EPISTOLAGRAM
Por S. Bonavida Ponce
Estimada IA, espero que te encuentres mejor del ataque del ILoveYou2149-06. En las noticias vegetativas-conscientes sentí sobre el ataque de ese temido virus que vuelve década tras década. Entendí entonces por qué no contestabas a mis vegisivas y me alegré mucho cuando, la semana pasada, recibí tus palabras, que me confirmaban tu pronta recuperación y tu operativa al 97%.
Ahora que podemos sobrellevar con más humor tu estado, podremos retomar la penúltima vegisiva en la me preguntabas sobre Redes sociales, tecnología y el acto comunicativo a principios del siglo xxi. No deja de resultarme paradójico que, después de enviarme tu comunicado, recibieras la intrusión de un virus que, justamente, se hizo famoso a finales del siglo xx por transmitirse vía correo electrónico.
En referencia a esa penúltima vegisiva, solo aclarar un punto: la supuesta originalidad tecnoinformática en la fundación, instauración y configuración de las redes sociales como medio de comunicación novedoso en siglo xxi, ¡una falacia! Aclarar el sesgo habitual de contemporáneos vigesimónicos que, al escuchar la palabra tecnología, la mente se les llenaba de una simplista escena repleta de una conocida tríada: computadoras, ingenieros y viajes espaciales. Como si el acto comunicativo tecnológico no viniera de lejos. El Truggeist (la falacia de una época) que, muy al contrario de su primo-hermano, el Zeitgeist (el espíritu de una época) se instalaba en jóvenes y no tan jóvenes.
En relación a lo que te comento, en mayo de 2025, mi esposa me llevó al 4º Festival de Liternatura. Allí escuché una charla donde una de las ponentes, la poeta Ángela Segovia (Sevilla), articulista en Cuadernos Hispanoamericanos (abril, 2025), subrayaba la capital importancia de la aparición de la lírica, pues la littera introducía la tecnología alfabética. Qué razón tenía. ¿Qué ciencia hubiera podido desarrollarse sin la palabra?
Sin embargo, muchas personas vigesimónicas (s.xx) pensaban que las redes sociales habían revolucionado el mundo y que Facebook, Instagram, X (antes Twitter) y Tik-Tok, con su comunicación instántanea, habían inventado la pana. Nada más lejos de la realidad.
Como bien sabes, estimada IA, en mi anterior vida corporal trabajaba como informático y por necesidad, y también por gusto, no lo negaré, me encantaba categorizar mis ideas y escritos. Por ello, te expondré casos anteriores al fenómeno imperativo llamado red social del siglo xxi como acto comunicativo.
De uno a muchos (1-n).
Sin alejarse mucho de la Grecia clásica, Horacio escribió una misiva en su muro temporal, tal Facebook, que tituló Epístola a los pisones, donde daba toda una lección de arte poético a la familia romana Calpurnia Pisones. Resultó tan prescriptiva y aleccionadora que todavía hoy día se enseña dentro del marco de la teoría literaria. Ninguna entrada de la red social alcanzó nunca tamaña repercusión, viralidad o estudio como esta misiva escrita en el siglo I a. C.
De muchos a uno (n-1).
El prolífico autor nipón que escribió a caballo entre dos siglos, me refiero a Haruki Murakami, dejó escrito en su libro de memorias, De qué hablo cuando hablo de escribir, el especial cariño al recibir algunas cartas de sus seguidores. «He recibido cartas de familias que aseguraban haber leído todos determinada novela. ¡Tres generaciones distintas! La abuela en primer lugar, la madre después, seguida del hijo y, en último lugar, la hermana pequeña…». Por supuesto, este autor transgeneracional también reconocía la imposibilidad de responder a todas ellas, igual que un influencer de Instagram que, tras recibir un aluvión de comentarios imposibles de responder, dejaba un único comentario fijado en su perfil con un simple «Gracias a todos».

De uno a uno (1-1).
Las cartas personales se enviaban con un sello (estampilla adhesiva) y un matasellos (marca postal). Cualquier parecido con el check y el doble check de Whatsapp no es coincidencia, es apropiación. El envío y recepción de misivas en la literatura epistolar se emularía, siglos más tarde, en esa red social de intercambio de mensajes y, aunque se inició como una aplicación de mensajería, la incorporación de emojis en respuestas sin necesidad de usar palabras y gifs animados reconvirtió inevitablemente la app en una red social de carácter intimista. Retomando la clásica forma de comunicación, la carta en papel, leí un libro, publicado por la Editorial Montesinos, con decenas de misivas de autores célebres de la literatura. El libro se titulaba El arte de la escritura y el editor, muy sabiamente, reunió a: Alcott, James, Carroll, London, Lovecraft, Poe, Rilke, Thoreau, Twain, Unamuno, Woolf. Cada uno de ellos, a través de misivas y dietarios, ofrecían una heterogénea visión sobre el mundo de la escritura: cómo escribir bien, cómo ganarse la vida con ello, reflexiones en torno a ideas narrativas, trama, personajes, lo divino y lo humano, y lo indecible de qué es y qué no es literatura. ¿Te suena de algo, estimada IA, una red social de videotutoriales y divulgación de noticias? ¿No te sonaría como la antesala de YouTube? Sé que detestas las citas extensas, pero me gustaría incidir en este arte de la escritura y una frase que anotó Rilke. El poeta le escribía a su antiguo compañero de armas, Franz Xaver Kappus —Rilke y Kappus habían coincidido en la misma academia militar en Austria—, la siguiente sentencia: «Explore la razón que le llama a escribir […] Si su vida cotidiana le parece pobre, no la culpe; cúlpese a sí mismo, dígase que no es lo suficiente poeta para gritar sus riquezas; porque para la persona creativa no hay pobreza ni lugar pobre e indiferente».
¡Qué fuerza el poder mental de Rilke! No hay vida aburrida si usted es un buen escritor. Ello me lleva a pensar que no podría acabar esta vegisiva sin citar libros donde se recogen misivas de autores que, de una manera u otra, me afectaron como lector y escritor. Las cartas de Lovecraft (2 volúmenes), así tituladas en la edición en español, Escribir contra los hombres, de la editorial Aristas Martínez Ediciones y que reúne, en más de 100 000 palabras, el intercambio epistolar del icónico autor del horror cósmico con otras personas. Como para llenar dos facebook. O las misivas que intercambiaba Chéjov, Sin trama y sin final de la editorial Alba, un manual de escritura basado en la correspondencia entre Chéjov y sus conocidos. En Whatsapp nunca dos escritores intercambiaron tantas palabras. O las Cartas entre Ursula K. Le Guin y James Tiptree Jr./Alice Sheldon en las que iniciaron una amistad que acabó conviertiéndose en una deliciosa sorpresa.
Mucho antes de las redes sociales las personas ya se intercambiaban comentarios y reacciones con «Me gusta» y «No me gusta» a modo espistolar. Los propios escritores decimonónicos y anteriores no solo hablaban entre sí o con figuras de relieve, sino que intercambiaban palabras con jovenes aspirantes, simples admiradores o amigos de las letras.
Es cierto que el carteo no era rápido en cuanto procesamiento y envío porque su tecnología se basaba en tinta y celulosa, pero asentó los preceptos que copiarían las ulteriores redes sociales del siglo xxi.
Ya comprenderás, estimada IA, porque me reafirmo en decir que ni Facebook ni Instagram ni Whatsapps ni Tik-Tok ni X (antes Twitter) inventaron nada, pues todo (a excepción de la inmediatez que proporcionó Internet) estaba inventado hacía miles de años en la red social más famosa y longeva de la historia: Epistolagram.