Laboratorio 24 de agosto: Tema libre

Pues eso, como seremos cuatro, pues tema libre.

¡Nos vemos!

2 comentarios

  1. Luis XIX

    Carroza galante

    Yo nunca había creído en fantasmas ni chorradas sobrenaturales. Claro que alguna vez había hecho la ouija, pero más por cachondeo o por pillar cacho con alguna chica que porque creyera que iba a funcionar. Coño, el vaso lo movemos entre todos, si fuera real se movería solo, digo yo ¿no? Vamos, que cada vez que alguien me decía que había sentido la presencia de su abuela muerta yo asentía con cara de interés por fuera pero me descojonaba por dentro.

    Ya sabes que a mi de los museos solo me interesa el bar. Pero joder, es que Cristina lo merecía. ¡Qué piernas! ¿Qué si me apetece la visita del museo de los Campos Elíseos? Claro que sí, mujer. Yo pensaba que ya la tenía en el bote, pero todavía no nos habíamos acostado. No, la cosa iba muy bien, pero mucho lirili y poco lerele. Cuando me propuso el viaje a París pensé que más claro el agua, pero llevábamos dos días y no habíamos pasado de los besitos. Que necesitaba su tiempo.

    El museo era todavía peor de lo que me había imaginado. Aquí, unos muebles más viejos que carracuca. Allá unos tapices más feos que su puta madre. Y ojito, ni una triste cafetería. Así que venga, todo sonrisas para Cristina mientras por dentro me acordaba la familia de todos los reyes de Francia y no precisamente para bien. Menudo muermo de visita. El guía, un remilgado de mierda que te miraba por encima del hombro, como si fuera descendiente de la realeza. Que a lo mejor lo era.

    Salimos a un patio enorme. Todo carrozas de esas que salen en las películas. Que si esta la usaban en los viajes oficiales, que si aquella fue la primera en la que pusieron no sé qué movida, que si tal otra fue un regalo de los reyes de Hungría. Otro rollazo, vamos. Hasta que el guía no señaló una, más o menos igual que las demás, pero le cambió la cara. Se le puso sonrisa pícara y nos dijo que era la ‘Carroza galante’. Cuando el rey (no me preguntes cual, algún Luis, que son muchos) quería echar un polvete sacaba esta carroza, recogía a la amante de turno en algún sitio y ¡ala! a fornicar como un veinteañero en la parte trasera del coche. Se bajaban unas cortinillas e intimidad total. El conductor iba dando vueltas y cuando el rey tiraba de un cordel le indicaba que ya había acabado el asunto y vuelta al palacio.

    Ahí se me pusieron las orejas de punta. Me hice el remolón y cuando el grupo estaba ya saliendo por la puerta le dije a Cristina ¿subimos? Le entró la risa floja. Que no, que seguro que estaba prohibidísimo, pero yo insistente, la cogí de la mano y le hice una reverencia Madmuasel, quiegue usted subig a mi caggoza. Se partía la caja, pero subió, que es lo importante..

    A ver, que mi intención no era llevármela al huerto, no soy tan bruto, tío. Era por hacer la gracia. Pero empezamos a besarnos. Yo notaba como subía la temperatura. No eran los besos tímidos que me había dado hasta entonces. Me metía la lengua hasta la campanilla. Sin darme cuenta le estaba pegando un repaso a sus tetas. La carroza se movía. La movíais vosotros, me dirás, como en la ouija. ¡Qué coño!. Era como si estuviéramos a toda hostia por el bosque. Olía a campo. Se escuchaba el sonido del viento. Metí mis manos por esas piernas interminables. Estaba chorreando. Yo la tenía como un ladrillo. Se levantó la falda, montó a horcajadas sobre mí y se movió con el balanceo de la carroza. Joder, era una sensación de la de puta madre, no me extraña que el rey fuera aficionado al traqueteo. Anda que no sabe la monarquía. Te facilita el asunto. Fue un polvazo de impresión. Cuando nos corrimos nos miramos avergonzados, nos vestimos y buscamos al grupo que, por suerte, no estaba muy lejos. Como si hubiéramos estado todo ese rato fuera del tiempo ¿sabes?

    Le he dado muchas vueltas al asunto. Dicen que los fantasmas van dando por saco por ahí porque les ha quedado algún asunto pendiente. Yo creo que a algún rey se le quedó un polvo a medias y nos hicieron una posesión. Una posesión de puta madre, tengo que decir. Si es eso me alegro, porque por fin podrá descansar en paz. Sí, sí, lo sé, es raro de cojones, pero te juro que es verdad. Joder, todavía recuerdo el olor a bosque. No, no me había fumado nada ¡si era por la mañana!

    ¿Cristina? Me pidió perdón, que ella no era así, que qué habría pensado y yo, joder, he pensado que si follamos así eres la mujer de mi vida, pero no hubo nada que hacer, adelantamos la vuelta y quedamos como amigos. Todavía se sonroja si nos encontramos en algún bar. No sé si darle las gracias al espíritu por uno de los mejores polvos de mi vida o cagarme en su puta madre por estropearme el ligue, pero sí, desde entonces, cuando alguien me cuenta alguna movida de su abuela muerta, ya no me descojono por dentro. Me pongo cachondo.

  2. Luis XX

    BIFURCACIÓN

    Me despierto con sensación de derrota. Lo peor de la derrota es el último momento, el esfuerzo final antes de la caída. Después todo adopta una lógica implacable.
    Salgo de la cama como un gato en la oscuridad. Mi mujer odia que la despierte. La verdad es que da lo mismo, no estoy en mi dormitorio y la mujer que respira pesadamente en la cama no es Elsa. También las prostitutas merecen no ser despertadas con brusquedad.
    En el teléfono tengo dos mensajes de Javier. “Bravo, crack. Otra liquidada. Este mes prima” y “buen viaje de vuelta”. Miro el reloj. Mi avión sale en dos horas. Despierto a la chica con suavidad. Se le ha corrido el maquillaje y tiene los ojos un poco hinchados, lleva puesta una de mis camisetas. No parece la escort de lujo que posaba en las fotos de la página web. La habría preferido como es ahora. Me libro de ella con la misma habilidad con la que despacho empleados de empresas en quiebra.
    Me ducho. Pido que me traigan algo para desayunar. No quiero contacto humano. Con el tiempo he conseguido que la gente sea prescindible. Una idea muy apropiada para mi oficio. Mientras espero el desayuno me pongo con la maleta. Dejo olvidada a propósito la camiseta que la chica ha usado para dormir. Quiero evitar cualquier detonante que inicie una discusión con Elsa. Ya no tiene ningún sentido, todo está roto, es sólo para que nos ahorremos otra escena. Y también por costumbre.
    El desayuno llega cuando he acabado de hacer la maleta. Veinte minutos después estoy en un taxi camino del aeropuerto. El conductor no para de hablar de fútbol. La lengua franca de los taxis de todo el planeta. ¿Qué sacan de esas emociones de alquiler? El tipo no para con su discurso hasta que, en mi modesto italiano, le digo que me es indiferente el partido que van a jugar los equipos de nuestras ciudades. El resto del trayecto transcurre en un agresivo silencio.
    El avión sale con retraso. Va lleno de turistas. Una colorida colección de camisetas llenas de mensajes ocurrentes y eslóganes turísticos. Todos diferentes y sin embargo absolutamente uniformados. Otro aspecto de la vida que me asquea. Recorrer miles de kilómetros para comer en los mismos restaurantes de mierda rápida que encontrarían en su ciudad. Reventarse bajo el sol de monumento en monumento, sin entender nada, sin que les interese lo más mínimo, sólo para decir yo estuve allí.
    Nos acercamos al aeropuerto de destino y yo cada vez estoy más lejos.
    ¿Dónde cogí la bifurcación? Recuerdo a mi padre diciéndome, uno sabe que se ha hecho viejo cuando empieza a necesitar que le expliquen el mundo. Ni lo entiendo ni ganas. Poco después de decírmelo, él dejó de entenderlo por completo y mis hermanos y yo lo encerramos en un psiquiátrico.
    Otro taxi me lleva hasta casa. Otro conductor hablando de fútbol. La visión del otro bando.¿Mi casa? Allí me encuentro cara a cara con mi fracaso: Elsa. La conversación es breve, desprovista de emoción; por una vez ella es concisa y clara. Mi bifurcación sigue adelante. No deshago la maleta. Entro en el cuarto de Irene. Dibuja en el suelo, concentrada. Se muerde la lengua como en una escena estereotipada de televisión. Levanta los ojos del papel y me regala una mirada de caramelo. Alguien se alegra de verme.
    -Mira, he dibujado un tigre.
    -¡Qué chulo! ¿Y lo has pintado?
    -Sí, de azul y verde.
    Por fin algo normal.

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