero ni tocarla me dejaba. Yo tragaba.
Prosigo, ajeno a las caras de progresiva malicia.
«Entrados en edad, quedamos amigos de alma y cuerpo, de correrías, bailes y verbenas. Yo iba provisto de buen peculio, él se proveía de chicas, y a su criterio repartía, si yo bailaba con moza, me la pedía. Adán no era de Eva, sino que gustaba del manzano, todo polisémico; pero de amigo a amigo alguna Eva bien mordida me cedía. Esas pequeñeces de amigos. Y aquella mili que hicimos en Zaragoza…»
Interludio.
Nuestra amistad tiranteaba, mi honor ora me insultaba rojo de vergüenza ante tamaña desfachatez. Pero la mili nos sorteó en igual plaza y reemplazo. Se disculpó, me abrazó, pelillos a la mar. Bien que mal, ahí quedamos.
Pero Adán gozaba de desvergüenza y simpatía a la par. Cada día me rogaba un euro a cuenta, a veces dos, para un café o dos en la cantina del cuartel. Poca cosa, y ni lo devolvía ni asomo hacía. Intentaba despistarme, pero mi integridad era perro mordedor. Así que lo reclamé, y Adán, delante de los compañeros se mostró honorable, me devolvió un euro, de ciento uno, y ante el cielo juró que, hasta el último chavo. Asimismo, juró: que él jamás habría reclamado tal minucia. Del primero al último lo creyó. «Agarrado, rácano», decían.
Tocado y hundido.
«Era Adán de naturaleza noble, te pedía, convencido de hacerte mejor, no por arrancarte los euros, sino el egoísmo interno. Gastaba lo de los demás, no por capricho; pretendía educar en la generosidad. Buen amigo, y espero que generoso marido de Eva. Siempre pensé que yo lo mantenía. Qué ridículo gasté cuando me presentó a Eva. Lo nuestro había finiquitado, pensé, y me alejé aliviado»
Eva me traspasa arrebatadora, en rojo grana. ¡Qué buena está! Pero este mamón no se larga al otro mundo de niño bonito. Jope, el rodeo de la columna del atril me roza la entrepierna. Ojeo a Eva y me roza.
«Alabo de Adán ese educarnos frente al egoísmo dinerario. Lo último, cien euros. Pero, mea culpa, sigo siendo egoísta. Lo lamento, Adán. Y si tú, ínclito amigo, no has sido capaz de enderezarme, ¿quién podrá? Nadie. En tal tesitura, en tal imposibilidad, ya que egoísta quedo reclamo los cien euros».
Eva, boquea cual sardina en ahogamiento.
¡Cómo me roza la columna del atril en la entrepierna! Y Eva entre sofocos.
LONG LIVE THE KING
—Ya sé que a los difuntos hay que elogiar, pero menos mal, tío, menos mal. Mira que no soy rencoroso y me gusta ver el lado bueno de las cosas, pero no lo soportaba.
—Últimamente lo decimos en cada evento de estos.
—Ah, ¿sí? Pues, ¡es una buena noticia! Por lo menos algo de estabilidad.
—Es que eres demasiado optimista. Yo, a la diferencia de ti, me aferro a las estadísticas. Esperamos a un mesías, que venga y nos arregle las cosas por el arte de magia. Pero observando a los fallecidos, solo puedo concluir que cada vez van a peor. Tal como están las cosas, no nos va a salvar nadie.
—No seas tan pesado. A mi me gusta pensar sobre ello como una transformación, un acto de renovación que trae consigo la esperanza de empezar de nuevo, hacer las cosas mejor, con las energías rejuvenecidas. La muerte es un nacimiento de algo más.
—Claro, de falsas ilusiones y expectativas poco razonables. Pero toda nueva vida, empezada un lunes, para el martes ya está muerta. ¿Sabes dónde está tu bono del gimnasio?
—Eeeeehhh… no…
—Exactamente.
—No seas aguafiestas. Mira, si queremos que el que vendrá sea mejor, necesitamos encontrar en nuestros corazones agradecimiento por todo lo que nos ha aportado el que se ha ido.
—¿Y qué nos ha aportado? ¿Caos, pánico y desorden? Si era un inútil.
—¡Ya lo sé! ¡Ha subido la cripto!
—No te preocupes, no durará mucho: acabo de comprar bitcoin.
—¿¡Pero por qué me haces esto, tío!? Si sabes que eres un gafe con los mercados.
—Mi astrólogo me predijo que tengo que superar una caída importante. ¿Prefieres que caiga el bitcoin o algo más sustancial?
—Es que no hay manera de hablar contigo, siempre tan pesimista. Si estoy de acuerdo contigo: el difunto era un desagradable. Pero tal vez solo era un presagio de una crisis como una limpieza. Tal vez lo peor ya ha pasado. Yo voy a creer que el que viene será mejor. Todo es posible, solo tenemos que mantener vibraciones positivas.
—Vale, tu haz esto. Yo te llamaré desde un bunker para ver qué tal te va.
—¡Ves! Por lo menos esperas que habrá algún bunker para ti. ¡Ya vamos bien!
—No tienes remedio, tío. Mejor pásame las uvas. Que como siempre con tu optimismo llegas tarde.
—¡Oh! ¡Es verdad! Ha llegado la hora, ha llegado el momento del cambio. Miraremos al futuro con esperanza, y todo irá bien. ¡Feliz Año Nuevo!
—Ya lo veremos, tío, ya lo veremos.
Un texto para el recordatorio
Intento escribir algo para el recordatorio de la ceremonia, me siento con mi hija en el sofá, no puedo pensar, mi suegro murió ayer y me siento muy triste, en el borde del abismo, fue un hombre que siempre se hizo querer y me consideró como su hijo. Llevamos una semana muy intensa desde que entró en el hospital cuando nos dijeron que apenas le quedaban unos días de vida, la despedida ha sido muy dura, en cuanto abra mi mente para escribir sé que me voy a romper y no quiero hacer una escena delante de toda la familia. Los hombres no lloran. Tengo un nudo en la garganta que me impide respirar bien. Júlia espera a mi lado, me da un beso cariñoso, siente mi impotencia por escribir, nos sonreímos con pena y me obligo a pensar en otra cosa para no romper a llorar.
Tenemos que entregar el texto mañana por la mañana, si no soy capaz de escribir algo nos dieron varias opciones en el tanatorio incluido el socorrido Padrenuestro. Por la tarde busco con Júlia en internet algún texto que nos sirva como idea, no quiero encontrarme cómo esta mañana sin ideas ni fuerza para escribir. Encontramos uno que nos gusta, Júlia traduce el texto al catalán, es el idioma que hablaba a su Avi y es con el que se quieren despedir. Yo no había pensado en ello y me conmueve este detalle.
Más tarde estoy sentado en la butaca, toda la familia está sentada en el salón hablando entre ellos y me pongo a intentar mejorar el texto, quisiera personalizarlo, sé que puedo hacerlo. Nadie se percata de que estoy con el Ipad tratando de escribir y me aíslo, pienso en mi suegro, lo que le gustaba, lo que representaba para nosotros, el legado que nos ha dejado. Arreglo una frase, elimino otra, añado una más. Me rompo y lloro desconsoladamente, las lágrimas emborronan mi visión y no puedo seguir. Júlia se da cuenta y se acerca a mí, me abraza con su cuerpo y sus brazos, me da besos y yo me siento reconfortado con su amor, con su cariño. Ahora todos se han dado cuenta que estoy llorando, que soy el centro y me da apuro. Los hombres no lloran y por eso me escondo en el hombro de mi hija. Lee el texto y dándome besos me dice que le gusta mucho como lo he mejorado.
No ploris, no soc aquí
Estic en el vent que t’acaricia
Amb tu quan camines
A les ones del mar de Pineda
En les estrelles que brillen a la nit
T’estic protegint assenyalant el camí
No ploris, no soc aquí
Estic en el teu record i en el teu cor.
Nos mantenemos abrazados un buen rato y cuando consigo recomponerme le digo que se lo haga leer a su Yaya, no tengo claro que prefiera poner el Padrenuestro. Mi suegra se toma su tiempo en leerlo, me alarga su mano y presiona la mia, me mira a los ojos con tanto agradecimiento que es el mayor reconocimiento que nunca he recibido por un escrito mío.
La noche oscura:
Se despidió de su mujer como cada día. Un beso en cada mejilla, un abrazo a sus dos hijos gemelos. Jack escritor de mediatinta, poeta de noches aciagas cambió su destino cuando el punto de inflexión acudió al cruce de caminos. Durante años trabajó en el periódico local de Jacksonville. Un pueblo de 1000 habitantes, en medio de la montaña sin saber quién lo alejó de la urbe. La mayoría de los jóvenes se fueron a la gran ciudad. La vida de campo era dura y no todo el mundo estaba dispuesto a levantarse a las 7 de la mañana para muñir las vacas, cosechar la tierra y abrir el corazón del pueblo: las tiendas. Un pueblo de gente mayor, donde la Diosa azteca Catrina sabía que no debía moverse de sus entrañas.
Su trabajo en el periódico local le proporcionaba un sueldo de monotonía. Le permitía vivir, sacar adelante a sus hijos. Su sueldo y el de su mujer, administrativa del mismo periódico les permitía salir adelante. Cuando recibió la llamada de su amigo dudó.
El ofrecimiento de formar parte de la plantilla de escritores que despedían a los fallecidos fue muy tentador. 5 años atrás cuando su amigo James le hablo de su idea de montar una empresa para escribir para los funerales él no le tomó en serio.
-Jack te digo que es una buena idea. La gente es incapaz de despedir a sus difuntos, se emocionan, se rompen, emiten discursos vacíos. Son palabras que a veces no están a la altura de los que se fueron. Les daremos opciones una vez nos den toda la información. Darles el discurso y enseñarles como despedir a su ser querido o darles el discurso y ser nosotros quienes lo despidamos.
¿Pero James quien va a pagar por esto?, todo el mundo quiere despedir a los suyos, no importa si saben escribir o expresarse, como si no saben leer.
– Ya verás cómo funciona¡, lo querremos todo de los que se van: Sus fotografías, sus vicios, su vida, sus amantes, drogadictos, alcohólicos, lesbianas, borrachos, Les daremos dos discursos; uno para despedir al fallecido ante los demás y si el individuo lo merece otro para la intimidad, para devolver todo el veneno que el posible cabrón dio a los suyos.
La idea extravagante funcionó y 5 años más tarde James volvió a llamar a la puerta de Jack. Esta vez Jack aceptó. Allí estaba el entre escritores de media vocación, románticos de media asta elucubrando discursos. Un equipo de 10 personas que funcionaba como un reloj.
A ver chicos que tenemos hoy:
María Luisa 95 años, una mujer de costumbres fijas, le gustaba hacer ganchillo, adoraba a sus nietos, os paso toda la información. La familia nos ha pedido un discurso tierno, la despedirá su marido. Dice que solo quiere el texto. Coger toda la información, prepararlo y después elegimos, ya sabéis lo de siempre. Si lo necesitáis allí tenéis el alcohol, El tabaco y las drogas para el que necesite subir el grado de inspiración. Quiero los mejores discursos chicos, cada uno sabrá como hacerlo. Si vais a fumar abrir la ventana, si empezamos con las “plantitas” allí está el lavabo.
Jack necesitó un tiempo para su nuevo trabajo, pero poco a poco lo consiguió: ¿James que te parece empezar así?
-Mientras la mujer cogía la aguja para tejer la ropa, sus nietos se deshacían entre los hilos de la vida.
– Jack recuerda lo que te he dicho otras veces, no abuses de las metáforas. Esta es una familia de trabajadores en una empresa de embutidos. Son gente que el papel que mas han visto es el higiénico. Si empezamos así, harán con el discurso lo mismo que hacen con el otro papel. Adáptate al lector, recuérdalo bien ¡
Jack sabia que tenia razón, se lo enseñaron en la facultad, no escribes para ti, escribes para tus lectores. Como no les guste hasta el muerto se levantará para silbarte.
Chicos hoy tenemos una que os gustará: Mujer casada, profesora de lenguas, 3 hijos. Su marido la pilló en la cama con otro. El susto fue tan grande que le dio un infarto a los 60 años. Quiere un discurso impecable, que lo hagamos nosotros. Quiere un segundo sermón para ponerse delante de su foto cuando nadie lo vea y decirle lo que piensa de ella. Hombre creyente, cada domingo iban a misa, 5 hijos, una familia modélica hasta que la pillaron, venga Jack. Se llamaba Cathy.
Para el primero: Cathy siempre rezó a Dios. Rezó cuando el milagro de la vida salía del vientre materno hasta cinco veces, rezó cada vez que el diablo les venia a buscar, rezo y rezo, desde donde nos ve, sigue rezando por nosotros.
Me gusta, mejor, ves no es lo mismo escribir para el que fabrica chorizo que para el que lo come. El resto como lo veis?
En esa pandilla de escritores frustrados, en esa mezcla de gente joven, abuelos, hombres, mujeres, sabelotodo, vampiros de sangre hubo opiniones para todos los gustos.
Vamos con el siguiente, darle un poquito de María
– Jack imagina que es tu mujer.
Cuando la maría hizo su efecto Jack entro en el papel: Mujer de mentiras y traiciones, toda la vida rezando, toda la vida enseñando a los niños y mira como acabaste. Ladrona de corazones, moribunda de la vida. En esta vida quisiste hablar con Dios en el otro lado saluda al demonio de mi parte. Las lenguas te dieron la vida, las malas lenguas te la quitaron. Tu corazón se rompió el mío se recompuso, hija de mil padres ¡
Le gustaba su trabajo, pero años más tarde otro punto de inflexión acudió a su vida. James fue descubierto. Envenenaba a los mayores del pueblo para tener clientes fijos. Menudo impaciente, no podía esperar el ciclo natural ¡Tanta pasión por escribir lo trastocó! Jack se quedó el negocio, no tuvo que cambiar el cartel del local: J Despedidas S.A.
Chicos a ver esté. Se fundió con el papel de su mesa y cuando cerró los ojos este voló con su alma para ver las estrellas.
¿Muy psicodélico, para quién es?
Para mi cuando me vaya, a ver si os pensáis que os lo dejaré a vosotros. Dejar la maría para después pandilla de soñadores perdidos¡
Naufragio
¿Cómo he llegado hasta aquí si no tengo piernas? ¿Cómo puedo hablar si mi voz quedó deshecha en mis entrañas? Tengo el grito atascado en la garganta. El aire está hecho de ortigas. Araño la tierra con mis uñas agrietadas. Mis pies están en carne viva y no los siento. No siento nada, los dioses han apagado mi entendimiento, han devorado mi corazón. No quieren devorarme las hienas porque huelo a desgracia. ¿Tienes frío, hijo mío? No tengas miedo porque está oscuro, te volveré a cantar tu nana preferida, la que aleja a los espíritus de la oscuridad. ¿Te hacen daño sus dientes? Son cosquillas, amor mío, así besan los peces. Quieren que vuelvas a la tierra. No volveré a comer pescado en mi vida. Los mares son las lágrimas de todas las madres del mundo, generación tras generación, llorando por la crueldad del mundo. Quisiera cortar la lengua que te dio la bendición. Tus ojos brillaban ‘Madre, todo será mejor, aquí no hay futuro, solo hay muerte’ Ve, mi amor, si es tu sueño. No quiero ser la piedra atada a tu espalda. Los hijos tienen que volar, no hundirse. Ojalá te hubiera dado una tunda y te hubiera encerrado como cuando eras pequeño. Siempre de un lado para otro, siempre inquieto. Un pequeño monito que se metía en todas partes, siempre sucio, lleno de tierra hasta en las orejas. Odiabas el agua. Ahora las olas acunan tu sueño. Tus huesos estarán limpios para siempre, a salvo de las hienas. Escondidos en la oscuridad de la sal de la tristeza. Maldigo la tierra prometida. Maldigo a los nuevos, brillantes dioses. Insectos despiadados que llenan la tierra de ponzoña. Llenaron la cabeza de mi hijo de veneno. Ahora ese veneno está en mi sangre. Alimenta mi rabia. No tengo corazón, lo he arrojado al fuego. Ya no me queda nada, solo la sangre que grita en mis oídos como las olas del mar. Tapo las orejas con mis manos y las escucho, un rugido tenebroso y, al fondo, claramente, una voz de niño que susurra ‘mamá, mamá’ No sufras monito mío, vida mía. Mis lágrimas te acunarán por la noche. Te llevaré los dulces de miel que a ti te gustan. Recogeré tus huesos helados en mi regazo para darles calor. Te contaré los cuentos de Anansi, que era tan travieso como tú y nos reiremos juntos. Todo estará bien, pequeño mío, mi bichito, mi alegría. El dolor me atraviesa y grito, gritamos, miles, millones de mujeres rotas por toda la tierra, un sonido ensordecedor, lleno de bilis negra, de las peores maldiciones. Un ruido que apenas molesta el sueño de aquellos que, al otro lado del mar, duermen protegidos por sus dioses brillantes, para los que somos menos que insectos, no somos nada, ni siquiera números. Mañana tendré que volver, aunque no tenga piernas, y volveré a hablar, aunque no tenga voz, y volveré a soltar mi grito atascado y ronco, aunque no tenga nada más que el odio en la sangre y el recuerdo de tu amor.