Laboratorio escritura 4 de noviembre: Paraíso

Comentaremos textos escritos por los participantes y haremos actividades de escritura en el momento, que nos pueden servir como semillas para la sesión siguiente o no.

Cada sábado tendremos una consigna sobre la cual escribir. Los textos se tienen que poner en los comentarios de la entrada pertinente antes del viernes anterior a la sesión. Podemos poner el texto tal cual o un enlace a un sitio donde leerlo. Los textos tienen que tener, como máximo, 900 palabras. Cada participante tiene dos compromisos: a) Escribir un texto y b) Leer los de los compañeros.

El laboratorio tendrá un número limitado de participantes. Para cada sesión podrán asistir quienes cumplan las dos condiciones anteriores, por orden de presentación de textos. Pedimos a todos los participantes honestidad y buen rollo.

La consigna en esta ocasión es visual, escribir algo inspirados en esta imagen de Doré: Paraíso Canto 31. Seguro que despierta nuestra imaginación.

Tenéis que escribir vuestros textos y ponerlos en los comentarios de esta entrada, bien pegando directamente el texto, bien poniendo un enlace donde leerlo hasta el día 2 de noviembre a las 12 de la noche. Tenemos hasta la sesión para leer los relatos de los demás.

Cualquier duda la podéis preguntar por el grupo de Whatsapp.

4 comentarios

  1. Irina

    Este sábado no podré venir, pero he escrito el texto:-)

    La venganza contra Gilgamesh

    Estoy ascendiendo.

    El camino de mi elevación parece interminable. Los peldaños de las infinitas escaleras del zigurat me llevan a la morada de La Madre. Con cada paso, más luz me invade. Y si alguien cree que es una sensación agradable es que nunca ha tratado con La Luz. Es una tortura.

    ¿Qué estoy haciendo aquí? ¿Quién soy yo y quién es Ella? ¿En qué estado febril del desquicio me he imaginado que éste es mi lugar?

    Pero siento cómo detrás de mi espalda se abren las alas, tejidas de la misma maldita luz, y sigo subiendo.

    No tengo elección. La estrella ardiente entre mis omóplatos me lo recuerda. Y entonces subo un escalón más. Para entregarme a La Luz.

    Te saludo, Madre. He sentido tu llamada, y estoy aquí.

    Esta luz… me asalta desde fuera, pero a la vez nace dentro de mí. Borra mis fronteras, me obliga a estar por todas partes. El tiempo me abandona, corre por mis venas. Todas mis dudas sobre qué derecho tengo… se desvanecen… He sido, soy, y seré… He conocido el poder de los Tronos y la sabiduría de los Templos. El Ritual… aquel que concede al hombre una posibilidad de tocar lo divino. El único que le permite conocerle a Ella. Fui aquel canal, una arteria del amor. Mi cuerpo, todos mis cuerpos, los cántaros de la luz. ¿Rameras? Esto fue lo que dijeron los que vinieron después. Los que trajeron consigo fuego y sangre. Miedo ante la inmensidad de Su resplandor. Dolor. El dolor de todas las mujeres matadas por el hombre. Está en mi cuerpo, transmutándose en la luz. Y entonces ya no tengo cuerpo. Mi forma se deshace en una infinidad de las partículas más cuánticas de todos los universos existentes e imaginarios.

    Bienvenida, hija mía. Acepto tu servicio.

    ***
    El primero era un poeta. Buscaba su inspiración en las favelas de Brasil y en peleas impulsivas, para matar luego el miedo de su propia insignificancia con ansiolíticos. Tenía labios secos, y sus manos nerviosas, con que él no sabía qué hacer, me provocaban a poner los ojos en blanco, dirigiendo hacia los cielos la pregunta:

    ¿En serio, Ishtar?

    Pero la quemazón en el centro de mi espalda me recordaba muy rápidamente de qué la diosa pensaba sobre el libre albedrio.

    El arquitecto tenía el cuerpo de un vikingo, la voz femenina y el carácter de una gata. Me preguntaba si él realmente estaba en el sitio adecuado y si no eran otros cuerpos que buscaba su alma, pero ya había aprendido a no cuestionar la validez de los encargos. Si los caminos divinos son inescrutables, ya todos nos podemos imaginar cómo se complican las cosas cuando la deidad es una mujer.

    Al taxista le gustaban los látigos.

    El músico llenaba los espacios del humo y dejó después de sí un velo de la melancolía por algo inalcanzable.

    Hubo uno que resolvía problemas. Me despidió con un abrazo y unas instrucciones largas de cómo arreglar mi vida.

    Otro dejo atrás los kilos de polvareda de todas las carreteras del mundo para llegar a la iluminación.

    Un rey que perdía todos sus poderes el segundo que sobresalía sus demarcaciones. Un reino demasiado pequeño para acogerme a mí.

    El último era un marinero. Llevaba la llamada del mar en el pecho, los callos en las manos de acero y la rugosidad del viento en la cara.

    El último… era.

    Sostenía su cuerpo como un mástil imperante, inmune a las opiniones del mundo. Se defendía con una sonrisa de trickster y la avidez de la mente. Aparecía cuando los vientos eran favorables, para luego ser tragado por el horizonte de nuevo.

    ¿Qué podía salir mal? Una encomienda como cualquier otra.

    Su piel me desenmarañó en una nébula de mariposas. El roce de las fronteras colindantes estallándose en una vorágine de posibilidades innumerables. Éramos fractales de la recreación sin límites a partir de átomos e instantes. Liberadores y prisioneros mutuos, dos adolescentes asustados vestidos de exploradores del espacio.

    Las galaxias consumidas por sus propios agujeros negros.

    ***

    Esta vez no hubo escaleras infinitas del zigurat. A veces la Reina de los Cielos tiene que descender a los inframundos, desprendiéndose de todo lo que era y será, porque… la luz solo puede nacer en la oscuridad.

    —¿Por qué? —imploro yo a la Madre en un desesperado ataque de la esperanza a que todo lo imposible aún podría ser. —¿Qué sentido tiene todo esto si no puedo tener lo único que quiero?

    Su mirada me arropa con una tristeza dulce.

    —¿Estás segura de que sabes qué quieres?

    Los caminos que conocen los dioses. Inalcanzables para una mente humana. La penumbra desvela para mí los múltiples hilos de los destinos cambiados.

    Veo al poeta encontrando a su musa en el silencio del Antárctico. Al rey cuidando de su reino que heredarán sus hijos. Una calma que apacigua por fin los relámpagos del látigo. Tantas vidas llevadas a la luz de nuevo, la verdad reencontrada en la tiniebla del desasosiego porque han catado el contacto con La Madre.

    —Y… —busco, delirante, el único hilo que me interesa, en la ilusión inmortal de que tal vez sí lo tejido aún puede transmutarse…

    —Tiene que ponerse de rodillas.

    ¿El marinero? Nunca. Qué idea tan ridícula.

    Pero implacable es la voluntad de Inanna. Una hija de la diosa no puede vivir de las migajas de aquel quién no ha reconocido la supremacía de la Emperatriz.

    Y perdida en la negrura de la mirada de La Madre por fin lo entiendo. Ella bajó al infierno por el amor, y el amor le fue arrebatado. Todas esas vidas de los hombres, cambiadas sin que ellos se dieran cuenta de qué fuerza les pasó encima, era su venganza contra uno solo que una vez la rechazó.

    Allí estábamos, la diosa y su sacerdotisa, dos mujeres en el medio de la nada con los agujeros negros en nuestros pechos. Los agujeros por los cuales se goteaba el amor al mundo.

  2. Julian

    SINFONIA

    En la oscuridad más absoluta el sonido grave de los violonchelos suena creando una atmósfera lúgubre y unas primeras luces, tenues y en un primer momento apenas perceptibles van apareciendo en el firmamento. Cuando entra sigiloso un primer violín se enciende un nuevo punto de luz, al que se añaden dos, tres, cuatro hasta cinco violines más y varias trompas iluminando de forma desordenada el cielo como si fueran estrellas. Entonces entra el coro uniendo veinte, treinta, cuarenta voces y el cielo se va cubriendo de puntos luminosos cada vez más intensos que empiezan a dar vueltas sobre un eje, lentamente, como si fuera un torbellino en movimiento.
    El coro va subiendo la voz aflorando sentimientos de compasión o tal vez de misericordia y las luces se van haciendo más intensas y el torbellino perezosamente va dando vueltas empujado por una fuerza sobrenatural. Ahora el cielo ya está totalmente iluminado, parece que se ha hecho de día, un dia claro y luminoso, pero en cuanto destacan las flautas se distinguen nuevos puntos en el cielo que se unen al remolino que ya tiene fuerza propia, es imparable; cuando las flautas se han incorporado a la música y parece que ya no es posible añadir más instrumentos, un arpa sigue la melodía que había empezado las flautas y una nueva luz brilla en el firmamento que vuelve a incorporarse al torbellino, entonces se vuelve a escuchar al coro que va alternando las voces graves masculinas y las femeninas más agudas que hacen mover más deprisa toda esa masa de luces que ahora ya es uniforme como si fueran un solo organismo que está vivo alimentado por todos los instrumentos, hasta que resaltan los trombones acompañados de las voces graves de los barítonos creando una atmósfera triste y dramática aunque es cierta manera es dulce, la luz del torbellino se hace más cálida sin perder intensidad mientras que el torbellino no ha dejado de dar vueltas aunque el movimiento ahora es más lento con una sensación fúnebre. Las voces de las mujeres del coro con una energía sobrenatural eleva la voz acompañadas de las flautas creando una sensación de alegría y optimismo y la luz se va concentrando en un punto central del torbellino y el torbellino gira rápidamente haciendo que la luz se concentre en un solo punto iluminando con claridad todo el cielo y es entonces cuando Virgilio le dice a Dante que están contemplando el paraíso.

  3. Paraíso

    Yo lo vi todo. Todo.
    Era la primera frase que conseguí entender. Llevaba una hora bebiendo y balbuceando a mi lado, un murmullo que parecía una letanía o un extraño conjuro. Daba la impresión de mirar muy lejos. Una larga barba blanca y el pelo largo del mismo color, en una coleta que le colgaba por la espalda. Hubiera parecido papá pitufo de no ser porque estaba tan flaco que parecía una momia. Un hippie trasnochado, pensé al verlo. Sabía que me iba a arrepentir, pero hay impulsos que no puedo controlar.
    ¿Qué es lo que viste?
    Todo. La inmensidad del universo. Millones de almas en un espacio infinito. Un círculo de ángeles cantando las alabanzas de Dios. El paraíso. Lo vi. A Él. Al propio Dios.
    Sigue teniendo la voz pastosa, pero se le entiende. No me callo.
    ¿Tenía barba?
    Te ríes. Nadie me cree. Pero no importa. Cuando has visto el absoluto todo lo demás no importa.
    Perdona. No quería ofenderte ¿Cómo era?
    ¿El qué?
    El paraíso
    Era una luz que te atravesaba las retinas. Yo era parte de la luz. Un círculo de ángeles volaba con alas majestuosas alrededor de un círculo perfecto, el origen de todas las cosas. La fuente de la existencia del universo. Su luminosidad sagrada nos impregna a todos. No tiene barba, simplemente Es.
    Supongo que no llegarías de paseo. ¿Fue una de esas experiencias cercanas a la muerte?
    No. Fue hace mucho tiempo, en la comuna. Un hongo. Parecía brillar en la oscuridad, pero no hice caso. En aquella época veía muchas cosas.
    Un hongo. Claro.
    Nunca he tenido un viaje como ese. Ni antes, ni después. Nadie me cree, pero fue real. Tan real como tú y como yo.
    Seguro.
    Lo he probado todo. Ayahuasca, peyote, meditación, ayuno. He recorrido los bosques de medio mundo de noche buscando ese brillo. Necesito volver. Su ausencia es una sed que no puedo apagar. Una herida que no se cierra.
    Podría hablarle de cómo ciertos compuestos activan las zonas del cerebro que sustentan las ideas religiosas. Que lo que le ha pasado a él le ha pasado a muchas personas, incluso con la misma intensidad. Pero escojo otra vía.
    Hay puertas que solo se atraviesan una vez.
    ¿Cómo?
    Solo una vez le es dado al ser humano tener una epifanía. Afortunados los que lo han conseguido.
    No sé si te entiendo.
    Se te fue concedida una visión. Eres un elegido. Pero lo que buscas es imposible. No se abren dos veces las puertas del cielo.
    ¿Lo dice la biblia?
    Lo dice la biblia, el Corán y el libro de los muertos. No te preocupes, al final todos volvemos a él.
    Me da la impresión de que va a llorar. Ya no mira lejos, me mira a los ojos. Me abraza. Huele mal.
    Gracias. De verdad. Gracias. Creo que ahora lo entiendo todo.
    De nada, amigo.
    Se va, tambaleándose un poco. Me da pena. Me hubiera gustado decirle que lo que vio es falso. Los ángeles no tienen alas. Son unos cabrones que dan miedo, que te devoran el alma si no sabes escapar de ellos. Una línea de defensa para que nadie entre en el paraíso. Que, por otro lado, está muy sobrevalorado. Prefiero mil veces la tierra. Es mucho más entretenida.

  4. Carlos Gallego

    EMPÍREO

    -¿Qué tal se encuentra hoy?
    -Bien, gracias. ¿Y usted?
    -Si no le importa, me gustaría retomar el hilo de nuestra anterior charla. Me explicaba que el vigilante le recomendó ante la dirección del museo antes de desaparecer.
    -No fue exactamente así, me dejó una carta de recomendación dirigida al director del museo.
    -Ustedes ya habían hablado sobre ese, digamos, relevo como vigilante.
    -Le preocupaba que el cuadro no estuviera custodiado. Me es difícil asegurar que me hablase directamente sobre eso.
    -No es lo que usted comentó hace unos días. Déjeme ver; aquí está:
    le dijo que él era el guardián, pero que algún día debería partir y para ello antes necesitaba encontrar a alguien que le sucediera en su misión.
    -No lo recuerdo todo con exactitud.
    -Tal vez no son sus palabras literales, son las notas de mi colega, pero siempre podemos consultar la grabación de la sesión. De acuerdo. No insistiré en eso ahora. Sé que ya lo ha explicado antes, cuando habló con el inspector Cruz, sin embargo me gustaría que me lo contara. A veces vienen nuevos recuerdos.
    -¿Tengo otra opción?
    -Me temo que no.
    -Conocí el cuadro por culpa de una chica.

    A mí me gustaba mucho aquella mujer y a ella el arte. Su cara angelical disculpaba que toda la tarde estuviera mucho más interesado en ella que en la colección de segunda fila que se exponía. Tiene gracia, ni me acuerdo del nombre de ella. Íbamos por las salas de la exposición, ella contemplando los cuadros y yo a ella, hasta que llegamos ante la ilustración del Canto XXXI de la Divina Comedia. Alguna cosa me perturbó al observar la reproducción de la xilografía de Gustave Doré. Desde ese momento, la cita fue perdiendo interés. Nos separamos una hora después, tras una conversación torpe ante dos cafés.
    Volví al día siguiente al museo. Estaba aún más desierto. Me senté en un banco en la sala del grabado y me pasé la mañana entera observándolo.
    Conocía la obra de Doré. En casa había muchos libros de arte, de niño los hojeaba; el de Gustave Doré era uno de mis favoritos. Esas líneas dibujando figuras oníricas en claroscuros con luz propia, se me quedaron grabadas en la mente. Delante de aquel cuadro cobraban un nuevo sentido: Dante y San Bernardo observando una rueda luminosa formada por ángeles y almas del paraíso, el más alto de los cielos, el último paso antes de la contemplación de Dios.
    A la mañana siguiente, llegué antes de que el museo abriera las puertas. Me senté de nuevo en el banco e investigué en mi móvil sobre la reproducción. Se trataba de una impresión realizada a partir de una copia de la plancha xilográfica original, una copia perfecta. El artista había añadido color a la impresión, con un resultado espectacular. El grabador se llamaba Víctor Mennyei, un desconocido pintor perteneciente a una de las familias más adineradas de la ciudad. Era un excéntrico que apenas vendió unos pocos cuadros, pero al que la situación financiera familiar le había permitido vivir absolutamente entregado a su arte. Su gran aportación fue el entintado y la creación de pigmentos y barnices. A su muerte, desaparecido en el mar, sus obras fueron donadas a diversos museos. Aquella rosa formada por la milicia santa parecía que fuera a cobrar vida ante mis ojos. Entonces, oí una voz a mi espalda.

    -¿Fue la primera vez que lo vio?
    -Ya le dije a su colega que sí. Por cierto, qué ha sido de él.
    -Se ha tomado unos días de permiso, pero eso no le ha de preocupar. Me ha dicho que el pintor, cómo se llamaba…
    -Víctor Mennyei.
    -Eso es, que el pintor murió en un naufragio.
    -Sólo sé que desapareció en el mar.
    -Qué casualidad.
    -Dicen que no existen las casualidades. En algunas fuentes de internet se habla de naufragio, pero el Guardián me dijo que cuando hubo cumplido su misión desapareció como debía hacer. Encontraron sus ropas en una playa al norte de la ciudad.
    -Volveremos sobre eso. El vigilante, guardián, como usted le llama, parecía saber muchas cosas sobre el artista.
    -Fue él quien me explicó que pertenecía a una organización secreta, algo así como una secta esotérica cristiana.
    -En otras ocasiones no se ha referido así a esta organización. En las notas del inspector Cruz usted los trata de elegidos e iluminados.
    -Eran cosas que decía el Guardián, no tuve tiempo para conocerlo tanto, apenas recuerdo nada.
    -Por lo que leo en el expediente usted estaba convencido de estar frente a la puerta del paraíso, de que aquel cuadro era la llave para llegar hasta Dios.
    -Tal vez tengo cierta tendencia a la fabulación, y el interrogatorio policial me despertó esa faceta.
    -¿No me estará usted diciendo lo que quiero oír?
    -¿Por qué habría de hacer eso?
    -Para salir de aquí.
    -No sería un mal motivo.
    -Disculpe si me he mostrado agresivo. Retomemos la conversación. ¿Cómo fue su primer encuentro con el guardián?
    -Si tuviera que ponerle un adjetivo sería, sorprendente.

    -Le he observado, tal vez sea usted.
    -¿Perdone?
    -Le vi antes de ayer y ayer. Hoy es el tercer día seguido que viene a ver el cuadro. Creo que su interés va más allá del arte.
    -No sé si le entiendo.
    -Yo creo que sí. Como yo, puede ver que en esa lámina hay algo más que tinta. Los versos de Dante, los trazos de Doré y la magia del entintado de Mennyei. Todo es una línea, un camino hacia la consecución de algo material, de un objeto a través del cual se puede trascender.
    -¿De que se ríe?
    -Disculpe, ha puesto usted una cara al escuchar mis palabras. Creo que le he asustado. Le pido disculpas, por desgracia no tengo demasiado tiempo.

    -¿Eso le dijo literalmente, “no tengo demasiado tiempo”?
    -No recuerdo si fueron esas palabras exactas, pero sí el sentido de ellas. Empiezo a estar un poco cansado. No sé cuantas veces he explicado las mismas cosas. Doctor, yo no he hecho nada.
    -Nadie le está juzgando.
    -No es lo que parece. Ya me ha interrogado la policía, llevo aquí recluido una semana. He tenido un mal momento, pero ya estoy bien, quiero irme a casa.
    -Un brote psicótico no es un mal momento. Necesitamos estar seguros de que se encuentra realmente bien.
    -Nos hicimos amigos., era un tipo interesante. Estaba obsesionado con que era peligroso que el cuadro cayese en malas manos.
    -Cuando fue a la casa del guardián encontró otra carta, ¿no?
    -Así es. Junto a la carta de recomendación había otra en la que se disculpaba ante el director y le comunicaba que un asunto de suma importancia le obligaba a marcharse de forma imprevista. Fui con las dos cartas al museo y me dieron el puesto sin demasiadas preguntas. Unos día más tarde, se publicó en el diario local una noticia diciendo que habían aparecido las ropas de una persona junto al espigón del puerto. La ropa estaba perfectamente doblada y en uno de los bolsillos encontraron la documentación del Guardián.
    -Dígame la verdad, puede confiar en mí. Usted sigue pensando que él está dentro del cuadro, que su alma se incorporó al Empíreo, más allá de las esferas del cielo, que el guardián ascendió a la morada de Dios.
    -Yo lo único que quiero es volver para vigilar el cuadro. Es mi obligación, alguien lo tiene que hacer ahora, no puede permanecer sólo. Se lo ruego.
    -Si tan preocupado está, podría ir a darle un vistazo personalmente. La verdad es que ha despertado mi curiosidad. Tan sólo necesito que me diga dónde lo ha guardado, sabré lo que se debe hacer.

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