Laboratorio escritura 23 de septiembre: Zumo de naranja

Comentaremos textos escritos por los participantes y haremos actividades de escritura en el momento, que nos pueden servir como semillas para la sesión siguiente o no.

Cada sábado tendremos una consigna sobre la cual escribir. Los textos se tienen que poner en los comentarios de la entrada pertinente antes del viernes anterior a la sesión. Podemos poner el texto tal cual o un enlace a un sitio donde leerlo. Los textos tienen que tener, como máximo, 900 palabras. Cada participante tiene dos compromisos: a) Escribir un texto y b) Leer los de los compañeros.

El laboratorio tendrá un número limitado de participantes. Para cada sesión podrán asistir quienes cumplan las dos condiciones anteriores, por orden de presentación de textos. Pedimos a todos los participantes honestidad y buen rollo.

Para esta sesión la consigna es tan sencilla que da miedo: Zumo de naranja. Veamos como algo tan común e inocente es capaz de despertar nuestra imaginación.

Tenéis que escribir vuestros textos y ponerlos en los comentarios de esta entrada, bien pegando directamente el texto, bien poniendo un enlace donde leerlo hasta el día 8 de septiembre a las 12 de la noche. Tenemos hasta la sesión para leer los relatos de los demás.

Cualquier duda la podéis preguntar por el grupo de Whatsapp.

3 comentarios

  1. Julián

    LA CLAVE ES LETRAHERIDAS

    Julián andaba a un paso que ya tenía estudiado, ni muy despacio que diera la sensación que estaba observando o demasiado deprisa para evitar que se notara su ansiedad. No había nada que destacase en él, vestido con unos chinos, una camisa de color apagado y una revista en la mano. Era alto, con pelo que empezaba a ser cano y con una coronilla incipiente que trataba de ocultar. Sabía hacer bien su trabajo, era un veterano en la agencia y sabía poner cara de despistado cuando era necesario. Cualquiera hubiera pensado que era un vecino más de ese barrio, pero en realidad era la primera vez que estaba en esa ciudad y concretamente la tercera vez en la última hora que había pasado por delante de esa cafetería.
    Entró y se dirigió con decisión a la barra. Desde la calle ya había visto cerca de la puerta a Irina vestida con un vestido vaporoso de flores, en un primer momento no pensó que pudiera ser su contacto, pero ahora que pudo ver sus rasgos se dio cuenta que podría ser extranjera, tal vez eslava y eso lo mantuvo alerta.
    Sin que se notara que observaba detenidamente a su alrededor pidió un zumo de naranja. En el otro extremo de la barra estaba Juan Pablo sentado tomándose un café en un vaso extragrande, vestido con una camiseta con un mensaje que no logró ver del todo y barba de tres días. Lo descartó inicialmente, aunque tal vez pudiera tratarse de un agente retirado ya que no daba la sensación de estar en forma.
    Carlos detrás de la barra puso unas cuentas naranjas sobre la máquina y accionó el interruptor haciendo mover el mecanismo que quedaba visible como dos pequeñas norias que movían las dos mitades de la naranja. En cuanto se llenó el vaso lo dejó sobre la barra y se dio la vuelta de nuevo sin prestarle atención para lavar unos vasos e ir poniéndolos en un pequeño lavavajillas.
    Julián dejó la revista con la portada hacia arriba que servía como gancho y le echó una ojeada. Una portada blanca con un casete con la cinta desenrollada de título Letraherida.
    Levantó la vista y vio los ojos azules de Carlos que lo miraron inquisitivamente, era alto y delgado con rizos despeinados con una barba rala.
    Carlos se acercó a Julián pasando una bayeta por el mostrador y le susurró la secuencia de palabras clave: “Una revista de libros y cultura bimensual, que curioso” y él respondió la respuesta acordada “realmente es bimestral”.
    Dentro de la revista había un papel con la lista de tres nombres de agentes dobles. Julián movió la revista sobre la barra hacia Carlos y éste a su vez sacó de debajo de la barra un pequeño sobre con un microchip que contenía un software de última tecnología de espionaje.
    Julián se puso el sobre discretamente en el bolsillo de la camisa y cuando Carlos estaba alargando la mano para guardar la revista bajo la barra Julián oyó un zumbido a su espalda e instintivamente se agachó. Un cuchillo se había clavado en la frente de Carlos que cayó hacia atrás y se escurrió detrás de la barra sin apenas hacer ruido. Otro cuchillo que iba dirigido a Julián había impactado en el vaso de zumo de naranja que estalló mojando la barra y la revista.
    Julián agachado se dio la vuelta y vio a Irina de pie lanzando otro cuchillo, esta vez dirigido a Juan Pablo que a su vez disparó sobre Irina con una pistola con silenciador. La bala y el cuchillo se cruzaron delante de Julián y ambos dieron en el blanco. Juan Pablo e Irina cayeron muertos al suelo al mismo tiempo.
    Julián se levantó rápidamente y abrió la revista cogiendo el papel con el listado y lo arrugó en la mano notando como caían gotas de zumo de naranja. Se dirigió a la salida dando grandes zancadas y en el instante en el que abrió la puerta sintió un pellizco en el pecho. Se miró sin saber aún que una bala disparada por Sergio con un rifle con mira telescópica situado en la azotea de uno de los edificios de enfrente le había destrozado el corazón.
    Cuando llegaron los servicios secretos de ambos países buscaron sin éxito el motivo por el que habían muerto los cuatro agentes. Solamente encontraron un papel mojado en la mano de Julian del que no fue posible sacar ninguna información y no pudieron averiguar que la bala había destrozado el microchip en su camino al corazón.

  2. admin

    La vida naranja

    Por favor que no lo pida que una vez todo vaya bien, sin broncas, que me tenga en cuenta porque yo lo he dicho con indirectas y de frente y solo me falta poner un cartel me angustia cuando pide zumo de naranja siempre carísimo en todos los bares incluso cuando hay oferta que parece que te estén dando sangre de unicornio ¡por favor! si ahora lo hacen unas máquinas que nos las ponen en la cara como diciendo mira lo tengo automatizado pero aún así te cobro una pasta porque eres imbécil y a mí me entra ansiedad porque ella nunca mira el precio de las cosas como se nota que el dinero no ha faltado en su bolsillo que si iba con sus padres no le dijeron que no pidiera según que cosas porque eran muy caras se nos nota en la cara, la pobreza digo que nunca estamos relajados en ningún sitio en ningún momento porque siempre pueden echarte si no pagas el alquiler siempre tienes que tener trabajo porque no tienes ahorros e incluso cuando tienes ahorros crees que no son suficientes porque no lo son pero ella y sus amigos piden las cosas con naturalidad porque el mundo es suyo están seguros detrás de sus casas de sus coches de sus apellidos de una red de contactos universal se reconocen entre ellos bastardos que nunca tendrán el tipo de pesadillas que tengo yo relájate me dicen fluye que fluya tu puta madre cabrón si tuviera un millón de euros en la cuenta claro que fluiría haría surf por la vida pero tengo que mirar cada céntimo y aguantar a un jefe que no aguanto porque si no a la calle mi vida tiene la rigidez de un excel porque el olor a pobre lo tienes dentro cada paso que das cada compra que haces da lo mismo que todo parezca tranquilo ya se encargan de asustarte de vez en cuando para que no pierdas el miedo para que el monstruo sin cara se esconda debajo de la cama una crisis una guerra una amenaza continua mientros ellos fluyen y se ríen de ti no seas tan estirado que no es para tanto es que me gusta mucho el zumo de naranja ya pago yo no te preocupes que no es quien pague pero siempre es quien paga quien marca el territorio quien dice yo sí puedo y tú no no me estoy riendo no me siento superior no te escupo en la cara pero sí, lo hago, pero fluyendo, de buen rollo porque estamos en otro siglo y ahora no nos importan las clases sociales porque es más divertido decir que somos iguales cuando está claro que no lo somos que nunca podré pedir un zumo de naranja si no he comprobado que hay una oferta que tengo saldo en la cuenta que tengo ahorros y que tengo un trabajo seguro si no un café con leche e incluso un café solo cuando las cosas vienen mal dadas que han venido y seguramente vendrán dura poco la alegría en la casa del pobre pero ellos no lo saben igual hasta se creen lo de la igualdad los muy capullos no pueden ser tan gilipollas aunque es posible y me mira con esos ojazos se cree que me quiere si me quieres no pidas zumo de naranja, coño, no es que sea raro ni estirado tengo una angustia que me consume por dentro una intranquilidad estructural un trauma de clase ni yo mismo sé que mierdas me pasa pero te pido tan poco que no lo pidas que me mimes un poco que me entiendas pero como me vas a entender si vas fluyendo por la vida y yo estoy con los pies en el lodo en las arenas movedizas en las que me voy hundiendo poco a poco aunque de vez en cuando me agarre a una rama para respirar un momento por favor te lo pido mentalmente somos muchos dame esa alegría aunque solo sea una vez se buena ten compasión
    – ¿Qué va a ser?
    – Un mini de queso y un zumo de naranja
    – ¡Yo lo mismo!
    – ¡Yo también pero de jamón!
    – Yo solo café con leche. Hijos de puta.

  3. CARLOS GALLEGO

    NARANJAS AMARGAS

    Odio esa mermelada, prefiero la de ciruela. De hecho odio las naranjas. Me repugna el olor que te impregna las manos cuando las tocas. Últimamente utilizo mucho esa palabra: odio. No es más que un tópico; nunca he sentido verdadera pasión por nada, y el odio implica pasión, ¿no? Otra palabra sin apenas sentido. Alguien la ha usado describiéndome: “su pasión por la ciencia”. Creo más en la determinación, como algo implacable que no se detiene ante nada. Para mí, la ciencia es una búsqueda inexorable. Me viene a la mente cuando de pequeño desmontaba relojes para conocer su funcionamiento. Al principio, siempre me sobraban piezas cuando volvía a montarlos, pero aprendí a observar, anotar y ser riguroso.

    La tía Eva.
    Yo creo que siempre estuve enamorado de ella. Era la hermana de mi madre; cinco años menor que ella. Sorprende como dos personas con la misma herencia genética pueden ser tan diferentes. Eva era amable, sonriente, volátil; mi madre era severa. Creo que es el adjetivo más apropiado. Una persona exacta y rígida en la observancia de la ley, recta como una vara. De ella debo haber sacado mi determinación. El diccionario define severo como riguroso, áspero, duro en el trato o el castigo. Debieron escribirlo pensando en ella.
    Durante mis primeros años, el mundo era un lugar árido, que yo consideraba justo. Cuando la tía Eva entró en mi vida, la comparación hizo que todo se tambaleara.

    Con las manos enganchosas, hay que desmontar la parte superior del aparato. Cada fabricante intenta aportar una mejora en el diseño, pero nadie lo consigue. El bagazo se queda adherido en rincones inaccesibles y no basta con abrir el grifo, para eliminarlo hay que ensuciarse las manos o incluso usar un cepillo. Se tarda más en limpiar que en hacer el zumo. Nunca me verá pedir uno en un bar, siento una especie de solidaridad hacia el camarero.
    Mi madre adoraba el zumo de naranja.

    Fue uno de los días más felices de mi vida. Faltaban dos semanas para mi noveno cumpleaños, pero mi tía se presentó en casa con un regalo. Salía de viaje ese mismo día, a París. Mi tía era viuda. Al parecer, su marido, al que nunca conocí, fue un hombre muy rico. Murió poco después de la boda. Tal vez esta muerte fue lo que reunió a las dos hermanas; dos años antes, yo no conocía a mi tía.
    Era una mujer bella, desenvuelta, gastaba su fortuna sin ningún hipócrita pudor; eso también me fascinaba. Nosotros vivíamos en una penumbra económica, tal vez innecesaria, mientras que ella brillaba. Si alguien hiciera una película, el director de fotografía tendría que jugar mucho con las luces. Cuando Eva llegaba, en los claro oscuros de nuestra casa su figura fulgurante lo eclipsaba todo.
    Mi tía me ofreció el regalo, una caja de dimensiones colosales envuelta en un papel con grabados de juguetes antiguos. Rasgué el envoltorio ante la mirada de mis padres, él indiferente, ella desaprobando mi efusión. Me importaba bien poco, mis manos temblorosas casi no podían sostener la caja del Quimicefa Plus.

    Soy el primero en pensar que a los niños hay que ponerles límites, sino después se trasforman en adultos insoportables. Yo no podía jugar hasta haber acabado mis deberes del colegio, mis tareas domésticas y mi aseo personal. La habitación debía estar siempre en estado de revista; nada fuera de lugar. Mis orejas, manos y dientes, igual. Si bajaba del notable en alguna asignatura, recibía el correspondiente castigo. Quedaban fuera las manualidades y la gimnasia, consideradas por mis padres incomprensibles recreos extra. No se me daba mal dibujar, me gustaba; sobre la habilidad física ya era otra cosa. Por una vez, las manías de mi madre jugaron a mi favor y me permitieron escapar de la tortura del gimnasio del colegio. ¿Qué clase de sádico inventó el plinton?

    Si no tenía ninguna obligación, me encerraba en el cuarto con mi laboratorio. Rápido acabé con los ciento cincuenta experimentos que prometía la caja del juego y empecé a explorar. Mezclaba al azar, buscaba en libros de química de nuestra biblioteca o preguntaba insistentemente al profesor. Sólo las visitas de mi tía interrumpían mi encierro.

    Una de las más importantes tareas domésticas era el zumo de naranja. Mi madre tomaba uno cada mañana, a eso de las once, y a diario me repetía que no había tenido un único resfriado en la vida. Los fines de semana el trabajo era doble, porque, aunque no compartía la devoción por los cítricos, mi padre se unía al refrigerio. Con el tiempo me he dado cuenta de que aquel hombre era muy hábil manejando a mi madre y haciendo su vida en paralelo; podría haberme enseñado un poco. En mi rutina diaria, mi padre ya estaba en el trabajo al salir de la cama y regresaba cuando yo ya estaba de vuelta en ella. Era una presencia de fin de semana, parapetada detrás de un diario.

    Con el tiempo, el Quimicefa se me quedó corto. A la que conseguía una moneda, corría a la droguería para comprar productos o utensilios. En un año, me había convertido en un verdadero químico. Como seguía cumpliendo con mis obligaciones, mi madre respetaba mi obsesión, aunque no desperdiciaba ninguna oportunidad para recalcarme que de eso no iba a vivir.
    Un día derramé en el suelo de la cocina un compuesto. Estaba disolviendo oropimente, un mineral del que se extrae pigmento naranja. Después de pisotear mi autoestima, me obligó a frotar con un cepillo de dientes las juntas de las baldosas hasta que no quedó el menor rastro.

    El oropimente se ha utilizado desde siempre para obtener pigmentos amarillos y naranjas. Los alquimistas lo fundían con cobre en un intento de obtener plata. Se puede encontrar en cualquier colección de minerales, como las que venden en los quioscos.

    Fantaseaba a menudo con cómo sería la vida con Eva. Mi mente infantil soñaba con viajes, juguetes y dulces, al lado de alguien sonriente. Ella me seguía el juego. Venía muy a menudo, en ocasiones aunque no estuviera mi madre. Tenía su propio juego de llaves. Le hice prometer que siempre cuidaría de mí.

    El exprimidor de naranjas, cansado por el uso, dijo basta. Mi madre compró otro el mismo día. El nuevo modelo era todavía más molesto de limpiar.

    Además de pigmentos para pintura, del oropimente se extrae, quemándolo, anhídrido arsenioso. También se puede triturar para obtener trióxido de arsénico, un producto usado en el tratamiento de la leucemia y en la erradicación de plagas.

    Mi décimo cumpleaños cayó en sábado; esperábamos a mi tía para comer. Mi padre se escudaba con su periódico mientras mi madre me observaba leer un libro. No le fue necesario recordarme mi obligación. Cuando llegó la hora fui a la cocina. Mi mano acariciaba la cajita de lata en el bolsillo. Aquel día, contra mi costumbre, acompañé a mis padres en la ceremonia del zumo; me preparé un pequeño vaso.
    Ya sabe lo que decía Paracelso: “sólo la dosis hace el veneno”.

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