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9 Comments

  1. Lluís
    16/10/2025 @ 1:00 pm

    Relato de la consigna anterior: «Contar una historia muy conocida desde el punto de vista del “villano” o un personaje secundario».
    https://cloud.o2online.es/share/XSFLAVZAOOZJLAX4

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  2. La hija de los Anunnaki
    16/10/2025 @ 9:58 pm

    Los orígenes del fuego

    ***
    Estaban exhaustos. Tantos mundos. Tanta huida. Tantos esfuerzos intentando disimular sus huellas para que no los descubrieran. Alguien estaría detrás de ellos, seguro. No podía ser que les dejaran en paz. Los vencedores nunca lo hacen. Esto es la desgracia de ser derrotado: te obligan a pagar las cuentas por ambas partes.
    Así que seguían huyendo. Mundo tras mundo, alejándose cada vez más de cualquier posibilidad de volver. No era lo que buscaban, pero ¿qué les quedaba? Y ahora ya no podían seguir. El generador soltó su última chispa cuántica y su alma se evaporó en búsqueda de mejores oportunidades. Estaban atrapados en un mundo sin ciencia, sin tecnología, sin conocimiento que les podría prometer posibilidad alguna.
    Llevaban varias semanas ya barajando soluciones, y los ánimos se acercaban a las temperaturas críticas.

    —Es la única salida, como podéis ver. —El comandante R.A. contemplaba a través de los paneles de observación de la nave el planeta azul que podría acabar siendo su última prisión, si no se jugaban bien sus cartas.
    —Estos monos que se creen seres inteligentes me resultan repugnantes. Me saca del quicio solo pensar en tener que tratar con ellos. Pero haré lo que me manden, si es lo que vota la mayoría.
    —No esperaba menos de un soldado con tu experiencia, S.T. — El comandante asintió con la cabeza hacia el oficial del aspecto bruto, sus manos, tal vez en un intento de disimular su enfado, jugando con un casco del hocico pronunciado.
    —Alguien tendrá que ser sacrificado. Necesitaremos voluntarios. —Otro miembro del equipo, con el cuerpo esbelto cubierto entero por el atuendo verde que le sentaba como la segunda piel, parecía seguir calculando las probabilidades.
    —Y más de uno, S.S., más de uno. —El comandante permanecía contemplativo, como si estuviera atando en su mente los últimos nudos de la solución difícil—. Pero todo tiene su precio. Incluso la libertad. Y a veces este precio significa perder aquello por lo que has luchado.
    —Venga ya, no seáis tan pesimistas. A mí me parece una buena solución. Sí, es muy a largo plazo, y tendremos que ser pacientes, —el único que efectivamente no tenía la cara del condenado a la muerte, tal vez porque la cara esa estaba cubierta por un casco del aspecto extravagante en forma de cabeza de pájaro, estaba intentando sacar los últimos datos del sistema de computación antes de que los ordenadores se murieran. — Sí, tendremos que implantarnos en las consciencias de los seres inferiores, esperando así empujar el desarrollo de las civilizaciones locales. Sí, tendremos que jugar a los dioses, y es irónico, teniendo en cuenta que hemos huido de los nuestros. Pero todos los cálculos dan las probabilidades del éxito bastante esperanzadoras. Algún día, con nuestra ayuda, los locales llegarán a los niveles del desarrollo necesarios para sacarnos de aquí. Sí, que da miedo perder la consciencia propia. Pero tarde o temprano nos recordaremos, seguro.
    —Tienes razón, T.T. De acuerdo, transmite a las otras naves que se convoca una reunión de todos. Tendremos que elaborar un plan y dividir los roles.

    ***

    El disco del sol ya ha empezado su descenso perezoso por el firmamento. Bien escondido en la sombra entre las rocas amarillentas, Tamar ha entreabierto un ojo para contemplar el entorno. La bruma de la mezcla de polvo y polen que llenaba el aire velaba las líneas serradas de las montañas volcánicas en el horizonte. Los pájaros aún permanecían escondidos del calor, esperando a la hora más tardía para desplegar su coro de despedida del día. Tamar pensó en el medio conejo que se le quedaba de la caza de ayer. Después de tantas horas en las cenizas, estaría ya bien ahumado. Este pensamiento creaba movimientos placenteros en la barriga. Habría que juntar a las cabras, pero él se sentía igual de perezoso que el sol. Aún le quedaba tiempo, se aseguraba, para justificar su estado remolón.

    No entendió qué realmente pasó. En un momento estaba contando los polvos en el aire, y en el otro un destello —al principio pensó que tal vez un reflejo del sol en un ala de un pájaro creó esta ilusión en la bruma— le comió la vista. Se asustó que nunca volvería a ver. ¿Qué será de él? ¡¿Y las cabras?! No sabía cuanto tiempo pasó mientras él permanecía con la vista quemada. Cuando los ojos finalmente volvieron a la vida, un ser —¿Un hombre? No, no existen hombres así—, alto, fuerte, parecía un gigante, se alzaba sobre él. Primero solo era una silueta oscura sobre el fondo del cielo luminoso que se había vuelto loco. A la medida de que sus ojos se acostumbraban a ver de nuevo, empezó a distinguir las ropas extrañas que se ceñían al cuerpo musculoso, enorme. ¿Un hombre? No, no. Y los ojos, los ojos que le miraban de la misma manera que su perro miraba a la presa antes de lanzarse a cazarla, pero en estos, además, ardía un fuego azul. ¡Un dios! Un dios descendió ante él y ahora… ahora… Tamar no pudo acabar su pensamiento antes de que el dios extendió su mano y entonces Tamar dejó de existir, y su mundo se convirtió en fuego.

    ***
    La noche guardaba silencio. Él estaba mirando al ordenador, y su mente, aparentemente, estaba decidida a mantener la harmonía con la noche. Es decir, ni piu. Ni un pensamiento, ni un movimiento mínimamente ligero en su materia gris escondida en su cráneo. La pantalla permanecía virgen, un desierto blanco, pulcro, intocable. Era de locos atreverse a desacralizar esa pureza con letras y números del código. ¿Para qué? Todo era en vano en cualquier caso: su idea era estúpida, si es que aquel momento en que le pareció tener una idea no era una alucinación. Ahora le quedaba solo un vago recuerdo de aquello que por un flechazo le pareció algo genial. ¿Una idea genial, él? No podía ser. ¡Tonterías! Seguramente cualquier IA escribiría este código en un plis-plas, y si aún no lo han hecho, es que no valía la pena.
    “¡Idiota!”, sonó en su cabeza una voz rotunda.
    Se sobresaltó. Y no porque últimamente los pensamientos eran unos visitantes raros. Por lo menos, los pensamientos que tenían algún interés. No, el problema no era este, sino que la voz que sonó en su cabeza no era suya. A su crítico interior él le conocía muy bien. ¿Este grado de autoridad? No, él no era capaz de llegar a estas alturas ni siquiera en sus momentos de autoflagelación más eminentes.
    “Porque eres un idiota y no vales para nada”, repitió la voz extraña que, aparentemente, decidió habitar su mente ahora. Y no solamente la mente. Ahora él lo recordaba. La idea. El código. Veía claramente por qué iba a funcionar y por qué era genial. Porque no era suya. Ni la idea, ni las manos que ahora tecleaban los números y letras, rompiendo el blancor de la pantalla. Ni su propio cuerpo le pertenecía ya a él mismo. Porque ahora sí él lo recordaba todo.

    ***

    —Padre, ¿qué vamos a hacer ahora que los dioses se han ido?
    El sacerdote miró, pensativo, a la tumba polvorienta, escondida en el rincón más lejano de la cueva al que no llegaban los rayos del sol que se calaban por la boca de la entrada.
    —Ahora… ahora, hijo mío, por fin vamos a vivir.
    —¿Qué quieres decir?
    —Quiero decir que ha llegado la época de los humanos, por fin. Nuestra época. Y nadie, ni siquiera los dioses, podría impedir que despleguemos ahora nuestro potencial.
    —Pero… no es lo que decimos a nuestro rebaño. ¿Acaso no les contamos que los tiempos de los dioses eran los mejores y lo único a que podemos aspirar es intentar acercarnos a lo máximo a las prosperidad del pasado?
    Una sonrisa amarga tocó los labios del sacerdote.
    —Contamos… El rebaño necesita a un mito. Les contamos lo que necesitan oír para seguirnos. Nosotros les llevaremos a un futuro mejor, no los dioses.
    —Pero…
    —Es verdad, los dioses nos enseñaron cosas increíbles. Hemos aprendido construir ciudades, contar las estrellas, navegar por los mares. Todo gracias a ellos. Pero no creas que era la época feliz para nosotros. Éramos unos gusanos para ellos, dignos solamente para arrastrarnos en el polvo bajo sus pies. Nuestro precio de la sabiduría y el conocimiento eran la sangre y el sufrimiento. Ahora, por fin, somos libres.
    La cara del sacerdote estaba distorsionada, una mueca cruel, la mirada ausente.
    —Libres, pero…¿podremos ser igual de grandes?
    —No necesitamos ser grandes. Necesitamos ser humanos.
    —¿Y si… vuelven?
    —No volverán. Hace tiempo que no vuelven. Creo que ya están todos muertos. No eran dioses. Eran unos seres que llegaron de otro mundo. Poderosos sí, pero mortales. No sé qué buscaban aquí, pero se han ido. Este era el último.
    Los dos miraron a la tumba oscura, coronada por una lápida con una inscripción en una lengua desconocida.
    —Padre… Los dioses nos enseñaron las letras, pero éstas no las conozco. ¿Qué significan?
    —Era lo que estaba escrito en su traje cuando llegó aquí. Era su nombre.
    —¿Y cuál era?
    —Prometeo.

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  3. John Wayne
    16/10/2025 @ 11:32 pm

    Invasión

    La cosecha iba a ser excelente. Los campos de maíz brillaban dorados bajo la luz del sol, los tomates ya estaban de un color rojo que parecía pintado, y en el establo se oían los mugidos de las vacas, que sonaban alegres, como alegre era el día. Todo era perfecto, había conseguido erradicar las enfermedades, gestionar bien los gastos, hasta la producción de leche había sido mejor que nunca.
    Sonrió pensando en los beneficios que iba a obtener ese mes. Posiblemente conseguiría entrar entre los diez mejores granjeros, una medalla que iba a llevar con orgullo. De repente, algo cambió en el aire. El viento pareció pararse de golpe. Escuchó un murmullo lejano y ominoso a sus espaldas. Se dio la vuelta. Asustada, vio como, en la distancia, una multitud caminaba lentamente pero sin pausa en su dirección. Un grupo de gente que avanzaba a saltos con los brazos levantados y emitían unos gemidos inconexos. había visto las suficientes películas para identificarlos. Una manada de zombies se estaba acercando a su granja.
    ‘¡Es imposible!’ Pensó asustada ‘No aquí’. Pero sus ojos no mentían y corrió rápidamente hasta su casa. Dentro no tenía nada para defenderse, ninguna escopeta, apenas alguna pala y la horquilla del heno, que frente a un zombi podrían ser de ayuda, pero ante tantos no servirían para nada. Atrancó todas las puertas y ventanas. Hizo una barricada de muebles, justo a tiempo, empezó a sentir los golpes en el otro lado, junto con unos gruñidos que sonaban espantosos y le ponían la piel de gallina. Intentó contactar con el servicio técnico, pero fue en vano. Los golpes eran cada vez más fuertes, la barricada se iba desplazando poco a poco y ni siquiera tenía una segunda planta a donde subir. Estaba muerta. Adiós a la cosecha, adiós a sus animales, adiós a la medalla.
    De repente sonaron disparos. Los golpes cesaron. Se asomó a la ventana y vio a un vaquero a caballo, sombrero de ala ancha, fuerte, musculoso, con una escopeta recortada en cada mano. Disparaba sin cesar mientras su caballo daba vueltas. Los zombis caían, intentaban perseguirle pero él era más rápido. Iban cayendo uno a uno. Donde ponía el ojo ponía la bala. En diez minutos no había ningún zombi levantado, aunque algunos se arrastraban sin rumbo por el suelo.
    – ¡Salga! He acabado con todos, pero pronto vendrán más. Este lugar no es seguro.
    Ella salió un poco asustada y él se acercó al trote, la enganchó de la mano y, con un hábil movimiento, la subió a la grupa detrás de él. Se abrazó a su espalda ancha, todavía asustada.
    – Es una invasión. Por un error del sistema se están mezclando los escenarios. Y no hay manera de contactar con el servicio técnico. Tenemos que escapar.
    Y sin darle tiempo a darle una réplica picó espuelas y se dirigió monte arriba.
    – En lo alto de este monte hay una cueva, solo se puede acceder dando un salto con un caballo como éste.
    No había acabado de decirlo cuando frente a ellos apareció un cañón y el vaquero, picando espuelas, azuzó al caballo para que se dirigiera al extremo al galope
    – Espero que pueda con nosotros dos.
    Pudo. Aterrizaron en el otro lado.
    – Aquí estamos a salvo. Tengo algunas provisiones en las alforjas ¿Te apetece comer algo? Supongo que tarde o temprano se arreglará el fallo.
    En menos de diez minutos estaban alrededor de un fuego, comiendo salchichas que asaban pinchándolas en un palo, y bebiendo un brebaje directamente de la cantimplora. El vaquero la miraba con simpatía.
    – No te hagas ilusiones
    – ¿Qué? ¡Ah, tranquila! No te preocupes. En realidad soy una mujer. Uso este skin para que me dejen tranquila. Ya sabes lo pesados que se ponen los tíos cuando ven a un avatar femenino.
    – Bueno, yo me dedico a farmear, ahí no hay tanto problema. Y, en realidad, soy un hombre.
    – ¿Y por qué usas un skin de mujer?
    – Me siento más cómodo, no sé por qué. Desde pequeño siempre he escogido personajes femeninos. Y eso que me gustan las mujeres.
    – ¡Menudo par estamos hechos!
    Mientras conversaban algunos zombis despistados iban cayendo por el cañón.
    – Menuda cagada.
    – A mí me han destrozado la granja.
    – No te preocupes, normalmente restauran la partida justo antes del fallo, y siempre dan una buena compensación. Un mes gratis, o, en mi caso, estas escopetas con munición infinita. Son la caña.
    Con el sonido de los zombis espachurrándose en el fondo del cañón y sus gemidos fueron cogiendo confianza, riendo, compartiendo anécdotas de sus respectivos juegos. En un momento dado, el vaquero musculoso cogió la mano de la bella granjera, y aunque estaban con un físico poco adecuado a sus gustos, acercaron sus labios poco a poco.
    En ese momento hubo un zumbido, todo pareció parpadear y se encontró mirando los campos de maíz, brillantes bajo el sol del mediodía. En el sistema de mensajería, un aviso. ‘La empresa le pide perdón por las molestias. Para compensar, dispondrá de una nueva variedad de maíz que necesita la mitad de agua y resiste mejor a las enfermedades. Si desea aceptar la compensación se entiende que renuncia a cualquier tipo de demanda legal’.
    Aceptó, claro. No iba a meterse en pleitos por tan poca cosa. Y con ese maíz le resultaría todavía más fácil mantenerse en el ranking mundial de granjeros. Quiso decirle al vaquero que sí, que tenía razón, que había valido la pena el susto, la huída de los zombis, y que, además, había tenido la suerte de conocerla. Pero en ese momento se dio cuenta de que, a pesar de todo lo que se habían contado, había olvidado pedirle su nick.

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  4. Pedro Picapiedra
    17/10/2025 @ 6:27 pm

    Premio Nobel

    Millones de ciudadanos sacan sus dudas a pasear por sus bocas, discuten y pelean a brazo partido. Prostituidos por los intereses económicos y políticos, dicen a medias; prostituidos por la indecencia manifiesta de su pusilanimidad, dicen, también, a medias. Pero, ya transcurrido el oprobio, reaparece ese buenismo callejero: confiaré en él, dentro de lo malo…
    Os digo que el galardón de Alfred Nobel se preñó con la dinamita que cargó en sus cañones, y hala, a comercializarlo a cañonazos a quien bien pagase. Y os lo repito, la mona, aunque se vista de seda, mona queda. Quien a hierro mata, hierro en la mano le queda, ya se funda por el cielo o el infierno.
    Soy la noche, la narradora. ¿Por qué…? Porque me da la gana, y punto pelota.
    Caviló Trump, tras esa pléyade de lameculos que tanto le agradaban. No en balde nació con esa clarividencia: era especial, un elegido. Su pertenencia a la élite económica no era suficiente, ser elegido presidente de EEUU le provocaba un regusto entre dulce y salado. Que la lamieran el culo era dulce, muy dulce, pero luego aparecían los comunistas y rojos manipulando a la plebe: esas manifestaciones, esos panfletos con sus caricaturas e insultos. ¿Por qué va a ser suficiente? Su palabra debía ser el dogma, la verdad.
    Por qué cavilaba esto, Trump. Porque a él, también le daba la gana, claro está. Y porque si por algo destaca el ser humano es por su condición de entusiasta adulador. Meloso con el poder, el dinero y la sacristía. ¿Por qué he añadido la sacristía? Porque ésta es la mayor zalamera cual ..mera entregada al que paga. Y rima conque me da la gana, y daba por sonreír a Netanyahu.
    Un premio Nobel pagado con dinero manchado en sangre y dolor, y, sin embargo, reconvertido en un paladín del alma del género humano. Un reconocimiento al mérito de unos pocos, unos proceres que alzan la dignidad del ser humano hasta el cielo y más allá.
    Alfred Nobel era un ínclito químico e ingeniero. Un día sin mañana, cuando la tarde se le echaba encima, pensó: la gente no solo debe morir, sino también vivir, convencida de que hay esperanza. Observó su limonero seco: no era tierra de limoneros, pero algún día lo sería. Hoy por hoy no lo es, por tal razón no habrá Nobel de matemáticas. Todo lo que no mata engorda, y las matemáticas no mataban, teorizaban, aburridas y aburridas.
    Pero este indirecto libre actúa torticeramente. Obvia que las malas lenguas, dimes y diretes, chismorreaban la razón de tal desaire, refiriendo la rivalidad que el señorito Alfred Nobel mantenía con Magnus Gustaf Mittag Leffler por una bella italiana que se decantaba en carnal tormento por este famoso matemático, lo más florido del momento. Le arrebataba su deseo carnal y, de postre, el Nobel en matemáticas le caería como manzana gravitacional. Ni de coña. No habrá Nobel en tal deleznable materia.
    Convencida estoy de que nuestros políticos han tomado buena nota de estos obsequiosos antecedentes del premio Nobel. No en vano, ahora se reparten tortas donde antes eran aquellas pajillas de nada: “Antes que prostituirte tú, me prostituyo yo”. Lo menciono por esa soflama de que Sánchez iba de nominado al premio; a lo que Feijoo, clamó: “Antes que tú, a Trump. Lo juro por Aznar, antes muerto que tuerto”. A lo que dispuso diez cirios, a euro el cirio, obsequiados a Trump el Magno.
    Ay, estúpidos seres humanos,
    tú, el ungido, el más listo entre los listos,
    tú, el primus inter partes. Vulgar plebe, sí, sé latín.
    Ay, valiente Trump, ahora que lo tenía a mano, que el cielo me había sido dado.
    Tú, el único que se puede hablar con esta libertad a sí mismo.
    Yo, Trump de Trump. Tú, Trump de Trump. O soy todo o no soy nada.
    Preparaos. Yo soy el MUNDO.
    Es humano que Trump eche humo por la quijada. ¿Quién esperaba otra cosa? A Dios lo que es de Dios, y a Trump el Cielo entero.
    ¿Quién esperaba otra cosa de Alfred Nobel? Soltero, no se le conocía gachí ni sustituta mediante pago o talego. Y resulta que cuando Eros lo asaeta a la vista de la italiana fatale, esta recibe otra flecha que la redirecciona a un matemático, un tal Magnus Gustaf Mittag. Atendiendo a mi lengua viperina, convencida estoy de que Alfredito le propuso a Gustaf: pues Mittag y Mittag. Mitad para ti, mitad para mí, como Salomón. Y Mittag se rio en sus narices: “Su Mittag para mí, y mi Mittag para ella”.
    ¿En qué quedó todo?
    Pues que Nobel maldijo a Mittag. Odió a Mittag con su querida italiana. “Antes que tuya de nadie”. Y le arrebató lo que nunca sería suyo: el premio Nobel de matemáticas. Para nunca jamás.
    Marius Sophus Lie, no comprendía esta alienación, ignorancia supina, del Nobel. La rabia le generaba picazón por las piernas y casi alcanzaba lo más digno y grande de él: su condición. De hombre, sí, pero centrado en su sesera: su condición de insigne matemático noruego. Se veía insultado de forma inadmisible por la omisión. Una afrenta a su esfuerzo y mérito.
    Ya se sabe, las afrentas traen consecuencias. Este tal Marius propuso crear el premio Abel de matemáticas. Esperaba la corona de laurel, seguro, pero por razones ajenas, este premio fue reconocido y dotado en el año 2002, por lo que Marius no probó bocado.
    Echa la vista atrás el viejo Marius Sophus Lie. ¿Era una buena idea? ¿Y de qué me sirve? Estoy muerto, joder, a ver si os enteráis. ¡Siempre llegáis tarde!
    ¿Llegará tarde también para Trump? Este año 20225 con el de la Paz ya no prueba bocado. Quizá el de Abel en matemáticas.

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  5. Un hombre tranquilo
    29/10/2025 @ 10:28 pm

    Esto es la vida

    Hay un hombre en la cocina, suena música, el horno está encendido y hay una olla humeante en el fuego, ¿huele bien? De maravilla responde el hombre, se acerca a la olla y prueba con la cuchara y dice irónico, lastima que no puedas saborearlo. Saca de la nevera varias piezas de fruta que va pelando y cortando y pone en cuatro vasitos. Se detiene cuando empieza a sonar la canción Veinte Años de Silvia Pérez Cruz, recuerda el vídeo que tantas ha visto en YouTube grabado en un bar de Palafrugell, es una escena concreta en la que por un instante una Silvia jovencísima parece distraerse y su padre, atento y solícito, canta con ella para marcarle el ritmo.

    Dos chicas en pijama están en el salón sentadas sobre el sofá con la tele encendida, una de ellas pintándose las uñas de los pies y la otra absorta en su móvil pasando pantallas, no le vamos a preguntar que mira, no nos dirá nada, es su intimidad que protege con fiereza, pero vamos a asomarnos a la pantalla sin que ella se dé cuenta, vemos que está respondiendo los mensajes de WhatsApp de sus amigos a medida que le van llegando y va cambiando entre Instagram y TikTok constantemente; las dos chicas miran de reojo la televisión en la que aparece un chico que habla sobre comidas inverosímiles de un país lejano.

    Entra por la puerta una mujer, saluda al vacío cuando cierra la puerta de un portazo un poco demasiado brusco. Cuando pasa por el salón ve con pánico el bote de pintura de uñas apoyado en el reposabrazos del sofá, da un par de órdenes y solamente consigue que la chica que se está pintando las uñas ponga el bote de laca de uñas en el suelo con una mueca de fastidio, pero no consigue un saludo, ni siquiera una mirada de las chicas. ¿Por qué no te acercas a ellas? Suelta un bufido y responde, es que no se moverán y me da más rabia aún que ni siquiera me den un beso. Se dirige a la cocina, da un beso en los labios al hombre dejando una bolsa sobre la encimera con algunas compras y va a la habitación. Allí se desprende de otra bolsa que lleva colgada del hombro, del bolso y de los zapatos.

    La mujer pasa por la cocina de nuevo, echa una ojeada a la olla que está en el fuego y se dirige a la galería donde carga la lavadora y la pone en marcha. Cuando vuelve a aparecer en la cocina intercambia unas pocas frases con el hombre que prácticamente son exactamente las mismas a la de todos los días y la mujer se sienta en la mesa. El hombre da un grito a las chicas para que vengan a cenar mientras está sirviendo los cuatro platos y se sienta con la mujer.

    Minutos después aparecerán las chicas, han necesitado enviar un par de mensajes más y escuchar un comentario del chico de la tele y pasar por el baño. Una de ellas escruta la mesa y se queja del primer plato, del olor a comida que impregna la casa, se deja caer en la silla como si estuviera obligada a comer y dice sin decírselo a nadie en particular que hay que abrir la ventana, ¿de verdad está todo tan mal?, ¿por qué te comportas como una niña? La chica no va a responder, ni siquiera sabe ella porque se comporta así. Los padres preguntan a su hermana por sus planes del fin de semana y la hija va soltando información parcial y a cuentagotas, unos planes de idas y venidas complicados, de grupos de amigos que no precisa. ¿Quisierais saber más?, los padres asienten con vehemencia, pero saben que no van a poder sacar mucha más información. Su hermana interrumpe, requiriendo toda la atención de la familia, explica que su jefa se ha excedido en el tono de voz en un comentario que le parece hiriente. Si nos fijamos en la cara de los dos padres no parecen muy alarmados, no nos preocupa mucho dirían los padres si les preguntáramos, pero le dan ánimos a su hija y le aconsejan que por muy jefa que sea hay límites. Más adelante la mujer explica pormenorizadamente el problema que ha tenido con un cliente, en algunos momentos hace un teatrillo de la conversación que el resto de la familia apenas escucha mientras come.

    El hombre levanta la vista y mira a su familia, aunque no sea perfecto, le gusta ese momento del día, ¿Por qué no escribes sobre esto el sábado que viene? El hombre sonríe. Puede que sea una buena idea, me cuadra bien con la consigna.

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  6. María Javiera Krasznachorrai
    30/10/2025 @ 7:01 pm

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  7. Belcebú
    30/10/2025 @ 7:16 pm

    Invocación

    El encargo estaba resultando más fácil de lo que imaginaba. El tipo no salía nunca de casa, no tenía instalada ninguna alarma, y la cerradura la podría haber abierto un principiante. No tenía que parecer un accidente, así que me decidí por lo más fácil y sencillo, acercarme por detrás y rebanarle el pescuezo.

    Soy silencioso, pero en este caso tampoco hubiera hecho falta. El objetivo estaba sentado frente a una mesa de madera circular con unos extraños grabados dibujados en ella, mientras recitaba en voz alta algo que parecía una oración en latín pero con mala leche. Podría haber tenido un cencerro en el cuello y ni se hubiera enterado.

    Le sujeté por la frente con la mano izquierda y con un tajo limpio le corté el cuello, seccionando la carótida. Siguió borboteando la oración unos segundos y después, silencio, Deposité su cabeza con cariño sobre la mesa. Pensé que había sido un trabajo demasiado fácil. Me equivocaba, por supuesto.

    No me dio tiempo a darme la vuelta. Un siseo agudo que me puso los pelos de punta, un torbellino sobre la mesa y una peste a huevos podridos que casi me tira de espaldas. Todo se movía, además, como si hubiera un terremoto. Casi me caigo al suelo. Me sujeté a la mesa y, cuando acabó todo (menos la peste), me encontré frente a un sujeto con la cara picada de viruelas, más feo que el pecado, pero que vestía un traje de Armani.

    Pensé que me había equivocado y que sí tenía un guardaespaldas. Sujeté bien el cuchillo y me puse en guardia para ver por dónde respiraba. Él me miró a los ojos, vio mi actitud y soltó una sonora carcajada. Una risa que a mí, que lo había visto todo, me puso los pelos de punta. Si hubiera durado dos segundos más se me hubieran aflojado los esfínteres.

    – Vaya, vaya ¿Qué tenemos aquí? Tú no eres el que me ha invocado
    – Yo solo estoy de paso. Si cada uno sigue su camino, nadie saldrá herido
    – Se nota que no sabes de la misa la mitad. ha sido una buena invocación, el detalle de la sangre ha sido la guinda del pastel. Hace años que no descuelgo el teléfono pero he pensado ‘Aquí hay alguien que se lo está tomando en serio’
    – Exacto, yo no sé nada, así que si no te importa me voy a ir yendo.
    – No tan deprisa, amigo
    Su tono de voz había cambiado. Me atravesó las entrañas y me dejó clavado en el suelo.
    – La invocación ha sido hecha y el pago debe ser realizado. No lo demoremos más ¿Qué deseas?
    – Mire, yo lo único que quiero es salir de aquí tranquilamente.
    – ¿Poder, dinero, mujeres, fama?
    – No gracias, no quiero nada.
    – Todos siempre quieren algo. Pide. Estoy atado por el pacto.
    – Mire, de verdad, no quiero nada. Mejor dicho, quiero irme tranquilamente. ¿Eso cuenta como deseo?
    – No te puedo dejar marchar. Te puedo hacer el hombre más rico del mundo.
    – Yo me gano bien la vida, de verdad. Me faltan cuatro encargos para retirarme. El dinero vuelve a la gente codiciosa.
    – ¿Sexo? Puedo hacerte irresistible, cualquier mujer caerá a tus pies solo con que lo desees…
    – No me interesa
    – ¿Hombres, entonces? El funcionamiento sería igual
    – No, no, el sexo no me interesa. Las emociones, en general. Tengo falta de empatía. No puedo establecer vínculos emocionales. Por eso soy tan bueno en este trabajo.
    – Todos deseamos algo. ¿Ser un actor famoso?
    – Llevo toda la vida intentando pasar desapercibido.
    – ¿Venganza?
    – Ese apartado lo tengo cubierto, gracias. Me he encargado yo mismo.
    – ¿Conocimiento? ¿Inmortalidad?
    – Me aburren los documentales. Y el mundo es una porquería, me gustaría envejecer tranquilamente y, en su momento, descansar. Además, creía que eso de la vida eterna era después de muertos. Lo del cielo y el paraíso y esas mandangas. ¡Claro, ahora lo pillo! Esto es para quedarse con mi alma ¿verdad?
    – Chiquillo, eres un asesino ¿A dónde crees que vas a ir cuando te mueras? Al menos saca algo para ti.
    – Voy a pasar del tema. Me suena a truco de poli o abogado barato ‘Ya te van a condenar, es mejor si confiesas’ Seguro que hay algún truco legal para escapar del infierno. Si no, no insistirías tanto.
    – Mira, pijo, no te arranco el corazón y me lo como de un bocado porque estoy atado por la invocación. Pero te juro que cuando te mueras voy a estar en primera fila y voy a hacer del infierno un infierno. Un infierno más terrible, quiero decir.
    – Mejor lo consulto con un abogado. Quiero decir, con el cura de mi parroquia. Ahora que veo que esto va de veras me va a dar tiempo para estar preparado. Gracias.
    – ¡YO TE MATO!
    – Lo de la invocación debe ser verdad, porque si no ya me hubieras matado. Así que, si no le importa, yo me voy a ir yendo. Ha sido un placer.
    – ¡NI SE TE OCURRA O TE FULMINARÉ EN EL ACTO!
    Me di la vuelta y caminé tranquilamente hacia la salida. Tranquilamente solo en apariencia, porque su última frase hizo que retumbaran las paredes y, lo confieso sin ninguna vergüenza, me oriné encima. Me la jugué, pensaba que iba de farol y así era. Mi víctima hizo muy bien su trabajo.
    No sé cuantas misas y padres nuestros y donaciones harán falta para lavar mis pecados, pero por suerte tengo dinero para invertir. No me gustaría volver a encontrarme con este tió de tan malas pulgas.

    Reply

  8. Carlos Gallego
    30/10/2025 @ 9:02 pm

    Por encargo

    Llevo en mi bolsillo seis nombres, seis mensajes escuchados en un contestador. Media docena de vidas, personajes que no saben los unos de los otros y que nunca se conocerán. Yo soy su punto de unión.

    La primera. Un padre de familia. El tío que te cruzas por la calle o se te sienta al lado en el metro y no te das ni cuenta. Un tipo gris, dócil, anónimo. Alguien inofensivo para alguien como yo. El hombre gris va por la calle con la cabeza baja, mirándose la punta de los zapatos, pero en casa a veces saca la mano a pasear. Su mujer se ha cansado de maquillajes y gafas de sol.

    El segundo mensaje hablaba de un chico listo. Siempre cogió lo que quiso, y no pagó por ello. Era el más fuerte. Creció siendo el centro, el tirano de un pequeño universo que a mí me importa una mierda. Él se justifica. ¿Qué puedo hacer si los otros son unos panolis? El chico listo va dejando un rastro de resentimiento y traiciones. Le gusta el dinero, pero no para compartirlo. Una sanguijuela que acostumbra a no pagar los encargos que hace, pero él si los cobra. Odio a la gente que no paga sus deudas; yo no lo permito. Alguien ha llegado a la misma conclusión, se le han hinchado las pelotas y ha hecho la llamada. El dinero ya lo ha dado por perdido, no vale la pena reclamarlo, pero añadiendo algo más al perjuicio recibido, se podrá dar el gusto de borrarle la sonrisa a un cabrón. Me ha pedido en concreto que sea en la cara. No le cobraré el extra.
    Gira el tambor y entra la tercera historia. Es la de una señora aburrida. Una bella señora a la que se le están pasando sus mejores años tomando el té con las amigas, rodeada de comodidad y objetos caros. Se ha cansado de esperar; los amantes no aplacan su ansiedad por volar sola. Lo quiere tener todo ya, pero el marido es un carcamal con una mala salud de hierro. La señora aburrida ha decidido tomar un atajo, se lo puede permitir. Y yo cobrarle el doble.

    La cuarta entrará en la recámara, después del encargo de la señora, cuando suba el percutor para mirar a la siguiente vida. Este es un marido deshonrado. Podría ser el de la anterior señora, pero no lo es. Lástima, habría sido divertido acabar con los dos. Les hubiera cobrado por adelantado, claro. Este cliente, no aguanta más arrastrar sus cuernos, quiere lavar la afrenta. Yo le ayudaré a recuperar su honor, aunque, eso sí, no podrá comprarse el coche nuevo que tanto le gustaba, el que mira en el concesionario como un colegial que pega la nariz al escaparate de una pastelería. El dinero del coche acabará en mi bolsillo, al lado de la 38.
    La quinta. Salgan antes de entrar. Apretando con suave firmeza el gatillo contribuiré a esa salida. El cliente no puede subir más altoporque hay un tapón que se lo impide y yo lo voy a descorchar a bocajarro. Muerto el perro se acabó la rabia; ascenso garantizado.

    Y por fin la última. Soy un hombre de tradición, detesto las automáticas, tienen muchas balas, pero también muchos casquillos que recoger del suelo. El revolver es limpio, y no se encalla. Nunca he necesitado más de una bala para contentar a mis clientes. La sexta es la que se va a quedar como siempre en el tambor. Esa es la que guardo para los imprevistos; y la que guardo para mí. El día que llegue el momento vaciaré el arma, si no, se quedará en su sitio, se cerrará un círculo y otro se abrirá, y ella será la primera de la siguiente lista de encargos. Porque siempre hay nuevos encargos, siempre hay una bala con tu nombre.

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  9. Julián
    31/10/2025 @ 11:18 am

    Ella es todos

    A Sara le gustan los días de sol de octubre, como el de esta mañana, que hace fresco pero el sol calienta. Caminando por la calle se ha desabrochado el botón de la blusa mostrando su escote, camina en paz con el mundo y con ella misma, se le nota media sonrisa en la boca, se siente feliz. En ese momento de plenitud percata la mirada escrutadora de una mujer, ha sido solo un instante, por el rabillo del ojo, pero Sara ha reconocido el rictus en la cara de esa mujer, un rictus de desagrado, que la juzga.

    Se detiene en un escaparate para ver su reflejo. Se ve distorsionada y se pregunta ¿qué es lo que me ha delatado?, examina su mentón un poco más pronunciado de lo que le gustaría, se ve un poco demasiado alta, su cadera ridícula, los hombros demasiado anchos. Se mira con tristeza, ve a Juan, ese mariquita peleón, el gay del instituto, al que sus compañeros de clase perseguían por la calle solo para divertirse. Le grita con desprecio al escaparate aunque no salgan las palabras de su boca, ¡ya no soy ese!

    Huye de su propio reflejo y sigue andando por la calle, pero la mala leche se ha apoderado de ella, pisa fuerte vibrando a cada paso, intenta estar segura de sí misma, los hombros atrás, los pechos abriendo el camino, repitiéndose como un mantra que una mirada no te amilane, no ahora que has llegado tan lejos, ahora ya no te hacen daño tan fácilmente. Por un momento se arrepiente de haberse puesto esos taconazos porque quiere correr, huir, alejarse del dolor, y en otro momento quiere dar media vuelta y darle una bofetada a esa mujer, hija de puta, cabrona, le insulta metiendo los labios para dentro y mordiéndose el labio inferior, pero no deja que caigan las lágrimas.

    Andar por la calle le va bien, vuelve a sentir el calor del sol y poco a poco se va calmando, intenta relajar los músculos de la cara que sabe que la afea, prueba a hacer varias muecas para sonreír y al final se ríe de sí misma haciendo muecas, se va destensando y acaba andando a paso ligero, se ahueca el pelo con los dedos y mueve el culo a cada paso sintiéndose atractiva de nuevo.

    Llega a su destino y al entrar en el local el portero le mira los pechos con descaro, ella sonríe, es lo que necesitaba. Se dirige al cuartito del fondo y se pone el body y las botas altas de cuero mientras oye las risas obscenas de sus compañeras. Cuando salga del camerino se habrá convertido en Chloe y a medida que vayan conversando con los hombres apoyada en la barra se sentirá deseada y segura de sí misma, sabiendo que está en el lugar donde se siente más mujer, nadie la juzga, nadie la mira mal, los hombres la desean y pagan por estar con ella.

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