Laboratorio escritura 16 de diciembre: Cuento de navidad

Comentaremos textos escritos por los participantes y haremos actividades de escritura en el momento, que nos pueden servir como semillas para la sesión siguiente o no.

Cada sábado tendremos una consigna sobre la cual escribir. Los textos se tienen que poner en los comentarios de la entrada pertinente antes del viernes anterior a la sesión. Podemos poner el texto tal cual o un enlace a un sitio donde leerlo. Los textos tienen que tener, como máximo, 900 palabras. Cada participante tiene dos compromisos: a) Escribir un texto y b) Leer los de los compañeros.

El laboratorio tendrá un número limitado de participantes. Para cada sesión podrán asistir quienes cumplan las dos condiciones anteriores, por orden de presentación de textos. Pedimos a todos los participantes honestidad y buen rollo.

La consigna en esta ocasión es escribir un cuento de navidad. Llevemos nuestra imaginación al pasado y al futuro, a las cenas de empresa y a los belenes vivientes, a la lucha fratricida entre los defensores de Papá Noel y de los reyes magos, del delirio consumista y de la tristeza del recuerdo de los seres queridos.

Tenéis que escribir vuestros textos y ponerlos en los comentarios de esta entrada, bien pegando directamente el texto, bien poniendo un enlace donde leerlo hasta el día 15 de diciembre a las 12 de la noche. Tenemos hasta la sesión para leer los relatos de los demás. Recordad que esta sesión es virtual.

Cualquier duda la podéis preguntar por el grupo de Whatsapp.

4 comentarios

  1. Irina

    La semana que viene estaré liada, así que esta vez voy adelantada;-).

    Bendita ilusión

    —Cariño, me pasas la sal, porfi.
    —¿No puedes cogerla tú misma?
    —Claro que sí, pero ¿recuerdas qué hemos acordado?
    —Sí, tienes razón, perdona. Aquí la tienes.
    —Gracias, cari.

    Los olores de diversos manjares en cocción, chisporroteando y borbolleando en multiples ollas y sartenes, impregnan el aire. Más allá al fondo la tele está escupiendo un caleidoscopio de destellos de imágenes jubilosas, acompañadas por una alegre canción navideña.

    —¿Crees que podemos hacerlo?
    —Otra vez tú con tus dudas. E yo creyendo por los dos. Esta relación siempre sale adelante solamente gracias a mí.
    —Eeeeh… Nunca he dicho nada al contrario.
    —Piénsalo así: no perdemos nada intentándolo. Dejarlo lo podemos hacer en cualquier momento.

    Las lucecitas parpadeando abrazan cariñosamente el árbol decorado ostentosamente, pintando la oscuridad de aquel rincón del salón con las pinceladas coloridas. Un montoncito de cajas y bultos, forrados en papeles de tonos a juego, bañados en reflejos y brillos, como es debido está esperando a su hora bien escondido por las generosas ramas perennes.

    —¿No te parece que falta algo?
    —¿Como qué?
    —No sé, pero míralo… Todo es… demasiado perfecto. Parecemos un anuncio de la publi.
    —Esto hoy en día ya no se lleva. En esta versión seríamos un reel de Instagram.
    —Da igual, lo que sea. Esto no es real.
    —Cariño, ¿te oyes a ti mismo?
    —Sí, ya… es verdad… Pero igual sigo sin creer en lo que estamos haciendo.
    —Todo saldrá bien.
    —Si tú lo dices…

    La pareja sirve la mesa, un ballet de los movimientos coordinados de brazos, codos, dedos, manos, torsos, cuerpos enteros. El mantel, los platos, los cubiertos, las copas. El vino abierto. El banquete listo para desenfreno gastronómico.

    —Uuuu… ¡Qué rico! Esto lo has hecho tú. ¿Qué has puesto?
    —No lo sé… Algo… Creo que deberíamos hablar del cambio climático.
    —¡¿Qué???!!!
    —O de la situación política. De la inflación. De cripto. De Inteligencia Artificial. De gobiernos corruptos. O teorías de conspiración.
    —¿Te has dado a la cabeza con algo?
    —Ok, si no quieres hablar de la política, entonces hablemos de nuestra relación. O de la de los vecinos. ¿Pongamos la Sala Rosa?
    —Oh, sí, vamos a hablar de nuestra relación. Porque si no te has pegado con algo, te voy a pegar yo. ¿Has tomado la pastilla?
    —¿Cómo no?
    —Entonces, ¿qué te pasa? ¿En serio has venido a la matrix a buscar el sentido de la vida?
    —Es que matrix siempre tiene este efecto en mí.
    —Es verdad. Pero, Neo, solo una cosa. Si nos largamos ahora, piensa en cuantas veces nos lo va a restregar en la cara Morfeo.
    —Siempre sabes cómo llevarme a un buen puerto al final.
    —Soy Trinity. Esto significa algo. Recuerda a qué hemos venido aquí: a olvidar de las responsabilidades y relajarnos en una ilusión. Los humanos lo hacen bien. ¿Por qué no aprender de ellos? Si quieres, podemos poner futbol en la tele. Mañana ya seguirás buscando sentido en alguna otra realidad. Esta no lo tiene, y está bien así. Así que pásame la sal, aquí creo que falta.

  2. ANTONIO PEDRO RIERA

    EL AMIGO INVISIBLE

    ––Feliz navidad, machirulo de los cojones––me dice con la mirada torva Irene, mientras me da un paquetito envuelto en papel cutre del chino.
    Nos detestamos cordialmente en el trabajo. Ella esta convencida de que soy un neardental sin modales, ademas de vago, golfo y borracho. Y yo como una pija con el reloj parado en los cuarenta y veinte años mas tarde es una adicta a Pablo Coelho, las caminatas y que las arrugas desaparecen tomando Ibuprofeno.
    Abro el regalo. Es una mierda de plástico con ojos y boca.
    Aplausos, silbidos y alegría general. Como si nos hubiera tocado el bote de la Primitiva. Enseño mi blanca dentadura y enarcando una ceja, me da por meditar: ¿los polos opuestos se unen por estas fechas? ¿Se lo dejo caer y alquilo una habitación por horas? ¡Todo es posible en navidad!
    Deber de ser bruja, encima, porque me larga una hostia en la cara que resuena como un cañonazo en una boda real…

  3. Carlos Gallego

    YULETIDE

    Nunca había hecho algo así. No era una mojigata, sólo no era tan decidida como sus amigas. Callaba cuando hablaban de los ligues de una noche o los cuernos que les ponían a sus novios; bromeaba, pero no contaba nada.
    Alba se movió por la sala; un lugar insípido. Sus limitados conocimientos de decoración no le daban para profundizar en la descripción de una colección de muebles funcionales que suponía se habían comprado en Ikea. En un lado de la sala, una mesa de comedor con cuatro sillas y un aparador, todos inmaculados por la falta de uso. Un mueble de salón con una tele, ni grande ni pequeña, y una estantería encima, con apenas cuatro libros, que perfectamente podían venir con el mueble, y una única foto enmarcada. La imagen era de un grupo de personas disfrazadas de forma estrafalaria, probablemente en algún carnaval popular. Cerca del mueble, en una mesita, sonaba una canción que no conocía en un tocadiscos. Alba se acercó hasta el umbral de la puerta por la que había salido Santa Claus.
    -¿Quién es el cantante? -preguntó al pasillo en penumbra.
    -¿No lo conoces? Nick Cave.
    Tenía una voz seductora, era lo que le había llamado la atención una hora atrás. Estaba en un centro comercial comprando los últimos regalos y la escuchó a su espalda, mientras valoraba los zapatos de un escaparate. Se giró y descubrió a un santa claus que repartía publicidad frente a una tienda de electrodomésticos. Debió quedarse mirando con demasiada fijeza porque él le dijo algo, ahora mismo ni recordaba qué, y empezaron a charlar. Tenía unos ojos verdes muy claros, un tono que tiraba hacia el amarillo, que le miraban con intensidad. Despertaban una atracción primaria. Del resto no había mucho que decir, era difícil saber que había debajo de aquel disfraz y aquella barba. De dentro del traje rojo podría salir un tipo gordo, flaco o un atleta. Nunca había ido tan a ciegas. Era difícil determinar su edad, pero por las arrugas que se le hacían alrededor de los ojos estaba claro que era mucho mayor que ella.
    Ella estaba en mitad de la veintena. No se consideraba una mujer bella, pero tampoco lo contrario. Tenía un cuerpo bonito y le enorgullecía su melena negra. Cuando se arreglaba, pocos hombres no le hacían ojitos. A pesar de ello, su vida sentimental no le resultaba satisfactoria. Unas cuantas relaciones con chicos de su edad la llevaban frustrando desde los dieciséis años. No hacía mucho que había roto con el último y en sus propósitos para el nuevo año había incluido dar un giro a todo eso, lo que significaba aceptar que desde hacía un tiempo se sentía atraída por hombres mayores que ella. Sus amigas le decían que no se andaban con tantas exigencias, que se contentaban con recuperar algo de juventud en la piel de una mujer.
    Hasta hoy no se había atrevido a dar el paso.
    Santa Claus volvió transformado en un señor fofisano, sin barriga, y con un digno pelo canoso. Lo miró con aprobación. La barba seguía ahí aunque corta y cuidada; rodeaba la sonrisa que le dedicaba.
    -He preparado unos cócteles -le ofreció una copa de balón de las de gin tonic llena de una bebida de un rojo intenso.
    -Gracias -le dio un sorbo. Demasiado dulzón, pero le gustó.
    -Cuéntame algo de ti. A parte de buscar figuras paternas en los shopings, ¿a qué te dedicas?
    Directo. No se andaba por las ramas. Eso también le gustó. Bebió un poco más.
    -Poco que contar. Trabajo en una empresa informática y necesito darle sentido a la navidad ¿y tú?
    Alba había querido mostrar ingenio con la frase, pero le había quedado demasiado teatral. Mientras hablaban se habían acercado al sofá, el único mueble con pinta de haber sido usado en aquella habitación que, cada vez más, le parecía un decorado. Se sentaron. Dejaron las copas en una mesa baja frente al sofá. No usaba posavasos. Alba sonrió, su anterior novio era un plasta con eso.
    -Yo soy el espíritu de la Navidad. La verdadera Navidad.
    Los ojos reían burlones y tendían más hacia el amarillo. Había algo inquietante y absorbente en la mirada. Alba sintió que necesitaba levantarse, moverse, pero no lo hizo. Él sí. Dejó la sala diciendo que iba a buscar la coctelera con el resto de bebida. Cuando Santa Claus volvió a salir, Alba se levantó. Flotaba en algo denso y agradable. Fue hasta la estantería y cogió la foto. Lo descubrió entre el grupo de comparsas, estaba disfrazado de santa claus, pero los ojos eran inconfundibles.
    -¿Cómo te llamas? -volvió a hablarle al pasillo. Desde lo que imaginó que sería la cocina le llegó la respuesta.
    -Nicolás.
    -¿Estás de coña?
    -No. Si prefieres me puedes llamar de otra manera, tengo muchos nombres.
    -Yo soy Alba.
    -Ya lo sabía.
    Pensó que se estaba quedando con ella. El disco había acabado, buscó entre los que había al lado del tocadiscos. Eligió uno por la portada; un hombre lobo con sierra eléctrica encabezaba a un grupo de monstruos. Empezó a sonar una mezcla de punk y rockabilly. Nicolás estaba de vuelta con más bebida.
    -Buena elección, me encantan los Meteors.
    -¿Eras punky en los setentas?
    -Por supuesto estuve en Londres en aquella época, pero tengo mi propio estilo -lo dijo sin abandonar la sonrisa de gato de Cheshire.
    Regresaron al sofá. Alba se acabó el cóctel, él le sirvió más. Cada vez se sentía más suelta, tal vez le hubiera puesto algo en la bebida. Tal vez no le importara. Seguía con la foto en la mano.
    -¿Quienes son?
    -Mi familia. Nos reunimos siempre por estas fechas para celebrar el Yuletide.
    -¿El qué?
    -Vosotros lo llamáis navidad. Es el único momento del año en que podemos vernos. Te los presento. Este negro es Zwarte Piet; el de los cuernos retorcidos es Krampus, hace mala cara porque no pudo cenar bien aquella noche; a su derecha está el viejo Belsnickel y la anciana de al lado es Frau Perchta, yo la prefiero cuando se muestra como tía buena.
    A medida que ponía nombre a cada ser de la fotografía, la mirada y la voz de Santa Claus se hacían más profundas. El verde de los ojos desapareció, eran dos piedras de ámbar. Alba había recostado la cabeza en el hombro de él, los límites de la habitación se desdibujaban. No era la bebida, era la voz. Cerró los ojos.
    -¿Y de qué me conoces?
    -Yo os conozco a todos.
    Un estado de éxtasis envolvió a Alba. La música parecía alejarse y un perturbador olor fue tomando la habitación; desagradable, penetrante, como el que desprende el ganado. Abrió los ojos. El ser de cuernos retorcidos la contemplaba frente al sofá; detrás del Krampus se oían murmullos y se intuían figuras acercándose.
    -Feliz navidad.
    La voz de Santa Claus venía de lo más hondo de su interior. Fue lo último que sintió. Alba se deslizó hacia una noche sin sueños.

  4. Julián

    UN NO-CUENTO DE TÍTULO LA MAGIA DE LA NAVIDAD

    Llego tarde escribiendo este cuento de navidad y espero que no lo tengáis en cuenta, pero es que además tengo claro que no va a ser un cuento porque la idea inicial fue escribir una carta abierta. Por otro lado el tema que quise escribir originalmente fue sobre la magia de la navidad y después me arrepentí, pero no pude cambiarlo como si fuera una melodía de una canción que no hay manera de dejar de pensar en ella, ya que es un tema en el que es fácil caer en la ñoñería que se ha apropiado Disney y quería evitar a toda costa.

    Como veis no tengo nada claro lo que voy a hacer. Quería escribir una carta abierta a mis abuelos porque llevo un tiempo leyendo las cartas que ellos se habían enviado durante la guerra civil. Más que leer, he transcrito, estudiado, diseccionado, situándolas en su lugar histórico y sobre todo he revivido su historia de amor. Son cartas de una pareja de novios enamorados de unos veintitantos años y obligados a estar separados en unas circunstancias brutales sin poderse comunicar excepto por carta que en el mejor de los casos tardaban en llegar una semana.

    Leyendo estas cartas he recuperado un recuerdo, pero antes de entrar en materia os sitúo: cuando era pequeño pasábamos las navidades con mis abuelos en su casa del casco viejo de Palma de Mallorca, era una casa con habitaciones inmensas donde se colaba el frío por ventanas y puertas que no cerraban del todo bien y en la que había solamente dos dormitorios enormes donde los adultos dormían en las camas y los niños en plegatines y en colchones en el suelo.

    Y aquí es donde quería llegar, el recuerdo que he conseguido desenterrar al leer las cartas de amor de mis abuelos: un día cualquiera de las vacaciones de navidad a primera hora de la mañana, recién despierto, tal vez mis hermanas siguen durmiendo o tal vez ya se han levantado, pero los adultos con los que comparto habitación ya no están. La habitación está a oscuras, solo se ve perfilado el marco de la puerta al final del pasillo por la que se cuela la luz y detrás de esa puerta está el comedor del que llegan voces quedas. Estoy entre las sábanas tibias sabiendo que en cuanto me levante se me helarán los pies. Y también sé que en cuanto venza mi pereza, y me enfrente al frío, y recorra el pasillo, al abrir esa puerta encontraré el amor de mis abuelos, un amor que estaba en el aire, un amor que lo envolvía todo, un amor tan denso que se podía coger con las manos y darle forma, un amor que me encontraba todos los años. Ahora sé que recibir ese amor no es tan normal y me arrepiento por no haberme levantado de la cama de un salto y haber corrido para abrir esa puerta y no perder ni un minuto para ir a por esos abrazos y esos besos, pero recuerdo delicioso ese instante al despertarme y me ha encantado volver a recoerdarlo y describirlo para vosotros por que esa fue mi particular magia de la navidad que tuve la suerte de vivir durante muchos años.

    Ya veís, describiendo este pequeño instante acabo este no-cuento, que si bien tampoco es una carta abierta espero que haya funcionado para escribir sobre la magia de la navidad.

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