Jeanne Deroin. Una voz para las oprimidas. Vida, revolución y exilio
por Miriam Jareño Comellas.
Conocí la existencia de esta mujer de forma casual. En una biblioteca de Barcelona se organizó la presentación del libro que voy a reseñar y, como el nombre de la biografiada me resultaba completamente desconocido, decidí acudir. Una vez finalizado el evento, adquirí el libro y conversé brevemente con la autora, Sara Sánchez Calvo. Ahora, una vez leída atentamente la obra, comprendo la fascinación que esta mujer, de vida longeva y no muy feliz, ejerció sobre Sara.
¿Quién fue Jeanne Deroin? Primero, situémosla en el contexto histórico. Nació en Francia en 1805 y falleció en Inglaterra en 1894. Tenía casi 90 años en el momento de su muerte. Vivió en el imperio de Napoleón con sus consiguientes guerras, la huida del último rey Borbón (Carlos x), la revolución de las mujeres de 1848, la II república, el auge del feminismo inglés y una buena parte de la llamada época victoriana, pues se exilió en Inglaterra en el año 1852 y nunca regresó a su tierra natal.
En apariencia una mujer de clase humilde, dedicada a las duras labores del sector textil en la Francia del siglo xix. La autora nos describe su trabajo como lingère, termino francés que no dispone de una traducción exacta al castellano, pero que comprendería los oficios de lavandera y costurera. Aunque en apariencia humilde, Jeanne sentía pasión por la lectura y el conocimiento, y logró dedicar parte de su escaso tiempo libre a formarse, de forma autodidacta, hasta llegar a ser una mujer culta entre las de su clase. Tanto es así, que consiguió abandonar, temporalmente, el duro trabajo al que se veía sometida y se dedicó a tareas de redacción y dirección de periódicos e incluso a la enseñanza. Se dedicó a ello tanto en su Francia natal como en los años del exilio, aunque, debido a sus dificultades con el idioma británico, no consiguió desempeñarse en estas tareas con la misma facilidad.
Jeanne vivió una época histórica convulsa en la que los cambios políticos y sociales se sucedían a gran velocidad, y ella no era ajena a ellos. Siendo muy joven, apareció un movimiento político-ideológico llamado Sansimonismo, fundado por los seguidores de Henri de Saint Simon tras su muerte en 1825. Entre otras causas, el movimiento abogaba por una cierta emancipación de la mujer y la redistribución de la riqueza, aunque en un sentido distinto al del actual socialismo. En cuanto a la cuestión femenina, es cierto que denunció la esclavitud a la que se veían sometidas las mujeres por el hecho de cobrar menos que los hombres y verse obligadas a someterse mediante el matrimonio o a prostituirse si querían sobrevivir. Este planteamiento, muy de la época, atrajo a muchas mujeres, algunas pertenecientes a la burguesía y de clase obrera, como fue el caso de Jeanne Deroin. ¿Lo malo? El Sansimonismo nunca pasó de la teoría y con el tiempo se acabó convirtiendo en algo parecido a una secta (entiéndase secta en un sentido amplio de seguimiento a un líder sin componentes macabros que podamos atribuirle en la actualidad). A pesar de ello, Jeanne Deroin escribió una obra llamada Profesión de fe, inscrita dentro del movimiento, en la cual exponía las bases de lo que sería su lucha personal durante el resto de su vida. Parte de su corolario sería: abogaba por una profunda regeneración social y un cambio en el estatus de la mujer, considerándola igual al hombre. A partir de ahí, su lucha por esta creencia fue constante, escribiendo artículos en periódicos exclusivamente femeninos como La mujer libre —considerado el primer periódico elaborado por mujeres y destinado a mujeres—, La política de las mujeres y La opinión de las mujeres.
Entre 1830-1832 el Sansimonismo sufrió una dura persecución y Jeanne Deroin decidió apartarse del movimiento y pasó a luchar por sus ideales en la retaguardia. No se supo de ella durante unos quince años. En este período se casó, en pie de igualdad, con un compañero sansimoniano y tuvo cinco hijos, dos de los cuales fallecerían a muy temprana edad y uno tuvo problemas graves de salud desde su más tierna infancia.
1848 es el año estelar de la reaparición de nuestra biografiada en la escena política y social. En estos años Napoleón ha desaparecido, el trono francés ha cambiado de manos y se han sucedido algunas guerras, pero el movimiento feminista permanece igual de estancado. Fue entonces cuando se produce la revolución de 1848, que da alas a Jeanne para expresarse de forma más libre y completa. Es en este año cuando se funda la república francesa y el hecho de que se produjera una transición tan radical en el gobierno del país ofreció a Jeanne la posibilidad de dar rienda suelta a sus inquietudes creyendo que, con este cambio radical, podría formar parte de la nueva Francia a construir. Efectivamente, hubo cambios, y también a favor de la mujer, se les permitió expresarse mediante manifestaciones, en publicaciones de periódicos, y se declaró el sufragio universal… Masculino. Universal resulta una palabra engañosa y con eso no contaba Jeanne Deroin que interpretó literalmente la palabra en su sentido más amplio. En este año colaboró en un periódico llamado La voz de las mujeres junto a dos compañeras feministas, Eugénie Niboyet y Desirée Gay, en el que solicitaba el voto para todas las mujeres solteras mayores de 21 años y para las viudas. La propuesta no prosperó.
Su siguiente periódico, La política de las mujeres, dirigido por Desirée Gay, fue rechazado alegando la excusa de que las mujeres no podían participar en la vida política y el nombre del diario daba a entender lo contrario, así, se le cambió el nombre a La opinión de las mujeres, y de esa manera aguantó un año.
En 1849 destacó por su frenético activismo político y por su rompedora actitud al querer presentarse como candidata a las elecciones legislativas parciales de ese año. Y, lo más sorprendente de todo para la época de la que hablamos, es que obtuvo bastantes apoyos, entre otros con el de Jean Macé, futuro fundador de la Liga de la Enseñanza, y del periodista Eugène Stourm. Llegó a dirigirse, ese mismo año, al político anarquista Pierre Joseph Proudhon, quien intentó convencerla de que: «Los órganos que poseen las mujeres para alimentar a los bebés no las hacen aptas para el voto ni la legislación». La respuesta de Jeanne fue épica: le pidió que le enseñara qué órganos tenían los hombres que les permitían votar y legislar. Una respuesta sencilla, aguda y directa y que aplasta cualquier machismo… universal.
Durante ese año, también cabe destacar que fue detenida, enjuiciada y presa. En el transcurso del interrogatorio —transcrito en el libro—, Deroin protestó contra la ley que la llevó a los tribunales, ya que la habían promulgado hombres y ella no la reconocía, pues, como mujer, no se le había pedido opinión. Y fue encarcelada, durante 6 meses, en la prisión de Saint Lazare, en la que compartió celda con otras activistas. Fue liberada en 1851 y tras su excarcelación emigró a Inglaterra.
Una vez instalada allí, prosiguió con su activismo a favor de los derechos de la mujer. Como dato, hay que destacar que Jeanne había mantenido contacto epistolar con movimientos feministas estadounidenses. Durante su estancia en Inglaterra siguió ejerciendo como maestra de niños franceses exiliados, pero, casi como una maldición de clase, tuvo que volver al duro trabajo de lingère para sobrevivir. En esos años finales, mantuvo contacto con el fundador del futuro movimiento Arts and Crafts, William Morris. Por aquel entonces, Morris pertenecía a la Liga Socialista y, a pesar del machismo imperante en la asociación, acogió bien a la francesa. Jeanne tampoco abandonó su actividad periodística, pues siguió publicando en el Almanachs des femmes, especie de diario que había iniciado en 1852.
Como podemos observar, Jeanne Deroin fue una persona destacable en una época de cambios rápidos, a veces progresivos y otras regresivos. Mantuvo la coherencia de lo defendido durante toda su extensa carrera permaneciendo fiel a sus ideales y luchando por aquello en lo que creía. Como último apunte para remarcar todavía más lo innovador de su pensamiento, debo comentar que, supuestamente, Jeanne eligió ser vegetariana. Entre sus intereses figuraban los derechos de los animales y, como forma práctica de mostrar ese interés abogó por la reducción, en la medida de lo posible, del consumo de alimentos de origen animal. No se tiene constancia irrefutable de que siguiera este tipo de alimentación, pero varios testimonios aseguran que así era y, si hemos de tener en cuenta que actuaba tal como pensaba, es más que probable que así fuera.