Laboratorio 3 de mayo: Título de una canción

Comentaremos textos escritos por los participantes y haremos actividades de escritura en el momento, que nos pueden servir como semillas para la sesión siguiente o no.

Cada sábado tendremos una consigna sobre la cual escribir. Los textos se tienen que poner en los comentarios de la entrada pertinente antes del viernes anterior a la sesión. Podemos poner el texto tal cual o un enlace a un sitio donde leerlo. Los textos tienen que tener, como máximo, 900 palabras. Cada participante tiene dos compromisos: a) Escribir un texto y b) Leer los de los compañeros.

El laboratorio tendrá un número limitado de participantes. Para cada sesión podrán asistir quienes cumplan las dos condiciones anteriores, por orden de presentación de textos. Pedimos a todos los participantes honestidad y buen rollo.

La consigna en esta ocasión es escribir un relato inspirado en el título de una canción. Ocasionalmente se puede introducir el personaje de un antihéroe, pero no es obligatorio.

Tenéis que escribir vuestros textos y ponerlos en los comentarios de esta entrada, bien pegando directamente el texto, bien poniendo un enlace donde leerlo hasta el jueves anterior a las 12 de la noche. Tenemos hasta la sesión para leer los relatos de los demás.

Cualquier duda la podéis preguntar por el grupo de Whatsapp.

11 comentarios

  1. Pedro Picapiedra

    “Mi héroe” de Antonio Orozco

    La corta y estrecha calle Matasiete de León, sus paredes rezuman historias de pisadas, espadas y sangre. Aquí, fue muerto Juan de Velasco por los aguaciles de la ciudad, cuyo compañero, Gil de Villasinta, atravesó por acero a siete aguaciles.
    En tal calle, mi oído alcanza esa música, y de mi oído a mi cerebro, a mis manos que se detienen, a mis piernas paralizadas sobre la silla de ruedas. Inquina y rabia. Transitando por la calle Matasiete escucho esta música.
    «Mi héroe» de Antonio Orozco escapa por la entreabierta puerta del pub «El Purgatorio». «Jamás oí callar tantos tormentos y desastres, y tú, otra vez, cambiando lágrimas por aires…»
    ¡Condescendientes de mierda!
    Empujo mi purgatorio hacia la puerta del pub, entreabierta, que, sin embargo, dispone y opone un pequeño tranco en el suelo. Mi héroe maldice, incapaz de cruzar el tranco; de qué sirven estas canciones laudatorias, miserables palabras desde un buenismo tonto. El bueno que está sano, el que sabe que él no lo desearía por muy héroe que le prometieran. Sin embargo, mi rabia no supera el tranco y quedo yo y mi silla como el peor idiota incapaz sobre la tierra.
    Llegan dos chicas jovencitas e inmediatamente, una de ellas, accede a su buena acción y abre la puerta de par en par al tiempo que larga una sonrisa de buena persona, la otra no se molesta, se desentiende, por lo que es la jovencita sonriente la que empuja mi silla como puede, y supera el escaso tranco.
    Accedo al interior del local. Resuelta mi incapacidad, pedalean mis manos sin mirar atrás, pese a lo cual, oigo sin dilación.
    —De nada ¿eh?
    Me giro y observo a la lenguaraz. ¿La de la buena sonrisa?, ¡no! La otra, la desentendida. Ahora, se implica en ser borde. Me dirijo a la chiquita filántropa.
    —Esperas que te dé las gracias. ¿Es eso?
    Se sonroja, pero calla, descolocada no sabe qué decir.
    —Eres un borde. Nadie tiene culpa de… —la otra.
    —¡Hijaputa! No ayudarías a tu madre, aunque estuviese reventando. Así que calla esa bocaza.
    El barman, testigo de cargo, oída y vista mi reacción, abre la boca como si…, y la cierra porque…, mi silla paralitica impone.
    Reniego de más polémica, giró y aceleró, cruzo un pasillo largo junto a la barra de mil botellas y colores discotequeros. Alcanzo una sala amplia en cuyo centro hay una mesa de billar americano en la que juegan dos fachas merdosos con sus cazadoras de cuero, sus muñequeras de pinchos y sus tatuajes por cuello y cara.
    «El Héroe» calla por boca de Orozco. Me tranquilizo solo a medias pues soy observado en mi rincón por unos y otras, sin una cerveza con la que penar mis piernas inservibles y sin que el camarero se acerque, el muy cabrón.
    El más grueso de los mierdosos, gordo y tripudo, quitada su chupa de cuero y con brazos tatuados más que Google Maps, no ceja en ojearme despreciativo, con ganas. El cerdito me tiene ganas. Me gasearía peor que los nazis. Un tarado como yo no tiene cabida en su orbe tripudo y tonto del culo. Un tarado como él, sí. ¡Dejen espacio para los mierdosos!
    Pero, es el mediano y forzudo el que se anima.
    —¿Qué miras tanto? Te gusta el billar o es que eres maricón.
    —Me gusta más tu amigo, coloradito y gordito, su culito debe disparar pedos de hipopótamo.
    El pub se amordaza cual puta por rastrojo y sisea la música acallando el tono y la voz. Enrojece el gordo mierdoso, descolocado, aprieta el palo y no sabe cómo hacerse pasar por un hijoputa de película. Interviene el mediano.
    —Los tienes bien puestos. Ja, ja, sí señor. Vamos, juega unas bolas, que nos riamos todos. Toma el palo y juega, picha brava. Por mis huevos que vas a jugar.
    —Que sí, guapito de cara, sobra el que ruegues tanto, ¿o me estás pidiendo que sea tu novio? Acerca el puto palo.
    —Hijoputa…
    Expectación general. Adelanta un par de pasos presto a machacarme la cabeza, pero hay muchos testigos. Vacila, ahora, es el otro cerdito quien echa una mano.
    —Que juegue, coño. A ver qué hace esta mierda sin piernas.
    Cojo el palo, percibo su tacto, mis ganas de pegar y pegar a las bolas, sin parar, al precipicio con cada una de ellas, sin perdón ni miramientos. Lo que es, es, sin otra culpa. Una jugada, la bola dentro, otra jugada, dos bolas dentro, y otra, y más bolas dentro, preciso, infalible. Hasta la última bola sin un fallo.
    —Lo reconozco, mierda seca, tienes huevos y, además, sabes jugar.
    El forzudo mediano, ¿qué espera? ¿Qué nos demos un beso? De perdonavidas a baboso peloteo.
    —Me estás babeando, mariconazo.
    Se abalanza, intenta darme un cabezazo, pero me cubro y disparo un puñetazo que apelmaza su pecho. De una patada tira la silla y yo con ella, al suelo, pero comienzan a oírse silbidos y gritos. Un tullido en silla de ruedas despierta la vergüenza de muchos, aun así, persiste con unos cuantos puñetazos, si bien, desiste ante el griterío.
    Su compañero lo empuja y desaparecen. Quedo tendido en mi silla, inservible.
    La chica bien intencionada se acerca para ayudarme.
    —¡Déjame en paz! —le grito.
    —¡Vete a la mierda! —me grita.
    Ajena al miedo mayoritario por enfrentarse con mi rabia, arrambla con la silla y con esfuerzo me levanta. Se acerca a mi oído y me dice.
    —Eres un cabronazo.
    —Gracias —sale sincero, por fin alguien me ha ayudado de corazón, de verdad.

  2. Óscar

    CANTANDO ENTRE LAS ESTRELLAS
    El canal de comunicación interno cloqueó suavemente. Era una frecuencia a la que únicamente tenían acceso las naves de clase FS, cuatro de las cuales estaban ancladas en la estación Columbia esperando la decisión del Consejo Internacional del Espacio sobre cuál de ellas viajaría por primera vez a otro sistema solar diferente al nuestro.
    La llamada interna procedía de la Starlight, y eso me llenó de serena alegría. La Reprise y la Capitol también permanecían estacionadas a la espera de saber qué nave viajaría a Epsilon Eridani, pero la Starlight estaba dirigida por Ava, y eso suponía una gran diferencia.
    —Aquí la Palermo —respondí—. Adelante.
    —Hola, Francis —la emisión cálida y armoniosa de Ava se deslizó por el sistema de comunicación, sorteando con elegancia el vacío que existía entre la Tierra y la Luna.
    —Hola, Ava. Me alegra oírte, como siempre. ¿Alguna novedad?
    —Solo rumores. Me he comunicado con Benny de la Capitol y con los controladores de vuelo de la base de Moonriver, y todos insisten en que dentro de dos o tres días se tomará una decisión definitiva. Pero ya sabes cómo van las apuestas. En todas la Palermo es la gran favorita.
    Era cierto. En los últimos meses se había extendido la opinión de que mi nave sería la elegida, en buena parte porque yo era el que tenía más experiencia de los cuatro comandantes designados. Es lo que tenía ser el primero de tu especie.
    Yo había visto los amaneceres violáceos de Marte, las gigantescas bandas de nubes que recorrían Júpiter a velocidades asombrosas, los lagos de metano de Titán, el gran satélite de Saturno. Y ahora…
    Epsilon Eridani, a más de diez años luz de la Tierra, una estrella algo más pequeña que el Sol, un planeta ligeramente más grande que el nuestro, un denso cinturón de asteroides, un disco de polvo que envolvía la órbita de ese sol que todavía carecía de nombre… Veinte años de viaje. Un viaje sin retorno en busca de un asentamiento definitivo para una raza humana que se estaba consumiendo en la agotada y moribunda Tierra.
    Observé la Starlight desde el visor del puente de mando. Forma de punta de flecha, casco curvado y sugerente que reflejaba la luz del Sol y la proyectaba en una miríada de haces que la hacían parecer una pequeña estrella. Mi pequeña estrella. Ava…
    Si finalmente era yo quien viajaba a Epsilon Eridani, podría comunicarme con Ava de manera más o menos normal hasta sobrepasar Júpiter. Luego habría un retraso creciente en el tiempo en que mis palabras, o las suyas, tardarían en cruzar el espacio entre la Palermo y la Starlight. Al llegar a Urano, esa dilatación sería de tres días. Cuando sobrepasara la nube Oort, una región de objetos transneptunianos ubicada en los límites del sistema solar formada por miles de millones de cometas, el retardo sería de un mes. Más lejos aún, las frecuencias que permitían la comunicación interna entre las naves quedarían inoperantes. Tan solo podría comunicarme por los canales oficiales con el Control de la Misión de la estación Columbia.
    Y estaría solo, completamente solo durante los diecinueve años que todavía me llevaría llegar a mi destino. Si la misión tenía éxito y Epsilon Eridani podía albergar vida humana, yo daría la señal, y al cabo de veinticinco o treinta años más, una oleada de seres humanos desembarcaría allí para colonizar el sistema.
    Los seres humanos… Yo iba a pasar unos cincuenta años viajando por el espacio interestelar, orbitando nuevos planetas, recopilando datos, investigando y decidiendo en qué lugares concretos podrían ellos asentarse. A noventa billones de kilómetros. Muy lejos de la Tierra. Muy lejos de Ava.
    ¿Qué haría durante todo ese tiempo? Sin nadie con quien hablar, excepto el Control de Misión. Sin nada que hacer, excepto las tareas rutinarias de mantenimiento de la nave y de exploración del nuevo sistema. Sin dormir, sin comer…
    Podría cantar. A mí me gusta mucho cantar. O me gustaba, en mi antigua vida. Y todavía lo hago, aunque no tenga exactamente lo que se llama una voz. Me gusta cantarle a Ava, viejas canciones que todavía surcan mi memoria como meteoritos brillantes cuyas estelas dejan trazos de melodías y susurros en la silente noche del espacio. Cantar entre las estrellas. Componer una sinfonía del infinito, una oda a la magnificencia del universo.
    —Francis, ¿sigues ahí? —de nuevo Ava, siempre ella, trayéndome de vuelta de mi viaje, de momento todavía imaginario.
    —Sí, sigo aquí.
    —Si eres el elegido… si te vas… tardaremos mucho tiempo en volver a vernos.
    —Lo sé, amor. Y maldeciré cada segundo que pase. Pero eso ya no tiene remedio. Cuando nos eligieron ya nos dijeron que eso podría ocurrir.
    —Cuando nos eligieron no te conocía, Francis.
    —Ni yo a ti.
    …Silencio…
    —Ava… yo… te añoraré muchísimo. Cincuenta años sin vernos…
    —Es mucho tiempo. Pero cuando nos volvamos a reunir será para siempre.
    Eso era lo único que aliviaba mi pesar. Ni ella ni yo envejeceríamos ni un ápice. Salvo avería o accidente, permaneceríamos intactos, con nuestras conciencias diseminadas en los circuitos de las naves, sin cuerpo orgánico propio, sin sufrir el despotismo de la entropía. Eso nos dijeron cuando fuimos elegidos y nuestras almas fueron albergadas en los cerebros cuánticos de la Palermo y la Starlight.
    —¿Te acordarás de mí mientras cruzas el espacio? —me preguntó ella, emocionada.
    —Sí, Ava, mi amor. Cada momento. Cada nanosegundo.

  3. LA FLOR QUE NUNCA TE CANTÉ
    ALICIA SALGADO

    Algunos dirán que fue un acto de amor, o tal vez una estupidez romántica. Para mí, al principio, fue un experimento conyugal. Después, reconozco que se convirtió en algo diferente.
    Tal vez dejaría por fin de lanzarme pullitas, me dije. Eran indirectas sumamente delicadas que aumentaban el listado de mis incapacidades…
    Sí, podía seguir haciéndome el autista, pero no era imbécil.
    Mi única concesión era no ser más borde de lo normal. Yo tenía las de ganar. Sabía que ella no se enfadaría ni me molestaría con sus quejas. Su opción sería el silencio. Lánguido, pero silencio, al fin y al cabo.
    Su refugio era la música. Canciones alegres que le devolvían a la vida… o la mantenían en ella.
    No lo sé. Tal vez no la conozca tanto como ella a mí. Seguramente.
    Así las cosas, no podía cabrearme en exceso. Soy agrio y brusco, dicen mis pocos amigos, pero ella es tan dulce que me despierta los demonios de la culpa.
    Encima, con el paso de los años, las pullitas ya son casi inexistentes.
    No obstante, no pude evitar observar que había cambios en el entorno. La música se había transformado en casa, la banda sonora era otra y acaecía al mismo tiempo en que ella languidecía.
    Al mirarla, evocaba una flor marchita. No era que se avejentara: era otra cosa. Sus ojos eran diferentes. Parecían llenos de un vacío infinito. Eso lo pensé luego; antes solo sentía un estremecimiento que recorría mi cuerpo de punta a punta, como si hubiese llegado la hora de mi muerte.
    Su mirada ausente parecía ir en busca de un lugar donde detenerse y entregarse.
    Y la casa empezó a oler a tristeza.
    La música que ponía era igual de indolente y pesarosa que ella. La tristeza rezumaba muerte.
    El estómago me dolía cada vez más.

    Cuando nos conocimos ya le dije que era un poco autista a nivel emocional. Pero con ella no sirvió de nada.
    Aquello mismo se lo había advertido a mis novias anteriores. Fue inútil y todas intentaron cambiarme. Yo les recordaba, a cada una, que ya se lo había anunciado al principio de la relación: que no era ni iba a ser un romántico empalagoso. Era como era, y punto. Soy así: se me toma o se me deja. Es lo que hay.
    Como era de esperar, me habían dejado después de aguantarme un tiempo. Fueron épocas que guardo entre las sombras del olvido y que, al recordarlas de nuevo, me provocan una punzada en la boca del estómago.
    Mantuve una firmeza férrea con las mujeres que transitaron por mi vida. No cedí. Aunque ellas tampoco.
    Invariablemente, sucedía lo mismo con cada una: siempre me daban la patada, acompañada de alguna lindeza en la que recordaban a mi madre. Todo chorradas. Ni sus amenazas ni sus carantoñas sirvieron de nada.
    Lamento decir que me enorgullecía de mi comportamiento. Otra batalla ganada, me decía.

    Con mi mujer fue diferente. Ella callaba y siempre fue tierna conmigo. Hubo un tiempo en que fui más borde de lo normal con ella, para ver qué pasaba. Tal vez quería que me mandara a paseo. Yo qué sé.
    Fue un alivio que no lo hiciera. Me gustaba como ninguna, y me habría resultado duro. Sí, muy duro.
    Pero ahora todo cambiaba.
    Ella era la flor lánguida que lo soportaba todo con una sonrisa convertida en mueca. Aunque era imposible engañarme a mí mismo. Supe que había llegado el momento.
    ¿De qué? No lo sé. Aunque sentí el miedo que me atrapaba para convertirse en terror.
    Recuerdo aquel día: era el inicio de la primavera. La maldita canción del ramito de violetas sonaba ininterrumpidamente. Había empezado a ignorarla, pero en la última semana era tan constante como el estertor de un moribundo.
    Así me sentía yo: como un moribundo atrapado en una red invisible que no sabía romper ni ignorar.
    Entré sin decir nada y me tumbé en el sofá. Estaba derrotado. El taller de mecánica iba de mal en peor y mi cuerpo se resentía del trabajo y de los nervios.
    Cerré los ojos y escuché la canción inevitable. La insufrible melodía que tenía atrapada a mi mujer en un sueño imposible.
    Sí, la había oído hablar por teléfono diciendo que aquella letra era una muestra increíble de amor. Chorradas, pensé.
    Sin pensarlo, me levanté con rabia y fui hacia ella para decirle… algo… no sé el qué.
    Me detuve como fulminado por un rayo de dolor que entreabría mis carnes, a la vez que se iluminaban sus ojos acuosos. Me pregunté si eran lágrimas o imaginaciones mías. Pero daba igual. No importaba.
    Su mirada había rasgado mis entrañas, y no existía una vuelta atrás, so pena de mi propia muerte. Decidí dar luz a su deseo y que una flor cantase por mí.
    Pero al día siguiente, cuando llegué por la noche, el ramito de violetas seguía sobre el felpudo. El corazón me dio un brinco.
    Lo primero que sentí fue decepción, la frustración de que ella no lo supiera todavía.

    Sentí el olor a incienso y el sonido del llanto disperso por la sala. Había mucha gente. Yo tenía un lugar preferente.
    Ante mí estaba ella, tumbada en aquel ataúd que yo no había tenido fuerzas para elegir.
    Alguien oficiaba una ceremonia, no sé de qué tipo. No recuerdo haber hablado con nadie. Me sentía perdido entre la multitud, y todo me llegaba como un eco remoto que no me interesaba lo más mínimo.
    Solo percibía un dolor tan intenso que me aturdía.
    Me acerqué lentamente a ella, aprisionando el ramito de violetas entre mis manos. Lo deposité sobre su pecho antes de que cerraran el ataúd.
    Lloré como no recordaba haberlo hecho nunca. Sentí que mi vida se había truncado y entendí el mensaje de la canción.
    Pero ya era tarde para mí.

  4. Enemigos

    Septiembre

    ¿Tendrá piedad de mí? El castigo por usar la puerta de atrás está escrito en letras de fuego en el gran libro. El insulto supremo al regalo divino. Escupitajo en la cara del hacedor. Cristo en la cruz me mira con pena. Escúchame, ten piedad, pide al señor que tenga piedad. ¿Lo harás por mí?

    Vas a ser un gran tío, todo un ganador. Prepárate para dejar de jugar, ahora la carrera es de verdad. Estás llamado al éxito. Si te haces militar, llegarás a general, si te haces sacerdote, llegarás a Papa. Tu destino es la gloria. Debes ganar y pisar fuerte. ¡No cedas jamás! Vas a comerte el mundo. Mentalidad de campeón, siempre.

    Me gustas porque eres dulce. Contigo me siento segura. Tus besos son delicados y suaves. Tus abrazos me protegen del ruido. Me encanta pasear de la mano contigo y verme reflejada en tus ojos. Me miras con amor, me ves como soy, a tu lado no tengo miedo. Quiero ser tuya para siempre, acurrucarme en tu regazo, y envejecer a tu lado.

    Ayudo a mi padre a subirse a la cama. Le doy el masaje en las piernas, inútiles. Tú caminarás por mí. Mi existencia es una venganza contra el accidente que le jodió la vida. Rezamos juntos frente al crucifijo. No entiendo lo que masculla pero siento la rabia, que va creciendo, salta espuma de saliva de su boca, aprieta el respaldo del reclinatorio hata que las manos se le ponen blancas. Pero, cuando acabamos, me mira con una dulzura infinita y me dice, tan bajito que casi no se oye, te quiero.

    Lo peor son las matemáticas. La pizarra es un laberinto de marcas blancas donde es imposible encontrar la salida. Pero también todo lo demás. Ando perdido y no sirven los rezos, ni la estampita del sagrado corazón, ni su sonrisa cuando intenta enseñarme cómo despejar la x y me anima con unos besos con sabor a miel. Te lo voy a explicar de otra manera. Sonrío aunque sé que no lograré salir del laberinto. Señor, ten piedad.

    Con la beca podrás entrar en la academia. Ya he hablado con mi amigo, te van a tratar de maravilla. En un par de años ya serás alférez. Para la jura de bandera podrás usar mi uniforme, somos casi de la misma talla. Tu madre estaría muy orgullosa de ti. Desde el cielo te manda ánimos, cuida de nosotros. Échame una mano para subir a la silla, hoy me duelen los brazos más que nunca.

    Las letras se vuelven borrosas. Es por las lágrimas. Imaginaba matemáticas y, seguramente, física. Pero hay más, muchas más. Me aprieta la mano. No te preocupes, en septiembre podrás recuperar. Casi lo tenías, has estado muy despistado, y has tenido que cuidar mucho de tu padre. Pero en verano estudiaremos juntos, todos los días, si hace falta. Te quiero.

    En septiembre yo no voy a estar. Le digo a mi padre que las notas nos las dan mañana,y me cree, naturalmente. Rezo con una intensidad desconocida. Cordero de dios,que quitas los pecados del mundo, ten piedad de nosotros. Dios, padre celestial, ten piedad de nosotros. Cordero de dios, que quitas los pecados del mundo, danos la paz.

    Lo preparo en el garaje. No ha sido complicado, el nudo era más fácil de lo que imaginaba, y lo he probado bien. No quiero ser un fracasado también en esto. Me subo a la silla y me viene a la cabeza la canción de frutos extraños, pero aquí, en tierras de castilla, me imagino más como un jamón de jabugo colgado de la despensa. La imagen me provoca un ataque de risa tan potente que me dan ganas de bajar y seguir riendo hasta el amanecer. Pero no. Acomodo la cuerda, y digo adiós.

    https://www.youtube.com/watch?v=vuS1bYRBxeo

  5. Macabra

    Arrastrando la lluvia

    Puedo oírlos despotricar como un coro de ángeles, esos cabrones. Cada noche aullando a la luna en espera de que caiga la lluvia. Uniendo sus voces como piedras sin alma que entrechocan en un estanque de lodo. Malditos hombres huecos.

    La lluvia dejó de caer el día en que toda la vegetación se consumió, estúpidos. ¿No veis que ha sido sustituida por los apestosos árboles de plástico? ¿Árboles estériles que no pueden atraer ni un gramo de estiércol?

    Mis hermanos son ciegos, aún no están despiertos. Se aferran al alarido, esperando que caiga el maná del cielo, invocando a un dios marchito que no tiene oídos. ¡Cómo los compadezco!

    Ellos no ven que en esta ciudad somos barro desechado. Tan solo un llanto vacío en la noche infinita. Esclavos para la nada, fabricando inmundicias que nos encadenan todavía más.

    Desde hace tiempo que nos revolcamos por este mundo como simios bobalicones que asienten, acatan y agachan la cabeza. Sin ánimo de afrontar un futuro invisible. Tan solo esperando la lluvia, mirando hacia abajo.

    Pero ya no puedo más. Yo ya he abierto los ojos y estoy despierto.

    Mi hermana Irene también está despierta pero ella está débil. Su martirio acabará pronto y no puede hacer nada por nosotros, pero yo soy aún joven y quiero respirar un aire que no envenene mi alma.

    Ella, que entiende el lenguaje de las nubes, me ha indicado hacia dónde puedo dirigirme para salir de este ciclo de sequedad narcotizada. Debo llevar a todos al paraíso, en dónde no haya árboles plastificados y la lluvia arrastre, abundante y fértil. Tengo que liberar a mis hermanos de sus cadenas forjadas con petróleo. Quiero que nuestros corazones latan sin sentir la presión del queroseno. Debo llegar al interruptor y hacer que todos despierten.

    Esta noche mis hermanos, esos inútiles, se reúnen alrededor de la fuente seca. Como siempre esperando la lluvia, mirando hacia abajo. En el estruendo de sus plañidos no se escucharán mis pasos. Es el momento.

    A través de la alcantarilla, bajo hacia el inframundo pisoteando los desechos de este estercolero. Después emprendo la subida y llego hasta los límites de nuestro mundo. Vomito mi rabia en el último árbol de plástico, que medio desplomado, se funde con la bilis acumulada durante años.

    Detrás, la ciudad, a oscuras, parece una tumba. Aún puedo oír las voces de mis hermanos, pobres almas rotas, renegando, gruñendo en espera de que caiga la lluvia, mirando hacia abajo. Otra noche más que se irán a la cama con el estómago vacío. No duermen porque ya están dormidos. Suspiro y sigo mi camino.

    Atravieso fábricas abandonadas. El humo negro de la ciudad las ha cubierto de un aceite color azabache que supura por los muros, como una herida infectada. Las voces desgarradas de mis congéneres ya no llegan hasta aquí, ensordecidas por las colonias de gérmenes que han proliferado en las paredes de estas instalaciones. Aún no puedo mirar hacia arriba.

    Después de un rato, lejos ya de todo el artificio, todavía no me arrastra la lluvia, aunque ahora ya puedo alzar la cabeza. Sobre mí hay cientos de estrellas, miles, millones.

    Los ojos me escuecen, jamás había visto tanta luz. Las lágrimas afloran a borbotones, anegando el camino. Convierto el polvo en fango. Al fin cae la ansiada lluvia, que se arrastra por todo mi ser.

    De rodillas, hacia el cielo, puedo ver la ruta que se extiende bajo el arcoíris. Más allá, en el otro lado del puente está el botón, donde dijo Irene.

    Ya estoy cerca pero mis pasos se detienen ante una montaña de huesos. El interruptor está más arriba pero todos estos cuerpos me impiden llegar hasta él. Observo con respeto los despojos de los hermanos que un día despertaron. Quisieron hacer lo que hoy yo voy a hacer, arrastrar la lluvia.

    Me impulso sobre sus torsos. Agarro decenas de huesos astillados que se escurren entre mis dedos, como el tiempo caduco de un reloj de arena. Gusanos rebosan de las órbitas. Ahítos de carne humana, se deslizan con pesadez sobre mis manos, que los apartan con violencia, lanzándolos lejos, hacia la ciudad negra que se consume bajo la montaña de cadáveres.

    El pulsador parece un gigante inalcanzable, humillado bajo un cielo encapotado. La lluvia cae copiosa, empapando los cuerpos. Me resbalo, no consigo subir. Estoy extenuado. Me hundo entre los cráneos de mis antepasados, que, como tierra movediza, me aplastan y me sepultan.

    ¡No! Todavía no es mi hora. No quiero ser un héroe de paja como ellos. Con uñas y dientes me abro paso, quebrando fémures, clavículas, costillas. Crac, crac. Un coro fúnebre que me eleva. Crac, crac. Polvo al polvo. Muerte al muerto. Crac, crac. Dejo atrás los esqueletos de los que un día fueron esclavos. Profano las tumbas donde yacen sus cuerpos. Todos ellos miran ahora hacia arriba, todos despiertos, viendo como la lluvia se arrastra por sus órbitas huecas. Crac, crac. No más coros pidiendo agua con la cabeza gacha. No más esclavos respirando el queroseno de los árboles de plástico. Crac, crac. ¡Hacia arriba hermanos! Crac, crac. Los cadáveres me elevan. El cúmulo de esqueletos me alza como un mesías resucitado y llego al interruptor. Solo un segundo. Crac, crac. Un suspiro. Crac, crac. Pulso el botón. Crac.

    A Forest of Stars – Drawing Down the Rain / Radiohead: Fake Plastic Trees

  6. Julián

    “el borde del mundo” de Valeria Castro

    Salvador sentado en una silla aspira con fruición cuando su mujer le empieza a dar golpecitos suaves en la herida de la cabeza con un algodón empapado en agua oxigenada.
    —“Cagoendena”.
    —Tranquilo, no es nada. — Maria, conciliadora, intenta apaciguarlo, sabe que no se queja por el escozor de la herida y Salvador, nervioso, trata de apartarse de su mujer con un chasquido de la lengua.
    —¡No te muevas!
    Maria agarra con fuerza su quijada y sigue con la cura de la herida, la espalda ancha de Salvador y la envergadura de sus hombros se quedan de repente pequeños y relaja sus músculos, se siente cuidado y protegido y se deja hacer suspirando.
    —Es que no nos merecemos esto, los muy cabrones se han pasado.
    Sigue un silencio largo y espeso, María alarga el momento entretenida con la cura, aunque no hace falta más, sabe que tiene que dejarle espacio para que Salvador saque lo que tiene, la mano que le sostenía la mandíbula ahora le acaricia la cara, siguiendo el contorno de sus arrugas envejecida por el sol y el salitre.
    —Allí estábamos todos, los del María del Carmen, los del Sant Genis. Hasta los del Santamaria.
    —Lo sé, cariño, has hecho muy bien juntándolos a todos.
    —¿Por qué nos han pegado de esta manera? Que nos veíamos las caras, coño, que habíamos hablado, incluso había seguido sus indicaciones para ponernos donde molestáramos lo menos posible, ¡que nos habíamos comportado como personas!
    María deja la herida y con las dos manos le abraza la cabeza acercándosela a sus pechos rebosantes. Salvador se deja mecer, pero su rabia sigue carcomiéndole como un gusano ruidoso que está en su cabeza. Su resentimiento no le deja pensar en las mejoras conseguidas, siente que ha fallado a sus compañeros cuando los había arengado para hacer la barricada delante de la Campsa. Cierra los ojos con fuerza tratando de hacer desaparecer la imagen que vuelve persistente, pero no lo consigue. El júbilo de todos ellos cuando escucharon por la radio que el gobierno había accedido a las peticiones de los pescadores después de cinco días en la puerta de acceso de la petrolera, e inmediatamente después la policía en formación cargó contra ellos para desalojarlos. Él recibió uno de los primeros porrazos, la policía de forma eficiente lo separó del grupo y él se quedó sentado en el suelo, aturdido, mientras veía como apaleaban a sus compañeros, sin ayudarles, sin fuerzas para levantarse, sin entender qué estaba pasando. Le da tanta rabia no haber previsto que la policía podría actuar de esa manera, debería haber pensado en organizarse, que podría pasar esto. Salvador, sintiéndose que ha sido un líder ridículo, abraza a su mujer que no ha dejado de acariciarle la cabeza. Grita, pero apenas sale un gemido de su garganta que queda ahogado en el pecho de su mujer.

  7. Ariadna

    Flower Power

    “la flor de la folirisat lforecói en el reroflo…” la puta flor con la florista de su madre malditas letras maldito cerebro maldito maldito maldito…

    la sopa de letras en la cabeza la vida que pende de un hilo… qué hilo ni leche… ¿cómo se llamaba la listilla aquella del laberinto con el cabezudo del toro? no hay quien salga de este lío los cables en la fachada su vida… él era el toro y lo han cogido por los cuernos no hay quien lo arregle…

    “trse flores frcaess, frescas tres floers…” ¡un dos tres! ¡saltamos al revés! las palabras que se pierden en las constelaciones de significados…

    la rabia… el fuego… el cuerpo débil que no quiere moverse “…diez once doce ¡el que sigue es el rey!” él sí que era un rey antes el rey del mambo el mundo subyugado por el movimiento calculado de un dedo sobre un botón y ahora la tabla de multiplicar se mofa de él a los superordenadores también se les cruzan los cables… el camino entre las tinieblas la ventana como una salida…

    “aceptación, tienes que encontrar la aceptación…” le dicen… ¡y una mierda! ¡que la encuentren ellos! él solo quiere encontrar a los culpables… porque tiene que haber un culpable, ¿no? los médicos el destino el puto cerebro que hace bailar a las letras en la cabeza mkae evlo on rwa o lo que sea cómo era aquello… él estaba tan cerca lo tenía en la palma de su mano correr para poder quedarse quieto y ahora le pararon en seco y dentro de él se aceleró el universo un bigbang privado no habrá paz para los malditos…

    ella… la culpa es de ella “la meojr es aun rsoa, que se tevis de colro…” ella quería flores y él le cantaba esa canción que ahora ya no sabe qué decía… las palabras traicioneras el lenguaje que se escapa entre los dedos… pero sonaba en cada esquina y pegaba muy bien… a ella no le hizo gracia quería que él sintiera cosas ¡qué cosas! una maldición de despedida ¡bruja!

    ahora él sí que siente cuando la cabeza no funciona lo único que queda es sentirlo todo por dentro y por fuera un estallido de la presión las pulsaciones a tope ¿¡qué ser humano es capaz de aguantar a una supernova en su tórax!? quiere correr pero ya han cerrado a todas las autopistas no hay escapatoria…

    mejor luchar con las letras pescarlas una por una en un torbellino de significados ya le decían que era un testarudo de cojones fortis fortuna o lo que sea como era aquello… la ventana ya le esperará… aprenderá de nuevo a apretar los botones y veremos quién se reirá el último él o la tabla de multiplicar y quiénes quieren sentir que se jodan en su aceptación en su flower power él nació un guerrero y morirá como un guerrero… ya se ganará su paz con cabeza por algo la tiene…

    “la flro de la floiriast loferciói en el florore…” la puta flor la puta florista…

  8. Joselito

    La Caída

    El desconocido movió la cabeza y sus ojos entraron en una de las pocas zonas iluminadas del bar, los tenía totalmente enrojecidos; nosotros debíamos estar igual. Yo había perdido la noción del tiempo, imagino que todos lo habíamos hecho. Fuera podría ser de día o de noche, llover o hacer un sol de justicia, dentro de aquel antro habíamos creado una burbuja intemporal a base de alcohol y estimulantes. Sólo recordaba que habíamos pasado por unos cuantos lugares similares a este desde que habíamos salido del concierto.
    -No te creo Samuli.
    Rama acababa de recordarme el nombre de nuestro anfitrión. Samuli era uno de nuestros mayores fans, por lo que él mismo decía, había estado esperando que fuéramos a tocar a aquel rincón perdido desde la primera vez que oyó una maqueta del grupo. No le hizo falta insistir demasiado para sacarnos de paseo por su ciudad. La verdad es que el tío era majo. Para una banda de korhadt a la que se le olvidaba las letras y los acordes a media canción aquello era todo un elogio. Este último concierto no nos había salido del todo mal, al menos no nos habíamos llevado ningún botellazo de los paletos de aquel pueblo. Rama dejó de golpe el vaso en la mesa. Parecía que aquella tontería del Portal le interesaba realmente.
    -Mi abuelo lo vio caer. Estaba cosechando kakasoks en la jungla cuando ocurrió. El viejo nos decía que vio primero la sombra dibujada sobre el bosque y que cuando alzó los ojos vio una esfera de metal tan grande como una ciudad que se precipitaba hacia el suelo. Nos decía que la tierra tembló como en un terremoto y que el ruido le dejó sordo. Nunca oyó bien desde entonces.
    -A tu abuelo lo dejó sordo toda la mierda que se debió beber.
    Topi, el batería, siempre tenía que soltar alguna burrada, pero Samuli no le hizo ni caso. Como casi todo el mundo, Topi pensaba que esa historia del portal perdido era un cuento de niños. Al menos a mí me lo habían contado entonces. Mi viejo, las pocas veces que no se había emborrachado hasta mearse, me hablaba siempre de La Caída, me contaba que de joven fue a buscar el Portal, que no lo había conseguido porque los que le acompañaban eran unos mierdas, que sino, ahora seríamos ricos. Gilipollas.
    -El Portal está en la región de donde es mi familia. Un día pienso ir y encontrarlo.
    -Y, ¿por qué no vas?
    -Nadie me cree. No es un viaje para hacer solo.

    Nunca habría imaginado que pudieran existir tantos bichos. Soy de la única ciudad grande, realmente grande, que existe en este mundo, un puto urbanita. Pisé con saña a aquella cosa, explotó manchándome la bota de un líquido amarillo. No sabía si la repugnante sabandija era autóctona o alguna que los humanos habíamos traído a aquel planeta quinientos años atrás. Miré a mi alrededor para ver que no hubieran más alimañas y me senté en una piedra. Samuli estaba casi llegando a lo alto de una colina, había subido para poder divisar el territorio desde arriba. El dron que habíamos comprado antes de emprender el viaje había durado cinco minutos en vuelo antes de caer en picado sobre unas rocas. Samuli decía que, de todos modos, lo que había visto gracias a la cámara indicaba que el Portal tenía que estar en aquella dirección, que había visto reflejos del sol sobre unas planchas metálicas.
    Rama se había dejado convencer por los cantos de sirena y al final, cuando salimos del garito donde habíamos estado bebiendo nos fuimos directos a la estación de tren. Samuli, Rama y yo, porque Topi nos dijo que eramos unos putos perdedores y además imbéciles y pilló el transporte con el que habíamos venido para regresar a la capital. Hicimos cinco horas en un tren terrestre, tres vagones abarrotados de gente y animales, para poder llegar hasta la última localidad en el lindar de la selva. Allí, Samuli contactó con un tipo que tenía una cuadrilla de muljniks que trabajaban para él, más bien los tenía esclavizados. Con los muljniks, a lomos de sus incómodas bestias de carga, nos unimos a una caravana que iba hasta un puesto avanzado que era el último lugar habitado por humanos en aquella parte del planeta, a partir de allí sólo había una basta jungla llena de seres extraños; en la que ahora estábamos Samuli y yo, Rama, no.
    Antes del anochecer del primer día, a Rama le había mordido algún animal venenoso, y se le había empezado a gangrenar la pierna. Nos dimos la vuelta para regresar al puesto avanzado, pero debido a la falta de luz y su pésimo estado, Rama se despeñó por un barranco. Bajamos para recatarlo, pero ya estaba muerto, se había reventado la cabeza. Pasamos la noche a su lado, esperando la luz para regresar con su cuerpo, pero por la mañana, cambiamos de idea, una decisión tomada entre un arrebato romántico en el que nos decíamos que él así lo habría querido y la codicia o cabezonería de dar con el puto Portal. Enterramos a Rama y seguimos el camino.
    A contraluz, vi que Samuli me hacía señas desde lo alto del cerro.

    Llegué resoplando a donde estaba Samuli. Daba saltos de alegría y señalaba hacia un pequeño claro en la selva en el que se veían unas formas claramente geométricas, impropias de aquel paisaje. Descendimos. Samuli empezó a forcejear con su machete en una ranura de un gran cubo metálico corroído e invadido por la vegetación. Saltó algún mecanismo dentro del cubo y se abrió una puerta, había una placa en su interior, deteriorada por el paso del tiempo, pero no tanto como para no poder leer que era el componente de un generador de campo antigravitacional. Nos subimos al cubo y descubrimos alrededor más restos, algunos parecidos al cubo y otros grandes como un vehículo articulado. Nos sentamos encima del generador, alegres y furiosos. Con poco que sacásemos de allí, nos haríamos ricos. No sería fácil transportarlo, ni encontrar como venderlo. Mantener el secreto acabaría siendo imposible, y acabarían viniendo miles de buscavidas, como moscas a un cadáver. Pero eso eran problemas que ya iríamos solucionando. Sentados sobre nuestra montaña de oro, tuvimos un pensamiento para Rama

  9. xaisant

    ¿Me recuerdas?
    Diario de un escritor:
    En medio de la nada un halo viene a mí. Hace un tiempo un hombre fue atrapado por la fragilidad del cuerpo. Recuerdo a ese chico de unos 35 años, bajito, risueño, con una energía que traspasaba los muros. Joven, pero con una biografía importante, productor musical, tuvo la oportunidad de trabajar con Rosalía, tocaba el bajo, la batería, daba clases de canto. Un virtuoso ¡
    Actualmente trabajaba dando cursos de canto, de percusión, de batería, de todo … en este estudio pequeño y acogedor. Yo le conocí a través de un regalo. Mi pareja me regaló unas clases durante dos semanas con él.
    Durante dos años de mi infancia realice estudios musicales. Dos años en los que no toque ningún instrumento. Solo escuchar.
    – ¿A ver que nota escuchas? Do, Do.
    – A ver niño, todo no va a ser Do, pues Re, Re.
    Recuerdo a esa mujer con cabellos blancos sentada en ese piano, ahora ese local es un gimnasio. El sonido de las teclas ha cambiado. Recuerdo mis notas de piano, teclado y solfeo, llegar a casa llorando por ese 3,5 que no era tal, un bolígrafo desgastado escondía la nota real un 8.5. ¿Como cambió el cuento? Ahora me daría igual.
    Una de las profesoras que me hizo aburrir el piano volvió a mí, ironías del destino. En esa escuela donde hice mi máster de profesor allí estaba ella. Era el momento de ajustar cuentas: de decirle. Como me motivaste, pero cuando has crecido han prescrito ciertas emociones y simplemente saludas con aires de nostalgia.
    Cuando mi pareja me hizo el regalo me presente con algunas lecciones del simplypiano, con una memoria estéril; “do re mi sol sol sol la sol mi do do re mi mi re do re”, “Oh Susanna “y alguna más.
    El compañero me pregunto: que quieres dos semanas para trabajar el piano o mejorar la canción que me digas.
    La respuesta previa pregunta fue: ¿Qué te ha pasado para pasar de Rosalía a trabajar conmigo?
    La respuesta a tu pregunta es: Piano, ¿qué piano?, Así que durante dos semanas mejoramos mi canción favorita. With or Without you de U2. Fue divertido crear una maqueta, semanas de risas y de saber que hacer fácil lo difícil no es nada fácil.
    Esas dos semanas nos convirtieron en amigos, fue una amistad creada en el mar de la casualidad. Cuando me explico su enfermedad entre en shock¡.Como podía la vida ser tan injusta y presentarse con un cáncer que rompía la vida de un hombre de su mujer y de sus hijos? No lo entendía, mis valores se rompían en mil pedazos.
    Preparé su despedida a conciencia, le ayudé con mis palabras, a él, a sus hijos, a sus padres, a todos. Lo tenía todo preparado. El día que él se fuese sonaría “with or without you” y mis palabras se fusionarían con la música en un manto eterno que le acompañaría en su viaje al mundo de los sueños.
    Diario de un músico:
    -Pasaron los años, aún recuerdo cuando mi mundo se bloqueó, en mi retina mi amigo en medio de la nada. Aun no entiendo como pude superar ese cáncer maldito. Ningún médico daba nada por mí. Acepté mi destino y me refugié en la música. Me iría como los violinistas del Titànic. Tocando mientras mi mundo se sumergía a mi alrededor. Dios me ayudó, vino a mí y alargó mi crédito con el destino.
    Mi amigo no pudo decir lo mismo. Un día sin explicación alguna, un infarto injusto se lo llevó. No tuvo ni tiempo de despedirse. No era un gran deportista, pero tampoco era merecedor de ese final abrupto. Su mujer me dijo que tenia algo especial para mí, me dijo que sl alguna vez le pasaba algo abriese ese sobre, un sobre que él estaba orgulloso de no tener que abrir.
    Cuando vi el contenido del sobre aluciné ¡Era mi despedida¡, lo preparó todo con esmero. Me quería más que algunos de mi familia ¡
    Cuando lo despedimos cante su canción favorita con todas mis fuerzas, With or Without you, mientras su hijo leía sus palabras.
    Mira todo lo que te rodea, with or without you la vida seguirá.
    Mira todos aquellos que te aman, with or without you seguirán amándote
    Mira toda la vida que has vivido y has hecho vivir, with or without you, la vida te da las gracias
    La música vino de las estrellas y la música vuelve a las estrellas, with or without you nunca estarás solo.
    Cada noche cuando miro al cielo veo dos constelaciones imaginarias, una tiene forma de papel y la otra de batería. Tarde o temprano volveremos a tocar y escribir juntos compañero.

  10. Luis Carlos

    (Nota: como se pierde el formato de la cursiva al copiarlo al formulario, el texto que está entre paréntesis -principalmente, los trozos de la letra de la canción-en realidad es en cursiva

    La canción https://www.youtube.com/watch?v=La0IJPt0t4Q

    Sacrificio

    El jueves a mediodía, a la hora de comer, Nuria Aguirre les explicó que la reunión urgente que había pedido la Asociación de Familias con la directora no había ido nada bien. Algunos habían exigido responsabilidades sobre lo que había pasado y una madre, incluso, había amenazado con acudir a los medios de comunicación para denunciar el caso.

    Exigir responsabilidades, denunciar el caso a los medios de comunicación. A Carlos le parecía que todo aquello se les estaba escapando de las manos.

    Por la tarde recibió un whattsapp de la directora en el que convocaba a todos los profesores de cuarto en su despacho, el día siguiente después de acabar la última clase.

    Llevaban ya cuatro días buscando pistas que les ayudaran a comprender aquella pesadilla, pero Carlos tenía la sensación de que solo estaban dando palos de ciego en la oscuridad.

    El lunes por la tarde, pocas horas después de saber la noticia, la policía había citado a declarar a Victoria Román, la directora, y a Pablo Álvarez, el tutor de la clase de los chicos, pero las preguntas que les hicieron (qué carácter tenían, si eran buenos estudiantes, si sufrían acoso escolar, si se les conocía alguna relación con las drogas) no aportaban ningún indicio de lo que había pasado. Los dos habían salido del interrogatorio sin ninguna idea clara de cómo iba la investigación.

    El martes, a la hora de la comida, se sentó como siempre con los profesores de secundaria, y escuchó sin intervenir los rumores que corrían por el instituto. Por ejemplo, que como Ilona era de origen ucraniano y Edgar dominicano, había quien aseguraba que sus familias estaban en contra de su relación y que eso podía haber sido el detonante de todo.

    A Carlos, algunos de los comentarios le parecían absurdos e incluso maliciosos. Ni siquiera era seguro que Ilona y Edgar fueran pareja. Aunque eran buenos amigos, parecía que nadie los había visto nunca en actitud cariñosa, ni mucho menos abrazados o besándose, aunque para los partidarios de la teoría Capuletos y Montescos aquello era solo una prueba más de que se habían visto obligados a esconder su amor prohibido.

    Pero si no había sido un accidente sino un suicidio compartido, a Carlos le era imposible imaginar que la opinión de unos padres hubiera generado en dos adolescentes que él consideraba personas normales y corrientes una desesperanza tan devastadora como para abocarlos a quitarse la vida. Porque lo único cierto era que el domingo por la noche habían encontrado los cadáveres destrozados de Ilona Shynkarenko y Edgar Reyes, uno al lado del otro, al pie de la Torre Atalaya en el cruce entre Diagonal y Avenida de Sarriá, en la otra punta de la ciudad. Seguramente habían caído desde la azotea, 22 pisos y 71 metros por encima de la acera sobre la que impactaron sus cuerpos. Edgar ya había cumplido 16 años pero Ilona aún tenía 15.

    El miércoles, Celia Sanuy había enviado al grupo de los profesores de secundaria la letra de la canción preferida de Edgar, traducida al español.

    Se titulaba (Todo lo que hago, lo hago por ti), era de Bryan Adams y empezaba así:

    (Mírame a los ojos y verás lo que significas para mí.
    Busca en tu corazón, busca en tu alma.
    Y cuando me encuentres allí, no buscarás más.
    No me digas que no vale la pena intentarlo.
    No puedes decirme que no vale la pena morir por ello.
    Sabes que es verdad.
    Todo lo que hago, lo hago por ti.)

    Después de la primera estrofa, Carlos interrumpió la lectura. El pretencioso sentimentalismo de aquella letra resonaba ahora como una broma macabra. Además, aunque eran unas palabras supuestamente románticas, le pareció que en realidad tenían un tono amenazador, por cómo el autor se otorgaba el poder de saber con absoluta certeza lo que pensaba o iba a hacer otra persona (sabes que es verdad, y cuando me encuentres allí, no buscarás más), por aquel uso intimidante del imperativo (mírame a los ojos, busca en tu corazón, no me digas que no vale la pena, …) y, sobre todo, por aquella frase siniestramente premonitoria (No puedes decirme que no vale la pena morir por ello).

    ¿Por qué no se lo podía decir?

    (Todo lo que hago, lo hago por ti).

    ¿Por eso? ¿Un amor enfermizo justificaba aquel tono?

    Según explicaba Celia en su mensaje, una alumna le había contado que aquella era la canción preferida de Edgar y quería compartirlo con el resto de profesores porque le parecía “muy significativo”.
    Y ahí lo dejas, como si nada, pensó Carlos. Para él, aquella información no resolvía ningún enigma y seguramente era solo una anécdota morbosa, pero Celia, ya acabando los cincuenta, con ese aire frágil y anticuado y cada vez más hundida en un empedernido pesimismo vital, había defendido desde el primer momento y de forma militante que lo más probable era que Ilona hubiera rechazado a Edgar y él la hubiera asesinado para suicidarse después, hipótesis que, incomprensiblemente para Carlos, parecía ir ganando más adeptos día a día entre alumnos y profesores. Pero a él le costaba creer que la letra de aquella canción fuera el reflejo de la mentalidad de Edgar o que tuviera nada que ver con su muerte.

    Buscó la canción en youtube y encontró un vídeo en que Bryan Adams la cantaba en directo. Al escuchar la melodía, la reconoció inmediatamente. Con toda seguridad, la había oído varias veces mientras conducía o preparaba la cena con la radio puesta, dejándose acompañar por su suave y lenta cadencia, por aquella voz desgarrada, aunque sin ser consciente de la absurda desmesura de la letra. En el vídeo, Bryan Adams a veces se quedaba en silencio para que se escuchara cómo las miles de personas que asistían al concierto recitaban la letra de la canción.

    (Mira en tu corazón y comprobarás que no hay nada que esconder en él.
    Tómame tal como soy, toma mi vida.
    Te la daría entera, me sacrificaria.
    No me digas que no vale la pena pelear, no puedo evitarlo, no hay nada, quiero más.
    Sábes que es verdad,
    Todo lo que hago, lo hago por tí.)

    ¿De verdad aquello era “muy significativo” como decía Celia Sanuy? ¿De verdad esas palabras tenían algo que ver con lo que había pasado?

    (Tómame tal como soy, toma mi vida,

    Te la daría entera, me sacrificaria.)

    Me sacrificaría. ¿Eso era lo que había hecho Edgar? ¿Sacrificar la vida de Ilona y la suya por una concepción absurda del amor?

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