Laboratorio 5 de octubre:

Comentaremos textos escritos por los participantes y haremos actividades de escritura en el momento, que nos pueden servir como semillas para la sesión siguiente o no.

Cada sábado tendremos una consigna sobre la cual escribir. Los textos se tienen que poner en los comentarios de la entrada pertinente antes del viernes anterior a la sesión. Podemos poner el texto tal cual o un enlace a un sitio donde leerlo. Los textos tienen que tener, como máximo, 900 palabras. Cada participante tiene dos compromisos: a) Escribir un texto y b) Leer los de los compañeros.

El laboratorio tendrá un número limitado de participantes. Para cada sesión podrán asistir quienes cumplan las dos condiciones anteriores, por orden de presentación de textos. Pedimos a todos los participantes honestidad y buen rollo.

La consigna en esta ocasión viene del bulo que lanzó Trump sobre los migrantes que estaban comiendo perros y gatos, pero por extensión podemos hablar de los bulos en general, las fake news o similares.

Tenéis que escribir vuestros textos y ponerlos en los comentarios de esta entrada, bien pegando directamente el texto, bien poniendo un enlace donde leerlo hasta el jueves anterior a las 12 de la noche. Tenemos hasta la sesión para leer los relatos de los demás.

Cualquier duda la podéis preguntar por el grupo de Whatsapp.

8 comentarios

  1. Panchito

    (Incluye temas de las dos últimas consignas, muerte anticipada y bulos)

    La caza

    Salgo de la carretera y me desvío por un camino rural. En pocos minutos llego al punto de encuentro. Los dos hombres que todavía no conozco me esperan al lado de una camioneta roja. Hacen visera con la mano para que no les deslumbren los faros y se quedan quietos, mirándome mientras aparco delante de ellos y salgo del todoterreno.
    Me acerco a ellos sin prisa, iluminando con la linterna el terreno que nos separa. Ya están vestidos de uniforme. Cuando los alcanzo, oriento la linterna de forma que podamos vernos las caras sin deslumbrarnos.
    El más alto me tiende la mano y me anticipo a hablar antes de que se presente.
    – No quiero saber vuestros nombres.
    Asienten. Me quedo mirándolos. Sobre los treinta y cinco, no muy en forma. Sin el uniforme de la Guardia Fronteriza, tendrían más pinta de camorristas que de padres de família. Tienen el cabello y la barba demasiado largos como para pasar por reglamentarios, pero prefiero no decirles nada. El más gordo huele a whisky.
    – Max me dijo que me podía fiar de vosotros, pero cuanto menos sepáis de mí, mejor.
    Vuelven a asentir. No parecen muy espabilados, sobre todo el más gordo.
    – A ti te diré Jack y a ti Joe -les digo, señalando a uno y otro.
    Se miran, no se dicen nada, y luego me miran a mí. El más alto pregunta:
    – ¿Y a ti cómo te llamamos?
    – Max, llamadme Max, como al otro Max. Así te será más fácil seguir mis órdenes, igual que seguías las suyas.
    Sonríen y se miran, como diciendo: lógico, es listo el tío.
    Subimos al Chevrolet de la Guardia Fronteriza que he utilizado para llegar hasta aquí. El más alto se sienta delante, el otro se instala en el asiento trasero. He tenido que vaciar el maletero, así que el de atrás se tiene que hacer espacio entre los rifles, las cámaras térmicas, esposas, todo lo que he pasado del maletero al asiento de atrás.
    Conduzco el Chevrolet de vuelta a la carretera. Comunico por radio que ya estamos de camino y nos contestan que de momento los drones no han localizado a nadie. Al poco, empezamos a cruzar el desierto camino de la frontera.
    Durante un rato, hablan de banalidades, aunque con intención de parecer tipos razonables delante de mí. Comentan entre ellos que tenemos toda la noche por delante y que no vale la pena impacientarse, que tienen bocadillos y café de sobras para toda la noche. Después, hablan de programas de televisión, de deportes –pronósticos para la nueva temporada de la NBA, la NFL y la NHL- y del reciente debate entre Trump y Kamala Harris. Les escucho sin intervenir y sin fijarme demasiado en lo que dicen. No quiero saber nada personal de ellos. Lo único que quiero saber es hasta dónde llega la firmeza de sus convicciones. Hasta donde pueden llegar, en todos los sentidos.
    Cuando se cansan de hablar y se hace un silencio, les pregunto:
    – ¿Habéis ido muchas veces de cacería?
    Al alto le gusta la pregunta, se nota en la forma de repantingarse hacia atrás en el asiento antes de aprovechar la ocasión de lucirse.
    – Sí, muchas, muchas. Ya he perdido la cuenta. Muchas.
    La carreta es una recta interminable, así que puedo desviar por un momento la vista para dedicarle una significativa mirada de reconocimiento. Vuelvo a mirar hacia delante y continúo hablando.
    – Bien – le digo-. Necesitamos gente como vosotros. La mayoría de la población no se da cuenta del peligro en que nos encontramos. No se dan cuenta o no son capaces de afrontarlo o son demasiado idiotas porque tienen el cerebro frito por los políticos o son demasiado egoístas para asumir su responsabilidad o son demasiado cobardes. O seguramente todo a la vez.
    El hombre que he decidido llamar Joe mueve fervorosamente con la cabeza.
    – Tienes toda la razón -interviene el Jack desde el asiento trasero-.
    – No es fácil encontrar gente como vosotros -le digo-. Y os necesitamos. Nuestra esencia está en peligro. Nos están invadiendo, así que, en realidad, estamos en guerra. Y es una guerra santa porque estamos luchando contra mismo el diablo. Contra el mismo diablo –repito lentamente-.
    – Qué bien lo has explicado, es genial lo que estás diciendo -dice Jack-. Es tal cual como lo dices. Tienes toda la razón, sí señor -dice, en un tono demasiado alto, casi gritando-.
    Quizá Jack siente la necesidad de poner un gran énfasis en sus comentarios para compensar su falta de visibilidad en el asiento trasero.
    Sigo hablando, con voz grave, pausada.
    – Hay que tener claro que la única solución es acabar con ellos antes de que ellos acaben con nosotros.
    – Por supuesto –dice el alto-.
    – Incluso roban gatos y perros de la gente decente para comérselos, son ese tipo de escoria –interviene Jack desde el asiento de atrás-.
    – Buah, dan asco –dice Joe, haciendo un gesto como si se acabara de tragar una mosca-.
    – Nos están invadiendo desde hace años y no hay que dejar que entre ni uno más –dice Jack desde atrás.
    – América nos necesita -resumo-. Y no podemos fallar.
    Después nos quedamos en silencio un buen rato, rodeados por el desierto, la oscuridad, el silencio. Miro de reojo al que tengo a mi lado. Me fijo en él. Quizá ya llega a los cuarenta y no parece especialmente en forma. Y si Joe no parece capaz de perseguir a nadie, el de atrás todavía menos. Pero quizá sean buenos tiradores.
    Por radio nos informan de que, por ahora, los drones no han detectado ningún movimiento. Todos respiramos hondo. Paciencia. La realidad no responde al entusiasmo que impera en la furgoneta.
    Tras un silencio prolongado, Joe se queda mirándome fijamente, como si pudiera descubrir alguna cosa contemplando mi cara. Noto cómo duda. Carraspea, se mueve inquieto. Finamente, habla.
    – Hummm, Max…
    – Dime.
    – La verdad es que se me ocurren muchas cosas que preguntarte. Hasta ahora sólo habíamos conocido Max, al otro Max, quiero decir y, claro, saber que tu vienes de la Central para substituirlo por una noche, nos intriga. Nosotros no sabemos mucho de, digamos, la organización. Ni siquiera Max, quiero decir el Max de verdad, sabía mucho.
    – Es mejor así.
    – Ya, lo entiendo.
    Nos quedamos en silencio.
    – Bueno –accedo- puedes preguntar, y si no te puedo contestar algo, te lo digo.
    – Bueno, no sé, ¿somos muchos? ¿Muchos grupos como Max y nosotros dos? ¿Células… le llamáis?
    – No te voy a decir números, pero sí, somos un buen número y cada vez somos más, a lo largo de la toda frontera sur, de Texas a California. Somos muchos los que no queremos que entren más monos chicanos en nuestro sagrado país. Aunque como ahora gobiernan los socialistas de Biden, tenemos que hacerlo desde la ilegalidad. Somos muchos, gracias a Dios, y eso también quiere decir que, si trabajáis bien, tenéis oportunidades de promoción. Hay toda una jerarquía, diferentes ocupaciones y responsabilidades. Como ha pasado con Max, que ha ascendido.
    – ¿Y Max, dónde…?
    – Estará fuera por unos días, formándose para asumir más responsabilidades. Estamos mejorando la coordinación entre los grupos. Cuando vuelva, os comentará las novedades.
    Joe traga saliva, carraspea, se remueve inquieto antes de hacer la siguiente pregunta.
    – Bueno, la verdad es que, lo que más nos intriga, no sé si me lo puedes contestar, pero la cuestión es… ¿qué se hace con los que cazamos en la frontera? Quiero decir, nosotros los cazamos, los entregamos, cobramos lo convenido por cada pieza, vemos cómo pagan a Max y se los llevan en una furgoneta, pero Max dice que no sabe qué pasa después con ellos. No sé, por ejemplo, ¿Los deportan?
    Jack interviene, desde atrás, supongo que intentando hacerse notar.
    – Es lo que no entendemos. Si lo que se va a hacer al final es deportarlos… bueno, no tendría sentido. Eso lo puede hacer la Guardia Fronteriza. Entiendo que utilizamos uniformes falsos de la Guardia Fronteriza, vehículos de la Guardia Fronteriza, de forma ilegal pero patriótica, porque así podemos trabajar mejor, pero nosotros somos como una milicia secreta de voluntarios, nuestra misión tendría que ser… diferente.
    Quizá Jack no sea el más tonto de los dos.
    – Exacto -le confirmo-. Lo que hace la Guardia Fronteriza es simplemente deportarlos. Es lo único que pueden hacer. Pero eso no acaba con el problema, porque vuelven. Son como las cucarachas, si no las eliminas, vuelven a aparecer por todas partes. En la Guardia Fronteriza hay buenos chicos, patriotas de verdad, de eso no hay duda, como los que nos han facilitado los vehículos, uniformes y armas. Pero tienen las manos atadas, están a las órdenes de políticos corruptos o cobardes. O las dos cosas.
    Me quedo en silencio unos segundos, mientras calibro hacia donde me conviene llevar la conversación.
    – No puedo dar mucha información, pero está claro que nosotros vamos más allá de lo que hace la Guardia Fronteriza. ¿Es eso un problema para vosotros?
    – Por supuesto que no – se apresura a responder Jack, desde el asiento de atrás-.
    – Somos patriotas, haremos lo que sea necesario por América –confirma Joe-.
    – Bien. Queremos que las células asuman más responsabilidad. Y creo que vosotros estáis preparados para los cambios. Creo que sois tíos valientes, sois tipos de acción que no les tiembla el pulso en ninguna circunstancia. ¿Es así? ¿Me equivoco?
    – No, nos gusta la acción –dice Jack-.
    – Estamos en guerra y tenemos que aniquilar al enemigo –les digo, avanzando en la concreción del paso adelante que les estoy proponiendo-.
    – Cuenta con nosotros para lo que sea –dice Joe con convicción-.
    – Lo que sea –confirma Jack-.
    Por radio nos dicen que han detectado movimiento y nos dan las coordenadas. Un grupo de cinco personas intentan cruzar la frontera. El navegador nos indica que estamos a 33 minutos de ellos. Calculo el espacio que podrían recorrer caminando y busco el punto de intersección.
    Media hora más tarde aparcamos y bajamos del Chevrolet con nuestros M16. Con el visor térmico, localizo unas manchas moviéndose al sudeste. Cambio el visor térmico por los prismáticos nocturnos para tener una visión más precisa. Les señalo la dirección a Joe y Jack. Dos adultos y tres niños. Cinco. No. Uno de los adultos, que parece una mujer, lleva un bulto en la espalda. Debe de ser un bebé atado a su espalda. Seis.
    – No me gusta cazar familias con niños –dice Joe-. Los niños son imprevisibles.
    Los esperamos detrás de unas rocas. Cuando llegan a nuestra altura, salgo rápidamente de detrás de las rocas y les doy el alto en inglés. Se quedan mirándome, asustados. Les digo en español:
    – ¡Quietos! Guardia Fronteriza de los Estados Unidos de América. ¡Levantad los brazos!
    Toda la família se queda quieta y levanta los brazos, tal como se lo he ordenado. Joe y Jack, a mi espalda, les apuntamos con sus M16. Joe les grita que se estén quietos, aunque no se mueven en absoluto. Están aterrorizados. Una niña de unos seis años rompe a llorar. La madre le pone una mano en el hombro y la atrae hacia sí, pero mantiene el otro brazo en alto. Murmura algo que podría ser una oración o una súplica.
    A mi espalda, Jack y Joe los apuntan con sus M16. Me giro y lentamente me coloco detrás de ellos, para que dejar el espacio libre entre sus fusiles y los inmigrantes.
    – Ahora tenéis esperar mis órdenes –les digo a Jack y Joe-. No os precipitéis, no hagáis nada hasta que yo os lo ordene. En primer lugar, solo quiero que respondáis una pregunta. Solo responder la pregunta. Quiero saber si estáis preparados para disparar.
    – Sí – dicen los dos con convicción-.
    Suenan dos disparos.

  2. Solrac

    Qué verdad?

    Día 23 de abril del 2020
    El presidente Trump en entrevista televisiva, cara resuelta, vocea su panacea para finiquitar el coronavirus: inyecciones de desinfectante y rayos ultravioleta.
    En un rancho de Texas que posee cien reses, un matrimonio de cuarenta y cinco y cuarenta y cuatro años, escucha devotamente a su presidente.
    ……………………………………
    ¿Qué queréis que os diga?
    Es un matrimonio de tantos, adictos a Trump, a su líder indiscutible. Su rancho es trabajo duro y agotador. Pero ruegan a Dios y creen en América, y odian cuanto temen a los comunistas. En su propiedad son la ley, y disparan a matar si alguien la traspasa. América debe hacer lo mismo.
    Dios unge a sus elegidos. Trump ha sido tocado por la mano de Dios. Ninguna duda les cabe, ni a Peter ni a Lucy, de linaje anglosajón. En un mundo perdido Trump señala el camino. Pero las hordas chinas, los negros e hispanos, el pornomarxismo está infectando de muerte América. Hay que disparar a matar. Trump no puede decirlo más claro pues los enemigos son muchos. La pandemia del COVID es un ejemplo, una conspiración de China para robotizar a la gente, adiós su libertad. Intentan acallar a su líder, pero Trump no calla, muestra la verdad.
    ¡Qué simplicidad! Conmigo o contra mí.
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    Día 24 de abril del 2020
    El confinamiento por COVID, este día, tampoco se respeta entre los granjeros, sus hijos se aventuran por los campos toda la mañana, juntos.
    A las 20 horas, John, el hijo de seis años del Pete y Lucy, el pequeño de cinco, sufre vómitos, ligera fiebre y tose sin cesar.
    Día 25 de abril del 2020
    John se ha pasado la noche tosiendo y amanece enfebrecido, treinta y nueve con cinco décimas. Respira entrecortadamente, con ruido; pero solo reclama a Anne.
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    ¿Qué os puedo decir? La fe forja la creencia.
    Han rezado, y Dios les ha mostrado el camino. Trump es el camino. «¿Ahora nos toca a nosotros remar por América y por nuestro líder?»; y la esposa: «Dios se acuesta y levanta con nosotros». La enfermedad de John es una prueba a su fe. Dios y Patria, su fe. Deben alumbrar en esta oscuridad con la espada de la fe. El niño solo reclama a Anne, pero están ellos, ya están ellos.
    La fe ilumina la verdad. Y la fe se tiene o no se tiene.
    ……………………………………
    Día 25 de abril del 2020
    A las 14 horas, Peter telefonea a Harry, un médico fanático de Trump que preconiza la nueva medicina ajena a las grandes farmacéuticas. Imputado por ejercer sin licencia y por intrusismo. Se persona a las 16 horas y examina al pequeño John.
    El matrimonio y Harry comentan en voz baja. Asienten Peter y Lucy: debe aplicarse la innovadora técnica Trump. Anne, la hermana mayor, de quince años, debe grabar la escena con el móvil y subirlo a las redes sociales.
    Harry hace convulsionar al pequeño por el dolor de la larga aguja hipodérmica, directa al pulmón, por el dolor de la inoculación del desinfectante; y le convulsiona el líquido al abrasar sus pulmones.
    Anne cede el móvil a un hermano, incapaz, huye y llora en la calle. Aquel sube el visionado a las redes.
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    La auténtica fe no echa la vista atrás. Pero pregunto: ¿qué tiene que ver el dogma con la verdad?
    Harry les informa de que el tratamiento es agresivo y en un principio el cuerpo reacciona mal, pero deben confiar en Trump. Su autoridad es indiscutible, si no creen en él, qué les queda. Asienten, no flaquearan en la obligación que el Hacedor les ha encomendado.
    Entended que toda verdad o mentira es la parte visible de un iceberg, hay que juzgarlas como un todo.
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    Día 26 de abril
    John ha sufrido la noche en tinieblas a carne viva, con pérdidas de conocimiento. A las 8, Anne ruega a sus padres acudir a un hospital, sus padres la encierran en su habitación. John respira débil, su rostro está cerúleo.
    A las 10 horas se persona el auxiliar del fiscal del Condado. Discuten, se niegan a trasladarlo a un hospital. Les informa de que Trump ha matizado sus declaraciones. Niegan. Les muestra un vídeo en su móvil. Niegan.
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    ¿Qué piensa el matrimonio? Harry no aparece, el presidente no les llama.
    Es un montaje. No se doblegarán. No lo conseguirán.
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    Día 26, a las 13 horas.
    El sheriff con cuatro agentes y una ambulancia medicalizada se persona con una orden judicial de trasladar al pequeño a un hospital. Los padres intentan oponerse y son reducidos. A los 13,20 minutos, la ambulancia parte con el pequeño, le inyectan un suero emoliente para los pulmones.
    A las 13,50, el niño llega al hospital del Condado moribundo. Practican la reanimación, pero fallece a las 14,25. Diagnóstico: pulmones quemados.
    A las 17 horas, el matrimonio ante la prensa acusa al Estado de arrebatarle su hijo por la fuerza y someterlo a tratamientos médicos experimentales que han provocado su muerte. Lloran de rabia y juran ante Dios venganza.
    Trump, preguntado, manifiesta que se siente identificado con los padres.
    ………………………………………
    ¿Y ahora qué?
    El matrimonio se enorgullece de su deliberada firmeza. No se han dejado engañar. Han batallado con denuedo, pero los comunistas, los hispanos, las grandes farmacéuticas, etc., China: la nueva Medusa. El demonio mismo se ha aliado para quitarles la tierra y su libertad.
    ¿Dónde está el bulo? ¿Dónde la verdad?

  3. No soy Leila pero me gustaría

    Pérdida de fe

    Alberto Fernández sigue hablando, estamos en casa de su madre, en un barrio residencial de familia acomodada, sentados en la mesa del comedor. Está distrayéndose con los papeles, periódicos viejos, revistas que tiene esparcidos sobre la mesa donde aparece su nombre y su fotografía.
    –El día que dejé el colegio fue maravilloso, el culmen de un trabajo bien hecho. Había pasado de un colegio que apenas se llenaban dos líneas y veinte años más tarde, cuando lo dejé, eran cinco líneas y había lista de espera para entrar.
    –Eso fue en su etapa en Perú, ¿es así?
    –Etapa, etapa no fue… Fueron muchos años. Casi una vida.
    Le pregunto cómo fue su regreso a España, su ascenso meteórico en el escalafón a obispo y sus apariciones en los medios de comunicación.
    –Me costó mucho adaptarme. En Perú era otra cosa, la gente me quería y me respetaba, tenía una comunidad enorme que tenía fe en Cristo y en la iglesia. En España hay poquísima fe y mi trabajo estaba más cercano a la política.
    –¿Su regreso a España fue una imposición de sus superiores o fue una decisión personal?
    –No hay suficientes curas para tantas iglesias y me pidieron, me exigieron, volver.

    Me exigieron volver. No se me escapa que ha usado una expresión un tanto fuera de lugar si tenemos en cuenta el sistema jerárquico de la Iglesia en el que se impone obediencia.
    Le pido los periódicos y revistas para escanearlos y permiso para entrevistar a su madre. Me da su teléfono y me asegura que hablará con ella para ponerla en antecedentes, y pienso que también le aleccionará en lo que tiene y no tiene que decir.
    Al cabo de pocos días su madre me recibe en su casa cuando no está su hijo y nos sentamos en el sofá delante de un cuadro de la virgen que nos observa. Le pregunto por los motivos por lo que cree que su hijo ha podido dejar la iglesia. Es una mujer con un brillo en los ojos que la hace inteligente, pero no me aclara nada, no centra su exposición. Después de varios intentos me quedo con expresiones como “siempre ha sido muy cabezota”, “lo poco que lo han comprendido”, “pérdida de fe”.

    Pérdida de fe. ¿Se gana y se pierde la fe? ¿Se nace con ella o no se tiene?
    Le pido una entrevista a su diácono, con el que estuvo en la parroquia del Santo Socorro y luego en la catedral de Solsona. La hacemos por Zoom ya que ha sido enviado a Argentina. Su voz tiene eco como si estuviera en una habitación sin muebles y en la pared de atrás hay un crucifijo excesivamente pequeño.
    –Dígame cómo es Alberto Fernández.
    –Monseñor es una persona íntegra y comprometida. Estaba en la cumbre de su carrera y si se hubiese quedado estoy seguro que no hubiera tardado en ser arzobispo y quien sabe después.
    –¿Cómo llevaba Ud sus apariciones en los medios de comunicación?
    –Siempre respeté sus decisiones, aunque no las compartiera.
    –¿Cuál es el motivo por el que Ud cree que dejó su carrera en su mejor momento?
    –Como le digo es una persona íntegra y tuvo una gran crisis de fe.

    Crisis de fe. Otra vez la pérdida de fe.
    Intento hablar con el obispo actual o algún representante de la Iglesia pero no ha sido posible. Parece que la iglesia deja caer a los que deciden abandonarlos, incluso a Alberto Fernández, el candidato a arzobispo más joven de la historia y hasta hace poco el buque insignia de la Iglesia moderna.
    Vuelvo a los dos días a entrevistarme con Alberto, esta vez quedamos en una cafetería en el centro, viene con un jersey demasiado grueso, como si no supiera vestir y parece que está fuera de lugar.
    –¿Tuvo dudas de su fe?
    Lo suelto a bocajarro, sabiendo que allí está la cuestión, la pista que me dio su madre y su diácono y que él aún no se ha atrevido a verbalizar. Se queda pensativo, valorando su respuesta, lo que quiere decir y lo que quiere ocultar, las repercusiones que puede tener. Pero ha sido él quien ha insistido que sea yo quien le haga esta entrevista, que sea yo precisamente que soy periodista y que escriba sobre su renuncia cuando tiene 55 años. Hemos quedado que mi artículo se va a publicar en el dominical de El País y que él no la verá hasta que se publique.
    –Es algo habitual en todos los sacerdotes que haya momentos que la duda te carcome, pero se sale fortalecido de ella.
    Ha dicho una frase hecha, vacía de contenido. Se queda callado, dudando. Casi puedo oír el engranaje de su cabeza. Me quedo en silencio sabiendo que necesita tiempo, pero también para forzar a que hable, el silencio hace daño y no es posible mantenerlo demasiado tiempo.
    –Es complicado en el mundo en el que vivimos que no falta de nada, de espaldas a la muerte y con una formación científica hacer creer a los feligreses, y a uno mismo, que hay un ente intangible que está en el cielo, que está viendo a todas horas lo que haces, que te está vigilando, que de hecho vigila a todo el mundo ¡a todo el mundo! Y especialmente hay diez cosas que no puedes hacer.
    Habla en tono neutro, mirando a la mesa, sin atreverse a mirarme a la cara, sé que le ha costado hablar, ordenar sus ideas. Levanta la mirada de la mesa y me mira tímido, se ha puesto colorado y me susurra, abatido y derrotado.
    –Ya no me lo creo.

  4. La Voz del Pueblo

    Wishful thinking

    —¡El pueblo quiere saber la verdad!
    —¿Qué verdad? —le dolía la cabeza, y por eso, como le costaba hablar y tenía que hacer un esfuerzo considerable al vocalizar la respuesta, la voz le salió mucho más amenazadora de que pretendía. Pero esto no impresionó a su oponente.
    —¡Toda! ¡Sobre la corrupción en el gobierno! ¡Sobre las opresiones que sufre bajo el pretexto de la lucha contra los enemigos inexistentes! ¡Sobre qué pasó a todos aquellos que habían intentado alzar la voz contra su tiranía!

    Tapando los ojos con una palma de mano porque la luz hacía de la migraña un calvario realmente insoportable, miró a la periodista entre los dedos. La chica era joven, veinte y pico o algo. Recién salida de la uni, al parecer, por eso era tan… entusiasta. Aún creía que el empeño y los valores adecuados eran capaces de vencer cualquier cosa. Tenía buena planta. En otras circunstancias, en otra vida, tal vez se interesaría por ella, pero… Dios, él necesitaba vacaciones. Pero en este maldito Universo no existía ningún dios, y por eso el pobre presidente tenía que desempeñar sus funciones en su lugar. ¡Qué harto estaba! ¡Presidente! ¿Qué presidente? Era de risa. Si él solo era un piloto. Manejar una nave espacial era lo que sabía. ¿Manejar un país que efectivamente estaba enmarañado en un lío de antagonismos geopolíticos que amenazaban contra su mera existencia? ¡Ridículo! ¿Cómo podía acabar él aquí? Maldito destino, maldito agujero negro.

    Volvió a ojear a la chica que a su vez le miraba a él con el aire desafiante. Era espabilaba, había que reconocerlo. Llegar hasta aquí, hasta su propio despacho, esto tenía mérito. Daba pena deshacerse de tanto talento, sin embargo… Hacer desaparecer a los periodistas no le hacía ninguna gracia, pero esta peña llegaba a saber cosas que no tenían que ser difundidas. Demasiado estaba en el fuego. Y cada vez cuando él sufría los ataques de remordimientos de consciencia y nostalgia por los valores democráticos, sus mentores le aconsejaban a pensar en cualquier junta de cualquier comunidad de vecinos, y plantearse la pregunta si el país realmente se podía permitir tanta ineficacia en estos momentos.

    Pensar en la junta de comunidad de vecinos le hizo sentir escalofríos. Prefería mil veces tener que lidiar con una horda de periodistas.

    ¿Por dónde iban? Ah, sí, había que decidir qué hacer con la talentosa defensora de la libertad de expresión. La observó una vez más y cerró los ojos, concentrándose. El fuego del entusiasmo periodístico era provocador, desde luego, pero algo estaba en off en esta chica. “Todos mienten” es lo que decía en su tiempo, en su otra vida milenios atrás, un protagonista de una serie. Solo hacía falta enfocarse en esta sensación de discordancia y el hilo tarde o temprano siempre le llevaba a aquello oculto que cada persona no se permitía admitir ni a sí misma. Enfrentarse con los sueños traicionados era un asunto doloroso, y los humanos no eran los fans de lidiar con sus demonios.

    El lugar a dónde le llevó la cuerda de la incongruencia interna de la periodista le sorprendió a él mismo. El Presidente vio… el cosmos. Aquel espacio vasto, frio y cruel, pero a la vez irresistiblemente seductor, de su otra vida. Vio naves espaciales de modelos bastante raros, había que reconocerlo, batallas entre las estrellas de las galaxias inexistentes (porque él aún se acordaba bastante bien de los mapas de las rutas interstelares) que desafiaban todas las leyes físicas y… una cabaña en una playa desierta con unas palmeras haciendo justamente lo que solían hacer las palmeras en las imágenes paradisiacas de este estilo. El Presidente no pudo contener la sonrisa.

    —Su pueblo está sufriendo injusticias y Usted se atreve a sonreír… —empezó la mercenaria de pluma, pero él la paró con un gesto de la mano. Esto era demasiado divertido para que se privase de este placer. La chica, como suele pasar a muchos de esta peña de los desgraciados inteligentes sin escrúpulos, soñaba con escribir novelas. Novelas de ciencia ficción.

    Él ya sabía qué hacer. Apuntando un par de frases sobre el papelito que tenía sobre la mesa (ser presidente tenía sus ventajas: podía permitirse este lujo en lugar de tener que usar esos chismes digitales a que odiaba), apretó el botón del interfono. Inmediatamente en la apertura de la puerta secreta apareció Slavik, el jefe de su servicio de seguridad. La chica hizo un par de pasos atrás, pareciendo un animal cazado, y con razón: el aspecto de Slavik era imponente, y él sabía hacer su trabajo muy bien. Las sonrisas maliciosas iluminaron las caras del Presidente y su emisario.

    —No tenéis derecho… —empezó a murmurar la chica en un tono poco convincente, pero una aguja clavada en su cuello resultó ser un argumento indiscutible.

    —Lo de siempre— dijo el Presidente, pasando el papelito al segurata. Slavik no contestó nada. No le hacía falta.

    Unas horas más tarde, el jefe del servicio de la seguridad se asomó en el despacho del Presidente, solamente con una expresión facial dando a entender que había cumplido todo lo ordenado. El Presidente asintió la cabeza, inmerso en la resolución de problemas del estado. El segurata casi desapareció de nuevo pero fue parado por la voz de su jefe.

    —Slav, ¿cuántas cabañas quedan libres en la isla de los periodistas?
    —Un par hay— contestó el segurata, esperando las siguientes instrucciones.

    El Presidente se quedó pensando. A la chica le llevará unos cuantos días adaptarse, antes de que empezará a escribir. Bueno, a él también le reclamaban asuntos urgentes. Pero luego… Sonrió, recordando los saltos mortales que daban en el cosmos ficticio los cohetes imaginarios. Tenía material que aportar a su escritura.

    Al fin y al cabo, él también necesitaba vacaciones.

  5. 1,5 horas:
    El hombre y la mujer degustan sus respectivas tazas de té. Durante esa hora y media el tiempo se detiene para los dos. Comparten conversación, sonrisas, críticas, opiniones, argumentos a favor, argumentos en contra. La mujer le habla de las constelaciones familiares. El hombre acepta la invitación. Gustosamente vendrá cuando pueda.
    En un momento de la conversación ella le pregunta: que haremos si no hay nada cuando nos vayamos de este mundo.
    El hombre la mira fijamente, su mirada responde primero, después los labios traducen el mensaje de la mirada. Pase lo que pase viviremos la vida conforme aquello que creemos. Nada más.
    La mujer le vuelve a mirar: ¿tú crees en las vidas anteriores?
    Otra vez responde la mirada y después responden los labios: Ni creo ni dejo de creer, si existen habrá que tenerlas presentes, pero tengo algo seguro, esta vida es única y cada segundo que pasa debes saber donde dejar caer el grano de arena que lleva ese segundo.
    La conversación sigue mientras las miradas del barrio los miran y hablan.
    La pareja sentada en la mesa del otro lado chismorrea: Habéis visto, ya esta otra vez aquí, cortejando, si su pareja supiese como es. Se trae a sus amigas al barrio. Al menos podría tener un poco mas de delicadeza y cortejarlas lejos de nosotros. Una poca vergüenza¡
    Días más tarde el hombre recibe un mensaje en su teléfono.
    Vienes hoy, hoy trabajo.
    El hombre va a la cervecería donde comparte sonrisas y tristezas con sus amigos. En medio de la cerveza fluye la inspiración. Deberíamos escribir las historias que se comparten en medio de la poesía que susurra la cerveza. Habla con esa camarera sudamericana que les habla con suavidad. Cada palabra es protegida por el guante del cariño. A los dos les hace gracia que el trabaje en el pueblo donde vive ella.
    El hombre vuelve otro día al bar y la mujer no está. Le susurran, hoy no está, creo igualmente que está casada.
    El hombre responde: Ok, pero yo solo he preguntado si estaba.
    Las miradas de los vecinos vuelven a escudriñar al chico y cuando se va continua el juicio.
    -Mirar hoy toca con la camarera, seguro que cuando acaba el turno se van con ella. Debe llamar a casa decir que llega tarde y pasar su ratito con ella.
    Otro vecino da su opinión: A lo mejor ni espera a salir fuera del bar, si esa cocinita pudiese hablar. Seguro que aprovecha trabajar en el mismo pueblo que ella para pasar mas de una noche con ella. A saber, que explicara en su casa. Ni Pinocho soltó más mentiras ¡
    – Sabéis una cosa, si por cada mentira le crece la nariz y se le encoge su poder, al final le quedará un garbanzo para estar con ellas.
    Todos sonríen, les ha gustado la broma, todos ríen mientras levantan las copas de cerveza y de vino.
    ¿Os acordáis de la vez que quedo con esa mujer especial? Yo creo que aquello era un hombre operado. A saber, ¿quién era realmente? Solo el lo sabrá, pero saber la respuesta hay que dar un paso que solo dio el. Pero seguro que a este le va todo. Ya sabéis dieta variada. Carne y pescado chicos.
    El corrillo se ríe, desde hace un tiempo los tres matrimonios han convertido al rubio de ojos azules en objeto de su tiempo libre. Todo empezó el día que lo vieron con otra chica en el bar, todo empezó con el cuchicheo. Matrimonios entre los 40 y los 50 años, matrimonios de clase media que han convertido al rubio de ojos azules en el protagonista de su tiempo libre.
    – Allí esta su mujer, en la oficina, cada día cumpliendo su horario mientras el pasea por todos los sitios su galantería. Lo sabe todo el barrio menos ella. Yo creo que algún día debemos hablar con ella. Le haremos un favor¡, No se merece ese trato ¡
    Hoy en la cervecería hay sorpresa.
    Resulta que el hombre ha quedado con dos mujeres. Se les ve animados, compartiendo historias. Los vecinos ven las caras, las miradas.
    – ¿Habéis visto? Se lo comen con los ojos, vaya miradas de vicio.
    – seguro que hacen un trio, calla que también debe avisar a la camarera, seguro que va con las tres, lo que no se es como lo hará?
    – Nada, debe tomar viagra, si no aguantar es imposible, o debe quedar primero con dos y luego con las otras dos. A saber, cuál de ellas repite, lo deben sortear.
    – Menuda máquina, para mí solo hay una solución para este Don Juan. Castración química. La otra queda descartada por ser excesivamente dolorosa, aunque se la merece. ¿Quién de nosotros va a hablar con su mujer?
    De repente sus palabras se detienen de golpe. La mirada se fija en ellos, la mirada los examina a todos. La mirada es el profesor que mira a los alumnos que no han entregado la tarea. El rubio de ojos azules entre los 40 y los 50 años, el rubio de ojos azules de sonrisa permanente se ha puesto delante de ellos.
    – ¿Buenos días, me puedo sentar a su lado señores?
    Buenas tardes, señores. Que tal querida Begoña como estamos hoy, me puedo acercar un poco mas o mejor ven tu Begoña, ven no tengas miedo.
    Begoña temerosa ella se acerca al rubio. Antes de que ella haya tomado asiento se siente succionada por los labios de él. Menudo beso, no se puede decir que no le haya gustado.
    Ostras Begoña que cara ha puesto Fernando. Pensaba que ya sabía lo nuestro, yo pensaba que le habría llegado, total lo sabe todo el barrio.
    Por cierto, Jose luis me acerco un segundo. El beso del rubio es rápido, directo, aún no ha reaccionado y el rubio ya ha retirado los labios.
    El rubio habla: ¿Tu mujer no sabe que eres gay?, caray cuantos secretos.
    Por cierto, me gusta hablar con la camarera compartir historias con ella, me gusta hablar con mi amiga psicóloga sobre el mundo de la pareja, me gusta hablar con mis dos compañeras de trabajo sobre el mundo de la literatura. Pero lo que mas me gusta es ir a mi casa para hablar con mi mujer y compartir la cama con ella. Buenas tardes, señores un placer ¡

  6. El verdadero Solrac

    EL MUNDO AL REVÉS

    -Sabemos que lo sabes.
    -¿El qué?
    -No te hagas el listo con nosotros. Te vigilamos. Hace ya tiempo que sospechamos de ti.
    -Esto es una locura. Soy un simple oficinista, aficionado a los libros y la ornitología. Nunca me he metido en ningún lío.
    -Háblanos de tu célula y podrás irte tranquilo. Amigo, este es el momento, ahora puedes dar ese paso y estar del lado de los buenos. ¿Ella es tu contacto?
    -¿Quién es ella?

    El timbre suena. El oficinista va hasta la puerta y acerca el ojo a la mirilla. No es lo habitual, lo normal en él habría sido abrir la puerta sin más, pero algo le ha puesto en alerta, como si el sonido estridente del timbre hubiera tenido una calidad diferente esta vez. En el descansillo de la escalera, mal iluminados por las lámparas que parecen ir perdiendo potencia como si fueran ancianos en una residencia, hay un par de individuos, deformados por la óptica de ojo de pez de la mirilla. Son altos, morenos, bien vestidos con sendos trajes negros. No parecen testigos de jehová u otros evangelizadores pesados, de los que te sacan de la cama un domingo perezoso. Le sorprende que usen gafas oscuras en un entorno con tan poca luz. El oficinista se ha quedado paralizado, el tiempo se ha suspendido. Le sobresalta un segundo timbrazo. El oficinista abre la puerta.

    Se acerca con reverencia y toca delicadamente el cuerpo. Ya está frío, extrañamente frío. No han pasado más que unos segundos desde que ha recibido el impacto. El oficinista abrigaba la esperanza de que no hubiera sido gran cosa, una contusión. Como mucho habría hecho falta quedarse a su lado un rato y cuidarla, hasta que se pudiera valer por sí misma. Tal vez tener que llevarla a casa. Mueve el cuerpo, pesa más de lo esperado. El oficinista observa el cadáver mejor, analiza la textura de su superficie y las sensaciones que despierta al tacto. Le recorre un lento escalofrío por la espalda y comienza a sentir aprensión por esa cosa. No es natural, a la evidente falta de sangre hay que añadirle la visión de unos cables que sobresalen en el lateral de la cabeza.

    Los niños han salido corriendo cuando el oficinista se ha acercado a la escena. Cuatro mocosos, aburridos de chutar un balón medio inflado, que desde hace un rato se divertían haciendo puntería a pedradas. Las lanzaban contra los árboles. Su principal objetivo era un tejo al que intentaban acertar en el robusto tronco; también las pobres aves que descansan en sus ramas, sobre todo una oronda paloma torcaz. Al oficinista le molesta la falta de respeto que demuestran ante esa maravilla de la botánica que estaba allí antes que todos ellos, antes que el propio parque. En su estúpido juego han acabado por acertarla de lleno en la cabeza.

    La muchacha que estaba sentada junto a él, se ha levantado y se aleja por el sendero flanqueado por elegantes cipreses. El oficinista se había sentado por casualidad en el mismo banco para comer su desayuno, dos rebanadas de pan integral aprisionando unas lonchas de queso con tomate y lechuga. Desde hace tiempo, cuida su dieta. Ha engordado y cree que aún está a tiempo de detener el declive de su cuerpo. Se ha sentado sin dobles intenciones, pero sabe que en el fondo lo ha hecho para estar cerca de una mujer joven, para respirar su olor y sentir el volumen de su presencia al lado. Un instante en compañía de alguien agradable. Ni por asomo pretendía abordarla, pero no deja de pensar que su presencia la ha asustado, la ha prevenido, ha hecho que dejara su lectura y tal vez la ha obligado a buscar un lugar más concurrido. Al irse ha dejado su aroma flotando alrededor del banco. El oficinista levanta de nuevo la vista de su bocadillo y la mira, ya está llegando al hermoso tejo donde el sendero girará y hará que la pierda de vista. Una tórtola alza el vuelo desde el árbol cuando ella pasa.

    Por suerte ya se acerca la hora del almuerzo. Como hace desde hace ya tres años, comerá solo. No busca la compañía de sus colegas de trabajo; la evita. Prefiere dedicar ese tiempo a sí mismo y cultivar una mezcla de éxtasis contemplativo y autoflagelación que le transporta a un universo personal. En el cajón del escritorio tiene un pequeño bocadillo que permitirá que su estómago llegue hasta la hora del almuerzo; que ya podrá hacer tranquilamente en casa. Una leve ensalada, pero al menos acompañado de sus dos queridos loros, dos seres que le merecen mucho más respeto que los estúpidos que le rodean en la oficina. En especial hay uno más irritante que los demás, un joven al que parece que le hayan trasplantado el cerebro de un campesino valaco de la Edad Media. Supersticioso y estúpido a partes iguales. Al oficinista le cuesta creer que el ser humano esté experimentando esta regresión en caída libre. El imbécil de su compañero un día le dice que la Tierra es plana y al siguiente hueca, que el hombre no pisó la Luna para acto seguido hablarle de las bases nazis en la cara oculta del satélite que han descubierto los chinos, pero que no nos quieren revelar (entonces, ¿cómo lo sabe?). Hoy la chifladura es que los pájaros son robots, unos engendros mecánicos que están ahí para espiarnos para que las élites nos tengan sojuzgados. El oficinista coge el bocadillo del cajón y se levanta para irse a un parque a disfrutar de su momento de tranquilidad.

  7. Dislexico

    Mentiras

    Eso no es verdad eres un mentiroso de mierda te voy a matar es verdad yo lo he visto tu no has visto nada te lo inventas todo me das asco a ti te da rabia porque quieres que sea tu novia eso es mentira también es verdad por eso te da rabia que se te salen las lágrimas no estoy llorando eres una niñita suéltame no te suelto no ves que es más grande que tú no me importa eso sujétalo bien no se vaya a hacer daño la nenita nenita nenita y tu un gilipollas y un mentiroso tu novia come carne de gato lo sabe todo el mundo y es fea y tonta como tú no es verdad no es verdad eres un mierda mi papá dice que la mentira es lo peor de todo lo que ha podrido al mundo fue la culpa de la guerra y del hambre y de la peste y dios te va a castigar con las llamas del infierno mi padre dice que dios ha muerto ya ves tú que miedo me das risa nenita llorona suéltame que lo mato vete a comer perro con tu novia y no me amenaces con los puños que a lo mejor te doy razones para llorar he estado en su casa y comen lo que comemos todos ves como es tu novia has estado en su casa ya le has tocado las tetas eres un cerdo calla y deja de llorar que no entiendo lo que dices comían lo que come todo el mundo no había nada de carne la hubiera compartido conmigo tu novia es una pija de mucha pasta lo sabe todo el mundo está bien gordita malditos ricachones que se siguen quedando con lo mejor seguro que todavía tienen reservas en algún sitio lo dice mi padre que habría que matarlos a todos empezando por tu novia con lo gordita que está seguro que se podrían sacar unos buenos solomillos cállate calla a ti no te habrá dado carne porque eres un muerto de hambre que no levanta dos palmos del suelo suéltalo para que me divierta no te lo lleves pringao vete con tu novia y dile que te de un poco de carne a ver si coges fuerzas que no me gusta abusar de los enanos como tú y que tenga cuidado porque un día de estos nos tomaremos la revancha.

  8. Pandemio

    Diario

    13/09/2024
    Hoy se ha decretado el estado de alarma y lo cierto es que no sé que pensar. Vivo tan apartado de todos que me es difícil creer que podamos estar viviendo una pandemia otra vez.
    Las noticias son confusas. He leído en Twitter que está muriendo mucha gente, sobre todo ancianos. Que hay personas que cae en la calle fulminadas. Por las noticias cualquier encuentro con alguien infectado puede ser mortal. Empiezo a estar preocupado, aunque no creo que llegue hasta este remoto lugar. Pero no duermo tranquilo, la verdad.

    29/09/2024
    Hoy me he atrevido a salir un momento a comprar al pueblo ya que casi no tenía nada. Durante la hora larga que dura el trayecto no he visto a ni un alma, ni coche ni gente paseando, como suele ser habitual. El supermercado estaba bastante desierto y los pocos que estábamos allí nos mirábamos recelosos y manteníamos la distancia. Lo raro es que no había demasiada escasez de nada, excepto de papel de WC.
    Recuerdo que la otra vez también se acabó el papel de WC, si no estuviera tan preocupado me reiría y todo.
    Por la tarde he intentado ponerme en contacto con mi hermano, pero no cogía el teléfono. Le he enviado un WhatsApp. Espero que me diga que todo está bien por ahí. Él vive en la ciudad y supongo que ahora mismo debe ser un caos todo. Me alegro de estar como guardés de este refugio de alta montaña, aunque temo la llegada del frío. Espero que para entonces todo haya pasado, aunque no me hago ilusiones porque cada día que pasa el viento es más gélido y los árboles están cada vez más pelados y esta pandemia no tiene visos de solucionarse rápido.
    Ahora acabo de ver en Tick-Tock un video en el que salían un montón de ataúdes. Parece ser que es algún pueblo de Italia. La cosa parece seria.
    En Twitter se cuenta que hay muertos por millones. Que muchos países han cerrado fronteras. Estoy preocupado por mi hermano.

    13/10/2024
    He pasado unos días un poco enfermo. Estoy preocupado por si he cogido el CoroEbol, pero como ya ha pasado una semana no creo que sea así. Por si las moscas me he tomado un poco de Betadine que según las redes sociales va bien para que no se expanda en mi organismo. La fiebre no ha pasado de 37 y tampoco toso ni he notado que se me vaya la cabeza. Dicen que todo empieza con tos y luego empiezas a convulsionar. Hay quien dice que hay que inyectarse un medicamento para caballos, pero creo que eso es demasiado. Por desgracia no tengo nada más que Betadine. Espero que sea suficiente.

    28/10/2024
    Hoy he vuelto a bajar al pueblo para comprar algo de comida y también mascarillas con filtro. El pueblo estaba bastante tranquilo, no me ha parecido que la gente estuviera muy alarmada, pero ellos no tienen las mismas fuentes que tengo yo. Mi hermano me pasó un video por WhatsApp horrible. Horrible de verdad. Tiemblo solo de recordarlo. Parece que el ejército está fumigando con insecticida para matar el virus y esto está provocando más muertes por asfixia que el propio virus. La verdad es que desde hace días se escuchan muchas avionetas sobrevolando la zona…

    16/11/2024
    Ayer hubo una tormenta espectacular y ahora no tengo luz, espero que lo solucionen pronto. En esta época del año es raro que haya tormentas. Seguro que el gobierno las está provocando para que la gente no salga de casa, si pueden hacer que no llueva, también pueden hacer que llueva.
    La tormenta era extraña, demasiada electricidad. Ya me había advertido mi hermano que la situación se complicaba, que había leído que en Estados Unidos mucha gente se estaba volviendo loca, que se comían gatos y perros y demás mascotas, que Trump lo había dicho y que pedía que por favor no se saliera de casa, que la enfermedad era letal.
    Mi hermano me pasó unas imágenes escalofriantes en donde se veía gente tirada en el suelo, como muerta. También había gente que caminaba como ida, como si fueran zombis. Estas imágenes parecen que son de Kensington en Filadelfia, donde se originó la pandemia, dicen que porque un inmigrante se comió un perro rabioso. Tengo miedo.

    12/12/2024
    Desde la noche de la tormenta no tengo luz y aún no se ha arreglado. Tengo el teléfono sin batería y hace dos semanas que no salgo de casa. Lo último que vi antes de quedarme sin batería me dejó en shock. Era un video en donde una serie de personas revivían y se comían a los enfermeros que los estaban atendiendo. Desde que vi ese video no he salido de casa. Estoy totalmente bloqueado. Empiezo a no tener alimentos y las últimas nevadas me han impedido llegar hasta el pueblo para ver qué está pasando realmente.
    Según ponía en el vídeo eso estaba pasando en Francia, en un pueblo de los Pirineos, a un tiro de piedra de aquí. Estoy asustado. Muy asustado.
    Lo cierto es que por aquí no hay ni un alma y cuando digo ni un alma, es ni un alma, ni personas ni animales. Lo de la gente puede ser por el estado de alarma (o por algo que no quiero ni imaginar), pero el hecho de no ver animales me preocupa. Estoy bajo mínimos en la comida, las carreteras están cortadas y no sé cuándo las despejaran de nieve. Necesito comprar. Si pudiera cazar…Pero me da miedo salir por si el video de los zombis es real, parecía real, muy real.
    El frío no es problema, consigo calentarme a base de madera, pero cuando se acabe… No sé.
    Y aquel video, no puedo olvidarlo. Había visto videos de gente cayendo en supermercados tras fuertes convulsiones. Había leído en algún sitio que la interacción de la enfermedad con los insecticidas que lanzaba el gobierno estaba provocando desmayos y muertes súbitas. Pero ver a personas comiendo a otras personas me ha dejado totalmente noqueado. Ya no consigo discernir qué es verdad y qué no lo es. Encima no puedo desplazarme hasta el pueblo para saber qué está pasando. Creo que voy a volverme loco.
    Guardo la escopeta debajo de la cama cargada por si acaso. A veces he pensado en pegarme un tiro, pero es un pensamiento fugaz al que no quiero prestar mucha atención. Espero que todo empiece a arreglarse, por el bien de la humanidad…
    Por mi bien…

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