Laboratorio 18 de octubre: Historias entrelazadas.
Comentaremos textos escritos por los participantes y haremos actividades de escritura en el momento, que nos pueden servir como semillas para la sesión siguiente o no.
Cada sábado tendremos una consigna sobre la cual escribir. Los textos se tienen que poner en los comentarios de la entrada pertinente antes del viernes anterior a la sesión. Podemos poner el texto tal cual o un enlace a un sitio donde leerlo. Los textos tienen que tener, como máximo, 900 palabras. Cada participante tiene dos compromisos: a) Escribir un texto y b) Leer los de los compañeros.
El laboratorio tendrá un número limitado de participantes. Para cada sesión podrán asistir quienes cumplan las dos condiciones anteriores, por orden de presentación de textos. Pedimos a todos los participantes honestidad y buen rollo.
La consigna en esta ocasión es escribir un relato de historias entrelazadas, cruzadas, varios personajes cuyas historias se unen al final.
Tenéis que escribir vuestros textos y ponerlos en los comentarios de esta entrada, bien pegando directamente el texto, bien poniendo un enlace donde leerlo hasta el jueves anterior a las 12 de la noche. Tenemos hasta la sesión para leer los relatos de los demás.
Cualquier duda la podéis preguntar por el grupo de Whatsapp.
16/10/2025 @ 1:00 pm
Relato de la consigna anterior: «Contar una historia muy conocida desde el punto de vista del “villano” o un personaje secundario».
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16/10/2025 @ 9:58 pm
Los orígenes del fuego
***
Estaban exhaustos. Tantos mundos. Tanta huida. Tantos esfuerzos intentando disimular sus huellas para que no los descubrieran. Alguien estaría detrás de ellos, seguro. No podía ser que les dejaran en paz. Los vencedores nunca lo hacen. Esto es la desgracia de ser derrotado: te obligan a pagar las cuentas por ambas partes.
Así que seguían huyendo. Mundo tras mundo, alejándose cada vez más de cualquier posibilidad de volver. No era lo que buscaban, pero ¿qué les quedaba? Y ahora ya no podían seguir. El generador soltó su última chispa cuántica y su alma se evaporó en búsqueda de mejores oportunidades. Estaban atrapados en un mundo sin ciencia, sin tecnología, sin conocimiento que les podría prometer posibilidad alguna.
Llevaban varias semanas ya barajando soluciones, y los ánimos se acercaban a las temperaturas críticas.
—Es la única salida, como podéis ver. —El comandante R.A. contemplaba a través de los paneles de observación de la nave el planeta azul que podría acabar siendo su última prisión, si no se jugaban bien sus cartas.
—Estos monos que se creen seres inteligentes me resultan repugnantes. Me saca del quicio solo pensar en tener que tratar con ellos. Pero haré lo que me manden, si es lo que vota la mayoría.
—No esperaba menos de un soldado con tu experiencia, S.T. — El comandante asintió con la cabeza hacia el oficial del aspecto bruto, sus manos, tal vez en un intento de disimular su enfado, jugando con un casco del hocico pronunciado.
—Alguien tendrá que ser sacrificado. Necesitaremos voluntarios. —Otro miembro del equipo, con el cuerpo esbelto cubierto entero por el atuendo verde que le sentaba como la segunda piel, parecía seguir calculando las probabilidades.
—Y más de uno, S.S., más de uno. —El comandante permanecía contemplativo, como si estuviera atando en su mente los últimos nudos de la solución difícil—. Pero todo tiene su precio. Incluso la libertad. Y a veces este precio significa perder aquello por lo que has luchado.
—Venga ya, no seáis tan pesimistas. A mí me parece una buena solución. Sí, es muy a largo plazo, y tendremos que ser pacientes, —el único que efectivamente no tenía la cara del condenado a la muerte, tal vez porque la cara esa estaba cubierta por un casco del aspecto extravagante en forma de cabeza de pájaro, estaba intentando sacar los últimos datos del sistema de computación antes de que los ordenadores se murieran. — Sí, tendremos que implantarnos en las consciencias de los seres inferiores, esperando así empujar el desarrollo de las civilizaciones locales. Sí, tendremos que jugar a los dioses, y es irónico, teniendo en cuenta que hemos huido de los nuestros. Pero todos los cálculos dan las probabilidades del éxito bastante esperanzadoras. Algún día, con nuestra ayuda, los locales llegarán a los niveles del desarrollo necesarios para sacarnos de aquí. Sí, que da miedo perder la consciencia propia. Pero tarde o temprano nos recordaremos, seguro.
—Tienes razón, T.T. De acuerdo, transmite a las otras naves que se convoca una reunión de todos. Tendremos que elaborar un plan y dividir los roles.
***
El disco del sol ya ha empezado su descenso perezoso por el firmamento. Bien escondido en la sombra entre las rocas amarillentas, Tamar ha entreabierto un ojo para contemplar el entorno. La bruma de la mezcla de polvo y polen que llenaba el aire velaba las líneas serradas de las montañas volcánicas en el horizonte. Los pájaros aún permanecían escondidos del calor, esperando a la hora más tardía para desplegar su coro de despedida del día. Tamar pensó en el medio conejo que se le quedaba de la caza de ayer. Después de tantas horas en las cenizas, estaría ya bien ahumado. Este pensamiento creaba movimientos placenteros en la barriga. Habría que juntar a las cabras, pero él se sentía igual de perezoso que el sol. Aún le quedaba tiempo, se aseguraba, para justificar su estado remolón.
No entendió qué realmente pasó. En un momento estaba contando los polvos en el aire, y en el otro un destello —al principio pensó que tal vez un reflejo del sol en un ala de un pájaro creó esta ilusión en la bruma— le comió la vista. Se asustó que nunca volvería a ver. ¿Qué será de él? ¡¿Y las cabras?! No sabía cuanto tiempo pasó mientras él permanecía con la vista quemada. Cuando los ojos finalmente volvieron a la vida, un ser —¿Un hombre? No, no existen hombres así—, alto, fuerte, parecía un gigante, se alzaba sobre él. Primero solo era una silueta oscura sobre el fondo del cielo luminoso que se había vuelto loco. A la medida de que sus ojos se acostumbraban a ver de nuevo, empezó a distinguir las ropas extrañas que se ceñían al cuerpo musculoso, enorme. ¿Un hombre? No, no. Y los ojos, los ojos que le miraban de la misma manera que su perro miraba a la presa antes de lanzarse a cazarla, pero en estos, además, ardía un fuego azul. ¡Un dios! Un dios descendió ante él y ahora… ahora… Tamar no pudo acabar su pensamiento antes de que el dios extendió su mano y entonces Tamar dejó de existir, y su mundo se convirtió en fuego.
***
La noche guardaba silencio. Él estaba mirando al ordenador, y su mente, aparentemente, estaba decidida a mantener la harmonía con la noche. Es decir, ni piu. Ni un pensamiento, ni un movimiento mínimamente ligero en su materia gris escondida en su cráneo. La pantalla permanecía virgen, un desierto blanco, pulcro, intocable. Era de locos atreverse a desacralizar esa pureza con letras y números del código. ¿Para qué? Todo era en vano en cualquier caso: su idea era estúpida, si es que aquel momento en que le pareció tener una idea no era una alucinación. Ahora le quedaba solo un vago recuerdo de aquello que por un flechazo le pareció algo genial. ¿Una idea genial, él? No podía ser. ¡Tonterías! Seguramente cualquier IA escribiría este código en un plis-plas, y si aún no lo han hecho, es que no valía la pena.
“¡Idiota!”, sonó en su cabeza una voz rotunda.
Se sobresaltó. Y no porque últimamente los pensamientos eran unos visitantes raros. Por lo menos, los pensamientos que tenían algún interés. No, el problema no era este, sino que la voz que sonó en su cabeza no era suya. A su crítico interior él le conocía muy bien. ¿Este grado de autoridad? No, él no era capaz de llegar a estas alturas ni siquiera en sus momentos de autoflagelación más eminentes.
“Porque eres un idiota y no vales para nada”, repitió la voz extraña que, aparentemente, decidió habitar su mente ahora. Y no solamente la mente. Ahora él lo recordaba. La idea. El código. Veía claramente por qué iba a funcionar y por qué era genial. Porque no era suya. Ni la idea, ni las manos que ahora tecleaban los números y letras, rompiendo el blancor de la pantalla. Ni su propio cuerpo le pertenecía ya a él mismo. Porque ahora sí él lo recordaba todo.
***
—Padre, ¿qué vamos a hacer ahora que los dioses se han ido?
El sacerdote miró, pensativo, a la tumba polvorienta, escondida en el rincón más lejano de la cueva al que no llegaban los rayos del sol que se calaban por la boca de la entrada.
—Ahora… ahora, hijo mío, por fin vamos a vivir.
—¿Qué quieres decir?
—Quiero decir que ha llegado la época de los humanos, por fin. Nuestra época. Y nadie, ni siquiera los dioses, podría impedir que despleguemos ahora nuestro potencial.
—Pero… no es lo que decimos a nuestro rebaño. ¿Acaso no les contamos que los tiempos de los dioses eran los mejores y lo único a que podemos aspirar es intentar acercarnos a lo máximo a las prosperidad del pasado?
Una sonrisa amarga tocó los labios del sacerdote.
—Contamos… El rebaño necesita a un mito. Les contamos lo que necesitan oír para seguirnos. Nosotros les llevaremos a un futuro mejor, no los dioses.
—Pero…
—Es verdad, los dioses nos enseñaron cosas increíbles. Hemos aprendido construir ciudades, contar las estrellas, navegar por los mares. Todo gracias a ellos. Pero no creas que era la época feliz para nosotros. Éramos unos gusanos para ellos, dignos solamente para arrastrarnos en el polvo bajo sus pies. Nuestro precio de la sabiduría y el conocimiento eran la sangre y el sufrimiento. Ahora, por fin, somos libres.
La cara del sacerdote estaba distorsionada, una mueca cruel, la mirada ausente.
—Libres, pero…¿podremos ser igual de grandes?
—No necesitamos ser grandes. Necesitamos ser humanos.
—¿Y si… vuelven?
—No volverán. Hace tiempo que no vuelven. Creo que ya están todos muertos. No eran dioses. Eran unos seres que llegaron de otro mundo. Poderosos sí, pero mortales. No sé qué buscaban aquí, pero se han ido. Este era el último.
Los dos miraron a la tumba oscura, coronada por una lápida con una inscripción en una lengua desconocida.
—Padre… Los dioses nos enseñaron las letras, pero éstas no las conozco. ¿Qué significan?
—Era lo que estaba escrito en su traje cuando llegó aquí. Era su nombre.
—¿Y cuál era?
—Prometeo.
16/10/2025 @ 11:32 pm
Invasión
La cosecha iba a ser excelente. Los campos de maíz brillaban dorados bajo la luz del sol, los tomates ya estaban de un color rojo que parecía pintado, y en el establo se oían los mugidos de las vacas, que sonaban alegres, como alegre era el día. Todo era perfecto, había conseguido erradicar las enfermedades, gestionar bien los gastos, hasta la producción de leche había sido mejor que nunca.
Sonrió pensando en los beneficios que iba a obtener ese mes. Posiblemente conseguiría entrar entre los diez mejores granjeros, una medalla que iba a llevar con orgullo. De repente, algo cambió en el aire. El viento pareció pararse de golpe. Escuchó un murmullo lejano y ominoso a sus espaldas. Se dio la vuelta. Asustada, vio como, en la distancia, una multitud caminaba lentamente pero sin pausa en su dirección. Un grupo de gente que avanzaba a saltos con los brazos levantados y emitían unos gemidos inconexos. había visto las suficientes películas para identificarlos. Una manada de zombies se estaba acercando a su granja.
‘¡Es imposible!’ Pensó asustada ‘No aquí’. Pero sus ojos no mentían y corrió rápidamente hasta su casa. Dentro no tenía nada para defenderse, ninguna escopeta, apenas alguna pala y la horquilla del heno, que frente a un zombi podrían ser de ayuda, pero ante tantos no servirían para nada. Atrancó todas las puertas y ventanas. Hizo una barricada de muebles, justo a tiempo, empezó a sentir los golpes en el otro lado, junto con unos gruñidos que sonaban espantosos y le ponían la piel de gallina. Intentó contactar con el servicio técnico, pero fue en vano. Los golpes eran cada vez más fuertes, la barricada se iba desplazando poco a poco y ni siquiera tenía una segunda planta a donde subir. Estaba muerta. Adiós a la cosecha, adiós a sus animales, adiós a la medalla.
De repente sonaron disparos. Los golpes cesaron. Se asomó a la ventana y vio a un vaquero a caballo, sombrero de ala ancha, fuerte, musculoso, con una escopeta recortada en cada mano. Disparaba sin cesar mientras su caballo daba vueltas. Los zombis caían, intentaban perseguirle pero él era más rápido. Iban cayendo uno a uno. Donde ponía el ojo ponía la bala. En diez minutos no había ningún zombi levantado, aunque algunos se arrastraban sin rumbo por el suelo.
– ¡Salga! He acabado con todos, pero pronto vendrán más. Este lugar no es seguro.
Ella salió un poco asustada y él se acercó al trote, la enganchó de la mano y, con un hábil movimiento, la subió a la grupa detrás de él. Se abrazó a su espalda ancha, todavía asustada.
– Es una invasión. Por un error del sistema se están mezclando los escenarios. Y no hay manera de contactar con el servicio técnico. Tenemos que escapar.
Y sin darle tiempo a darle una réplica picó espuelas y se dirigió monte arriba.
– En lo alto de este monte hay una cueva, solo se puede acceder dando un salto con un caballo como éste.
No había acabado de decirlo cuando frente a ellos apareció un cañón y el vaquero, picando espuelas, azuzó al caballo para que se dirigiera al extremo al galope
– Espero que pueda con nosotros dos.
Pudo. Aterrizaron en el otro lado.
– Aquí estamos a salvo. Tengo algunas provisiones en las alforjas ¿Te apetece comer algo? Supongo que tarde o temprano se arreglará el fallo.
En menos de diez minutos estaban alrededor de un fuego, comiendo salchichas que asaban pinchándolas en un palo, y bebiendo un brebaje directamente de la cantimplora. El vaquero la miraba con simpatía.
– No te hagas ilusiones
– ¿Qué? ¡Ah, tranquila! No te preocupes. En realidad soy una mujer. Uso este skin para que me dejen tranquila. Ya sabes lo pesados que se ponen los tíos cuando ven a un avatar femenino.
– Bueno, yo me dedico a farmear, ahí no hay tanto problema. Y, en realidad, soy un hombre.
– ¿Y por qué usas un skin de mujer?
– Me siento más cómodo, no sé por qué. Desde pequeño siempre he escogido personajes femeninos. Y eso que me gustan las mujeres.
– ¡Menudo par estamos hechos!
Mientras conversaban algunos zombis despistados iban cayendo por el cañón.
– Menuda cagada.
– A mí me han destrozado la granja.
– No te preocupes, normalmente restauran la partida justo antes del fallo, y siempre dan una buena compensación. Un mes gratis, o, en mi caso, estas escopetas con munición infinita. Son la caña.
Con el sonido de los zombis espachurrándose en el fondo del cañón y sus gemidos fueron cogiendo confianza, riendo, compartiendo anécdotas de sus respectivos juegos. En un momento dado, el vaquero musculoso cogió la mano de la bella granjera, y aunque estaban con un físico poco adecuado a sus gustos, acercaron sus labios poco a poco.
En ese momento hubo un zumbido, todo pareció parpadear y se encontró mirando los campos de maíz, brillantes bajo el sol del mediodía. En el sistema de mensajería, un aviso. ‘La empresa le pide perdón por las molestias. Para compensar, dispondrá de una nueva variedad de maíz que necesita la mitad de agua y resiste mejor a las enfermedades. Si desea aceptar la compensación se entiende que renuncia a cualquier tipo de demanda legal’.
Aceptó, claro. No iba a meterse en pleitos por tan poca cosa. Y con ese maíz le resultaría todavía más fácil mantenerse en el ranking mundial de granjeros. Quiso decirle al vaquero que sí, que tenía razón, que había valido la pena el susto, la huída de los zombis, y que, además, había tenido la suerte de conocerla. Pero en ese momento se dio cuenta de que, a pesar de todo lo que se habían contado, había olvidado pedirle su nick.
17/10/2025 @ 6:27 pm
Premio Nobel
Millones de ciudadanos sacan sus dudas a pasear por sus bocas, discuten y pelean a brazo partido. Prostituidos por los intereses económicos y políticos, dicen a medias; prostituidos por la indecencia manifiesta de su pusilanimidad, dicen, también, a medias. Pero, ya transcurrido el oprobio, reaparece ese buenismo callejero: confiaré en él, dentro de lo malo…
Os digo que el galardón de Alfred Nobel se preñó con la dinamita que cargó en sus cañones, y hala, a comercializarlo a cañonazos a quien bien pagase. Y os lo repito, la mona, aunque se vista de seda, mona queda. Quien a hierro mata, hierro en la mano le queda, ya se funda por el cielo o el infierno.
Soy la noche, la narradora. ¿Por qué…? Porque me da la gana, y punto pelota.
Caviló Trump, tras esa pléyade de lameculos que tanto le agradaban. No en balde nació con esa clarividencia: era especial, un elegido. Su pertenencia a la élite económica no era suficiente, ser elegido presidente de EEUU le provocaba un regusto entre dulce y salado. Que la lamieran el culo era dulce, muy dulce, pero luego aparecían los comunistas y rojos manipulando a la plebe: esas manifestaciones, esos panfletos con sus caricaturas e insultos. ¿Por qué va a ser suficiente? Su palabra debía ser el dogma, la verdad.
Por qué cavilaba esto, Trump. Porque a él, también le daba la gana, claro está. Y porque si por algo destaca el ser humano es por su condición de entusiasta adulador. Meloso con el poder, el dinero y la sacristía. ¿Por qué he añadido la sacristía? Porque ésta es la mayor zalamera cual ..mera entregada al que paga. Y rima conque me da la gana, y daba por sonreír a Netanyahu.
Un premio Nobel pagado con dinero manchado en sangre y dolor, y, sin embargo, reconvertido en un paladín del alma del género humano. Un reconocimiento al mérito de unos pocos, unos proceres que alzan la dignidad del ser humano hasta el cielo y más allá.
Alfred Nobel era un ínclito químico e ingeniero. Un día sin mañana, cuando la tarde se le echaba encima, pensó: la gente no solo debe morir, sino también vivir, convencida de que hay esperanza. Observó su limonero seco: no era tierra de limoneros, pero algún día lo sería. Hoy por hoy no lo es, por tal razón no habrá Nobel de matemáticas. Todo lo que no mata engorda, y las matemáticas no mataban, teorizaban, aburridas y aburridas.
Pero este indirecto libre actúa torticeramente. Obvia que las malas lenguas, dimes y diretes, chismorreaban la razón de tal desaire, refiriendo la rivalidad que el señorito Alfred Nobel mantenía con Magnus Gustaf Mittag Leffler por una bella italiana que se decantaba en carnal tormento por este famoso matemático, lo más florido del momento. Le arrebataba su deseo carnal y, de postre, el Nobel en matemáticas le caería como manzana gravitacional. Ni de coña. No habrá Nobel en tal deleznable materia.
Convencida estoy de que nuestros políticos han tomado buena nota de estos obsequiosos antecedentes del premio Nobel. No en vano, ahora se reparten tortas donde antes eran aquellas pajillas de nada: “Antes que prostituirte tú, me prostituyo yo”. Lo menciono por esa soflama de que Sánchez iba de nominado al premio; a lo que Feijoo, clamó: “Antes que tú, a Trump. Lo juro por Aznar, antes muerto que tuerto”. A lo que dispuso diez cirios, a euro el cirio, obsequiados a Trump el Magno.
Ay, estúpidos seres humanos,
tú, el ungido, el más listo entre los listos,
tú, el primus inter partes. Vulgar plebe, sí, sé latín.
Ay, valiente Trump, ahora que lo tenía a mano, que el cielo me había sido dado.
Tú, el único que se puede hablar con esta libertad a sí mismo.
Yo, Trump de Trump. Tú, Trump de Trump. O soy todo o no soy nada.
Preparaos. Yo soy el MUNDO.
Es humano que Trump eche humo por la quijada. ¿Quién esperaba otra cosa? A Dios lo que es de Dios, y a Trump el Cielo entero.
¿Quién esperaba otra cosa de Alfred Nobel? Soltero, no se le conocía gachí ni sustituta mediante pago o talego. Y resulta que cuando Eros lo asaeta a la vista de la italiana fatale, esta recibe otra flecha que la redirecciona a un matemático, un tal Magnus Gustaf Mittag. Atendiendo a mi lengua viperina, convencida estoy de que Alfredito le propuso a Gustaf: pues Mittag y Mittag. Mitad para ti, mitad para mí, como Salomón. Y Mittag se rio en sus narices: “Su Mittag para mí, y mi Mittag para ella”.
¿En qué quedó todo?
Pues que Nobel maldijo a Mittag. Odió a Mittag con su querida italiana. “Antes que tuya de nadie”. Y le arrebató lo que nunca sería suyo: el premio Nobel de matemáticas. Para nunca jamás.
Marius Sophus Lie, no comprendía esta alienación, ignorancia supina, del Nobel. La rabia le generaba picazón por las piernas y casi alcanzaba lo más digno y grande de él: su condición. De hombre, sí, pero centrado en su sesera: su condición de insigne matemático noruego. Se veía insultado de forma inadmisible por la omisión. Una afrenta a su esfuerzo y mérito.
Ya se sabe, las afrentas traen consecuencias. Este tal Marius propuso crear el premio Abel de matemáticas. Esperaba la corona de laurel, seguro, pero por razones ajenas, este premio fue reconocido y dotado en el año 2002, por lo que Marius no probó bocado.
Echa la vista atrás el viejo Marius Sophus Lie. ¿Era una buena idea? ¿Y de qué me sirve? Estoy muerto, joder, a ver si os enteráis. ¡Siempre llegáis tarde!
¿Llegará tarde también para Trump? Este año 20225 con el de la Paz ya no prueba bocado. Quizá el de Abel en matemáticas.