Laboratorio escritura 9 de septiembre: Juegos de azar

Comentaremos textos escritos por los participantes y haremos actividades de escritura en el momento, que nos pueden servir como semillas para la sesión siguiente o no.

Cada sábado tendremos una consigna sobre la cual escribir. Los textos se tienen que poner en los comentarios de la entrada pertinente antes del viernes anterior a la sesión. Podemos poner el texto tal cual o un enlace a un sitio donde leerlo. Los textos tienen que tener, como máximo, 900 palabras. Cada participante tiene dos compromisos: a) Escribir un texto y b) Leer los de los compañeros.

El laboratorio tendrá un número limitado de participantes. Para cada sesión podrán asistir quienes cumplan las dos condiciones anteriores, por orden de presentación de textos. Pedimos a todos los participantes honestidad y buen rollo.

Para esta sesión la consigna es escribir un relato sobre juegos de azar. Puede ser la lotería, un casino, un juego entre niños, apuestas… las posibilidades son infinitas.

Tenéis que escribir vuestros textos y ponerlos en los comentarios de esta entrada, bien pegando directamente el texto, bien poniendo un enlace donde leerlo hasta el día 8 de septiembre a las 12 de la noche. Tenemos hasta la sesión para leer los relatos de los demás.

Cualquier duda la podéis preguntar por el grupo de Whatsapp.

5 comentarios

  1. Julián

    Mariano miró hacia la barra cuando los hermanos Bermúdez levantaron la voz, diríase que estaban discutiendo con el Pelao, pero era la manera habitual de reafirmar su opinión del entrenador del Almería. Hacía tiempo que había anochecido y solo quedaba ese pequeño grupo en el bar por lo que Mariano dedujo que debía ser tarde, calculó que sería más de la una, tal vez más tarde por la altura del whisky de la botella. Se notaba el cuerpo cansado del calor del verano, pegajoso del sudor que a esa hora apenas empezaba a dar tregua, aunque el alcohol lo mantenía excitado, envalentonado, se sentía bien así, le ayudaba a pensar más rápido, le hacía ser más audaz ya que normalmente sus decisiones eran meditadas, incluso lentas aunque él se decía a sí mismo que eran reflexivas.

    Miró a Juan José sentado a su derecha apoyado indolente en la silla, como si se hubiera caído del piso de arriba, ya de crío era muy callado y así continuaba, sin poner impedimentos ni objeciones a nadie ni a nada, siempre esquivando la confrontación. Delante suyo estaba Eusebio con la frente perlada de gotas de sudor y su enorme barriga que le obligaba a estar separado de la mesa, lo miraba fijamente con los ojos medio cerrados, parecía que en cualquier momento se quedaría dormido, con la barbilla apoyada en el pecho que hacía que su papada pareciera aún más voluminosa, aunque realmente estaba observando detenidamente a Mariano esperando a que hiciera una mala jugada para poder ganarle los trescientos euros de bote que había sobre la mesa.

    Eusebio se descartó de cuatro cartas y bastó su mirada para que Juan José le repartiera cartas sin poner objeción a que no hubiera apostado para seguir jugando. Inmediatamente después Mariano también se descartó y cuando cogió las tres cartas que le había repartido Juan José dio un pequeño respingo al ver el siete que le permitía hacer un trío. Ahora tenía una buena mano y sentía el hormigueo en el estómago sabiéndose ganador, levantó la vista y le crispó que Eusebio le mirara con una sonrisa de gordo satisfecho. Deja de mirarme maricón de mierda pensó mirándolo con desprecio y cabreado de que se salte las normas y cansado de que todo le vaya mejor que a él, irritado consigo mismo por no haberle afeado que primero debía apostar y rabioso de que se pasee con su flamante Mercedes deportivo por el pueblo.

    –Eusebio, apuéstate el CLK.

    No había hablado demasiado fuerte, o al menos él no se había dado cuenta, pero los hermanos Bermúdez y el Pelao se callaron, sólo se oía el ruido del televisor que estaba a un volumen demasiado alto. Los hombres se acercaron poco a poco a la mesa, desconfiados de lo que allí estaba pasando y curiosos por todo lo que podían haberse perdido, queriendo saber sin atreverse a preguntar. Juan José miró temeroso a sus compañeros de mesa, tenía una pareja de reinas, una buena mano, hubiera seguido jugando pero no se atrevió y mostró sus cartas, rindiéndose antes de luchar, no se esperaba otra reacción de él y nadie se molestó en mirar sus cartas.

    Eusebio espiró ruidosamente varias veces seguidas por la nariz en un amago de risa y miró con desdén a Mariano negando con la cabeza mientras su papada se movía siguiendo el movimiento de su cabeza, no entendía porque su amigo siempre había querido sus cosas, comparándose con él como si la vida fuera una competición. Se había dado cuenta que a Mariano le habían llegado buenas cartas, debía de tener una buena mano, pero él apenas tenía tres bastos desparejados, hubiera seguido el juego, tal vez con cincuenta o incluso hasta cien euros para intentar conseguir color, pero no quería apostar tan fuerte.

    –Coño Mariano déjalo. Yo no quiero tu coche.

    Juan José miró a los dos esperando que lo dejaran estar, ya había pasado otras veces y habían dejado de jugar durante meses, bastaba que no aceptara el envite, eso es lo que haría él y así la semana siguiente volverían a jugar los tres como habían hecho desde que eran niños. Pero a Mariano le habían ofendido las palabras de Eusebio, su Audi estaba viejo y rayado, apuró el vaso y sintió como el alcohol llegaba a su cerebro casi inmediatamente.

    –Joputa, te faltan cojones para seguir con esta mano.

    Eusebio se movió inquieto en la silla que crujió bajo su enorme peso y movió la mandíbula y la lengua dentro de la boca haciendo muecas que en otras circunstancias hubieran parecido cómicas, y con un movimiento exagerado de la mano echó dos cartas al centro con fuerza y soltando un ronquido gutural diciendo con todo el desprecio posible:

    –¿Qué vas a apostarte que cubra el CLK?

    Mariano miró dubitativo sus cartas, ahora su trío de sietes no le parecía tan buena mano y dudó si descartarse del cuatro y del As para tener dos posibilidades de que le llegara un siete, o solamente descartarse del cuatro por si le llegaba un As y volvió a dudar si tal vez era mejor descartarse del As. Miró de reojo su vaso vacío pero no quiso servirse whisky para que Eusebio no notara su ansiedad y fijó la vista en la baraja como si pudiera ver las cartas boca abajo y se repitió a sí mismo, un siete, un siete, un siete y cuando se convenció que había un siete porque él se lo merecía, porque ya era hora que tuviera un poco de suerte, porque había llegado el momento de que fuera mejor que el gordo, se vio a sí mismo conduciendo el Mercedes, Mariano se mesó el bigote tapándose la boca con la mano y sus dedos resbalaron hasta la barbilla mientras aspiraba fuerte mirando sus cartas sin verlas.

    –Apuesto a la Juani.

    Todo el mundo aguantó la respiración, hasta el televisor parecía tan acongojado que había bajado el volumen. Eusebio sintió una punzada de excitación en la entrepierna y gruñó como un oso y Mariano lo miró vacilante dudando si su amigo consideraba que su mujer no valiera tanto como su coche, pero Eusebio le sacó de sus dudas descartándose de dos cartas que tiró sobre la mesa con menosprecio.

    –¿Ella va a estar de acuerdo?

    Mariano lo miró asqueado, con desprecio, ofendido de nuevo por dudar de quién manda en su casa y dijo levantando la parte derecha del labio y entrecerrando el ojo, machacando cada palabra para reafirmar que no hubiera duda en su respuesta.

    –La Juani va a hacer lo que yo diga.

    Juan José miró vacilante a Mariano para que se descartara antes de repartir de nuevo esperando no importunarlos, que no repararan en él. Mariano se descartó solamente del As e inmediatamente dudó en si había hecho bien. Juan José repartió las cartas a sus amigos. Mariano en un movimiento lentísimo, casi a cámara lenta levantó la esquina de la carta que le había repartido Juan José aguantando la respiración y la miró asustado. A Eusebio le cayeron varias gotas de sudor de su frente que resbalaron por sus mejillas, cogió las dos cartas y las ordenó con parsimonia en su mano levantando las cejas, se mojó los labios con una sonrisa lasciva y en un movimiento rápido giró su muñeca mostrando sus cinco bastos dando un golpe seco con los nudillos sobre la mesa.

  2. Irina

    Juegos al azar

    ***

    Ya era hora. Llegó el momento que siempre le ponía nerviosa. ¿Saldrá esta vez? ¿Lo conseguirán?

    Aguantando el aliento, se acercó a la estantería y estiró la mano.

    El libro era gordo, y la verdad es que no tenía ni idea qué hacía en su biblioteca: trataba de geopolítica y de las cosas por las cuales no se había interesado en la vida. Abrió una página al azar y intentó leer. El autor decía algunas palabrerías sobre imperios del mar e imperios de la tierra, ella no entendía nada, pero no tenía importancia.

    “¿Mar o montaña?” —pensó.

    Ésta era la cuestión. Ambas opciones parecían igual de sólidas. Decidió apostar por el mar.

    La playa, en estos últimos momentos de la vida pública del sol, no estaba muy llena. El mar tenía exactamente el color que explicaba el termino “azul marino”, pero su superficie parecía rociada por una mezcla de leche y vodka de arándano con un toque del zumo de naranja. Las velas deslizándose hacia el horizonte, o al revés, susurraban sobre oportunidades perdidas.

    Él no estaba.

    ***

    Tenía un método. Para él el azar era nada más sino la manifestación de los patrones de un complejo orden del caos controlado.

    Y él aspiraba a controlar el dicho caos. Tarde o temprano lo conseguiría.

    Hoy le tocaba a Instagram.

    El primer post que vio al abrir era un video de una tía haciéndose maquillaje delante de la cámara (se había suscrito a un montón de cuentas muy diversas para cubrir la mayor variedad posible de todas las opciones del caos). No oyó qué exactamente decía la blogger, tenía el sonido en off pero no tenía importancia.

    Pensó un momento, calculando las probabilidades. Dentro de quince minutos estaba en Sephora en la Plaza Catalunya.

    Pasó una hora bastante educativa observando a gente interaccionando con las promesas ilusorias de la juventud y belleza eternas en este hábitat tan curioso.
    Ella no estaba.

    ***

    Pasaron días. Semanas. Meses.

    Ella abría libros al azar. Escuchaba la radio en frecuencias extrañas. Dejaba cartas “olvidadas” en los bancos. Espiaba a las conversaciones ajenas en las cafeterías.

    Siempre con el mismo resultado: iba a donde iba, él no estaba.

    Él seguía con el método. Visitó tres museos. Investigó la oferta de varios supermercados en diferentes barrios de la ciudad. Hizo cuatro visitas a tres dentistas, y una, incluso, a un podólogo. Diez veces cogió el tren, dio diez y seis horas de vuelta en el metro, y diez y ocho en el bus de varias rutas urbanas y más allá.

    No le desalentaba la aparente falta del resultado. Sabía que tenía al puto caos cogido por el cuello.

    ***

    Estaba desesperada.

    No tenía ningún sentido seguir. No lo iban a conseguir.

    Acaba de sacar a una recopilación de algunos relatos con una papaya ofensiva en la portada, y mientras vagaba por una página negra donde lo único que se veía era el abecedario, sin entender qué estaba haciendo, pensó:

    “No voy a ir a ningún sitio. No voy a hacer nada. Me rindo.”

    En este momento sonó el teléfono.

    ***

    Sabía que llegó el momento. Era hoy.

    Su generador de números al azar ya le había escupido los dígitos necesarios.

    Solo hacía falta marcar el teléfono.

    Nunca había escuchado su voz, pero desde los primeros segundos que ella contestó sabía que había vencido el caos.

    —Ya era hora.
    —Lo sé. Lo siento. Las cosas llevan su tiempo. Pero tengo una propuesta. ¿Qué tal si mandamos a la mierda esto lo de juegos al azar y simplemente quedamos?
    —Pensaba que no me los preguntarías nunca.

  3. admin

    Sorteos

    No me gustan los sorteos. Nunca me toca nada. Me pasa desde que tengo memoria. Mi madre, cuando había dulces, los sorteaba entre los cuatro hermanos que éramos. Dejó de hacerlo porque, en un año, no los había probado ni una sola vez. ‘A este niño le ha mirado un tuerto’ le decía a mi padre. No ganaba nunca ni en las rifas del colegio, ni en los boletos de la suerte. ‘Cuidado con este que está gafado’ se reían mis hermanos. No, yo no creo en esas cosas. Aunque lo mío es como para que lo estudie la ciencia. Pero es así, pura estadística. Si todos los habitantes del planeta tiraran veinte monedas a la vez la gran mayoría serían una mezcla de caras y cruces. Pero, por puro azar, alguno tendrá veinte caras, y algún otro veinte cruces. Yo soy el de las cruces, por ahí andará alguien con la suerte de cara, sintiéndose afortunado porque siempre le toca algo. Tampoco es para tanto. Basta con no meterse en sorteos. Por eso no te compro, no creas que soy un viejo agarrado que no quiere colaborar con tu viaje de estudios. Si quieres te compro pero se lo regalas a alguien. Sí, puede que la mala suerte vaya por delegación, tienes toda la razón. Mi vida es como la de los demás, mientras no esté el azar metido por medio. A veces hasta viene bien. Pocas, claro. Lo habrás estudiado en la escuela pero no es lo mismo que vivirlo. Nos metían donde primero pillaban, escuelas, iglesias, ayuntamientos. Ni siquiera eran cárceles de verdad, pero nadie tenía valor para intentar escaparse. Después nos iban llamando, todos sabíamos para qué. Escuchábamos los disparos desde donde estábamos, no nos llevaban tan lejos. No he querido volver a pasar por ese sitio, posiblemente la fosa todavía esté ahí, este país no ha cambiado tanto. Los que iban a dar el paseo se elegían por sorteo. Yo pensé que saldría el primero, pero no. Ahí me tranquilicé. Mis compañeros llenos de angustia y yo tan tranquilo. Pensaban que estaba alelado, que era un loco. Puede. Al final quedamos cinco y pensé que ahora sí que sí, nos llevarían a todos y se acabó. Pero siguieron con la pamema del sorteo. Dijeron los nombres de mis cuatro compañeros pero no el mío. El soldado habló con el sargento. Se rascaban la cabeza. El sargento fue a llamar al oficial. Este le dijo que cumpliera el reglamento y que no le tocaran los cojones. Así que el sargento me dijo que debía tratarse de un error y que podía irme. Era libre. No me lo dijeron dos veces. En dos días estaba en la otra punta del país. Ya lo ves, todo tiene dos caras. Venga, dame cinco números. No me va a tocar pero ¿Quién sabe? Igual la siguiente moneda sale cara.

  4. CARLOS GALLEGO

    SUPERPOSICIÓN CUÁNTICA

    El millonario de Schrödinger; ese soy yo.
    Supongo que ha oído hablar sobre aquello del gato en la caja, el veneno, que está vivo y muerto, sino vaya a Google, que no tengo tanto sitio aquí. Bien, como le cuento, aquí estoy yo, con mi boleto de la Primitiva en una mano y el periódico en la otra. Un rincón muy pequeño de mi cabeza cree que me ha tocado el premio, el otro sabe que soy un pelagatos. Mientras no compruebe los números, soy rico y pobre al mismo tiempo.
    Ahora estoy en fase rico. Pienso en cuantos metros de eslora tendrá el yate que me voy a comprar mañana. Sin faltar a la realidad, experimento el placer de poseer todas esas cosas que siempre he deseado. No es que lo imagine, las tengo. ¿Soy un imbécil? Pruébelo y me lo dice. Por tan solo un euro, hasta noventa días de felicidad; cuidado no le caduque. Le advierto que la experiencia va perdiendo vigor con los días. Le recomiendo una semana. En mi caso, esta felicidad va a acabar ahora mismo, cuando abra el diario del pasado domingo.
    -Pedro, métete en la habitación, que voy a fregar el comedor.
    Esa voz. Antes era música, ahora es como una tiza arañando una pizarra.
    -Si, sí, dame un momento.
    Aquí está. “Resultados del sorteo de ayer”. “Un único acertante”. Bien, tendré que pensar en un jet, algo pequeñito.
    -Cinco, nueve, once, dieciséis, treinta y uno… Hostia, hostia, hostia.
    -Pedro, ¿te pasa algo?
    -Nada, que me he tirado un poco de café por encima.
    -¿Aún no te has vestido? ¿Estás en gayumbos? No das más que trabajo.
    Tranquila, que poco te voy a dar a partir de ahora. Me mareo mirando la cifra. Voy a necesitar un retiro para pensar cómo me lo gasto. Puedo comprar lo que quiera, hacer lo que quiera y con quien quiera. ¿Con ella? Yo no tengo la culpa de que todo se haya enfriado, de que sea pura inercia.
    Hace diez años que estamos juntos, nadie puede decir que he salido corriendo a las primeras de cambio. Al principio, he de reconocer que era maravilloso; me había tocado la lotería. Después, todo se va repitiendo y repitiendo. Hay gente que es muy práctica y sobre esto construye una vida, pero yo no llevo bien la erosión del tiempo. Ella debe pensar lo mismo, también está decepcionada. Lo veo en sus ojos. Lo veo cuando nos sentamos a ver la tele y acabamos cada uno mirando su móvil. Cuando comemos con amigos y apenas cruzamos palabra entre nosotros. Cuando follamos cerrando los ojos para imaginar que estás con otro, haciéndolo mecánicamente, como si fichásemos en el trabajo. Seguro que ella siente lo mismo. No soy ningún canalla, liquidaré la hipoteca y se quedará con el piso. Le dejaré una pensión: dos o tres mil euros. Cualquiera firmaría por tener un sueldo Nescafé. No es por ella, es porque sólo tengo una vida. En mí conviven siempre dos realidades. Soy rico y pobre, bueno y malo, soltero y padre de familia. Lo peor de la vida es que hay que decidir por una de ellas.
    Familia. ¿Por qué se empeña? ¿Por qué se engaña? ¿De dónde ha sacado la idea de que tener un hijo va a mejorarlo todo? Ya no sé qué más hacer para no dejarla preñada. No soy un garañón, pero es implacable cuando está en los días fértiles. Me la embadurno de espermicida cuando no mira, me hincho a comer grasas saturadas e incluso he pasado a usar calzoncillos dos números más pequeños.
    ¿Quién coño envía mensajitos? Es del grupo del curro. En domingo. Vaya, si es Luisa, la macizorra de la oficina. “Joaquín, muy interesante tu aportación al tema de las amortizaciones.” Yo si que te amortizaba, pero no me haces ni caso. Miras a través de mí, a Joaquín. Pelota. ¿Estará liada con el jefe? Si vieras lo que tengo en la mano seguro que me harías más caso.
    -¿Qué, acabas?
    Mierda, que susto. Guárdate el papel. Mierda no tengo donde meterlo, la goma del calzoncillo no cede. A la taza.
    -¿Te has acabado el café con leche?
    -No. -Deberías haber sido interrogadora de la CIA, venga preguntas.
    -¿Te pongo más café? Queda bastante en la cafetera, y así me la llevo a la cocina.
    -¡No! pero si me traes un poco de leche.
    -¿Estás sordo? Jesús, que grito. Ahora te la traigo.
    Ha estado cerca, de poco no me funde los millones. Voy a intentar meterlo en el puto calzoncillo y luego en la habitación ya lo esconderé. No hay manera. Aquí vuelve con la leche, mejor lo meto dentro del periódico.
    -Oye déjalo, ya me lo he tomado, me voy al cuarto y así friegas.
    -Cuanta amabilidad. ¿Te lo llevas? Después me pasas el periódico.
    -Sí, quiero mirar una cosa y luego te lo doy para ponerlo en el suelo.
    -¿El de hoy?
    -¿Hoy?
    -Sí, ese que tienes en la mano.
    Se abre la caja y el gato está muerto. La superposición cuántica me ha vuelto a dar por saco. Siempre sale muerto. ¿Existe alguna posibilidad de que se repitan los números de la semana anterior?
    -Cariño, ¿dónde dices que has dejado el periódico viejo?

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Volver arriba