Laboratorio 6 de abril: El futuro está aquí

Comentaremos textos escritos por los participantes y haremos actividades de escritura en el momento, que nos pueden servir como semillas para la sesión siguiente o no.

Cada sábado tendremos una consigna sobre la cual escribir. Los textos se tienen que poner en los comentarios de la entrada pertinente antes del viernes anterior a la sesión. Podemos poner el texto tal cual o un enlace a un sitio donde leerlo. Los textos tienen que tener, como máximo, 900 palabras. Cada participante tiene dos compromisos: a) Escribir un texto y b) Leer los de los compañeros.

El laboratorio tendrá un número limitado de participantes. Para cada sesión podrán asistir quienes cumplan las dos condiciones anteriores, por orden de presentación de textos. Pedimos a todos los participantes honestidad y buen rollo.

La consigna en esta ocasión es escribir un relato en el que el futuro se entrometa en la historia, dentro del propio relato se hará referencia a sucesos que todavía están por ocurrir. Que no sea de ciencia ficción.

Tenéis que escribir vuestros textos y ponerlos en los comentarios de esta entrada, bien pegando directamente el texto, bien poniendo un enlace donde leerlo hasta el día 8 de marzo a las 12 de la noche. Tenemos hasta la sesión para leer los relatos de los demás.

Cualquier duda la podéis preguntar por el grupo de Whatsapp.

8 comentarios

  1. TENEMOS QUE HABLAR
    En esa mesa redonda, con unas maderas antiguas, hundidas en la carcoma, barniz oscuro con un color que ha perdido el esplendor de antaño nos sentamos los dos. Las sillas son frágiles, con esa madera de color claro que recuerda nuestros momentos mas gloriosos. Las fileras de hilos de las sillas se entrelazan en un nudo imposible de deshacer. Sillas pequeñas donde queremos sentarnos los dos. Tu te sentarás sin miedos, yo me sentaré con los miedos de mi vida y con el miedo a caerme. Tu lo tienes más fácil.

    Te miro a los ojos, me cuesta distinguirte en la penumbra de esa sala. Un rayo de luz entra por la ventana y ilumina tu rostro imaginario. Tu cara me es familiar, me suenan tus facciones hundidas en un pozo sin final. Hablaré contigo “futuro”.

    – Escritor: Hace unos días me apunté a un curso, En el se me habla de las novelas, de su estructura, agonista, antagonista, como los fármacos de los que hablo en clase, trama, conflicto y desenlace. ¿Me ayudas a escribir mi futuro, futuro? Háblame de ti.

    – Futuro: Ante todo, buenos días, ¿saludas a todo el mundo menos al futuro querido compañero? Yo soy el que mantiene la ilusión de los hombres, el que les dice que no todo está perdido. Sigue habiendo motivos para levantarse. Aunque miréis la televisión y os desaniméis, seguir mirándome a mí. Recordar cuando erais pequeños y os levantaba la sonrisa de vuestros ojos. Recordar a los hombres y mujeres que vuelven al pasado cuando despiertan a sus hijos. Recuerdan al pasado para volver a mirar su futuro.

    – Caramba futuro, muy poético todo, me recuerdas a alguien. ¿No habrá un espejo aquí delante y estaré hablando con un personaje imaginario? No seria la primera vez y últimamente estoy dejando algunos hábitos. Esa cerveza que me da alegría por la tarde y me sumerge en la tristeza al día siguiente. Esos personajes imaginarios que me desconectan de la realidad. No quiero un futuro desconectado del mundo, si no eres quien dices ser: se sincero. Háblame de mi si sales del exterior y no de mi pensa-miento .

    – Tu futuro es tu presente. No necesitas mirar hacia mí. Si lo haces que sea buscando ese pueblo que tu llamas ilusión. Hace tiempo que no lo ves. Al contrario de lo que piensas yo no soy tu enemigo. Fija tus objetivos, no los que fija el mundo. Fija los tuyos. Habla conmigo tantas veces como lo necesites. Todos deberías hacerlo. Salgo más económico que esos médicos donde sumergís vuestras miserias en medio de medicamentos que os dan un instante de paz, o esas plantas que os sumergen en medio de mundos oníricos de los que os haré volver . Lee a los que saben del futuro porque ya estuvieron en él.

    “ No es verdad que la gente pare de perseguir sus sueños porque sean mayores, se hacen mayores porque dejan de perseguir sus sueños «Gabriel García Márquez.
    El sueño a veces está en el recuerdo del pasado, en vivir el presente. En no claudicar a un mundo donde solo tiene futuro el joven de cuerpo robusto y un gran camino por delante. Todos tenemos futuro si entendemos que ese futuro nos une a todos con las estrellas, por eso….…

    El escritor se levanta mira fijamente al futuro, sumerge sus ojos en los ojos del personaje que le mira sorprendido desde la silla. De repente se dirige hacia el con una rapidez inusitada,, le quita el a abrigo para ver que dentro del abrigo se esconde la figura de la daga que nos vendrá a buscar a todos.

    – Escritor: Sabía que eras tú. Tampoco me sorprende, viniste a mi memoria mientras estaba creando este relato. En tu nombre los hombres ahogan a otros hombres, les convierten en esclavos del miedo, les prometen el cielo a cambio de una vida entregada al poder. En todo caso saludos. Me voy a mi casa a cuidar a mis dos hijos, de momento no te los presentaré.

    El futuro: Usted no tiene hijos, luego no quiere que le encasillen, guionista de segunda división. Finales sorpresa, notas de humor, imaginación (eso cree el),se le empieza a conocer. A ver los deberes: ha creado un agonista, un antagonista, una trama, un conflicto, un desenlace. Esta parte ok, pero documentación? haga un poco más, descripción: trabájelo más. Consejos doy que para mí no tengo profesor?

    Escritor: Nadie ha dicho que este relato sea autobiográfico. Escribir nos proyecta en una fusión de personajes sin límite, en un futuro que se vuelve presente en esta sala. Se muy poco del futuro, solo se mirar el cuadro de mi vida, de la vida de los demás y pedirle a mis compañeros que me hablen del futuro. Yo siempre quiero aprender..

    Escritor: Camarero por favor una San Miguel, aquí se puede fumar?

    Mientras el escritor acaba sus palabras la mujer habla con su hijo; Hijo espero que tu futuro sea diferente, ese hombre se sienta cada mañana en esa silla a las 11 y empieza a hablar solo. Pero como nos gusta lo que dice le escuchamos. Suerte que el sábado viene gente que le escucha. Justamente hoy es Sábado. Vamos a escuchar lo que dicen.

  2. Estefanía

    Tic, toc, tic, toc, tic, toc…

    La manecilla del reloj pasaba huidiza por las diferentes horas hasta que paró a las doce de la noche.
    En ese preciso instante , el reloj dejó de ser un objeto intrascendente que marca el tiempo y se convirtió en una reliquia que abría la mente de una hoja en blanco.

    Me vi a mí misma en la esfera cilíndrica. Intentando huir del pasado y caminar hacia un futuro incierto pero esperanzador. Las historias que escribí hacen veinte años se me antojaban pueriles y ridículas. Las letras bailaban antes al ritmo de Mecano y ahora suenan a Reggaeton y Auto -Tune . Aquellas frases y textos encadenados volvían hacia mi, de nuevo, como letras libres e inocentes que buscan de nuevo ser dispuestas de forma mágica en un papel que, en lugar de blanco e infantil , ahora está cargado de ironía y desconcierto.

    Y se hizo la luz.

    Una nueva historia compuesta por textos y significados se iba desgranando al ritmo de mis dedos entusiasmados, unos dedos finos que cobraron un movimiento ligero y rápido mientras configuraban un nuevo lugar en el mundo en el que las palabras ya no estaban cargadas de recuerdos. Eran palabras cargadas de futuro. El olor de casa dio paso a un olor que desconocía. Ya no estaba entre las cuatro paredes de mi cuarto. Ahora viajaba a un lugar nuevo. Me veía a mí misma , doce años más mayor, en una playa escondida , ajena a miradas y críticas de lectores estúpidos. Y en aquella playa escondida de cientos de enigmas y preocupaciones, yo trazaba mi propio destino. Acunaba cada letra , mecía las olas con la risa de un diálogo fresco y acariciaba la mano del personaje de mi historia. Porque era mi propia historia la que estaba dispuesta a escribir. La de cómo una niña dejó de escribir fantasías del pasado para armarse de valor y reescribir su futuro.

    – Eso es la literatura. Un viaje a una playa escondida y calmada, en la que poder preguntar al mar de la orilla que moja tu pies qué nueva historia descubrir.

    Y desde entonces y hasta hoy me siento cada día frente al ordenador, mirando la esfera cilíndrica del reloj parado a las doce en punto de medianoche. Me proyecto en ese futuro y me preparo para escribir la mejor página de mi vida.

  3. Irina

    La guerra y paz, Parte 2 (ver el principio en la entrada de la consigna anterior)


    La casa estaba dormida, apaciguada después de las batallas del día. Ella tenía que ir a tientas, de pared a pared, buscando con una mano los barrotes de la escalera, mientras con otra apretaba contra el pecho la ropa del teniente que ella misma lavó hoy en el río acompañada de las risitas de las hermanas y la mirada fulminante de la madre. Ahora era su excusa para subir. Aunque sabía que no necesitaba pretextos, porque todo lo que iba a suceder ya había sucedido en su cabeza el momento que naufragó en los ojos risueños. Todo ya había pasado: los cuerpos fusionados, el baile en la oscuridad ranurada por los tatuajes plateados de la luz de la luna, las briznas acariciando la piel desnuda, los crujidos inevitables de las maderas viejas que aún así había que evitar a toda costa para no despertar a los habitantes de la casa, pero ¿quién sabe controlarse en circunstancias así? Ahora solo hacía falta subir, igual evitando hacer ruido para no espantar al futuro ya devenido pero no rendido aún.

    Se paró en los escalones superiores, asomada con el torso por la embocadura del acceso al desván, mirando hechizada al cuerpo masculino estirado delante de ella, medio escondido entre el heno, una sombra solo, una silueta velada por la lobreguez de la noche concentrada en este recinto tan estrecho que sin embargo podía permitir tanto. Y mientras su mirada se deleitaba con sus líneas y formas, aunque mucho solo se intuía, a la vez veía el mismo cuerpo estirado sobre la tierra en algún otro lugar desconocido, el cuerpo retorcido, desgarrado, inmóvil. Sangre, sangre, sangre…

    En este instante quiso huir, pero se quedó detenida, esperando a que se calmase su corazón, sin quitarle los ojos del aquel que aún estaba vivo.

    “El futuro te juega malas pasadas”.

    Es lo que decía la madre siempre. Ella, hastiada por las visiones que no daban poder sino quitaban esperanza, en un lugar muy profundo dentro de sí selló su don de augurio que llamaba maldición, y insistía en que sus hijas desobedientes —como todos vástagos lo son a cierta edad en y en ciertas circunstancias— tenían que hacer lo mismo. ¿Tenía la madre razón?

    —Hola, hermosura.

    ¿¡Estaba loco!? ¿Quería que le oyese la casa entera y unas cuantas del vecindado? Reptó ágilmente hacia él, dejando en la entrada la ropa que traía —su precioso tesoro, su excusa ya innecesaria para el futuro inminente. En un signo de advertencia, la exigencia inexorable del silencio, puso un dedo a sus labios —los labios de un hombre muerto, un cadáver, un sentenciado— pero aún respiraba, aún estaba aquí, sus ojos como dos vórtices de la noche devorándola, envolviéndola en una mezcla de su sonrisa habitual y un deseo que ella aún no había conocido, su melena esparcida por el heno, las ondas oscuras que pronto estarían cubiertas de cenizas y barro, tierra y sangre, pero aún no… Aún estaba aquí. Aquí, dónde el canto de un grillo, la nana litúrgica del noctámbulo solemne, se tapaba por los sonidos de las explosiones en su cabeza, la obertura de la perdición, la quinta sinfonía de Beethoven, la llamada del destino. Y solo había una manera de oponerse a este futuro intransigente: robando con los labios el aliento del otro, atrapando las palabras, dejando que los cuerpos hablasen el lenguaje ancestral, el único lenguaje que conocían los genes para asegurar el futuro. La danza ritual entre las briznas y los hieroglíficos de la luna.

    Aún estaba aquí. Aún lo dos estaban aquí.

    Dos semanas después el regimiento se fue del pueblo. El ejercito se retrocedía, los alemanes avanzaban, y entre la población con cada vez creciente gravedad se propagaba el sombrío murmullo sobre la evacuación.

    Tamara sabía qué tenía que hacer. De repente entendió que en realidad siempre sabía qué había que hacer, porque el futuro invariablemente estaba con ella en el presente.

    Solo había que esperar a La Carta para ponerlo todo en marcha.

    No le preocupaban más las miradas de reproche de sus hermanas (la madre se había rendido ya). “¡Pero cómo se te ocurre tal tontería! ¡¿A que no sabes qué pasa a esas mujeres?!”. Y la fulminaban co sus ojos acusatorios obviamente con la esperanza de que la presión colectiva la avergonzaría y la devolvería a la senda debida aprobada por la manada.

    Pero ellas no veían. No veían nada en realidad. Lo sabía, porque lo único que veía ella era la muerte y sangre. Cuerpos podridos, carne despedazada, los gemidos del dolor y sufrimiento. Ella no quería nada de eso. Pero no tenía elección. Nadie tenía ninguna elección. La llamada del destino, maldito Beethoven.

    Después de que Tamara se alistó y se fue a la frente, sus hermanas y la madre pronto se evacuaron, dejando a la casa abandonada. El pequeño recinto por debajo del tejado, el reino de las tejeduras etéreas de la luz y los olores a hierbas, se quedó huérfano. Y nadie nunca encontró la carta escondida en el heno, un pequeño triángulo de los correos de la guerra, el mensajero de los presagios ya augurados.

    “Querida Tamara… lamento comunicarle… su marido ha caído en la batalla…”.

  4. Julián

    EL CAMINO A SEGUIR

    Habíamos entrado, como cada día a primera hora, en la cuadra para ordeñar la docena de vacas de la familia. Mi hermano mayor estaba dejando de ser un niño y en esa época jugaba a ser un hombre y le gustaba hablarme con la responsabilidad de un adulto. Como de costumbre nos sentamos en nuestras banquetas dándonos la espalda y expliqué a mi hermano excitada, el maestro nos ha leído un libro de una ciudad de América en la que hay edificios de más de veinte pisos, sería maravilloso verlo, hermanita, me dijo, el maestro es una idiota, ¿como puedes creer que haya edificios de más de veinte pisos?, si la torre de la iglesia tiene tal vez cinco o seis y eso ya es una barbaridad que parece que se caerá un día, eso no puede ser verdad, le repliqué, el maestro lo ha leído en un libro, no es posible que sea mentira ¿y qué? ¿es que no te das cuenta?, me respondió, el maestro y los libros solo te meten ideas en la cabeza que no sirven para nada, ¡y qué, y qué! le repliqué imitando su voz exagerando los gallos. Nos quedamos los dos callados por un instante, mi imaginación voló viendo una ciudad con edificios de veinte pisos, avenidas inmensas iluminadas, coches relucientes y llena de gente elegante, me vi navegando en un barco, viendo la selva, las fieras salvajes, la aventura, lo desconocido. Me iré a América como Juan de casa Llobet, le dije levantando la voz, casi gritando, y desde allí te escribiré para decirte que los edificios tienen veinte pisos y que en las calles no hay carros. Las vacas notaban nuestra agresividad y estaban alteradas, mi hermano se levantó y le dio una patada a la vaca que estaba ordeñando y que había tumbado el cubo de la leche de una coz. ¡Desgraciada! por un momento pensé que se lo estaba diciendo a la vaca, eres una imbécil que no se entera de nada, una interesada y que solo piensas en tí, me giré un tanto alarmada por su ímpetu y nos miramos a los ojos, ¡no puedes irte! ¡quién cuidará de padre y de madre cuando se hagan mayores! Seguí ordeñando con la cara roja de rabia y un nudo en la garganta, tú, le grité, tú eres el mayor, tú te quedarás con la casa y las tierras y estas estúpidas vacas y empecé a llorar. Nos volvimos a quedar callados hasta que acabé con la vaca y me levanté para ir a buscar otra para situarla delante de la banqueta. Me iré y me casaré allí con un hombre trabajador, le grité, y haremos mucho dinero porque allí, allí, allí crece el dinero en los árboles. Ni tan siquiera yo me lo creía pero no quería dejar mi brazo a torcer. Eres más tonta de lo que pensaba, la tonta de las tontas, la reina de las tontas y eso por las tonterías que te mete el maestro en la cabeza, ¿cómo quieres que crezca el dinero en los árboles?, ya lo tengo pensando, contraataqué, la próxima vez que alguien del pueblo se vaya yo me iré con él, me iré cuando alguien del pueblo se vaya, repetí para creermelo yo misma, ¿una niña viajando sola? ¡ni siquiera una mujer puede viajar sola! su risa retumbó en el establo y mi ira fue en aumento, una niña sola, una niña sola, le repetí imitando sus gallos de nuevo pero esta vez con voz rota y un nudo en la garganta ¡pues me casaré con alguien que quiera irse del pueblo y nos iremos juntos! Me daba cuenta que ver esa ciudad de América iba a ser muy complicado. Primero consiguete un marido que quiera irse, me dijo socarrón sabiéndose ganador, me quedé callada, llorando impotente sorbiendo los mocos sin dejar de ordeñar la vaca y en ese momento no supe ver ni agradecer a mi hermano que me había mostrado todos los pasos que iba a seguir hasta que me instalé en Caracas quince años más tarde.

  5. admin

    El buen padre

    ¡Eres el mejor padre del mundo! Gritan con una alegría salvaje y extraña. Le invade una oleada de orgullo y decepción. Detrás quedan los meses insistiendo en una dieta vegana, respetuosa con el planeta, tardes de charlas interminables insistiendo en la necesidad de no comer carne no solo para evitar la crueldad sobre nuestros hermanos, también para protegernos de los gases de efecto invernadero. Pero basta un domingo especial y el anuncio de que hoy comeremos hamburguesas para que se lancen sobre la carne como bestias. Son niños, piensa, perdónalos porque no saben lo que hacen. Ha preparado las hamburguesas el mismo, comprando la carne picada en la carnicería. Ha llamado a su madre para que le recordara la receta, un huevo y pan rallado, o miga de pan mojada en leche, y no te olvides de poner uno o dos ajos picados y perejil fresco, si puede ser. Se acordaba perfectamente y se da cuenta de que ha llamado para poder escuchar su voz. El ajo viene muy bien para la circulación, es muy sano. Sabe que es verdad porque lo ha leído en varias revistas científicas. No es un ecologista de los que piensan que lo natural es lo mejor y que hay que cuidar de mamá Gaia. Él es un ingeniero que se informa con papers científicos y datos contrastados. Las focas bebés no le dan lástima, sí el delicado equilibrio ecológico que estamos destruyendo cada vez más rápido. El planeta se está calentando y no hay vuelta atrás. En el mejor de los escenarios tendremos fenómenos meteorológicos cada vez más extremos, grandes regiones inhabitables, millones de refugiados climáticos, auge de las dictaduras y, posiblemente, guerras mundiales. En el peor el calor será tan extremo que la humanidad se extinguirá como en aquella novela en la que un padre cuidaba de su hijo en un mundo devastado.
    Es el mejor padre del mundo y va a cuidar de sus hijos. Ellos no tendrán que vivir en un mundo en ruinas, no morirán asfixiados por un verano eterno e inmisericorde. Ha llorado todas esas noches en las que la angustia apenas le ha dejado dormir algunas horas. Ha pensado miles de planes de futuro y todos, absolutamente todos, acababan mal. Se ha arañado los brazos hasta hacerse sangre. El destino no se puede esquivar, pero si escoger el momento. Se puede elegir no sufrir. Se ha asegurado de ello, ha sido la investigación más minuciosa que ha efectuado nunca. Todo ocurrirá en unas horas de una manera suave y apacible. Poco a poco. Es posible que todos acaben con una enorme sonrisa en la boca. Felices, sin preocupaciones.
    Los niños ya van por la segunda hamburguesa. Él todavía tiene la primera en la mano. Respira hondo y pega un buen mordisco. Mastica. Había olvidado el sabor de la carne. No se nota nada el ingrediente especial. Pega otro mordisco, casi con desesperación. Está deliciosa.

  6. Luis

    El perro de Justine

    _Oiga usted, su perro – rijosa y enjuta, vieja de vieja, vieja de mayor, más vieja y pelleja, un carcamal del orden y pía de misa; repite la vieja -. Su perro… -insiste la muy vieja señalando con un dedo oseo al can- Supongo que lo limpiara.
    Tuerzo mi cuello en busca de esa linea que su dedo rabioso señala, y mana un largo reguero de diarrea perruna, fina y adobada con vaho y aroma vomitivo. Ese acervo que te califica, al instante, de mal amo, más guarro que el cánido. Él y yo, lo mismo. De tal cagón tal huevón.
    -Oh, claro, señora. No me había apercibido, soy tan despistado.
    -Pues bien que huele -la carcunda jacta de urbanismo a patio de Colegio de las Vírgenes Impolutas. Muy vírgenes, ni un polvo, tan impolutas como la vieja.
    -Pues tenga cuidado no la pise y ande usted con la mierda encima.
    -No acostumbro, pero imagine que su madre pasa mañana por aquí y se encuentra con la mierda de su hijo, ¿debería limpiarla ella con lo mayorcito que usted aparenta?
    -Ya, imagine que mañana pasa su hijo, que debe pintar canas, y no ve la mierda, resbala y se rompe una pierna. ¿No se sentiría usted culpable de no haberla limpiado hoy, ahora mismo? -joder con la vieja, se lo suelto tal cual.
    Alza su mirada con su cabeza incluida, la llena de desprecio rayano en el odio, y me la lanza como obús antes de abandonarme en mi desvergüenza y fetidez moral.
    -La chusma siempre será chusma -me sobrepasa mientras su frase airada explosiona como gas mortal que no sale por la grupa, sino por la boca.
    Mea culpa lo del perro, le compré un pienso de Low Cost, caducado y envejecido por agujeros de chinches y piojos. Y el can, vengativo, se caga por las patas abajo sin ningún aviso ni miramiento, unos diez metros con esa mierda más propia de purines a gorrino y marrano.
    -¿Y ahora qué? ¡Qué asco! Ni de coña lo voy a recoger.
    El perro no es mío, es de Justine, a lo Marqués de Sade, mi compañera de cama y látigo, fornica cuando le da la gana y no siempre conmigo. El perro es obra de su negación.
    Negó, una y otra vez, ante sus amigas, en un figón vetusto, entre el cuarto y el décimo chupito.
    -No soy una pija que solo piensa en pantalones de Ana Mora y vestidos de V. Luchini, soy sensible y progre -y acabó diciendo – …soy animalista, tengo perro y todo-. Y lo perjuró cuatro veces ya por incredulidad propia o de las amigas, borrachas y besamanos a boca cachonda.
    Y sacó una mentira que es verdad, quizá una posverdad, porque la mentira puede ser pasado y la verdad: futuro; solo es cuestión de ubicarla temporalmente.
    Verdad. Yo tengo un perro a día de hoy. Era un vagabundo encarcelado en una perrera sin juicio ni condena a día de ayer.
    Posverdad. Justine se levantó con la resaca, mañana de ayer borracha, y me obligó a revertir la mentira. Acudimos a la Perrera, y preguntamos por el perro que diera más pena – en fin, toda la perrera -, pero éste parecía tener sarna, feo de cojones, pero como de vueltas de todo, una mirada nihilista, como que nada y todo es lo mismo, y que nos fuéramos a redimir negros al tercer mundo. Y le gustó a Justine, dijo que miraba igual que un perro, “parecido a ti”, eso dijo con la resaca en la punta de la lengua. Y le respondí, “pues mira, a mi me gusta porque resulta escuchimizado, igual que tú, no tiene tetas”. Arreglado, lo tomamos prestado, eso creía yo.
    Y me lo ha endiñado. Un día con su semana entera, mientras ella acude a las tiendas de Ana Mora y V. Luchini, un día con su semana entera. A mí no me gustan los perros, pero anda de animalista subida: la muy perra.
    Y, sorpresivo, me sorprende un urbano vestido de urbano, a pecho descubierto, pero sin medallas ni galones por los servicios prestados. Peinado con gomina. ¡Un pijo de narices!
    -Oiga, caballero. ¿Va ir dejando un reguero de mierda por toda la calle?
    -¿Lo dice por este perro?
    -Y por su dueño que, supongo, es usted. Dado que lleva la correa del can -dice, el pijo.
    -Pero si ha sido la vieja -y señalo a la vieja que se pierde en el futuro.
    -No falte al respeto a una edad que no está de cuerpo presente.
    -Pero si me ha dejado este perro. Me lo ha pedido por favor, un favor. Que se había olvidado el recoge cacas, o mierdas. Yo qué sé. Un favor. Es su perro. Si no llega a ser porque era tan vieja ni caso le hago. Por eso he transigido, por simple respeto a la gente vieja. A un viejo, vale; no tiene futuro, y vale, transiges. Pero, ahora esto.
    -Ya está bien. Guarde usted un respeto.
    -Muy bien, pues guarde usted el perro que voy a por la vieja y en diez minutos aclaramos esto.
    Le deposito la correa entre las manos y antes de que respire salgo pitando, pero sin correr, que esa costumbre no es de hombres de bien.
    -¿Pero qué hace?
    -Lo mismo que la vieja. Ahora vengo.
    Justine se va a cabrear, pero tanto me da que me da lo mismo. Que se acerque mañana, que hoy es domingo, y pague la fianza, total, es su perro ¿no? A mi que no me lie.

  7. Carlos Gallego

    El entrevistador

    «¿No hay nadie con un poco de imaginación? Si he ido a veinte entrevistas, veinte veces me lo han preguntado. Irritante. Te pasas días delante del espejo, preparándolo todo, construyes un personaje sólido: el supertrabajador que están buscando. Lo piensas con tanto detenimiento que no exageras, sabes que si son buenos, es imposible mantener la coherencia de la mentira, que tienes que ser tú mismo, tú, pero diferente. Entras, decidido, aunque sin parecer que los arrollas. Sonrisas o caras serias, da lo mismo, empieza el ping-pong. El psicólogo va a sembrar la conversación de trampas para ver si te contradices. En una entrevista, las preguntas que tienen preparadas no son el problema. Puedes encontrarlas en cualquier libro, haciendo una simple búsqueda en internet, el peligro está en las puertas que abres con tus respuestas. Si el entrevistador es un poco hábil les sacará punta y te sacará del camino. Hay que dirigirlo hacia la siguiente pregunta inocua sin que se dé cuenta. »
    -Perdone, Raúl, ¿le repito la pregunta?
    «El tipo de la empresa es el más hijo de puta de los dos, Agustín Pérez. El psicólogo está a lo suyo, hace su trabajo, no le importa cargarse a uno u otro, pero éste, éste quiere marcar paquete todo el rato. »
    -Disculpe, estaba reflexionando, porque no es algo que quiera responder a la ligera.
    -Y entonces, señor Serra, Agustín y yo estamos deseosos de conocer su motivación. ¿Dónde se ve usted dentro de cinco años?
    -Sin duda trabajando en esta empresa. De ninguna forma quiero dejar escapar esta oportunidad. Me veo aquí, afianzado dentro de una firma prestigiosa y puntera en el sector. No veo mejor manera de proyectar mi carrera personal.
    -Eso está muy bien, Raúl, seguro que al señor Ramos le encanta saber que tiene unos objetivos claros, pero me gustaría escuchar más concreción.
    «¿Quieres concreción, Pérez? De aquí a cinco años me veo en esta empresa; me veo donde estás tú sentado; puedes levantar el culo para que se enfríe el asiento. Comenzaré desde abajo, como siempre os gusta decir que habéis hecho, comenzaré con lo que me ofrecéis, trabajaré por la miseria que me vais a pagar, pero pronto, muy pronto, daré con la manera de dar un paso adelante. No tardaré mucho, destacaré entre los mindundis y abandonaré el subsuelo, dejaré los archivos polvorientos y subiré dos pisos. Tendré mi propia mesa. Sí, será una mesa pequeña: ordenador, teléfono y lamparilla, y estará al lado de otras muchas, en una sala inmensa, repleta de oficinistas encadenados a pequeños escritorios, como pollos en una granja. Será así, pero ya tendré mi espacio. Sonreiré, habré llegado a las galeras, seré un soldado raso. Miraré a mi alrededor, una legión de chupatintas que parecen prolongarse hsata el infinito como en un juego de espejos. Sonreiré porque eso durará mucho. Observaré, aprenderé todo y sabré cómo destacar. Lo haré por mis méritos o apropiándome de los de otro. Subiré a la tercera planta, no será en el ascensor noble, tal vez lo haga por la escalera, pero subiré. Dejaré atrás la granja de pollos. Conseguiré una mesa mayor, una silla mejor, mi propio armario. La densidad en esa planta no será asfixiante, no se escuchará un rumor de ejército de mecanógrafos. Las conversaciones serán más pausadas, sin miedo a que te reprendan, el jefe de planta nos conocerá por nuestro nombre. Me ganaré su confianza. Le haré la pelota. Los otros me mirarán mal, pero no me importará. Me tutearé con el jefe, seré su consuelo en su mundo de subordinados y entonces surgirá una oportunidad y él hablará bien de mí, y subiré un par de plantas más. Las luces serán más suaves, todos dirán “qué joven es” y sonreiré, sin enseñarles los colmillos. Volveré a ser paciente hasta que sea el momento de dar el golpe, entonces, te arrebataré el puesto y te pondré de patitas en la calle. Este es mi futuro.»

    -No le he escuchado bien, señor Pérez.
    -Le decía Raúl, que en este año y medio que he estado fuera de la empresa no he perdido el tiempo, me he actualizado, he mejorado mis idiomas.
    -Agustín, si no le importa, preferiría que no nos tuteáramos. Conocemos su valía, desgraciadamente tuvimos que prescindir de sus servicios, nos honra su interés en volver con nosotros, pero el señor Ramos le preguntaba sobre su proyección profesional. Juan, creo que debería repetirle la pregunta.
    -¿Dónde se ve dentro de cinco años?

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